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miércoles, 28 de diciembre de 2016

Certamen Literario Raphael



Yo tenía pendiente compartir con vosotros un momento muy grato. Me estoy refiriendo a la entrega del premio del Certamen Literario Raphael de este año 2016, en el que gané el primer premio.

La entrega fue el día 25 de septiembre de 2016 y yo, con todo el dolor de mi corazón, no pude asistir porque ese día estaba en los EEUU. 

Estuvimos comentándolo la organización y yo, y ni ellos podían cambiarlo a otro día porque es un evento preparado con muchos meses de antelación, para empezar tienen que tener en cuenta la agenda del cantante Raphael y demás, y no se podía atrasar; ni yo tampoco podía hacer mucho porque ya tenía también desde hacía tiempo mis billetes de avión y hoteles y demás. 

Pero tuve la gran suerte de que pudiera ir a recogerlo mi hermano Alberto, que también tuvo muchos avatares con el día de la entrega, pero finalmente fue acompañado de un amigo nuestro de toda la vida.

Y qué bien, porque disfrutaron muchísimo con la celebración. Vinieron encantados con el trato que recibieron por parte de la Asociación Raphaelista organizadora del certamen, y me comentaron lo majos que habían sido todos, por supuesto incluído Raphael, con el que jugaron incluso a las películas con los títulos de sus canciones. Muy divertido debió ser.


Quería dejaros con algunas fotos de la entrega de premios, y ya también con mi relato por si os apetece leerlo.

El tema del certamen era suspense. Y yo me acordé de este relato mío que ya tiene un montón de años, pero que si algo tenía, era suspense.







Nadie había muerto, todavía

 Nadie había muerto, todavía. Eso lo sabía bien, porque cuando alguien se muere, la persona que está con él grita. Grita con un grito largo, larguísimo, hasta que se queda sin respiración y luego dice: “No, no…” Dos veces seguidas lo dice. “No, no, (otras dos) Fulanito, no, no te mueras… Fulanito”. Y repite el nombre que ya había dicho, el del muerto, para que el muerto esté seguro de que le están hablando a él y no a otro muerto cualquiera. Eso dice la persona que está con el muerto cuando se acaba de morir. Lo había visto en millones de películas. Pero eso pasa si no es el asesino el que está con el muerto. Porque si es el asesino, entonces lo que hace es mirar al muerto, y cuando está seguro, segurísimo de que ya no vive, siempre, siempre, echa a correr. Muy deprisa, y casi siempre dejando la puerta abierta y corriendo escaleras abajo. Casi siempre hay escaleras. Pero corre muy deprisa para que nadie le pueda ver con el muerto y pensar que él lo ha matado. Eso también lo ha visto en millones de películas. Así que como no había escuchado ningún grito ni a nadie corriendo por las escaleras, estaba seguro de que nadie había muerto. Pero todavía.

Lo malo es que iba a morir en cualquier momento: el muerto. Porque llevaba ya mucho rato escuchando ruidos y quejas y muebles. Y cada vez los ruidos eran más grandes. A esas horas de la noche como todo el mundo duerme no se tiene que oír nada. Nada de nada o como mucho los coches y los ronquidos. Lo malo es si se oyen otras cosas. Porque si es de noche y se oyen cosas raras solo pueden pasar tres cosas:
1. Que sea la noche de Reyes, ese día siempre hay ruidos, pero no pasa nada porque es la noche de Reyes y son ruidos buenos.
2. Que alguien se haya puesto malo en su casa, pero él no ha oído ni a su padre, ni a su madre que estén malos, porque su “hermanoto” no cuenta, él aún no anda, ni casi se mueve, esté malo o no, no hace esos ruidos.
Y 3. Que pase algo, algo malo, algo como que haya asesinos y muertos. Y eso es lo que él creía que estaba pasando…
Pero ni su padre ni su madre ni su “hermanoto” los escuchaban, no podía entender como con esos ruidos seguían durmiendo tan felices. Los tres, y encima los tres juntos. Y él ahí solo, oyendo todos esos ruidos. Y ellos tres juntos, su padre, su madre y el hermanoto, que no necesitaba verle para saber cómo estaría: durmiendo con el chupete incrustado en su boca como una ventosa.

Lo que más le gusta en el mundo a su hermanoto es el chupete, así que cuando a veces pasa por su lado y no sabe por qué le entran esas ganas de darle un pellizco, un pellizco muy pequeño, pequeñísimo, que casi ni es pellizco ni es nada, y se lo da, muy rápido, rapidísimo para que nadie le ve, con la otra mano libre, que no le ha dado el pellizco y que ya tiene preparada muy cerca de la boca, le mete el chupete a cien por hora para que no le puedan oír como quiere llorar. Que no ha sido nada… nada de nada… un pellizco muy pequeño, pero es un quejica. Menos mal que tiene el chupete, porque con él casi siempre, casi siempre, lo consigue. Que llore muy poco, o casi nada. Es un chupete mágico. Por eso él, en cuánto se le cae al “hermanoto” de la boca, como un hermano muy bueno lo coge del suelo y lo pone debajo del agua del grifo como hace su madre, porque así siempre está preparado, porque así su madre le da un beso por hermano bueno, y porque él sabe con una seguridad aplastante que eso es lo que más le gusta en el mundo a su “hermanoto” y le hará callar cuando le dé el pellizco que no sabe por qué siempre tiene ganas de darle.

Pero en la casa de al lado, nadie tenía un chupete-ventosa puesto en la boca, porque seguía escuchando las quejas. Y si casi no respiraba podía escuchar unos golpes contra la pared que es la misma que la suya, porque eso se lo ha dicho su madre que no dé golpes contra esa pared porque al otro lado está la habitación donde duerme su vecina. A él su vecina le gusta. Porque no es una de esas vecinas que cuando está en el portal dice que cuidado con las plantas no las vaya a aplastar, sin que él las haya aplastado ni esté cerca de ellas. Ni tampoco es una de esas vecinas de las que dicen que a jugar mejor a la calle que está haciendo mucho ruido, sin que él haga ruido ni nada. Ni tampoco es una de esas vecinas que le dice cosas al “hermanoto” siempre, y a él solo cuando está su madre delante. No, no es ninguna de esas vecinas que huelen a repollo o a cristasol. La vecina de al lado le gusta porque siempre huele muy bien, y siempre le sonríe a él, esté su madre delante o no, y siempre después de sonreír le dice: “Hola Javi, ¿Cómo estás?” Ninguna de las otras vecinas dice su nombre y ninguna le pregunta “¿Cómo estás?”. Por eso él siempre le sonríe también y le dice “Bien gracias” cómo le ha dicho su madre que hay que responder.

No sabía qué hora era. Pero debía ser muy de noche, porque todo estaba muy oscuro en la calle y en casa. Solo se oía muy lejos algún coche que pasaba por debajo de su ventana, y solo se oían en casa los ronquidos de su padre, que son tan grandes, grandísimos, que retumban por toda la casa, todo el bloque, todo el barrio y seguro que por toda la ciudad. Por eso su madre se pone esas cosas en las orejas para poder dormir, por eso cuando a él le duele la tripa ella le tiene dicho que ya es mayor y tiene que ir hasta su cama, con los ojos medio cerrados para no morirse de miedo, y darle en el brazo un buen rato hasta que se despierte porque no le podría escuchar desde su cama aunque él diera un grito tan largo como si hubiera un muerto.

Pero aunque ya hacía mucho rato desde que empezaron las quejas y los ruidos, él no iba a ir a despertar a su madre porque ni le dolía la tripa, ni nadie había muerto todavía. Además y sobre todo es que estaba demasiado oscuro. Al otro lado de la pared seguían los ruidos, cada vez más ruidos, en la casa de su vecina favorita. Y le parecía que abrían y cerraban un cajón, aunque de eso no estaba muy seguro, y también le parecía que escuchaba la voz de su vecina diciendo: “Porque no” con esa voz suya de vecina favorita. Y también le parecía que se oía otra voz, la de un hombre, la de ese señor que vive a veces con su vecina, y que dice su madre que es su marido, aunque a él no se lo parecía porque no es como su padre, que es el marido de su madre. Y a lo mejor ese señor que dice su madre que es el marido de su vecina estaba diciendo: “Y yo que digo que sí…” pero eso no lo podría prometer, porque se seguían escuchando los golpes en la pared y no podía escuchar bien, y a lo mejor uno de ellos tenía hipo, porque le parecía oírlo, y si estuviera allí y fuera su vecina la del hipo le daría un vaso de agua como le da a él su madre, para que se le quitara porque se está muy mal cuando se tiene hipo, pero si fuera ese que dice su madre que es el marido de su vecina favorita, el del hipo, entonces le dejaría que siguiera teniéndolo horas y horas hasta que tuviera agujetas en la boca, en la garganta, en el pecho y en todas partes de su cuerpo porque ese hombre ni es su vecino favorito ni nada.

Un día él estaba sentado en los escalones jugando con los cochecitos a hacer un circuito como el del Jarama y ese vecino que dice su madre que es el marido de su vecina favorita vino de trabajar y no saltó por encima de él como había hecho el hijo de la vecina del tercero, ese que tiene una moto y una novia muy flaca con la que se besa en el portal. Ni tampoco ese que dice su madre que es el marido de su vecina favorita le dijo que si se podía apartar un momento, como le dijo el marido de la vecina del cuarto, ese que siempre va fumando. No, que va, no le dijo nada, sino que le pisó los dedos para pasar y ni le dijo perdona ni nada de nada, sino que además le tiró uno de los cochecitos por el hueco de la escalera. Por eso a él no le gusta, aunque su madre diga que es un vecino muy amable el marido de la vecina del segundo derecha, porque la deja pasar delante de él en el ascensor.

Por eso él cruzaba los dedos para que el que tuviera hipo fuera el marido de la vecina de al lado, no ella. Y seguía cruzando los dedos para que no se le quitara nunca jamás. Pero seguía siendo muy de noche, mucho, y seguían durmiendo su “hermanoto”, su madre y su padre como si no pasara nada de nada. Su “hermanoto” seguro que con el chupete-ventosa en la boca. Ahí, al lado de su madre que dormía con esas cosas en las orejas y al lado de su padre que no dejaba de roncar con esos ronquidos monstruosos. Como si no pasara nada de nada. Y sí pasaba, claro que pasaba, porque al otro lado de la pared las voces no se callaban, ni tampoco los hipos que ahora ya no sabría decir de quién eran porque parecían de él y parecían de ella, ni paraban los ruidos que eran muchos y distintos, ni paraban los golpes en la pared que cada vez eran más rápidos, ni se callaban las voces que cada vez eran más difíciles de no oír, él que sí y ella que no.

No era la primera noche que oía esos ruidos al otro lado de la pared, en casa de su vecina favorita, no era la primera vez, porque algunas veces, algunas noches ya se había despertado con ellos. Pero nunca habían sido tan grandes, ni tan seguidos, ni durante tanto tiempo... Pero él no iba a ir hasta la cama de sus padres a decírselo porque estaba muy oscuro y ya fue alguna vez y ellos le dijeron que no pasaba nada, que era una pesadilla… y no le hicieron hueco en su cama y tuvo que volver a la suya y ya no se acuerda de más. Y otra vez también fue hasta la cama de sus padres a decírselo y entonces lo dijo tantas veces que al final se levantaron y fueron hasta su habitación y entonces le dijeron que eso no era nada, que eran cosas de mayores... Y le dieron un vaso de leche pero ni le dejaron ir a su habitación, ni le hicieron hueco en su cama. Le gusta dormir con sus padres en su cama, él en medio de los dos y su “hermanoto” fuera. Pero ya nunca le dejan quedarse...

Al otro lado de la pared cada vez se escuchaban más ruidos, muchos, muchos ruidos y las voces eran más fuertes, y los golpes, los golpes, los golpes, no paraban. Y a él le parecía que su vecina se estaba quejando, y diciendo “por favor, por favor para…” seguía siendo muy de noche, mucho y él lo que tenía era cada vez más sueño, mucho, muchísimo sueño, bueno y un poco de miedo también. Se le abría la boca y los ojos no querían, no podían abrirse, si no fuera por los ruidos... se dormiría...

Y de pronto se pararon. Dejó de escuchar los golpes. ¿Se habían parado? Dejó de escuchar las palabras. Intentó no respirar para oír mejor, pero solo alcanzó a escuchar una puerta y a alguien que corría por las escaleras.

Y entonces sí, entonces quiso ir hasta la cama de sus padres, decirles que algo había pasado, que primero hubo muchos ruidos, y voces y quejas y que de pronto se habían callado, pero alguien había corrido muy deprisa, mucho, escaleras abajo... Como en las películas, en las películas en las que es de noche y se oyen ruidos y todo está muy oscuro y la persona que está con el muerto es el asesino. En los millones de películas en las que ya ha muerto alguien.

Quiso ir, darle a su madre en el brazo para despertarla, decírselo, ver si a su vecina favorita le pasaba algo, algo malo. Porque tenía que ser muy malo, pero... el silencio y el sueño pudieron al fin con él y sin querer se durmió.

Y no se volvió a acordar hasta que dos días después la policía llamó a la puerta de casa para preguntar si alguien había escuchado algo dos noches atrás. “¿Algo de qué?” había preguntado su madre. Y el policía mirándole a él y al hermanoto que, cómo no, tenía su chupete puesto, y se estaban asomando desde la puerta del comedor, le dijo a su madre: “¿Puede salir un momento aquí al rellano para contestar unas preguntas?” Y mamá dijo: “Me está asustando… ¿Qué ha pasado?” Pero también volviéndose a nosotros, al hermanoto y a mí, dijo: “Javi cuida de tu hermano cinco minutos, que tengo que hablar con este señor de cosas de mayores…”

Y como siempre, nadie me preguntó a mí, y yo sí, yo sí que había escuchado algo.

©Rocío Díaz Gómez




Os dejo con este pequeño vídeo del día de la entrega.

Y ya solo me queda, desde aquí, volver a darle las gracias al niño protagonista de mi relato, a Javi, al que yo sí que le hice caso y le mandé a que lo contara y me ha traído esta buena noticia; a la Asociación Raphaelista por considerar que mi relato se merecía el premio y por su amabilidad en todo momento; y a mi hermano Alberto por aparcar sus responsabilidades y tareas para recogérmelo.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Presentación en la Biblioteca Manuel Alvar de Madrid de "Cuaderno de Bitácora" la Antología de la Tertulia Rascamán

Tertulia Rascamán. Presentación de su Antología "Cuaderno de Bitácora" Madrid 23 noviembre 2016


Ayer, 23 de noviembre de 2016, en la Biblioteca Manuel Alvar de Madrid fue la presentación de la Antología de nuestra tertulia literaria Rascamán. En ella se incluyen textos de 42 autores entre narradores y poetas.

Para nosotros era una especie de celebración de nuestro trabajo en equipo. Cada uno tiene su propia voz literaria y sus propios logros, pero todos juntos tenemos nuestra tertulia, nuestra trayectoria como grupo literario, nuestras actividades y llevamos un blog donde vamos reseñando cada encuentro:


Ahora también contamos con esta antología editada por Poeta de Cabra titulada "Cuaderno de Bitácora" como nuestro blog, con un prólogo con el sabor marinero que corresponde a un viaje, muy bien escrito por nuestro coordinador Javier Díaz Gil.

La antología está dedicada a una compañera nuestra que nos dejó hace tres años Sagrario del Peral http://wwwvariosvarianenvolanderas.blogspot.com.es/

Como os decía, la primera presentación en público fue ayer 23 de noviembre, aunque hay alguna otra programada. No leímos todos los integrantes de la tertulia puesto que sería imposible, no solo por el número sino porque además algunos no viven en Madrid. Leímos 18 autores. Y tampoco algunos de nosotros, sobre todo los narradores, leímos los textos que están en el libro porque eran demasiado largos, pero dimos lectura a otros más pequeños.

Lo disfrutamos mucho. Y quería dejaros con algunos de los momentos que vivimos.

De dcha a izda: José María Herranz y Javier Díaz Gil

En la foto superior de dcha a izda José María Herranz, editor de la Editorial Poeta de Cabra ( https://poetacabra2.blogspot.com.es/ ), y el coordinador de nuestra tertulia Javier Díaz Gil ( http://javierdiazgil.blogspot.com.es/ ). 

Ambos presentaron el acto. Os dejo con un momento de su intervención.






Y después ya comenzamos con la lectura de textos.

Juan Antonio Arroyo, narrador y poeta

En la foto superior Juan Antonio Arroyo, narrador y poeta de nuestra tertulia, nos leyó un par de poemas. Juan Antonio Arroyo también asiste a la tertulia del Círculo de Bellas Artes.

En la foto inferior Aureliano Cañadas, nuestro poeta más sabio y principal instigador de varias de nuestras aventuras literarias. Nuestro almeriense dedicó su poema a su hermano Luis Cañadas, pintor fallecido a quién le van a hacer un homenaje próximamente en su tierra.

Aureliano Cañadas 

En el vídeo superior Amelia Peco ( http://ameliapeco.blogspot.com.es/ ), nuestra poeta y narradora extremeña, que nos regaló un microrrelato y un poema.

Y en el vídeo inferior Ana González, también poeta y narradora. Una de las "mixtas" como dijo ella, porque escribe en ambos géneros, en este caso nos leyó uno de sus poemas gallegos.


Debajo tenemos a Juan Manuel Criado. Nos leyó un par de poemas con dos tonos muy diferentes, el primero uno de corte más clásico y después otro de su "Planeta de autómatas", poemario muy original salpicado de "bip", construcciones binarias y cables, con el que de vez en cuando nos hace sonreír.



A continuación Isabel Morión nos leyó dos de sus poemas, ambos están en la antología. Isabel Morión ha publicado este año su poemario "Líneas paralelas".

Y después le siguió José León que nos leyó dos sonetos, en los que es un experto, aunque no le gusta mucho que se lo digamos... pero lo es. José León también es un estupendo narrador de viajes.



A continuación nos leyó sus poemas Celia Cañadas. Poemas cotidianos. Comentó que ultimamente no escribe mucho, pero ya la "regañamos" convenientemente. Con lo bien que escribe... El primero su padre, Aureliano Cañadas.


El momento musical que dividió las dos partes de lectura lo puso Iñaki Ferreras 
( http://tafferreras.blogspot.com.es/ ), tertuliano compañero narrador, dramaturgo y también, ya le veis, aficionado al acordeón.

Iñaki Ferreras y su acordón


Después tenemos a Paco Fenoy ( http://franfenoy.blogspot.com.es/ ), que nos leyó, con voz clara y pausada, su poema social. Paco acostumbra a leernos poemas sociales, del trabajo... y ultimamente también se ha inclinado por los haikus.



Y le siguió Cinta Guil, nuestra infatigable maestra de niños, que escribe tanto poemas como cuentos. Cinta tiene mucha energía y está atravesando una época muy fructífera en cuánto a escritos se refiere.




 Una de nuestras compañeras más jóvenes, Omega Escribano, también nos leyó poesía. Omega nos trae muchas veces textos de divulgación sobre curiosidades literarias.

Omega Escribano

 Después le tocó el turno a un narrador. Y salió David Lerma, nuestro novelista de cabecera, que acaba de presentar su primera novela publicada (que no escrita) "Tiempo de orquideas". Está en la entrada anterior de este blog. Qué emotivo el relato que nos leyó sobre un abuelo.

David Lerma




















Federico Monroy
Javier Díaz, nos procuró ordenar para la lectura alternando poesía y narración. A David Lerma le siguió Fede Monroy, nuestro brillante poeta andaluz.



A continuación Miguel de Leceta, que nos leyó uno de sus epitafios, le gusta mucho inventarlos. Y después un poema.

Y ya estamos acabando, tocaba otra vez narración y leí yo uno de mis relatos "Las maletas cerradas". No es el que está en la antología.



La poeta Alma Pagés

Y ya finalizando, Alma Pagés nos leyó uno de sus preciosos poemas en catalán. Hubo un apartado para las lenguas gallega y catalana, en nuestra presentación.

Fue una pena porque claro el tiempo iba pasando, y la biblioteca tenía que cerrar y éramos muchos... Así que yo iba a leer dos relatos más pequeños, pero solo leí uno. Y Alma que traía también un microrrelato solo pudo leer un poema. Hay que pedir perdón a Alma públicamente porque fue la que peor salió parada. 

Y por último cerró la lectura Javier Díaz, nuestro coordinador, con uno de sus poemas: "La equilibrista".


Javier Díaz Gil, poeta y coordinador Tertulia Rascamán

  Fue casi una fiesta de las letras. Una celebración desde luego.

Contamos con algunos tertulianos como público como Marisol Elizari. Otras compañeras que iban a venir en esa misma calidad como Mercedes Codesal o Ana Nieto no pudieron hacerlo a última hora debido a sus obligaciones.

No pudimos contar con la voz de otros tertulianos como Feli Martínez porque una gripe nos la secuestró, tampoco pudo venir María Juristo porque tiene un problema grave familiar y le fue imposible, tampoco Leonor Varela, nuestra compañera y diseñadora de la portada. Las tres tenían que haber estado con nosotros. Sentimos su ausencia. Como también la de los demás tertulianos que no pudieron asistir ni tan siguiera como público, como los que viven fuera de Madrid como Iñaki Túrnez, Olga Jubia, Juan Peregrina ( https://menoknownothing.wordpress.com/ )  o Fernando Bensusan. Y menos los que viven fuera de España como Josselyn o Horacio, la una en Masachusetts y el otro en Argentina. Besos a todos.

No he nombrado a muchos de los habituales porque estarán con su voz en las siguientes lecturas. 

En cualquier caso, todos somos cómplices de esta fechoría y allí estábamos todos.

Yo estoy muy orgullosa de pertenecer a Rascamán. 

Gracias a nuestra tertulia aprendo todos los días.

Gracias a José María Herranz y Javier Díaz Gil por todo el trabajo extra.

Gracias al público que nos ayudó a hacerlo visible.

Gracias compañeros. Vamos a por más antologías.



"Una línea azul" Relato de Rocío Díaz




Una línea azul

La línea que separa la niñez del resto de mi vida es de color azul.

Del mismo tono de las prendas que nunca colorearán mi armario, esas que nunca colgarán de mis hombros destiñendo mi paso, ese azul de glaciar que emborronó mi principio y aborrezco.  

Tenía ocho años y la certeza absoluta de que mi vida nunca cambiaría. Si acaso se salpicaría de saltos breves y alegres, remolinos en la corriente placida de aquellos días, probarse mil vestidos de comunión y asistir emocionada desde el otro lado de la pantalla al tortazo que después de cientos de capítulos al fin le daba Laura Ingalls a Nely Olesson. Cuando en el colegio las monjas comenzaron a preguntarme por mi padre comprendí que algo no iba bien, pero me acostumbre a disfrazar el escalofrío con que me encogía la pregunta con una sonrisa fugaz, dejando escapar un “bien, bien” educado y veloz que no diera lugar a más. Se me iban colando sin yo querer, se iban haciendo hueco en mi vida los siguientes cambios que amenazaron nuestros días, que mi padre dejara de trabajar, que creciera la montaña de medicinas sobre la mesilla, que se sucedieran las visitas de compañeros y amigos. No quería enterarme, no quería saber por nada del mundo el final de esa película que no presentía feliz. 


Hasta que llegó el día que un inmenso vacío congeló el rumbo de mi brújula infantil, se volvieron borrosas las coordenadas de nuestra vida y el azul de un montón de telegramas que nos envió la muerte fue entrelazándose en un cajón de la cómoda de mi madre, trazando una gruesa línea de separación. 

La línea que separa la niñez del resto de mi vida es azul, azul glaciar.

lunes, 25 de julio de 2016

Mi último premio de relato: XIII Premio de Narrativa Corta Carmen Martín Gaite


Tengo que contaros una alegría literaria. En el Ayuntamiento de El Boalo (Madrid), este sábado pasado 23 de julio de 2016, coincidiendo con el aniversario de la muerte de la escritora Carmen Martín Gaite, tuvo lugar la celebración de la entrega de premios del XIII Premio de Narrativa Corta Carmen Martín Gaite, donde he tenido el placer de que hayan premiado con el primer premio mi relato "Los hijos que nunca tuve".

Un premio a un relato siempre es un reconocimiento y una motivación para seguir escribiendo.

 

La alegría de que me llamaran para decirme que había sido la ganadora entre más de seiscientos relatos, estando de vacaciones en La Coruña, continuó el día de la entrega de premios porque resultó un acto de lo más especial. Me gustó mucho.  Ya solo con saber que podría saludar a la hermana de Carmen Martín Gaite, que está cuidando de impulsar este certamen y otras actividades culturales para que perdure la memoria y el legado de su hermana ya me hacía ilusión. 

Saludando a doña Ana María Martín Gaite a la entrada de los premios.

Se entregaban dos premios: el de Narrativa, el mío, y el I premio de Novela Carmen Martín Gaite. Este año el doble certamen lo habían convocado tanto La AGRUPACIÓN CULTURAL “CARMEN MARTÍN GAITE” (narrativa), como el Ayuntamiento de El Boalo, Cerceda y Mataelpino (novela) junto con la Editorial Turpial.

Tanto el Presidente de la Agrupación, D. Antonio Calero, como el Secretario D. Tomás Macho de Quevedo, han sido muy amables conmigo en todo momento.

En la entrega estuvieron presentes tanto ellos, como por supuesto el Alcalde, D. Javier de los Nietos, que me sugirió que leyera el relato, como también otros concejales del Ayuntamiento, y representantes de la Editorial Turpial que va a publicar el premio de Novela. 

Todos los participantes que hablaron en la entrega, en este momento está hablando Angel Gabilondo




No quiero dejar de señalar que el acto estuvo cerrado por las palabras de D. Angel Gabilondo, ex Ministro de Cultura y escritor, que tuvo la deferencia de nombrar a mi cuento en su pequeño discurso donde decía que ésto que estábamos ahí celebrando era un Acto Cultural, y que como tal era subversivo. También habló de que se debería convocar un certamen para que los niños escribieran porque si escriben también leerán. La verdad es que estuvo muy bien todo lo que dijo. Y para clausurar definitivamente el acto estuvo la hermana de Carmen Martín Gaite, doña Ana María Martín Gaite, que a sus 92 años clausuró el acto con pocas palabras pero lúcidas, significativas y contundentes. Gracias a ella, a su celo, a su implicación, el legado de su hermana (fallecida en el año 2000) se está cuidando y difundiendo.

Tengo que destacar que conmigo tanto los representantes de la Agrupación, D. Antonio, y D. Tomás que cuidaron de mí en todo momento, como el Alcalde que quiso escuchar mi cuento a pesar del poco tiempo que había, fueron de lo más amables. Por otra parte las palabras de Angel Gabilondo como de Ana María Martín Gaite me encantaron, y me emocionaron. Fue otro premio para mí contar con su presencia en la entrega. 










Con los miembros de Agrupación Cultural Carmen Martín Gate: D. Antonio Calero y D. Tomás Macho de Quevedo

Con Ángel Gabilondo, ex Ministro de Cultura y Escritor



Quería dejar en esta reseña algunos momentos de la entrega de premios y mi relato para que podáis leerlo si os apetece.

Espero que os guste, a mí ya me ha dado muchas alegrías.



Los hijos que nunca tuve

Rocío Díaz Gómez


Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La frase salió de mi boca envuelta en una triste sonrisa. Era parte de un juego. Un juego entre amigas. Esa vez un juego de palabras. ¿Por qué nos gustarían ya tanto? Hacíamos malabarismos con cualquier palabra, la echábamos al aire, la hacíamos girar delante de nuestros risueños ojos, buscando que nos ofreciera sus distintos significados, sus múltiples posibilidades, antes de caer en la aplastante realidad que la obligaba a concretarse en uno solo de esos posibles significados.

Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.

La primera vez que dije esa frase lo cierto es que no fue exactamente así. Aquella primera vez en mi oración, la gramatical y la religiosa, era otro el sujeto y el número, otro el tiempo verbal y el significado. Aquella primera vez yo hablaba desde un rotundo y feliz singular. Como solo se puede hablar desde el púlpito de la adolescencia. Aún existía un futuro apasionante al alcance de los dedos, muy cerca, nada más torcer la esquina de aquella vida que estaba casi comenzando. “Los hijos que tendré nacerán de madrugada” dije en realidad cuando fue mi turno, anudando fuerte la frase a una sonrisa de satisfacción. De pronto mis amigas se quedaron calladas pensando ¿Por qué? Hasta que rápidamente cayeron en la cuenta: ¡Claro! Gritaron las dos al unísono mientras estiraban las palmas de sus manos para que las chocáramos en el aire.

Aquel día el juego consistía en terminar la frase “Los hijos que tendré…” relacionándola de alguna forma con nuestro nombre. Mi amiga Belén había sido la primera en jugar: “Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho sin pensar. Belén era rápida de mente y guapa, era juiciosa y sensata, la más seria y formal de las tres. La hija ejemplar, sin duda. Después llegó mi turno. De forma rotunda dije: “Los hijos que tendré nacerán de madrugada”. Porque si de algo yo estaba segura era de que tendría hijos sí o sí ¿cómo no los iba a tener? Y desde luego los tendría de madrugada, ¿¡cómo si no!? cuando mi nombre era Aurora. Quedaba por jugar mi amiga Celia. La verdad es que con aquel nombre lo tenía difícil la pobre. Pero Celia era ingeniosa y alegre; Celia, por más dificultades que la vida le presentara, sabría cómo buscarle las cosquillas. Era ese su modo de enfrentarse a la vida, doblegándola a risas. Y retándonos con sus enormes ojos lo soltó: “Los hijos que tendré serán celiacos”. Tres carcajadas salieron de nuestras bocas y chocaron en el aire antes de que lo lograran las palmas de nuestras manos.  Mi querida Celia y sus pequeños celiacos.

Con el tiempo la vida se nos mostró incluso más juguetona que nosotras, que habíamos jugado tanto. Curso a curso nos fue sumando años y restándonos risas. Año tras año fue curvando el perfil de nuestro cuerpo y el de nuestro destino, mientras nos daba y quitaba hijos a su cruel antojo. Sin embargo siempre en algún recodo, en alguna de sus caleidoscópicas caras, terminó por darnos la razón.

“Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho Belén. Y la niña de mi amiga nació una Navidad, la única que recuerdo que nevara en nuestra ciudad. Año de nieves, año de bienes dijo su madre en aquella habitación donde acudimos a conocerla. Tanto en la vida como en los juegos, Belén siempre fue la primera. La hija ejemplar iba haciendo las cosas como las hicieron nuestras madres. Cómo nos habían enseñado qué se debía hacer. Un día conocerás un buen chico, te enamorarás, te ennoviarás, te casarás y estallarás en felicidad con el nacimiento de aquella niña que, no podía ser de otra forma, nacía en navidad. Si colocabas cada uno de esos ingredientes, en ese orden y en las cantidades oportunas, tendrás la receta de la felicidad. Belén parecía haberlo hecho bien. La hija ejemplar parecía ser la esposa ejemplar y estaba dispuesta a ser la madre ejemplar. Y es verdad que su hija fue un bebé rollizo y sonrosado que no dio una mala noche. También lo es que después se convertiría en una niña estudiosa, responsable y silenciosa. Tan ideal que Belén no quiso más hijos, porque sería difícil, casi imposible, que fueran a ser mejores que su niña perfecta.

“Los hijos que tendré nacerán de madrugada” había dicho yo aquel lejano día. “Los hijos que tendremos nacerán de madrugada” diría yo algunos años después a los ojos que me miraban desde el otro lado de mi almohada. Sin darme cuenta, la vida y yo misma íbamos cambiando mi frase, cambiaba el número y cambiaba el verbo, cambiaba el tiempo y el significado. Porque ya no lo decía desde un rotundo y feliz singular. Porque yo nunca fui la hija ejemplar. Yo no era sensata ni juiciosa. Yo pensaba poco y sentía mucho. Sentía mucho desde un “nosotros”. “Los hijos que tendremos nacerán de madrugada” musitaba yo con determinación a los ojos que me miraban desde el otro lado de mi almohada, mientras intentaba templar los fríos pies que acababan de llegar de la calle, que se acababan de descalzar, frotándolos entre los míos desnudos. “De madrugada” repetía yo, subrayando la segunda parte de aquella frase. La segunda parte. Esa que era mía y solo mía. De Aurora. “Di mi nombre” le pedía mientras pegaba mi caliente piel a la suya que aún estaba fresca, que aún olía a la madrugada lluviosa que acababa de mojarle. El dueño de los ojos que me miraban desde el otro lado de mi almohada tampoco pensaba, solo quería sentir, y pegaba sus labios a los míos, acallando mis palabras con sus besos, mientras se apretaba a mí buscando compartir un par de horas el calor que sabía, sabía de verbo conocer, sabía de sabor, bajo mis sabanas. Ese calor que no debía saber, no sé en cual de los dos significados, en su propia casa. Si yo no estaba siguiendo la receta de la felicidad en orden y paso a paso: “Un día conocerás un buen chico, te enamorarás, te ennoviarás, te casarás y…” ¿Cómo podía esperar ser feliz? Me preguntaría algún día.

“Los hijos que tendré serán celiacos” había dicho mi amiga Celia aquel día justo antes de que nuestras risas chocaran en el aire antes que las palmas de nuestras manos. Belén había seguido la receta de la felicidad a pies juntillas y yo me la estaba saltando con los ojos cerrados. En el término medio estaba Celia que, bien es cierto, lo intentó. Claro que lo intentó. Y conoció a un buen chico, y se enamoró, se ennovió, se casó y tuvo a su primer niño. “No veáis lo que ha pasado” nos dijo con cara de circunstancias a Belén y a mí una tarde. ¿Qué? Preguntamos las dos con un nudo de preocupación en el estómago de verla tan seria, ella siempre tan sonriente. ¿¡Qué!? La apremiamos dos minutos más tarde porque tragando saliva no nos contestaba. Nos miró despacio, muy seria, hasta que ya no pudo más y estalló en una carcajada ¡Que resulta que es celiaco! Gritó señalando al pequeño, su pequeño cómplice, que de ver a su madre tan alegre también rompió a reír. La vida juguetona, aunque solo fuera en eso, también le daba la razón.

“Los hijos que tendré nacerán en Navidad” había dicho Belén. Y la niña de mi amiga nació una Navidad, la única que recuerdo que nevara en nuestra ciudad. Año de nieves, año de bienes dijo su madre en aquella habitación donde acudimos a conocerla. Tanto en la vida como en los juegos, Belén siempre fue la primera. “Tú sacas” pareció soplarle la vida también cuando tocaron malas cartas. Su niña estudiosa y responsable, su niña silenciosa y perfecta también se fue en Navidad. La navidad de sus veinte años. Nunca nadie supo por qué aquella jovencita tan guapa como su madre, tan sensata, decidió que no quería vivir más. El por qué planificó todo con tanto detalle, en definitiva tan bien, como lo había hecho todo en su vida. Cuando la encontraron ya no se puedo hacer nada. Belén que había sido la madre perfecta no se explicaba cual había sido el ingrediente que faltaba, qué cantidad de qué, cuándo, dónde falló la maldita, maldita y maldita receta de la felicidad. Y quiso morir también.

“Los hijos que no tuvimos habrían nacido de madrugada” me dije entre lágrimas la primera noche que sus ojos me faltaron al otro lado de mi almohada. Nuestra gran historia de cortos momentos terminó el día que la hiedra de la pena comenzó a trepar por los muros de su casa. Cómo iba a dejar a su mujer rota de dolor para venir conmigo. Su mujer que parecía la esposa perfecta pero yo sabía que no lo era. Su mujer a quién su niña perfecta se le había matado. Su mujer, mi amiga Belén, siempre amiga. Fuimos cayendo cómo las fichas de un desgraciado dominó. Aquella absurda muerte también mató todo lo bueno que había entre nosotros: el contacto de nuestra piel, ese sabor, ese tacto, ese latido que palpitaba bajo el mundo, y crecía y arrasaba con tanta fuerza que conseguía que un par de horas valieran más que el resto del día. Esas sensaciones, esa forma de amar que no estaba encorsetada por ninguna receta mágica de felicidad. El musgo de la culpa colándose entre la pena, ese musgo húmedo y corrosivo fue creciendo y creciendo anegándolo todo.

“Los hijos que tendré serán celiacos” había dicho mi amiga Celia aquel día justo antes de que nuestras risas chocaran en el aire antes que las palmas de nuestras manos. Belén había seguido la receta de la felicidad a pies juntillas, paso a paso, cómo es debido. Yo me la había saltado con los ojos cerrados, los oídos tapados y el corazón desnudo. En el término medio estaba Celia, que la verdad es que lo intentó, claro que lo intentó. Y no una, sino varias veces. Porque fueron varias las veces que se enamoró, que se emparejó y se casó. Paso a paso. Pero también las mismas veces, maldita receta, fueron las que después se separó. Aunque eso sí, en cada una de esas estalló la felicidad, se selló la felicidad, con el nacimiento de un niño. Un cómplice risueño que siempre fue celiaco. Cómo no podía ser de otra manera.

Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada.
La frase salió de mi boca, casi de forma automática, y envuelta en una sonrisa. Una de esas tristes sonrisas que te deja el paso el tiempo. Pero sonrisa sanadora al fin y al cabo. Allí estábamos las tres amigas. Amigas por encima de todo y de todos. Por encima de la vida y sus amores, por encima de las desgracias y las culpas. La vida le quitó a Belén lo que más quiso en el mundo, su niña. A mí me quitó, no al único amor de mi vida, pero sí al único con el que hubiera tenido hijos. Y a Celia, a mi querida Celia le quitó las ganas de volver a intentar la receta de la felicidad.

Los hijos que nunca tuve habrían nacido de madrugada. La vida va cambiando el número y el verbo, el tiempo verbal y el significado de las frases. Pero siguen existiendo las amigas. Siguen existiendo las palabras. Y los juegos. Solo hay que esperar a que nos toque sacar y aprovechar nuestro turno hasta exprimirlo.

©Rocío Díaz Gómez