Te merecías unas últimas palabras, tú, que guardabas tantas para mí, que me tatuaste todas las que te pedí.
Sin parecer un ejemplar único, costoso o de marca, con la infinita sencillez de lo realmente valioso, te has deslizado siempre por cuántas superficies te he prestado, de forma tan sutil, que terminabas bailando con la agenda y los post-it una preciosa coreografía que admiré desde la primera letra.
Mi querido plebeyo de sangre azul.
Has sido el mejor compañero de trabajo que imaginé, nunca te rendiste ante las adversidades laborales, aguantando, sin una queja, tanto mis horas frenéticas como las tediosas. No contento con eso, generoso, has ayudado a mi, cada vez, más frágil memoria con cuántos recados ha querido cargarte. Y además, has recogido al vuelo teléfonos y citas médicas, feas cifras y un sinfín de embriones de historias que, nunca sabremos si llegaron a buen puerto, pero tú me los devolviste azules, prometedores y eternos.
Mi querido boli, mi leal amigo, cuando otros decidieron extraviarse o secarse, tú escribiste mi vida hasta el último aliento de tu tinta.
Te merecías mucho más que unas gracias y un adiós.
Con la íntima certeza de que poco es para tu sacrificio, siento que te echaré tanto de menos que no encontraré ningún otro como tú. Ninguno. Ni que pasen un millón de palabras.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios me enriquecen, anímate y déjame uno