|
La preciosa foto está tomada de internet. Chuerrería Madrid 1883 |
Ayer, 16 de febrero de 2018, me dieron el tercer premio en el XXXI Certamen de Cartas de Amor de la Asociación "El Timón" en Puertollano.
En otra entrada os contaré la entrega de premios, que mereció mucho la pena, pero hoy quería dejaros con mi Carta de Amor que se titula "Esa mancha de harina de tu frente" y dice así:
Esa
mancha de harina de tu frente
Rocío Díaz Gómez
Princesa,
Una vez escuché que en un desierto había nevado. Durante unas horas solo,
pero bastaron para que la nieve cubriera toda la arena, como si la arropara,
deshaciéndose después sobre ella, empapándola despacio, como si la mimara. Cuando
lo escuché, cerré mis ojos, y sin querer sonreí, porque si eso había ocurrido,
también ocurriría nuestra historia. Aunque fuera la más difícil del mundo
porque nunca estábamos al mismo tiempo en el mismo lugar. Aunque en ese mismo
lugar pasáramos ambos seis meses al año, pero siempre esos seis justo que el
otro no estaba. Ya era mala suerte. Pero una vez en un desierto nevó. Y tú eras
puro arrope.
Todos los años cuando llegaba junio y el calor picaba a traición en el cuello
y el alma, apetecía de postre una rajita de melón. Y para eso estaba yo, para
venderlos, para convencer a las señoras de que los míos eran puro azúcar. “Puro
arrope María” les decía a todas: “Puro arrope y no esos pepinos que os venden
en el mercado” decía con desparpajo y naturalidad a las clientas porque era la
pura verdad. “¡Anda zalamero! no eres tú negociante ni nada...” me contestaban
con una sonrisa. Pero se los llevaban porque era verdad y me creían. Yo era de
los auténticos del ramo, de los genuinos meloneros de la Asociación de
vendedores de melones y sandías de la Comunidad. Y allí estaba, como un clavo más
de mi puesto, todos los junios en la misma esquina. Año tras año. En esa misma esquina
donde tú todos los octubres, una vez que yo me había ido, colocabas la
churrería. Porque cuando llega el otoño y ellas se ponen la rebequita que parece
que refresca, con esa brisa que se cuela por el escote poniendo piel de gallina
hasta en la etiqueta de la ropa, llegaban tus churros y llegabas tú. Y yo sin
saberlo…
Hasta que aquel bendito año, mediaba junio cuando me acerqué por el
barrio a echar un vistazo. Me gustaba pasarme unos días antes por los
alrededores, por aquello de ir tomando contacto. Mediaba junio y encontré que
aún la esquina estaba ocupada. Junio claro y fresquito para todos es bendito. Y
a mí me bendijo Cupido, vaya si me bendijo, aquel junio que remoloneaste para
estirar más el negocio aprovechando aquellas tardes que aún se dejaban
acompañar por un cafetito con leche y unas porras. Porque allí te encontré,
allí subida en tu torreón de caravana móvil, manchada la frente de harina, que
¡ole que mancha!, ya hubieran querido los indios saber pintarse así para sus
guerras. Allí subida, con los colores dibujados por el calor que desprende la
máquina de amasar en tus mejillas, con la pala mezcladora de madera en tu mano,
como una hechicera mágica revolviendo pócimas. Allí, mezclando la harina de
trigo con el aceite de oliva, la sal marina con el agua, mezclando requetebién
todos los ingredientes con tus manos sabias de churrera. Sabias, tenían que
ser. Porque desde ese mismo momento que te vi allí en mi esquina, la deseé
nuestra. Y lo que hubiera dado por ser la masa de tus churros, sentir tus manos
moldeándome, sujetándome en los malos días para no dejarme caer al aceite,
acariciándome en los buenos para dejarme sentirte.
“Buenas tardes señorita” dije todo lo educadamente que supe. “Buenas
¿Cuántos le pongo?”, dijiste sin apenas mirarme. “No, tartamudeé, si yo, yo no
quiero churros...”. Tartamudeé, con el desparpajo que gastaba yo con mis
clientas.
Ya hace mil años de aquello, y aún hay momentos, muchos, que me haces
tartamudear. Ahora que hace mil años que compartimos nuestra esquina porque no
paré hasta que cambié mi puesto por tu torreón Princesa. Yo que era de los
genuinos dejé el gremio para estar contigo. Y jamás me he arrepentido. Bendito
aquel junio fresquito y benditos todos los años que llevamos juntos. La nuestra
era la historia más difícil. Pero nada más verte supe que todos los días de mi
vida tenía que mirar esa mancha de harina de tu frente, ole qué mancha. Porque
una vez en un desierto nevó y bastaron solo unas horas para que la nieve lo
arropara. Porque tú eras puro arrope y yo solo un insignificante melonero, pero
uno que si de algo sabía, era de arrope.
Febrero 2018
Rocío Díaz Gómez