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EL MUNDO,
2 de agosto de 2015
Significado del libro
MANUEL MATEO PÉREZ | ILUSTRACIÓN DE DAVID PADILLA
Como
la piel de la iguana, como un pólipo, como uno de esos seres abisales y
desconocidos que habitan en las profundidades de las fosas, el libro es ese
objeto que con independencia de todo debate sobrevivirá en el formato que
conocemos desde que fue inventado hace cinco siglos. Es un superviviente.
Han intentado darle forma de pantalla táctil, que es otra piel a la que nos
hemos acostumbrado en pocos años, pero perdura su textura y su peso, las
dimensiones que lo redujeron en el Diecinueve y su acomodo en las palmas de las
manos. Su supervivencia no está solo en su materialidad, en el papel que
junto a la cama, el retrete, el agua caliente en los días fríos de invierno es
uno de los inventos más felices del hombre. Es fascinante la relación que se
establece con ese objeto que se diría envejecido frente al aluminio y el
plástico que ahora lo envuelve todo. Un papel impreso con la misma tinta que se
conoce desde tiempos de China es capaz de sublevar nuestro estado de ánimo con
el ímpetu con que lo hace la cercanía de las personas a las que amamos.
Pero su supervivencia, ante
todo, está en su contenido que es una respuesta a nuestras preguntas, a
nuestros miedos, a nuestras metas. Si un autor es alguien que necesita
expresar lo que lleva dentro, un lector es quien necesita la vida de los otros
para responderse a sí mismo. El autor impone su alma, sus miedos, su historia.
Tratará de convencerse de que todo cuanto sale de su cabeza es una invención,
pero eso no es cierto del todo porque cuanto escribe es una consecuencia de lo
que anida y ha entendido de su vida. Picasso decía que después de Altamira todo
es decadencia. ¿Lo es también después de la Odisea? De todos los axiomas que
tanto gustan vociferar los escritores quizá el más atinado es aquel que nos
asegura que todo autor escribe al final el mismo libro. Eso lo dijo no hace
mucho Eco, pero ya nos había prevenido de esa certeza Flaubert y antes que él
Teresa de Jesús en su Libro de la Vida.
¿Y el lector? ¿En qué papel
queda? En la cómoda situación de inmiscuirse en la vida del autor que es una
forma sutil de vouyerismo al que el escritor se presta sin pudor alguno. En
el acto de la lectura interviene la soledad y la concentración, el silencio, el
aislamiento, y esas palabras se traducen en un hervidero donde imaginamos
primero los rasgos físicos de las personas que protagonizan el libro, luego la
personalidad y las circunstancias que le rodean, más tarde la conmiseración por
el drama que padecen o la feliz participación en su dicha. Luego se crea en
el lector algo hermoso: El autor nos sitúa a sus personajes en una ciudad, y
esas calles por donde andan, aún sin conocerlas nosotros, las imaginamos como
si hubiéramos crecido en ellas. ¿Coincide nuestra imaginación con la del
escritor? Pocas veces. Pero eso es algo que nos da igual porque esas líneas
dejaron de pertenecerle en el momento en que puso el punto y final a su
manuscrito y los personajes cobraron independencia, se hicieron mayores de
edad, se emanciparon y no han vuelto a dar señales de vida ni en días de
cumpleaños. Esos protagonistas con los que epatamos, sus dramas, el paisaje
donde viven, festejan o padecen, son ahora propiedad nuestra, de los lectores.
Es una multipropiedad que se amplifica paradójicamente conforme el volumen
crece en ventas.
Llevo varios libros a la vez,
los leo por momentos, unos por la mañana, otros por la noche. Me ha dado ahora
por los clásicos. Pero es cuestión de ánimo. Hay algo seguro en ellos, un
estado prístino y original que no ha variado por muchos siglos que hayan pasado
desde que su autor los diera a imprenta. Y eso me convence de que no hay un
acto más moderno que contar la historia de uno mismo -o de otros- y frente a
eso leer lo que alguien al que no conocemos ha escrito sobre seres imaginarios
que solo viven entre líneas. Es como cerrar el círculo, como concluir una tarea,
como acabar por comprender un problema. Y eso me gusta. Y me hace sentirme bien
en mi dualidad de autor y de lector a la vez.
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