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jueves, 13 de agosto de 2015

"Significado del libro" Artículo de Manuel Mateo Pérez publicado en ELMUNDO el día 2 de agosto 2015






Me ha gustado este artículo, a ver qué os parece.





EL MUNDO, 2 de agosto de 2015
Significado del libro
MANUEL MATEO PÉREZ | ILUSTRACIÓN DE DAVID PADILLA


Como la piel de la iguana, como un pólipo, como uno de esos seres abisales y desconocidos que habitan en las profundidades de las fosas, el libro es ese objeto que con independencia de todo debate sobrevivirá en el formato que conocemos desde que fue inventado hace cinco siglos. Es un superviviente. Han intentado darle forma de pantalla táctil, que es otra piel a la que nos hemos acostumbrado en pocos años, pero perdura su textura y su peso, las dimensiones que lo redujeron en el Diecinueve y su acomodo en las palmas de las manos. Su supervivencia no está solo en su materialidad, en el papel que junto a la cama, el retrete, el agua caliente en los días fríos de invierno es uno de los inventos más felices del hombre. Es fascinante la relación que se establece con ese objeto que se diría envejecido frente al aluminio y el plástico que ahora lo envuelve todo. Un papel impreso con la misma tinta que se conoce desde tiempos de China es capaz de sublevar nuestro estado de ánimo con el ímpetu con que lo hace la cercanía de las personas a las que amamos.
Pero su supervivencia, ante todo, está en su contenido que es una respuesta a nuestras preguntas, a nuestros miedos, a nuestras metas. Si un autor es alguien que necesita expresar lo que lleva dentro, un lector es quien necesita la vida de los otros para responderse a sí mismo. El autor impone su alma, sus miedos, su historia. Tratará de convencerse de que todo cuanto sale de su cabeza es una invención, pero eso no es cierto del todo porque cuanto escribe es una consecuencia de lo que anida y ha entendido de su vida. Picasso decía que después de Altamira todo es decadencia. ¿Lo es también después de la Odisea? De todos los axiomas que tanto gustan vociferar los escritores quizá el más atinado es aquel que nos asegura que todo autor escribe al final el mismo libro. Eso lo dijo no hace mucho Eco, pero ya nos había prevenido de esa certeza Flaubert y antes que él Teresa de Jesús en su Libro de la Vida. 
¿Y el lector? ¿En qué papel queda? En la cómoda situación de inmiscuirse en la vida del autor que es una forma sutil de vouyerismo al que el escritor se presta sin pudor alguno. En el acto de la lectura interviene la soledad y la concentración, el silencio, el aislamiento, y esas palabras se traducen en un hervidero donde imaginamos primero los rasgos físicos de las personas que protagonizan el libro, luego la personalidad y las circunstancias que le rodean, más tarde la conmiseración por el drama que padecen o la feliz participación en su dicha. Luego se crea en el lector algo hermoso: El autor nos sitúa a sus personajes en una ciudad, y esas calles por donde andan, aún sin conocerlas nosotros, las imaginamos como si hubiéramos crecido en ellas. ¿Coincide nuestra imaginación con la del escritor? Pocas veces. Pero eso es algo que nos da igual porque esas líneas dejaron de pertenecerle en el momento en que puso el punto y final a su manuscrito y los personajes cobraron independencia, se hicieron mayores de edad, se emanciparon y no han vuelto a dar señales de vida ni en días de cumpleaños. Esos protagonistas con los que epatamos, sus dramas, el paisaje donde viven, festejan o padecen, son ahora propiedad nuestra, de los lectores. Es una multipropiedad que se amplifica paradójicamente conforme el volumen crece en ventas. 
Llevo varios libros a la vez, los leo por momentos, unos por la mañana, otros por la noche. Me ha dado ahora por los clásicos. Pero es cuestión de ánimo. Hay algo seguro en ellos, un estado prístino y original que no ha variado por muchos siglos que hayan pasado desde que su autor los diera a imprenta. Y eso me convence de que no hay un acto más moderno que contar la historia de uno mismo -o de otros- y frente a eso leer lo que alguien al que no conocemos ha escrito sobre seres imaginarios que solo viven entre líneas. Es como cerrar el círculo, como concluir una tarea, como acabar por comprender un problema. Y eso me gusta. Y me hace sentirme bien en mi dualidad de autor y de lector a la vez.

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