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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Un artículo interesante sobre el lenguaje de Ricardo Soca

Empezamos el mes de diciembre de este 2015 con un artículo sobre el lenguaje que me gustó mucho en día, cuando lo leí, y lo tenía guardado para compartirlo con vosotros. 

Me pareció muy interesante la comparativa que hace, de lo más instructiva. Espero que a vosotros también. Es de Ricardo Soca.

 

La magia del lenguaje

Ricardo Soca


El lenguaje humano tiene algo de mágico. Permite que los conceptos que están activados en este momento en mi cerebro se expresen en un código formado por sonidos, que mis interlocutores reciben por el oído y que, luego, el cerebro de cada uno de ellos decodifica dándoles a conocer mi pensamiento. Como se trata de algo cotidiano, nos parece trivial, pero esa magia constituye de uno de los fenómenos más complejos del universo. 
 
¿De dónde nos viene ese superpoder que ningún otro animal posee? ¿De dónde nos vienen las palabras?

No lo sabemos a ciencia cierta. Las investigaciones de la lingüística, de la neurociencia y de las ciencias cognitivas han desarrollado diversas teorías a lo largo de las últimas décadas. 

Las investigaciones más recientes se basan en una hipótesis según la cual un antropoide que apareció en el planeta hace unos cinco millones de años, habría experimentado en cierto momento una serie de cambios evolutivos, tales como una laringe con la que podía modular los sonidos emitidos por la boca, y un cerebro con determinadas características. Con estas mutaciones, nuestro abuelo antropoide pudo evocar objetos que no estuvieran presentes, una facultad que compartimos con los primates superiores. En determinado momento, la combinación de estas características dio lugar al surgimiento del lenguaje, una facultad que, una vez puesta en funcionamiento, se desarrolló muy rápidamente en términos históricos, tal vez algunos siglos o en todo caso, no más de un milenio.

La facultad del lenguaje nos permitió desarrollar el pensamiento abstracto, nos dio la capacidad de prever, de planificar, de apropiarnos del mundo y de transformarlo en nuestro provecho.

Una aventura en el tiempo
Para situarnos hoy en la historia de las palabras, les propongo una aventura. Adoptemos la hipótesis de que aquel primate prehumano empezó a hablar hace 170.000 años y condensemos ese tiempo en un solo día de veinticuatro horas. En esta jornada imaginaria, el hombre empieza a hablar a la hora cero, y ahora, en este momento son las veinticuatro horas.

A las seis de mañana habrían transcurrido 42.500 años. ¿Qué sabemos sobre las palabras de ese tiempo? Nada, absolutamente nada. Vamos a saltearnos el mediodía y llegamos a las seis de la tarde, hace 42.500 años. Seguimos sin saber nada. Sabemos que unos catorce minutos después de las veintitrés horas aparecen las primeras formas de lo que podemos llamar escritura tal como la entendemos hoy, aunque ignoramos a qué lengua corresponden.

Cuando faltaban veintidós minutos para la medianoche se dejan de hablar las lenguas indoeuropeas, para dar lugar a variedades que perduran hasta hoy. 

A las doce menos veinte, Platón escribió toda su obra, y Aristóteles lo siguió pocos segundos más tarde. A las 23:50 h, caía el imperio romano, con lo que el latín vulgar empezó a desarrollarse de maneras diferentes en las distintas provincias, dando lugar a centenares, quizá miles de variedades desde la Dacia (actual Rumania) hasta la Península Ibérica. Esas variedades darían lugar a las lenguas romances de hoy: español, portugués, catalán, francés, occitano, italiano, rumano, entre muchas otras.

Cuando faltaban ocho minutos para la medianoche, en el norte de la península ibérica, a las orillas del mar Cantábrico, en lo que más tarde sería el condado de Castilla, nacía una de esas variedades. Un minuto y medio después, ese dialecto, el castellano, alcanzaba el estatus de lengua, cuando el rey Alfonso X lo eligió como idioma oficial de los documentos del reino.

Cuando faltaban cuatro minutos para la medianoche, Antonio de Nebrija le presenta a Isabel la Católica la primera gramática castellana, un décimo de segundo antes de que Colón descubriera América.

Para el lingüista estadounidense Noam Chomsky, la facultad del lenguaje está lista en el cerebro cuando nacemos; con lo que bastaría con poner al niño en contacto con cualquier lengua para que la adquiera de inmediato. Fue un hallazgo brillante, aun con algunos cuestionamientos que se le interponen, que situó la lingüística en el ámbito de las ciencias naturales.

 Con esta “aventura” del reloj, nos proponíamos mostrar en perspectiva lo poco que en realidad sabemos sobre el origen y la historia del lenguaje humano. Se trata de un misterio rodeado de teorías que pretenden descifrar su origen y su historia, pero de esta solo conocemos los últimos renglones del capítulo final. 



jueves, 13 de agosto de 2015

"Significado del libro" Artículo de Manuel Mateo Pérez publicado en ELMUNDO el día 2 de agosto 2015






Me ha gustado este artículo, a ver qué os parece.





EL MUNDO, 2 de agosto de 2015
Significado del libro
MANUEL MATEO PÉREZ | ILUSTRACIÓN DE DAVID PADILLA


Como la piel de la iguana, como un pólipo, como uno de esos seres abisales y desconocidos que habitan en las profundidades de las fosas, el libro es ese objeto que con independencia de todo debate sobrevivirá en el formato que conocemos desde que fue inventado hace cinco siglos. Es un superviviente. Han intentado darle forma de pantalla táctil, que es otra piel a la que nos hemos acostumbrado en pocos años, pero perdura su textura y su peso, las dimensiones que lo redujeron en el Diecinueve y su acomodo en las palmas de las manos. Su supervivencia no está solo en su materialidad, en el papel que junto a la cama, el retrete, el agua caliente en los días fríos de invierno es uno de los inventos más felices del hombre. Es fascinante la relación que se establece con ese objeto que se diría envejecido frente al aluminio y el plástico que ahora lo envuelve todo. Un papel impreso con la misma tinta que se conoce desde tiempos de China es capaz de sublevar nuestro estado de ánimo con el ímpetu con que lo hace la cercanía de las personas a las que amamos.
Pero su supervivencia, ante todo, está en su contenido que es una respuesta a nuestras preguntas, a nuestros miedos, a nuestras metas. Si un autor es alguien que necesita expresar lo que lleva dentro, un lector es quien necesita la vida de los otros para responderse a sí mismo. El autor impone su alma, sus miedos, su historia. Tratará de convencerse de que todo cuanto sale de su cabeza es una invención, pero eso no es cierto del todo porque cuanto escribe es una consecuencia de lo que anida y ha entendido de su vida. Picasso decía que después de Altamira todo es decadencia. ¿Lo es también después de la Odisea? De todos los axiomas que tanto gustan vociferar los escritores quizá el más atinado es aquel que nos asegura que todo autor escribe al final el mismo libro. Eso lo dijo no hace mucho Eco, pero ya nos había prevenido de esa certeza Flaubert y antes que él Teresa de Jesús en su Libro de la Vida. 
¿Y el lector? ¿En qué papel queda? En la cómoda situación de inmiscuirse en la vida del autor que es una forma sutil de vouyerismo al que el escritor se presta sin pudor alguno. En el acto de la lectura interviene la soledad y la concentración, el silencio, el aislamiento, y esas palabras se traducen en un hervidero donde imaginamos primero los rasgos físicos de las personas que protagonizan el libro, luego la personalidad y las circunstancias que le rodean, más tarde la conmiseración por el drama que padecen o la feliz participación en su dicha. Luego se crea en el lector algo hermoso: El autor nos sitúa a sus personajes en una ciudad, y esas calles por donde andan, aún sin conocerlas nosotros, las imaginamos como si hubiéramos crecido en ellas. ¿Coincide nuestra imaginación con la del escritor? Pocas veces. Pero eso es algo que nos da igual porque esas líneas dejaron de pertenecerle en el momento en que puso el punto y final a su manuscrito y los personajes cobraron independencia, se hicieron mayores de edad, se emanciparon y no han vuelto a dar señales de vida ni en días de cumpleaños. Esos protagonistas con los que epatamos, sus dramas, el paisaje donde viven, festejan o padecen, son ahora propiedad nuestra, de los lectores. Es una multipropiedad que se amplifica paradójicamente conforme el volumen crece en ventas. 
Llevo varios libros a la vez, los leo por momentos, unos por la mañana, otros por la noche. Me ha dado ahora por los clásicos. Pero es cuestión de ánimo. Hay algo seguro en ellos, un estado prístino y original que no ha variado por muchos siglos que hayan pasado desde que su autor los diera a imprenta. Y eso me convence de que no hay un acto más moderno que contar la historia de uno mismo -o de otros- y frente a eso leer lo que alguien al que no conocemos ha escrito sobre seres imaginarios que solo viven entre líneas. Es como cerrar el círculo, como concluir una tarea, como acabar por comprender un problema. Y eso me gusta. Y me hace sentirme bien en mi dualidad de autor y de lector a la vez.

lunes, 22 de junio de 2015

"Los premios literarios" Luis García Montero



He estado de vacaciones y traigo un montón de entradas en la cabeza que ofreceros. Pero mientras tanto, dejadme que os deje un artículo sobre el poder de las palabras.

Lo escribe el poeta Luis García Monter, está dedicado a Pedro Zerolo, y dice así:



Los premios literarios

Luis García Montero
A Pedro Zerolo
Me lo contó un amigo sacerdote. Ocurrió en la capilla del tanatorio de Motril. Oficiaba un funeral solitario. La muerte había sorprendido en el sur de España a un hombre del norte mientras viajaba con su mujer por la costa de Andalucía. En la capilla sólo estaban la viuda, el féretro y el sacerdote. Sin el ropaje de la familia, los amigos y la cercanía de la tierra propia, la tristeza del funeral duplicaba el peso de la desolación sobre los bancos vacíos. Era un trámite solitario camino del crematorio, las cenizas, la carretera y el desamparo. 

Antes de la última oración, el sacerdote pensó en hacer partícipe de la ceremonia a la viuda y le preguntó si quería decir algo. La mujer se levantó, se acercó al féretro y murmuró: “Aquí / no es diaria ni justa la existencia. / Bésame y resucita si es posible”. El nombre del poeta y las explicaciones de la cita literaria sorprendieron a mi amigo. Escribió para contármelo. Unos versos míos escritos en 1981 servían en el 2013 para que alguien habitase con sus recuerdos una capilla vacía y una oscuridad demasiado llena. 

Hace algunos años, en la feria del libro de El Retiro, se acercaron a la caseta en la que firmaba un hombre moreno y un hombre rubio. Me pidieron que no escribiese la dedicatoria en la portada, sino en un poema titulado Aunque tú no lo sepas. Pregunté el motivo y me contaron su historia. Habían mantenido durante meses una relación de amistad sin que ninguno de los dos se atreviese a hablar de amor. El hombre moreno decidió un día dar el paso. Aprovechando que el hombre rubio salía de viaje hacia Alicante, lo acompañó a la estación de Atocha y le dio un sobre, pidiendo que no lo abriese hasta que el tren estuviera en marcha. Dentro del sobre había un poema que hablaba del amor callado, silencioso, el deseo que vive de un modo cotidiano encerrado en la imaginación por miedo a que la realidad se llene cristales rotos.
 
El hombre rubio se bajó en la primera estación, compró un billete de vuelta a Madrid y fue en busca de su amor. Pedro Zerolo casó a la pareja años más tarde. Unos versos de 1994 interrumpieron un viaje en 2001, sirvieron para cambiar las vías de una historia y fueron recitados en una boda en 2005. Las palabras de un libro pertenecen a los lectores tanto como a los autores. Los sueños de los luchadores se hacen realidad al convertirse en un patrimonio común de la gente.

Estoy ahora en Quito, en un festival de poesía. Un joven poeta ecuatoriano me confiesa una deuda. Mientras leía un poema mío en la biblioteca de la Universidad, una muchacha se sentó a su lado. Al cabo de unos minutos iniciaron una conversación tímida, ella preguntó qué estaba leyendo y él recitó el poema. Unas semanas después ella volvió a recitarle el poema, ahora en el oído, justo antes de darle el primer beso: “…date por muerto, amor; / es un atraco, / tus labios o la vida”

El único premio literario importante lo recibe un escritor cuando tiene la suerte de comprobar que forma parte de la educación sentimental, la memoria y la vida de sus lectores.
Uno escribe versos y hace ficción por amor a la verdad. No hay belleza poética que no responda a la verdad. No me refiero, claro está, a la Verdad de los dogmas y las afirmaciones absolutas. Se trata de una versión más modesta: el respeto a uno mismo, la necesidad de no mentir, de no mentirnos, de definir un lugar más allá del cinismo, un espacio en el que no tenga sentido el juego de la relatividad.

El verdadero premio literario acontece cuando esa verdad deja de ser sólo nuestra para configurarse en la vida de los otros, allí donde se cumplen los destinos personales del amor y la muerte. El tiempo pasa de forma irremediable y las palabras con las que intentamos contener la vida también están llamadas a arder. Es así y es triste. Pero todo se da por bien empleado si el fuego encendido sirve para dar calor.

domingo, 21 de junio de 2015

Artículo de escritores y el café


Hoy nos vamos a desayunar un artículo sobre los escritores y el café. De "Libropatas", al final os dejo el enlace.

Espero que os guste:




A los escritores les gusta el café. Les gusta mucho. Tanto que no es nada difícil encontrar artículos en la prensa de medio mundo que se preguntan si se puede ser escritor sin beber esa sustancia. Por supuesto, las estadísticas de bebedores de café y profesiones dejan claro que los escritores son unos de sus principales consumidores. Claro que en todo hay grados. Y algunos beben más (o más raro) que otros.
1. Honoré de Balzac y su adición al café. ¿Era Honoré de Balzac un adicto al café? El escritor bebía unas 50 tazas de café diarias, ya que tenía una  rutina de trabajo bastante ‘salvaje’ (se levantaba para escribir a la 1 de la madrugada) y maratoniana (era capaz de estar trabajando 15 horas seguidas). Como nos explican en el fabuloso Rituales cotidianos: Cómo trabajan los artistas, el escritor tenía una forma curiosa de alternar períodos en los que no hacía nada con auténticas “orgías de trabajo”. Su entusiasmo por el café y sus efectos era tal que acabó comiendo directamente los granos de café.
2. Søren Kierkegaard y su colección. Kierkegaard escribía por las noches porque necesitaba el silencio, así que necesitaba café para mantenerse despierto. Lo tomaba con mucho azúcar y en una de las 50 tazas que poseía (a juego con su platillo). Todas eran distintas y su secretario tenía que elegir la que emplearía ese día. Luego tenía que explicar las razones por las que se había quedado con esa taza y no con cualquier otra.
3. Marcel Proust y su monótona alimentación. El café no le servía a Proust para mantenerse despierto… en realidad era lo único que tomaba. En su última etapa, cuando se encerró a escribir la monumental En busca del tiempo perdido solo se alimentaba de café con leche y croissants. Una dieta interesante. 
4. Voltaire y su record. Si Balzac era un adicto al café, el filósofo Voltaire lo era incluso más. Tomaba café de unas 50 a 72 veces por día, lo cual es posiblemente más de todo el café que nos tomamos cualquiera de nosotros en una semana. Teniendo en cuenta que durante su vida Voltaire escribió unas obra especialmente vasta, se entiende que el autor lo necesitaba. Además de beber café, también frecuentaba los cafés parisinos.

martes, 9 de junio de 2015

"Como comportarse en la Feria del Libro" Artículo de Carolina G. Miranda



Os dejo con un artículo sobre la Feria del Libro que me ha gustado, me hizo sonreír. 
A ver que os parece...

Por cierto, me gusta también mucho el cartel de este año de la Feria de Fernando Vicente (Madrid, 1963):  “Gráficamente sencillo, representa –en sus palabras– el flechazo que recibimos cuando la lectura nos atrapa y llegamos a pensar del libro que tenemos en la mano que alguien lo escribió para nosotros”.

El lema de esta septuagésimo cuarta edición es “El amor está en lo que tendemos / (puentes, palabras)”. Los dos versos iniciales de uno de los poemas incluidos en el poemario Breve son de José Ángel Valente, a quien así recordamos en el quince aniversario de su muerte.

Bueno os dejo ya con el artículo en cuestión.

Cómo comportarse en la Feria del Libro

Texto:  Carolina G. Miranda
Del 29 de mayo al 14 de junio, Madrid y su querido Parque de El Retiro viven el acontecimiento literario popular más esperado del año. Pero la Feria del Libro no es cualquier cosa: hay ciertas normas de comportamiento y urbanidad que no podemos dejar pasar.
Publicado el 29.05.2015
 

CUÁNDO IR
1) Elije bien la fecha: la feria tienes tres fines de semana. El primero y el último suelen estar de bote en bote. En realidad, los tres está de bote en bote y la gente de bien va entre semana (muuucho más tranquilo). Si puedes, permítetelo.
2) Los fines de semana hay muchas actividades y firmas, sí, pero entre semana también y, repetimos: disfrutarás de un paseo más relajado (luego no digas que no te avisamos).

QUÉ PONERSE
3) Ve bien equipado: agua, gorra, calzado cómodo y ropa fresca. Los hay que salen de allí torrados porque entre tanta lectura uno no se da cuenta de que en esta fecha ya pega.
4) Una cantimplora, pañuelo al cuello, botas de trecking y gorra es un uniforme apto para quienes se sienten guerrilleros de la cultura.
5) Aunque lo suyo es ir arreglado pero informal, con aires de intelectual, pero con sencillez. Sin pedantería, por favor. Con unas gafas de pasta y una camisa de cuadros bastará.
6/ Sabemos que quieres resultar efectista pero recuerda que hará calor.
7) Lleva dinero en efectivo a ser posible. Aunque casi todas las casetas aceptan tarjeta, sé un buen ciudadano y ahórrale al librero la comisión del banco, que ya que hacen descuento...
8) ABANICO que no falte. Si se te olvida, te comportarás como una señora empujando a coger uno de esos que reparten gratuitamente. Y puede quedar feo.

DATOS BÁSICOS


9) 
Para no andar dando tumbos y recorriendo hacia el lado opuesto del que te gusta, o llegar tarde a todas las actividades, una buena idea es leerse el programa.
 
10) Horario: como madrileño de pro que eresdas por hecho que a mediodía está abierta. Error. No vayas a mediodía creyéndote el más listo porque no habrá nadie. Efectivamente, no lo habrá y estará todo cerrado. 
Mira bien el horario para que no te pase esto.
 
11) Las editoriales pequeñas y las más jóvenes tienen allí a sus propios editores, nadie mejor que ellos para aconsejarte, recomendarte un título o hablarte de lo divino y de lo humano (pasan allí todo el día, agradecerán tu conversación y tú la suya).
12) Eso sí, procura no confundir al editor o librero con el escritor y preguntarle al pobre cuánto cuesta un libro que quizás ni siquiera es el suyo.
13) Pero pregunta a los autores tranquilamente sobre lo que quieras, están allí deseando encontrarse con sus lectores más allá de la firma.
14) Casetas: como en todo en la vida, hay categorías. Hay casetas para el gran público (librerías que te lo ponen fácily aglutinan best sellers, libros de cocina, etc.), casetas hipster (editoriales pequeñas y modernosas), casetas familiares (libros infantiles), casetas para concienciados (con libros de política, autoayuda..), y casetas que no le importan a nadie (¿alguien compra en las de los ministerios, por favor?).
15) Las casetas al sol también merecen ser visitadas, bastante mala suerte han tenido ya con que les toque el lado malo. Hay una excepción: las de los ministerios. No le importan a nadie.
 
Hay toda clase de libreros.


ACTITUD
16) No te quejes a los cinco minutos de que está lleno, ni del calor, ni de cuánta gente hay. Sonríe, que esto es la fiesta de la cultura
17) Señoras. Señoras que vienen a pasar la tarde a la feria sin otra intención que pasear. Ten compasión. Un día serás una de ellas. 
18) No te entretengas en exceso mirando si notas que te empujan por detrás. Si querías algo más relajado, haber ido entre semana.
19) No empujes (aunque te hayan empujado a ti). Es feo.
20) Si te decides a hacer colas, hazlas con elegancia, sin cara de “esto con la nueva alcaldesa no volverá a pasar”, porque sí: volverá a pasar.
21) Autores modernos: pon cara de que los conoces, puedes decir “ah, pues este título justo no lo he leído”.
22) No le quites la mirada al autor solitario, ese al que nadie le pide firmas. Tampoco le preguntes por el libro de otro. Piensa que siente un poco de pudor por estar tan expuesto, envidia por los que arrasan en la caseta de al lado, y que tiene mucho calor. Si no le vas a comprar, al menos sonríele.
23) Otra opción para no contribuir a hacer el mal es pasar en otro momento si el libro del menos famoso no te interesa.
Puedes encontrarte de todo.

24) Preguntar directamente a los libreros si es verdad que la feria es un poco un club privado y que quien no puede pagar el stand no está puede resultar un poco agresivo.
25) Mira el mapa, ya que si es fin de semana y consigues llegar a un extremo entre la marea humana y descubres que sólo están las casetas de los ministerios, cuando tú buscabas la de aquella editorial nueva de la que te han hablado, te enfadarás y gritarás que te parece que no sirven para nada. Y la feria es un lugar de buen rollo. No están bien vistos los escándalos.
26) Llevar un libro de casa (y no comprarlo) para que te lo firme tu autor favorito está mal visto.
27) Sacarse una foto con él, también (en la cola detrás de ti alguien esbozará una sonrisa malévola). Además, al llegar a casa, el careto del autor te disuadirá de que no le estaba haciendo gracia.
28) Un selfie con el autor sí que no.
29) Si no tienes dinero, puedes llevar libros desde casa y posturear para que parezca que has comprado un montón.
30) Si un periodista viene a preguntarte por cómo va la feria, seas librero, editor, autor o visitante, trata de ser original y (te lo pedimos por favor) no hables del buen o mal tiempo o de la cacareada remontada tras la crisis.
Haz las colas con elegancia.


LA HORA DEL DESCANSO
31) Tendrás que luchar por un hueco en su terraza como si estuvieras en hora punta en Malasaña.
32) Con frecuencia se montan picnics en las praderas cercanas, suma a la experiencia una buena comilona y un rato de descanso fresquito y muy apetecible. Coge una cesta y apúntate tú también.
33) Si prefieres bares y si tu bolsillo no anda muy lleno, prueba con las terrazas que lindan con el parque. Mucho más baratas.

NIÑOS
34) Déjales que miren los libros de superhéroes. No les metas por los ojos los libros que quieres que les gusten. Sé un padre respetuoso (al menos aquí, que hay público).
35) Si te pones nervioso porque los niños se van corriendo y se pierden entre el tumulto, haberlo pensando antes. ¿Dónde creías que ibas? (idea para relajarte: escríbeles con boli tu número de teléfono en un brazo).
36) Acéptalo: hoy te olvidas de la comida sana y la fruta, (además de uno o varios libros) tendrás que comprarles un helado, chucherías, o un globo, o algún merchandising de los espabilados que vienen a la feria y no son libreros. Es algo así como el impuesto revolucionario que hay que pagar por ir con niños.

domingo, 4 de enero de 2015

"Las mujeres son más jóvenes" Artículo de Javier Marías



Acabo de leer este artículo de Javier Marías sobre las mujeres y me ha encantado. Tenía que compartirlo con vosotros. Tengo que dar las gracias a mi amigo Xosé por compartirlo y darlo a conocer. Ha salido en el periódico El País de hoy, día 4 de enero.

No os lo perdáis.

http://elpais.com/elpais/2015/01/02/eps/1420214957_651529.html

Las mujeres son más jóvenes

Por casualidad las oí disfrutar con las amigas, compartir diversión y charla, con una especie de juvenilismo natural, no forzado ni impostado, irreductible


Es tanta la gente que hoy va por la calle con los oídos tapados por ­auriculares o por la voz que les chilla desde su móvil, que se pierden una de las cosas que a mí siempre me han gustado: frases sueltas o retazos mínimos de conversaciones que uno escucha involuntariamente a su paso. Si uno no pega el oído a propósito ni acompasa su andar al de los transeúntes locuaces –y eso no me parece bien hacerlo: es cotilleo–, le llega en verdad muy poco: en un diálogo escrito daría tan sólo para dos o tres líneas. Para alguien dado a imaginar tonterías, resulta sin embargo suficiente para hacerse una composición de lugar de la relación entre los hablantes, o figurarse un esbozo de cuento o historia. Hace unos días, al subir por Postigo de San Martín, oí una de esas ráfagas voladoras que me hizo sonreír y se me quedó en la cabeza. Pasé junto a tres mujeres que quizá estaban ya despidiéndose, paradas junto a una chocolatería, si mal no recuerdo. Eran de mediana edad, sin duda habían dejado atrás los cincuenta, aunque no me dio tiempo a reparar en su aspecto. Reían con ganas, se las notaba de excelente humor y contentas. Una de ellas dijo: “Qué bien estamos las mujeres”. Otra contestó rápida: “Ay, y que lo digas”. Y la tercera apostilló: “Y nos lo pasamos genial”. Yo continué mi marcha, eso fue todo. Pero capté bien el tono, y no era voluntarioso, sino ufano; no era que trataran de convencerse de lo que decían, sino que estaban plenamente convencidas y lo celebraban, como si pusieran una rúbrica verbal a lo bien que se lo habían pasado el rato que habían permanecido juntas. No sé muy bien por qué, me animaron y me hicieron gracia.
Han sido siempre en gran medida el elemento civilizatorio, las que han hecho la vida más amable
Sería difícil escuchar estos tres mismos comentarios en boca de hombres, y aún más en varones de edad parecida. Sería raro que se ensalzaran en tanto que sexo (“Qué bien estamos los hombres”), incluso que se rieran tan abiertamente y tan de buena gana como aquellas tres señoras simpáticas y tan conscientes de su enorme suerte. La suerte de disfrutar con las amigas, de compartir diversión y charla, con una especie de juvenilismo natural, no forzado ni impostado, irreductible. Llevo toda la vida observando que no hay demasiadas mujeres amargadas ni excesivamente melancólicas. Claro que las hay odiosas, y en la política abundan. Las hay que se esfuerzan por perder todo vestigio de humor y mostrarse duras; las hay de colmillo retorcido, venenosas y malvadas (legión las televisivas); tiránicas o brutas, zafias o de una antipatía que hiela la sangre; también las hay insoportablemente lánguidas, que han optado por andar por la vida como sufrientes heroínas románticas. Lejos de mi intención hacer una loa indiscriminada y aduladora, las hay de una crueldad extrema y las hay tan idiotas como el varón más imbécil. Pero, con todo, y pese a que hoy tiende a proliferar el tipo serio y severo, la mayoría posee un buen carácter, cuando no uno risueño. Cada vez que veo a matrimonios de cierta edad, pienso que más valdrá que muera antes el marido, porque conozco a bastantes viudos desolados y que no levantan cabeza nunca, que se apean del mundo y se descuidan y abotargan, que pierden la curiosidad y las ganas de seguir aprendiendo, que se convierten sólo en eso, en “pobres viudos” desganados y desconcertados. Y en cambio casi nunca he visto a sus equivalentes en mujeres. Apenas si hay “pobres viudas”, es decir, señoras o incluso ancianas que decidan recluirse, que no superen la pena, que pasen a un estado cuasi vegetativo, de pasividad e indiferencia. Por mucho que les duela la pérdida, suelen disponer de mayores recursos vitales, mayor resistencia, mayor capacidad para sobreponerse y encontrarle alicientes nuevos a la existencia.

De todos es sabido que las mujeres leen más, desde hace muchos años; pero también van más al cine, al teatro, a los conciertos y exposiciones, y las conferencias están llenas de ellas. Salen a pasear, a curiosear, quedan con sus amigas y viajan con ellas. He conocido a varias mujeres que ya habían cumplido los noventa (recuerdo sobre todo a María Rosa Alonso, estudiosa canaria amiga de mis padres, que aún me escribía con letra firme y mente clara e inquieta a los cien años) y se quejaban de que les faltaba tiempo para todo lo que querían hacer, o estudiar, o averiguar. Hablaban con la misma impaciencia por aumentar sus conocimientos que se percibe en los jóvenes despiertos, mantenían intactos su entusiasmo, su sentido del humor, su capacidad de indignación ante lo que encontraban injusto, su calidez, su risa pronta, su afectuosidad sin cursilería. Las mujeres han sido siempre en gran medida el elemento civilizatorio, las que han hecho la vida más alegre y más amable, y también más cariñosa, y también más compasiva. No hace falta recordar que son las que educan a todo el mundo en primera instancia y las que atienden y ayudan más a las personas cuando su final está cerca. En esas mujeres generosas (las hay que no lo son en absoluto), la generosidad no tiene límites. Pero, por encima de todo, mantienen en gran medida la juventud a la que muchos varones renunciamos en cuanto la edad nos lo reclama. Somos pocos los que no tenemos plena conciencia de los años que vamos cumpliendo, para atenernos a ellos. A numerosas mujeres les trae eso sin cuidado, para su suerte: están tan poseídas por sus energías de antaño que no hay manera de que las abandonen. “Y nos lo pasamos genial”. Cuán duradera es ya la sonrisa que me provocó esa frase celebratoria que cacé al vuelo.
elpaissemanal@elpais.es