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sábado, 15 de noviembre de 2025

Una bisagra extraordinaria

 


Una bisagra extraordinaria

A mis amigas les gustan las ferreterías. Una pared llenita a rebosar de bisagras, pestillos y mil y un cachivaches más, en una de esas abigarradas ferreterías de viejo, les  hipnotiza. Confieso que no hay nada mas alejado de mí que esos comercios y si me veo en la cruda necesidad de adquirir lo que venden necesito que me expliquen con profusión de detalles, incluso apuntándomelo, cómo es y cómo tengo que pedirlo al dependiente. Ese ni es mi reino ni lo será nunca, aunque mis amigas brillen en él.

Vuelvo a los diez años, y las miro de espaldas esperando su turno en el mostrador para llevarse el botín de una bisagra extraordinaria, y veo todavía a las niñas que conocí cuando teníamos precisamente esa edad y yo acababa de desembarcar en una ciudad, un barrio y un cole con nombre de filósofo que me era tan ajeno que arañaba.

Qué fea mi vida cuando aparecieron con su nombre pegado a dos apellidos con los que las pensaré siempre, pues las aprendí y aprehendí así, a fuerza de escucharlos en la lista que leían en voz alta cada vez que comenzaba una clase. La una vivía en mi calle, unos números más allá y la mañana de Reyes corríamos de casa en casa para ver que nos habían echado sus Majestades. Con la otra me sentaron por charlatana, yo, que no ella, y descubrí a una "rara avis" que sobresalía en cuánto quisiera aprender, y rápido quiso volar.  La enfermera y la artista. Un par de años después llegaría "mi hermana". 

¿Cómo podía saber yo que no dejarían de estar cerca toda mi vida? La mitad del EGB lo estudiamos juntas. Ni el instituto ni la carrera ni los amantes, ni los viajes ni los hijos, ni los trabajos y aficiones nos unieron, pero tampoco lograron separarnos. Nuestro valioso pegamento es antiguo: "Qué remedio, pegamento Imedio". Y lo antiguo, como los sentimientos, ni sabe ni conoce de palabros modernos como la obsolescencia programada. 

Aquellas crías que sigo admirando por su carácter firme y sus dedos hábiles, por su falsa fachada segura y su interior frágil y sensible, se hicieron mis amigas. Y yo no creo en los milagros, salvo en uno, donde casi cincuenta años después, sigamos quedando, como si fuéramos a ensayar la Obertura de los locos de Supertramp, para la "coreo" del festival de fin de curso de un lejano mil novecientos ochenta y pocos.




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