Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

lunes, 16 de noviembre de 2009

Lorenzo Silva e Ignacio del Valle: "Juicio a Larsson" en el Festival Eñe


Siempre que he ido a escuchar una conferencia de Lorenzo Silva me ha parecido muy interesante.

Esta vez confirmé con creces lo que siempre he sentido. El viernes por la tarde, dentro del festival Literario Eñe, había un “cara a cara” entre Lorenzo Silva e Ignacio del Valle titulado “Juicio a Larsson” en la sala de Columnas del Círculo. Se suponía que los dos autores, ambos de novela negra, iban a tratar de acercarse al fenómeno literario del año, y eso se utilizaría de excusa para hablar de literatura, superventas, editoriales y todo lo que gira a su alrededor.

Ya en otra entrada de este blog hablé de la trilogía de Millenium con el título “La creación de los personajes: Lisbeth Salander. Porque confieso que he leído el segundo y el tercer libro y no me he leído el primero por dos razones, porque ya he visto la película y porque mi lista de “libros por leer” es tan grande que siento que debo leer antes otros libros que ese. Sin embargo estoy segura de que me gustaría, me entretendría, y disfrutaría ahondando en el personaje fascinante de Lisbeth. Porque eso precisamente fue lo que a mí más me gustó de estos libros, el personaje de Lisbeth.

Como lectora, como aficionada a la escritura este debate me apetecía mucho. Y salí contenta. ¿Por qué Larsson tiene tanto éxito? Fue la pregunta que le hizo Ignacio del Valle a Lorenzo Silva para abrir el coloquio.

Silva en primer lugar dijo lo que ya todos sabemos: “La trilogía surgió de que Larsson decidió retomar un cuento que ya tenía y a partir de ahí escribió tres tochos que vemos arrastrando a millones de personas por el metro, por las piscinas, por la calle…” Y le escuchaba y sonreía porque es verdad. ¿Quiénes no los han visto? “El secreto, según Lorenzo Silva, está en los personajes, porque aunque a primera vista no parecen muy realistas, tienen una fuerza simbólica importante, son arquetipos, como ya dijo Vargas Llosa, aunque mucha gente ha pensado al oírle que chocheaba…”

Pregunta Ignacio del Valle si él cree que ha influido la enorme campaña de marketing. Silva contesta que en su opinión quizás eso haya influido en el segundo y el tercer libro pero no en el primero. Cuenta que él leyó “Los hombres que no amaban a las mujeres” en francés, cuando aún no era fenómeno de ventas y ya le gustó. Además dice que la primera apuesta por este libro fue moderada en tiradas, y los medios le hicieron un relativo caso, y tampoco la editorial hizo el gran despliegue. Pero aún así, la primera novela de la trilogía en 6 meses se colocó entre las principales.

Ignacio del Valle contesta que a él no le convencía demasiado la estructura, en su opinión hay muchas novelas con ese perfil. Incluso muchas series como CSI, que hacen una división muy maniquea entre el bien y el mal. En realidad lo que le pareció diferente a las demás, fue la violación de la heroína, de Lisbeth.

Apunta Lorenzo Silva a éste respecto, que precisamente para él Lisbeth es la verdadera protagonista. En el primer libro no lo tenía tan claro, pero ahora que ya ha leído los tres, tiene claro que la protagonista es ella, porque siempre encuentra la información, la ejecuta y además su biografía es la que engarza las tres novelas. Lisbeth es el caballero andante, aunque sea mujer y joven e inexperta y de alguna manera gracias a sus traumas sea una minusválida psíquica. Es la protagonista aunque le mueve una idea de la justicia como venganza, de hecho en algún momento ella dice: “Nadie es inocente solo existen distintos grados de responsabilidad”. En cambio, Mikael Blomkvist es su Sancho Panza, es el que tiene los pies en la tierra, y piensa que hay que ir a los Tribunales, no ir por ahí matando a la gente. Decididamente sin Lisbeth, opina Lorenzo Silva, esta novela no sería nada.

Aún así y a modo de crítica también dice que de cada libro él piensa que sobran como doscientas páginas. Y que quizás la forma de contar Larsson como Lisbeth se hace con tanto dinero no es del todo creíble. Cree que quizás ahí el autor forzó un poco la máquina, porque la verdad es que así, si ella tenía dinero, podía resolver muchas cuestiones que pudieran surgir en la narración.

También en el coloquio se habló de la revista. Cuenta L. Silva que Larsson fue redactor de una revista que denunciaba a la ultraderecha. Parece ser que a esa revista les denegaban todas las ayudas mientras que a otras revistas más nazis no. Ese desajuste que existe en Suecia es el que Larsson pretende denunciar. Así como la explotación de las mujeres que en Suecia es una realidad. Larsson estaba convencido de que la literatura es un arma.

Luego, en este coloquio además de hablar de Millenium como éxito de ventas, se habló de la sociedad sueca, y por último de la literatura sueca y de los lectores suecos. Dice Lorenzo Silva que allí los escritores son muy eficaces a la hora de narrar. Porque tienen muchos lectores con un mejor nivel intelectual, y entonces eso se nota a la hora de narrar, tienen que afinar mucho más.

Fue un coloquio muy interesante. Como siempre brilló la forma de comunicar que tiene Lorenzo Silva. Se notaba que estaba muy documentado en todo lo que decía, eso unido a su forma sencilla de contarlo, con tantos datos y referencias a la vida de Larsson y a Suecia volvía el debate muy ameno y muy entretenido. Qué lástima que no hubiera durado más tiempo.
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Ignacio del Valle: Escritor. Nació en Oviedo (1971), aunque reside en Madrid. Ha publicado hasta la fecha seis novelas, la última "Los demonios de Berlín"(2009). Tiene en su haber más de cuarenta premios de relato a nivel nacional. Y colabora en varios diarios, entre ellos El País.
Lorenzo Silva: Escritor y abogado. Nació en Madrid (1966). Autor de novelas policíacas, con más de una veintena de títulos. Ha sido premiado con el Nadal con "El alquimista Impaciente" y con el Primavera de Novela por "Carta blanca". Es comisario del festival Getafe Negro. Y sin dejar la novela negra, se ha iniciado también con la literatura de viajes.

Festival literario Eñe en Círculo de Bellas Artes de Madrid




Este fin de semana pasado, el viernes 13 y el sábado 14, ha tenido lugar el festival literario Eñe en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Los que hemos podido asistir ambos días, nos hemos sumergido en un mar de letras, de libros, de escritores, de cultura. Ha habido conferencias Express que duraban media hora, conversaciones entre autores, música, mesas redondas, acciones poéticas, películas…

A mí me ha gustado ir. Por supuesto no todas las conferencias te gustan igual, ni se disfrutan tanto. Pero era muy agradable saber que tenías ante ti un repertorio muy variado y sugerente de propuestas culturales donde lo único que tenías que hacer era estar pendiente de la hora y el lugar para llegar a tiempo.

El viernes cuando llegamos a media tarde ya había gente, pero a medida que iba avanzando la tarde aquello cada vez tenía más ambiente. En todas las plantas de Círculo había actividades, podías tomar algo en la cafetería de siempre de la planta baja, o también en la segunda planta, donde también habían colocado un puesto de venta de libros y de firma de autores.

El viernes estuve en la conferencia expres de Soledad Puértolas “Las enfermedades de los escritores” y después en el cara a cara de Lorenzo Silva e Ignacio del Valle “Juicio a Larsson”. Por último estuve en la entrega de premios literarios “Cosecha Eñe 2009” donde entre los diez finalistas estaban dos amigos míos de los concursos, y para amenizarlo pudimos escuchar a Germán Coppini.

El sábado repetí. Por la tarde pude asistí a la conversación entre Juan Cruz con Javier Cercas. Después también estuve en la conversación entre Juan Barja y Antonio Gamoneda. A eso de las ocho empezó la conferencia expres de Bernardo Atxaga. Lo bueno de las conferencias expres es que duraban media hora más o menos. Eso te permitía el poder llegar a otra actividad con cierta facilidad, así que después estuvimos en la conferencia del fotógrafo Alberto García Alix, tan peculiar como siempre, solo le hicieron una pregunta nada más terminar su intervención a la que no contestó porque estaba muy cansado… y finalmente fui a la conferencia expres de Manuel Vilas “Estaturas de hombres famosos: del 1,82 de Franz Kafka al 1,72 de Lou Reed” que puso el final ameno y distendido a tantas horas de cultura.

Muy entretenido el festival la verdad. En otras entradas hablaré más despacio de estas conferencias. Algunas muy interesantes. Yo creo que en general el festival ha sido un acierto. Además yo así pude coincidir con mis amigos "concurseros". Ya solo por eso mereció la pena.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Curioso origen de algunas palabras, origen en un nombre propio


Del libro “La Enciclopedia de los nombres propios” de Josep M. Albaigés (Barcelona Planeta 1995), os dejo con algunas palabras que proceden de nombres propios pero han evolucionado de tal forma que han terminado siendo sustantivos.



Magdalena:


«Bollo pequeño, hecho y presentado en molde de papel rizado, con los mismos ingredientes que el bizcocho en distintas proporciones»; según el DRAE esta denominación parece que alude a Madeleine Paumier, cocinera francesa a la que se atribuye la invención de ese dulce.

Josep M. Albaigès cree, sin embargo, que quizás su nombre procede de que se emplea para mojar, con lo que gotea, recordando los lloros de la santa arrepentida María Magdalena.



Masoquista:


La palabra alude al novelista austriaco Leopold von Sacher-Masoch (1835-1895) —“Masoch”ismo—, de quien se afirma que gozaba haciéndose azotar por una mujer, y que utilizó como protagonistas de varias de sus novelas a personajes que gozaban con la propia humillación y sufrimiento.

El DRAE define masoquismo como: «Perversión sexual de quien goza con verse humillado o maltratado por otra persona. Cualquier otra complacencia en sentirse maltratado o humillado». Y masoquista: «Perteneciente o relativo al masoquismo. Que tiene tendencia al masoquismo o lo practica».



Charlatán:
El Diccionario académico define esta palabra como: «Que habla mucho y sin sustancia», «Persona que se dedica a la venta ambulante y anuncia a voces su mercancía»… El vocablo procede del italiano ciarlatano y, al parecer, alude a Latán, un famoso sacamuelas y curandero, a cuyo paso por París gritaba la gente «¡Voilá, le char de Latan!».

jueves, 12 de noviembre de 2009

Los idiomas que se pierden para siempre. Artículo de Andres Alsina



Este artículo me ha parecido muy interesante, habla de los idiomas que se perderán cuando acabe este siglo... ¡el 90%! Cuánta riqueza perdida...


Espero que os guste.



Los idiomas que se pierden para
siempre


Por Andrés Alsina,
El
Observador



No puedo imaginar mayor soledad: hay un idioma que sólo es hablado por una persona, el bikya. Es una lengua de la rama idiomática Níger-Congo, y esa persona, una mujer, vive en el poblado de Furubana, en la región noroeste de Camerún, cuna de los bantúes que en el siglo II a. de C. se dispersaron desde la costa africana hacia el este y el sur del continente, llevando civilización con su cultura de metalurgia en hierro y el cultivo de nuevas especies. La penetración alemana que comenzó en la región en 1884 se apropió de las tierras más fértiles y fue el comienzo del fin para muchas cosas en Camerún. Al fin de la Gran Guerra, en 1918, Inglaterra y Francia invadieron el territorio, y luego de la segunda guerra, en 1945, comenzó el movimiento anticolonial. Hoy son quince millones de personas que viven de cereales importados y tienen un PIB per cápita de 610 dólares.


A esta mujer, cuyo nombre ignoro, la filmó el lingüista David Dalby hablando bikya como su idioma natal para que no se perdiera su lengua. No logro recordar la fecha en que lo hizo, pero la mujer tenía en ese momento 87 años. Me enteré también de que en 1986 eran cuatro las personas que hablaban bikya. Fue una referencia vista al pasar en una noticia menor de la BBC lo que me despertó el interés. Supe así que el lipán apache es hoy hablado por dos personas, y el totoro, en Colombia, por cuatro. Hacia fines de este siglo, el 90% de los idiomas actualmente hablados en el mundo habrán dejado de existir.


Los idiomas hablados por menos de diez personas son hoy 133. Quiere decir esto que viven toda la vida en esa prisión del entendimiento, esa reducción del mundo. La globalización y el inglés arrasan con ellos. La organización estadounidense Ethnologue afirma que hay 473 idiomas en peligro de extinción, y la tendencia no es una preocupación que aflija este mundo. Ethnologue es una organización cristiana que estudia idiomas poco difundidos para proveerlos de biblias. Esta gente tiene contabilizados 7.358 idiomas, el 6% de los cuales es hablado por el 94% de la población, mientras que un 6% de la población habla el 94% restante de los idiomas.


Hoy el español es el segundo idioma más hablado; el primero es el mandarín, hablado por 845 millones de personas, el español por 329 y el inglés por 328 millones de personas. La suma de estos tres idiomas equivale casi a la cuarta parte de la población mundial y los hombres damos por un hecho capacidades culturales adquiridas. La experiencia personal de haber vivido muchos años en otro idioma me cambió la perspectiva. Podía notar cómo iba perdiendo mi español: mi léxico disminuía a pasos agigantados. Veía a mi alrededor cómo gente que no trabajaba con el idioma quedaba reducida al vocabulario hogareño, tal vez mil palabras.


La imagen de mis abuelos húngaros perdiendo su idioma natal antes de terminar de aprender el español era mi futuro probable; yo terminé chapurreando en cuatro idiomas, además del natal. Al volver a Uruguay pude sentir cómo crecía mi vocabulario y con él, la complejidad de mi pensar y entender.


Admiro a los cosmopolitas, que piensan y seguramente sueñan en varios idiomas, sin problemas, como los centroeuropeos, por ejemplo. Estoy seguro de que esto les permite desarrollar mejor su inteligencia. La hegemonía del español es muy fuerte, como se demuestra en Estados Unidos y en el propio Uruguay, donde saber brasilero es una excepción, y la geografía nos da una amplia faja de transición idiomática con diversos grados de portuñol.


La experiencia personal me lleva (prevengo que mi conclusión no tiene base académica) a estar convencido de que el idioma es consecuencia de una cultura y no su puerta de entrada. Perder idiomas es, para la humanidad, naturalmente, perder una herencia cultural. Pero más importante es perder la posibilidad de razonar y adquirir conocimientos en libertad. En fin, son noticias que uno ve al pasar y los diarios no titulan.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Recordando a Antonio Machado en Villaverde Alto




El jueves pasado, día 5 de noviembre, estuve en el homenaje a Machado que hicieron en la Biblioteca Maria Moliner la Asociación de Minusválidos Físicos de Villaverde Alto (AMIFIVI) en colaboración con la tertulia Literaria Galdós y la biblioteca.
El homenaje comenzó a las cuatro de la tarde con una lectura de poemas. Después hubo un documental sobre la vida de Antonio Machado que acababa de empezar cuando yo llegué allí, bastante antes de las seis de la tarde. Me sorprendió encontrar a mucha más gente de la que suele uno encontrar en este tipo de actividades. El documental fue muy interesante, muy entretenido.

Después del documental comenzó la conferencia de Enrique Gracia "Los hermanos Machado detrás de la Poesía". Conocí a Enrique Gracia hace ya algunos años, cuando iba al taller de creación literaria de Ágata, en Villaverde, por aquel entonces estaba allí haciendo un ciclo de conferencias sobre Madrid. Después he tenido ocasión de escucharle leyendo sus poemas en alguno de sus recitales y varias veces también haciendo la presentación de otros poetas que leen sus poemas en el Ciclo de Poetas en Vivo que coordina en la Biblioteca Nacional de Madrid. La verdad es que siempre da gusto escucharle. Sabe como atraer tu atención, es un conferenciante muy ameno, entretenido, que salpica todas sus conferencias de un lenguaje muy cercano e innumerables anécdotas que agilizan mucho la exposición. Por supuesto el jueves pasado con los Machado no fue una excepción. Pasó el tiempo volando escuchando su conferencia, y cuando terminó, de nuevo me quedé con ganas de escucharle durante más tiempo.

Después empezó la mesa redonda. Feli, poeta y compañera nuestra del Galdós, pero también parte integrante de AMIFIVI, era la moderadora. Llevaba preparadas unas preguntas que les iba haciendo a los integrantes de la mesa, a quiénes en primer lugar presentó. Enrique Gracia era también uno de ellos. Después estaba Aureliano, poeta e integrante de varias tertulias literarias en Madrid, como la del Círculo de Bellas Artes, la del Café Lión, y la nuestra del Galdós. También estaba Amparo que es la profesora de alfabetización en el Centro Cultura Ágata y Javier, poeta y nuestro coordinador de la Tertulia Galdós.

En la mesa redonda se abordaron muchos temas relacionados con Machado. Por supuesto la situación histórica en ese momento. Que ya también se había abordado en el documental y la conferencia. En todo momento se subrayó que Antonio Machado era partidario de la República. Se habló de la sobreentendida separación de su hermano por cuestiones políticas aunque se dijo que se seguían queriendo. También se comentó, la forma en que condujeron a él y a otros intelectuales a Valencia cuando ya se sabía que la guerra estaba ganada por los nacionales. Y por supuesto de su precaria situación en esta marcha de España, debido a que estaba enfermo y mayor, atravesando a duras penas la frontera hasta alcanzar Colliure, su hermano José, su madre y él. Entre las anécdotas contaron que cuando bajaban a cenar en la pensión en la que estuvieron y murieron tanto él como su madre, bajaban siempre por separado su hermano y él porque solo tenían una chaqueta y no querían bajar sin ella. También se habló de la permanente ceniza en las solapas del abrigo de Machado o en su dejadez a la hora de vestirse. Así como de la anécdota esa que es conocida de un jovencísimo Alberti que le enseñó a Machado en la tertulia que frecuentaban un libro de poemas de Verlaine que había conseguido y del que estaba orgullosísimo, y que Machado tras verlo, lo dejó en la silla donde estaban todos los abrigos que era la que estaba a su lado. Como no era muy cuidadoso y siempre estaba fumando y hablando pues al final de la tertulia el libro tenía dos quemaduras de su cigarro. Claro cuando se lo devolvió a Alberti el pobre se quedó un poco desconsolado. Pero dicen que con el tiempo apreciaba más ese libro por las quemaduras de cigarro que había hecho Antonio Machado que por el autor del mismo.

Fue una mesa redonda donde se tocaron diversos temas. Política, religión, cultura, intelectuales, todo encuadrado en el tiempo histórico en el que se desarrolló la vida de Machado. Aureliano aportó su experiencia como poeta, Enrique la suya como conferenciante. Era la primera vez que escuchaba a Amparo, la monitora de alfabetización del Ágata, me pareció una persona muy tranquila hablando, muy cercana, con las ideas claras. A Javier, varias veces le salió la vena de moderador que ha tenido en otras ocasiones y también aportó a la discusión la lectura de tres poemas sobre Colliure, uno de Joan Margarit, otro de Ángel González y otro de García Montero, muy apropiados y que enriquecieron aún más la tarde y cuyo enlace os adjunto para que podáis leerlos en su blog.

Y fue también Javier quién puso final a la mesa redonda con la semblanza humana, el retrato de Machado, que hace Jesús Marchamalo en su libro “36 escritores y medio” que yo aconsejo desde aquí porque hace un retrato de varios escritores de forma muy sucinta y amena.

La tarde recordando a Antonio Machado, su vida y su poesía, fue emotiva e interesante. Todos los que allí estuvieron encargándose del homenaje, o bien leyendo o conferenciando o participando en la mesa redonda, contribuyeron de forma muy generosa e instructiva al repaso de este poeta. Yo me alegré mucho de haber estado allí.

Os dejo como final con ese último verso alejandrino y huérfano que se encontró a la muerte del poeta en uno de sus bolsillos y del que tanto hemos oído hablar:

Estos días azules y este sol de la infancia.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Epi y Blas



Quizás sea porque es viernes, o quizás porque el otoño es nostálgico, o porque la cuestión del paso del tiempo siempre me da qué pensar, el caso es que no puedo dejar de buscar un momento hoy para hablar de Barrio Sésamo. Se lo debo.
Cuando era pequeña y volvíamos del colegio, mis hermanos y yo veíamos "Un globo, dos globos, tres globos" en la televisión. Cada tarde. Todos los días laborables. Siempre. Entre sus apartados había un espacio para Barrio Sésamo, para Epi y Blas, para Coco, para el Monstruo de las galletas... "Dentro, fuera". "Cerca, lejos". "Derecha, izquierda".
Hoy leo que están a punto de convertirse en "cuarentañeros"... Qué cosas.
Y al caer en la cuenta, nunca mejor dicho, retrocedes, recuerdas, y no lo puedes evitar, te sonríes.
Buen fin de semana.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El libro de las adivinanzas de Bimbo. Relato de Rocío Díaz




Hace tiempo que no os dejo un relato.

He pensado que en este mes de noviembre, con esos colores marrones y verdes tan suaves a nuestro alrededor, con ese olor a castañas asadas en el aire, ese calor casero que uno echa de menos cuando está en la calle pisando las hojas, invitan a estar cerca de una estufa comiendo rosquillas y escuchando una historia cotidiana, doméstica, y algo nostálgica.

El relato “El libro de las adivinanzas de Bimbo” fue premiado con el segundo premio en el 3º Concurso Literario María Moliner que convoca el Centro de Estudios de la Mujer de Las Rozas, en el año 2005.

Os dejo con él. Espero que os guste.








EL LIBRO DE LAS ADIVINANZAS DE BIMBO


Todo lo que sabemos del amor
es que el amor es todo lo que hay.
Emily Dickinson (1830-1886)
Poetisa Estadounidense



La abuela Chelo a menudo decía que “las equivocaciones nacen de pensar cuando hay que sentir y de sentir cuando hay que pensar”. Y estaba en lo cierto.

Decidí mi profesión el día que un olor me devolvió otro, el día que acurrucado tras el olor a pegamento, el de mis diez años me atacó a traición. Ya no recuerdo dónde estaba ni con quién, solo recuerdo percibirlo en el ambiente, reconocerlo, inspirar con todas mis ganas, apurarlo y emborracharme con ese olor a pegamento que después de tanto tiempo volvía. Solo una gota bastó para que se colara dentro de mí poniendo patas arriba mi vida, sacando del último cajón de mi memoria todos los pantalones cortos de entonces, todas las canciones, todas las voces. Sacando a mi abuela. Mi abuela sabia.



Mientras Uri Géller doblaba aquellas cucharillas en el programa de José María Iñigo, a mi hermano Fernando le gustaba una chica de clase. La chica del pupitre de delante, que parecía mayor que él y mayor que todo aquel aula entero de bachillerato. Por las noches soñaba que se desnudaba solo para él, entre sueños creía ver su cabeza, su coleta, su cuello, su espalda, pero el resto, el resto del cuerpo que veía era el de Maria José Cantudo que había protagonizado el primer desnudo integral de la época y cuyas fotos ligerita de ropa habían corrido por debajo de los pupitres de toda España tan deprisa como si quemaran entre las manos. Tenía que ser el de la Cantudo porque de la chica que le tenía el alma estrujada, lo que mejor conocía, lo único que conocía y conocería nunca, era su espalda. La de poemas que pudo mi hermano escribir a los lunares de su cuello, a sus omóplatos, al nacimiento de su pelo, a las etiquetas de su ropa... incapaz de ponerse frente a ella para nada más que morirse de la vergüenza, de tan pequeño se sentía a su lado.

Uri Géller doblaba aquellas cucharillas en el programa de Iñigo, cuyo bigote ya hacía semanas que a mi hermano Fernando le traía por la calle de la amargura. Él que cada día se contaba y recontaba los escasos pelillos que iban naciendo sobre su labio superior no podía acabar de entender cómo y porqué la vida marcaba esas diferencias entre las personas. Pero mientras a Fernan le reconcomía por dentro el mostacho del famoso presentador, a mi hermano Carlos se le dilataban los ojos viendo aquello tan impresionante de las cucharillas, tanto que desde aquel día y durante una temporada no hubo manera de que mi madre encontrara alguna al ir a poner la mesa. Sacar el mantel y oír la voz materna chillando “Carlos, demonio de crío, trae acá las cucharillas...” era todo uno.


Mis abuelos habían venido del pueblo a pasar unos días porque tenían que hacerles unas pruebas en el hospital. Para dejarles una habitación libre y que tuvieran algo más de intimidad, nos habían amontonado a todos en la otra habitación, acoplando nuestras noches entre las literas y un par de colchones tirados en el suelo. A los pequeños nos hacía más ilusión la novedad, eso de tumbarnos ahí todos juntos era muy emocionante, como si estuviéramos de acampada, a los mayores con más exámenes que estudiar, con ese afán de independencia y privacidad con que te viste la adolescencia ya no les hacía tanta.

Mi hermana Carmencita que quería ser María Magdalena, que quería llorar pegadita a Camilo Sesto en Jesucristo Superestar, suspiraba por una entrada para el teatro Alcalá Palace que nunca llegó a tener; mientras tanto se encerraba en el único cuarto de baño para tararear a voz en grito las canciones del musical. Mi hermana Merche que en los últimos días había discutido tantas veces con ella por si estaba mejor Camilo Sesto que Braulio, aporreaba la puerta para que saliera, no más enfadada porque estuviera dentro, que por que “Sobran las palabras” hubiera quedado en décimo sexto lugar en Eurovisión, dándole oportunidad a Carmencita para que se metiera con ella por lo bajini y con muy mala idea cantando aún más alto Getsemaní: “Quiero saber, quiero saber Señor, quiero saber, quiero saber Señor, por qué he de moriiiiir...”. Porque ella lo sabía, que era por eso, y solo por eso. Lo peor pensaban ambas, era encima tener que compartir uno de los colchones...

Ajenos a las peleas entre las chicas, ajenos al desamor de Fernan, ajenos a la impotencia de Carlos frente a la rigidez de la cubertería, mi hermano gemelo y yo teníamos nuestro propio drama. Habíamos hecho una apuesta con los amigos del cole que consistía en que el primero que terminara una colección que estábamos haciendo se llevaría la bola loca que tenía uno de ellos. Nuestro amigo Fede, el de la panadería, hijo de la ley del mínimo esfuerzo y amante de la vida contemplativa, prefería un álbum con todos los cromos ya puestos que ir juntándolos y pegándolos, que ir dando saltos por la vida con la bola loca esa. Demasiado cansado para él. “Bola loca, cantaban en el anuncio, el juego loco, loco del verano”. Faltaba demasiado para que vinieran los Reyes Magos y era una forma limpia y honrada, como decía mi padre, de conseguir el juego para los dos...

Lo malo era que después de habernos hecho con todos los cromos, después de haber cambiado los que nos sobraban hasta conseguir justo, justo los que necesitábamos, que ni Sppedy González lo hubiera conseguido tan rápido, se nos había terminado el pegamento. No podíamos tener tan mala suerte... no podíamos. “¡No importa, el remedio pegamento Imedio!” decía la radio... y a nosotros que se nos había acabado justo, justo en el cromo número 216. A 10 cromos para acabar la colección y se nos acaba el Imedio banda azul. Por más que lo habíamos escurrido, por más que lo habíamos aplastado y doblado bien estrechito, estrechito para estrujar hasta la ultima gota transparente, del tubito no salía más que el olor.

Y el libro de las adivinanzas de Bimbo a falta de 10 cromos, diez. A nuestro alrededor una casa llena de gente que no podía entender nuestro gran problema. Una madre preocupada por la cena para diez personas, un padre y un abuelo enfrascados en el “Hombre y la tierra”, que ninguno de los dos se lo perdía por nada del mundo. Unas hermanas con su guerra particular, un hermano mayor escribiendo poemas a una espalda y un segundo luchando por que aquellas cucharillas se doblaran de una santa vez, acumulando los destrozos por los rincones. Todos, todos ellos tan llenos de sus problemas que no podían estar a nuestra desgracia. “Imedio no es solo un pegamento, es pegamento y medio” decía otro de los anuncios y nosotros destrozados a 10 cromos, diez, del final. Bimbollos, Bonys, tigretones, la de bollos de Bimbo que nos habíamos podido comer, un millón de todos ellos en busca de los cromos dichosos para que ahora a ultime hora se nos adelantara otro de la panda y nos arrebatara prácticamente de las manos la bola loca.

Mi abuela fue la única que notó nuestra pesadumbre, la única. Acercándose con una mirinda de naranja entre las manos nos dijo bajito que si queríamos un poco, mientras se hacía un hueco a nuestro lado. Mirando a ambos lados por si nos veía nuestra madre que no nos dejaba beber refrescos a esas horas porque nos quitaban el hambre, le dimos dos traguitos muy rápidos el uno después del otro a su vaso. Y eso, como bien sabía nuestra abuela, nos soltó la lengua. Dimos pelos y señales a la abuela de la bola loca, el álbum de las adivinanzas, todos los bollos de Bimbo y Fede. Parecía mentira que la mirinda a pesar de tener un color tan parecido al “mejoral infantil” supiera tan bien, que actuaba como el suero de la verdad de las películas, pero ahí frente a nosotros seguía el álbum con sus diez cuadritos vacíos, y el montoncito de los diez cromos, diez a su lado. “¡No importa, el remedio pegamento Imedio!”. La abuela entendió perfectamente nuestra aflicción, y nos regaló una cara de circunstancias que nosotros no hubiéramos dibujado mejor. Movió la cabeza lentamente calibrando la situación y nos echó otro traguito de mirinda a escondidas, mientras pensaba en las posibles soluciones a nuestro gran problema. Se recolocó en la espalda el cojín de ganchillo que encontró más a mano, y antes de terminar de colocárselo nos miró por encima de sus gafas de ver y nos dijo sonriendo con complicidad: “¡Creo mocitos que ya lo tengo!”.

- Pero madre usté estese tranquila en el comedor que yo me apaño...

Sorteando a mi madre como pudo, entre echarle una mano con la ensalada y otra con el postre la abuela nos preparó la receta mágica. Nosotros desde el umbral la veíamos trastear, la mirábamos entre el respeto que nos habían enseñado a tenerle y el escepticismo, entre el cariño que la teníamos y el agobio que nos reconcomía. En pocos minutos salió de allí removiendo un líquido blanquecino. Aquel engrudo de harina y agua no olía tan bien como el pegamento Imedio banda azul, pero cumplió su función a las mil maravillas. Un milagro, aquello si que era un milagro y no la tontería esa del Uri Géller, decíamos mi gemelo y yo mientras cromo a cromo íbamos rellenando los diez cuadritos vacíos del libro de las adivinanzas de Bimbo.


La abuela Chelo murió meses después, y allí estuvimos todos, los seis nietos con nuestros padres. Cada uno guardaba en su interior un momento en que su presencia había aliviado nuestros problemas, cada uno de nosotros guardaba un trocito de su sabiduría a la justa medida de nuestros males, sabiduría que ella había adivinado cómo y cuándo prestarnos.

Cada uno de nosotros, como en un ritual familiar, rellenó un papelito dándole las gracias que echamos sobre ella. No sé muy bien porque escribieron esas palabras los demás, eso no lo contaron. Pero sus papelitos rezaban: “Iñigo” y “Uri Géller”, “Camilo Sesto” y “Braulio”. Mi hermano gemelo y yo repartimos en dos trocitos del mismo papel nuestras gracias, en uno escribimos “pegamento” y en el otro “Imedio”.



Decidí mi profesión el día que un olor me devolvió otro, el día que acurrucado tras el olor a pegamento, el de mis diez años me atacó a traición.

Muchas veces he pensado si en aquel momento me dejé llevar por un arrebato sentimental más que por una verdadera vocación, en todos los malos momentos que me ha dado esta profesión dedicada a la geriatría, en los momentos más tristes, en los dolorosos de las enfermedades degenerativas, pienso si no sería cierto eso de que las equivocaciones nacen de los momentos en que en vez de pensar, sentimos.

Pero sea o no cierto, el olor del pegamento me devuelve el de mis diez años, me devuelve un sentimiento de gratitud tan absoluto, tan entrañable hacia la abuela Chelo que no se puede encerrar en las cinco letras de la palabra “Imedio”.

©Rocío Díaz Gómez