Una línea azul
La línea que separa la niñez del resto de mi vida es
de color azul.
Del mismo tono de las prendas que nunca
colorearán mi armario, esas que nunca colgarán de mis hombros destiñendo mi
paso, ese azul de glaciar que emborronó mi principio y aborrezco.
Tenía ocho años y la certeza absoluta de que mi vida
nunca cambiaría. Si acaso se salpicaría de saltos breves y alegres, remolinos
en la corriente placida de aquellos días, probarse mil vestidos de comunión y asistir emocionada desde el otro lado de la pantalla al tortazo que después de
cientos de capítulos al fin le daba Laura Ingalls a Nely Olesson. Cuando en el
colegio las monjas comenzaron a preguntarme por mi padre comprendí que algo no
iba bien, pero me acostumbre a disfrazar
el escalofrío con que me encogía la pregunta con una sonrisa fugaz, dejando escapar un “bien, bien” educado y veloz que no diera lugar a más. Se me iban
colando sin yo querer, se iban haciendo hueco en mi vida
los siguientes cambios que amenazaron nuestros días, que mi padre dejara
de trabajar, que creciera la montaña de medicinas sobre la mesilla, que se
sucedieran las visitas de compañeros y amigos. No quería enterarme, no quería
saber por nada del mundo el final de esa película que no presentía feliz.
Hasta que llegó el día que un inmenso vacío congeló
el rumbo de mi brújula infantil, se volvieron borrosas las coordenadas de
nuestra vida y el azul de un montón de telegramas que nos envió la muerte fue
entrelazándose en un cajón de la cómoda de mi madre, trazando una gruesa línea
de separación.
La línea que separa la niñez del resto de mi vida es
azul, azul glaciar.
Preciosa explicación Rocío, es super emotiva pero a la vez contada con la voz de la niña que eras entonces, inocente y feliz......
ResponderEliminarMuchas gracias!!
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