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domingo, 30 de enero de 2022

"Precipicios habitados" de Mar Horno

 


Sentí un ruido de fondo y, para ver de dónde provenía, apagué la televisión. No lo dejaba de escuchar pero no lograba descifrar el origen. Me acerqué hasta el ordenador y también lo apagué. Y en el silencio presté aún más atención. Que raro, pensé, parece que viene de la librería. Y me acerqué despacio.

Entonces el murmullo se volvió más audible. Era tan leve que costaba centrarse en él. Pero sí, era un suave crujido a hoja, a palabra, a letra. ¡Estan hablando entre ellos!

Sonaban a queja, a suspiro, a tristeza. No querían que se fuera. ¿Quién? me pregunté.

Y entonces escuché su nombre, su título: "Precipicios habitados". De Mar Horno, pensé casi a continuación. Y, sin proponérmelo, asentí con la cabeza.

Comprendía que no quisieran desprenderse de su compañía. Era un libro distinto a la mayoría de los que compartían al apretado espacio de esos estantes. No era ninguna novela, no era de viajes, no era de psicología ni de asuntos del lenguaje. Era un libro de microrrelatos. Y de esos, apenas hay en mi librería. Pero sobre todo era un universo de pequeñas historias completas. No les faltaba detalle. Eran pura literatura en pocas palabras. Eran relatos cortos pero profundos, crecían más allá de haberse terminado. Te dejaban perplejo, intrigado, inquieto. Y en eso se traducía su valor. 

Miré a mis libros en silencio. Yo tampoco quería que se fuera, pensé. Pero los libros prestados hay que devolverlos. En eso no hay vuelta de hoja, les dije con una de esas frases de doble sentido que les gustan porque nacieron de ellos. "Precipios habitados" es uno de esos libros, que vienen a ti, tú no los has buscado. "Toma, te va a gustar, te lo dejo". Y yo había oído hablar de esta autora pero no había leído nada de ella. Y me lo guardé. A veces nosotros no elegimos los libros, ellos nos eligen. Unas veces para siempre, otras para una temporada.

Comprendía el rumor quejoso de mis libros, el murmullo triste de la despedida. Pero tenemos suerte, lo hemos tenido, les dije, ahora tiene que irse para que otros lo disfruten. 

Que sí, que vale, no nos cuentes rollos que ya lo sabemos. Contestaron los que ya tienen unos años. Los libros adolescentes también se ponen impertinentes. 

Pero yo les quiero igual. Igual también que a los que están de paso. 


"Precipios habitados" de Mar Hornos, no os olvideis.


"El piso era muy barato. Estaba en una calle estrecha, casi pegado a la iglesia. Si te inclinabas por encima del balcón podías tocar las gárgoles de los aleros. El viejo, ya tan solo, tan impar, tan inhabitado, empezó a hablarles a la luz de la luna. A dejarles alguna chuchería. A leerles poemas. Antes de acostarse, se despedía de ellas con la mano. Fue una buena estrategia. Los anteriores inquilinos no sobrevivieron a los mordiscos. Estos monstruos sienten una atracción irresistible por el miedo. Lo huelen y atacan. pero respetan la amabilidad."

Página 82


Dos platos de más

Cuando llega a casa, el padre siempre cuelga la chaqueta en la percha y se lava las manos. Los encuentra sentados ya a la mesa, esperándolo para cenar. Limpios aseados. Él les acaricia el pelo, los besa, y les preguntaba qué tal les ha ido el colegio o cuándo será la exposición de ciencias. Ellos, sonríen como ángeles, y obedientes se comen todo el puré. La madre llega un poco más tarde de trabajar y al oir el parloteo en la cocina, se va directamente al dormitorio y se toma sus pastillas. Un día, cansada de seguir cuerda después de la desgracia, se ahorcó de la lámpara de la maldita cocina. Desde entonces el padre ya no prepara la cena. Ahora, cada domingo, los agarra de las invisibles manitas y los lleva a ver a su madre al cementerio.

Página 51




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