Allá por el año 2002 en un certamen literario que hacen en Motril premiaron uno de mis relatos: “Mi padre decía que Dios era malabarista…” Uno de los relatos más largos que he escrito.
Ocurrió al mismo tiempo que me premiaban otro en Cádiz con tan solo un día de diferencia. Son esas cosas buenas que de vez en cuando te trae la vida.
Era mayo. No puedo evitar sonreír al acordarme.
Una amiga y yo alquilamos un coche y aprovechamos para ir parando en todas las playas que había entre Cádiz y Motril. Un viaje redondo, como las bolas de los malabaristas.
Esos son los buenos recuerdos, los que vuelven colgando de una sonrisa.
Ocurrió al mismo tiempo que me premiaban otro en Cádiz con tan solo un día de diferencia. Son esas cosas buenas que de vez en cuando te trae la vida.
Era mayo. No puedo evitar sonreír al acordarme.
Una amiga y yo alquilamos un coche y aprovechamos para ir parando en todas las playas que había entre Cádiz y Motril. Un viaje redondo, como las bolas de los malabaristas.
Esos son los buenos recuerdos, los que vuelven colgando de una sonrisa.
Espero que os guste.
Mi padre decía que Dios era malabarista...
"Usted cree en un Dios que juega a los dados, y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente, y el cual, de forma insensatamente
especulativa, estoy tratando de comprender[...]"
Einstein
especulativa, estoy tratando de comprender[...]"
Einstein
Stephen Hawking
Mi padre decía que Dios era malabarista.
“Un maldiiiiiiito malabariiiiista” decía con voz gangosa y arrastrando las letras con tanta determinación como a él le arrastraba la botella.
“Mira chaval, cada tarde Dios, ¿me oyes bien? Dios... acércame la botella que con tanto discurso se me queda seca la boca... ¡coooojonudo este vinito, coooojonudo! Cómo te iba diciendo, mocoso, Dios cada tarde se coge las bolas donde están todas las cosas buenas de este jooooodiiiido mundo y grita “Oye, tú Satanás, saca tus bolas que nos echamos un duelo” y entonces... La botella, pásame la botella chaval que me tiés sediento... ¿Te he dicho alguna vez que ésto está cojoooonudo? Si señor, cojoooonudo el tintito... ¿Y por dónde íííbamos...? Ah sí, pues Satanás que siempre está dispuesto a marcarse un tanto, saca sus bolas, esas bolas negras como el infierno donde tié metidas todas las miserias de este puñeeeeteeero mundo... y le acepta el reto... La botella, la botella desgraciaaao ¿No ves que tu padre se queda sin saliva?... Huuuummm esto es vida... si señor, lo mejor, lo mejor después de chingar... en fin chaval que pierdo el hilo, tira Dios sus bolas al aire, tira Satanás las suyas... ¿Y que crees que pasa? Pues que si “el de allá arriba” tiene el día inspirao nace gente como mi madre que en gloria esté, una santa... alcánzame otra botella que ya no meten na en ellas, otra botella, que tengo que brindar por la madre que me parió... Así me gusta, tu llegaaaarás lejos mocoso... mu, mu lejos, y venga, otro traguito por mi padre... Huuummm... pues eso como iba diciendo que tira Dios y nacen personas como tu abuela, pero cuando es Satanás el que tiene todas sus bolas en el aire, estamos jodíos chaval, jodíos, porque entonces es cuando nace gente como nosotros, unos pooooobres diaaaaaablos, ¿Me has oído? Unos poooobres diaaablos..., pasa, pásame la botella....que me está matando esta sed...”
Dios era un maldito malabarista y mi padre un jodido borracho que echaba al aire y hacía girar unas historias maravillosas... Un loco y genial malabarista de cuentos con los que disfrazaba ante mis ojos infantiles sus delirios de alcohol.
Mientras tanto mi madre, permanentemente embarazada, luchaba cada día por ganar el dinero que él iba empapando de tasca en tasca. Empapando tanto, como fueron mojando las lágrimas de mi madre la otra mitad de mi infancia; lágrimas desobedientes que luchaba por disimular mientras sus labios intentaban sonreírnos al negarnos de nuevo cualquier capricho.
Pero solo sonreían sus labios, sus ojos nunca vi sonreír.
Aquella niñez que a mi hermano le convirtió en un rebelde sin causa, a mí me volvió un niño tímido y retraído que se desdibujaba sentado en su pupitre. Y si la vida no era un paraíso en casa, tampoco lo era mucho más en la escuela.
Yo era aquel crío que lo intentaba una y otra vez, una y otra, pero no conseguía juntar con acierto las letras para que hilaran frases con algún sentido; aquellos dibujitos rebeldes y retorcidos que me miraban burlonamente desde el cuaderno, se me antojaban hormiguitas en procesión, jugaban conmigo al escondite y se ocultaban maliciosamente, en cuánto me descuidaba, amontonándose unos detrás de otros. Y las consonantes sueltas, las consonantes sin vocales no me susurraban ninguna idea que pareciera más coherente que cualquiera de los discursos etílicos de mi padre.
Tanta era mi angustia que las noches se poblaban de pesadillas en las que enormes ejércitos de letras y números armados hasta los dientes me perseguían sin descanso. Y después de tanta loca carrera literaria y nocturna, me levantaba tan agotado que a la mañana siguiente a la menor oportunidad me vencía el sueño sobre el pupitre.
Raro era el día en que mi hermano, tras una lamentable actuación más en el encerado, no tenía que pegarse con algún compañero para defenderme de sus risas e insultos.
“¿Qué pasa Richi que es mucho esfuerzo leer dos palabras seguidas, no? ¡Ah! ¿que no ha leído dos...?, ¡que ha sido una!!! ¡Una chicos, Richi ha conseguido leer una palabra, UNA PALABRA, chicos...! Que esfuerzo... Debes estar cansado ¿no?, ¿No te duele la cabeza, chaval? Te debe doler un montón... después de haber leído tanto... Richi no saaabeee leer, no saaaaabe, no saaaaabe, no tiene ni ideeeeeea.... Richi no saaaabe leeeeeer... Pero un momento chicos, cuidado, a lo mejor es que no entiende la palabra LEER, le-er, Richi ¿Tu sabes que quiere decir le-er? A ver Richi mira mis labios: le-er...le-er... Richi no saaaabe leeeeer., no sabe, no sabe, no saaaaabe....”
Ahora que lo pienso, quizás lo único dulce de mi infancia fueron los momentos que pasábamos con la nariz aplastada contra el escaparate de la pastelería de enfrente. Aquellos breves momentos en que disfrutábamos con los colores y las formas de todos esos caramelos y bombones... solo mirando y mirando, solo imaginando cual sería su sabor.
Mi madre dejó de estar embarazada cuando nació el octavo de mis hermanos, ese día mi padre se marchó a celebrar el nuevo niño... y ya no volvió más.
Mi madre lejos de echarle de menos, transcurrido el tiempo prudencial en que las autoridades pudieron formalmente darle por desaparecido, nos limpió los mocos, se arregló el pelo y con un profundo suspiro, respiró aliviada. Fue precisamente en ese momento cuando se prometió con determinación que sí se le ocurría volver, ella misma se encargaría de hacerlo desaparecer de una vez por todas, y durante un breve segundo sonrieron algo más que sus labios.
“Bueno niños decididamente vuestro padre, “Vuestro gran y cuentista padre”, ¡gracias a Dios! se ha ido. Venga Richi cariño, no pongas esa cara, si él estará bien, andará por ahí contando sus historias a cuántas orejas quieran perder el tiempo escuchándole. Ojalá que sean muchas y durante mucho tiempo... No le necesitamos ¿me habéis oído bien? No le necesitamos... ya no. Mejor dicho, lo que vamos a estar es infinitamente mejor sin él. Por fin... Lo único que siento es todos los años ingratos que no os puedo devolver... Pero nosotros estamos juntos y somos fuertes... vamos a tener que trabajar mucho, vosotros dos que sois los mayorcitos tendréis que ayudarme con vuestros hermanos... os prometo que solo son unos pocos años, enseguida ellos crecerán también... pero el dinero que tengamos nos va a lucir ¿sabéis? Nos va a lucir... Nos los vamos a comer, nos va a vestir, nos va a ayudar a seguir adelante, desde luego que vamos a salir adelante... no vamos a ir tirándolo por ahí de bar en bar... No, eso nunca más, juro solemnemente que nunca mas...”
Como consecuencia de una mágica y extraña asociación que nació en mi mente, aquel día también desaparecieron las pesadillas, cada vez que en ellas surgían aquellos ejércitos de letras y números armados hasta los dientes, las enormes y negras bolas de Satanás caían sobre ellas, aniquilándolas también de una vez por todas.
Y la nieve de todos aquellos duros inviernos fue cayendo suavemente sobre nuestros hombros.
De la escuela a casa, de la casa a la escuela, mi hermano y yo teníamos que ocuparnos de los pequeños mientras mi madre salía a trabajar. Y estábamos todos tan atareados que sin darnos cuenta a aquel niño tímido y retraído que yo era se le fueron quedando cortos pantalones tras pantalones, y un buen día descubrí al lavarme la cara que el niño tímido se había ocultado para siempre y sin despedirse en el interior del adolescente imberbe y desgarbado que terminé siendo.
El tiempo dicen que cura las heridas pero mi alma había decidido mantener su actitud sufridora a pesar de los años. Y aunque en mi infancia hubo poco de especial, hábilmente me empeñé en volver la vista atrás viendo solo los escasos momentos felices que tuvo, y esa no, esa no es la mejor manera de echar a andar.
Pero aún no lo sabía.
Como le ocurre a cualquier adolescente el otro sexo empezó a causarme problemas. Las chicas no se fijaban en mí, mi timidez dificultaba mucho las relaciones con ellas que disfrutaban infinitamente más con las risas y el descaro de mi hermano mayor. Y a pesar de que éste, mi fiel ángel de la guarda, procuraba siempre citarse con aquellas que tuvieran una amiga, una prima o una hermana menor que pudiera acompañarme, yo siempre con mis escasas habilidades sociales terminaba espantándolas.
“Pero chaval si es que te lo montas mal... Tú que te tragaste todos los sermones del viejo, cuéntales alguna de sus historias –me decía mi hermano- estoy seguro que te las sabes todas, eres el único pobrecillo que le soportaba, el único que le oía siempre. Y me refiero a escucharle, porque oírle todos disimulábamos que le oíamos... ¡joder, cualquiera no lo hacía...! Te las has tragado más de un millón de veces, cuéntaselas tío, fliparán... no seas tonto que de esto entiendo más que tú, a ellas les van esos rollos, sorpréndelas..., pero macho si es que lo sé, lo sé, haz caso a tu hermano mayor si algo tenía de bueno aquel borracho eran sus cuentos...”
Pero no, yo no le hacía caso.
Aquellas historias mágicas decoradas de tacos e insultos donde las palabras se estiraban y estiraban hasta alcanzar la justa medida con que escapaban de la boca pastosa de mi padre, eran mías y solo mías. Eran la única herencia que me habían dejado todos aquellos paseos acarreando botellas y botellas desde la bodega hasta el sillón desde donde mi padre me hablaba. Eran mi particular forma de acabar con las pesadillas, eran mi defensa ante el mundo.
Se me habían olvidado los insultos, los malos días de mi madre, la pobreza, los vómitos con que ponía mi padre el fin a cada uno de sus cuentos.
Había olvidado todo lo malo disfrazándolo de lo único bueno que tuvieron aquellos días, el sabor imaginario de los dulces que había tras aquel cristal.
Y aquello fue lo que me pareció encontrar cuando me besaron por primera vez, aquella sensación húmeda y cosquilleante de aquella lengua entrelazándose con la mía, aquella sensación de intimidad tan agradable, ese tacto tan suave en mi boca... como un dulce deshaciéndose... aquello tenía que ser el sabor que yo siempre había imaginado ante la visión de todos aquellos colores y formas que tenían los bombones y pasteles del escaparate de mi infancia.
“Un maldiiiiiiito malabariiiiista” decía con voz gangosa y arrastrando las letras con tanta determinación como a él le arrastraba la botella.
“Mira chaval, cada tarde Dios, ¿me oyes bien? Dios... acércame la botella que con tanto discurso se me queda seca la boca... ¡coooojonudo este vinito, coooojonudo! Cómo te iba diciendo, mocoso, Dios cada tarde se coge las bolas donde están todas las cosas buenas de este jooooodiiiido mundo y grita “Oye, tú Satanás, saca tus bolas que nos echamos un duelo” y entonces... La botella, pásame la botella chaval que me tiés sediento... ¿Te he dicho alguna vez que ésto está cojoooonudo? Si señor, cojoooonudo el tintito... ¿Y por dónde íííbamos...? Ah sí, pues Satanás que siempre está dispuesto a marcarse un tanto, saca sus bolas, esas bolas negras como el infierno donde tié metidas todas las miserias de este puñeeeeteeero mundo... y le acepta el reto... La botella, la botella desgraciaaao ¿No ves que tu padre se queda sin saliva?... Huuuummm esto es vida... si señor, lo mejor, lo mejor después de chingar... en fin chaval que pierdo el hilo, tira Dios sus bolas al aire, tira Satanás las suyas... ¿Y que crees que pasa? Pues que si “el de allá arriba” tiene el día inspirao nace gente como mi madre que en gloria esté, una santa... alcánzame otra botella que ya no meten na en ellas, otra botella, que tengo que brindar por la madre que me parió... Así me gusta, tu llegaaaarás lejos mocoso... mu, mu lejos, y venga, otro traguito por mi padre... Huuummm... pues eso como iba diciendo que tira Dios y nacen personas como tu abuela, pero cuando es Satanás el que tiene todas sus bolas en el aire, estamos jodíos chaval, jodíos, porque entonces es cuando nace gente como nosotros, unos pooooobres diaaaaaablos, ¿Me has oído? Unos poooobres diaaablos..., pasa, pásame la botella....que me está matando esta sed...”
Dios era un maldito malabarista y mi padre un jodido borracho que echaba al aire y hacía girar unas historias maravillosas... Un loco y genial malabarista de cuentos con los que disfrazaba ante mis ojos infantiles sus delirios de alcohol.
Mientras tanto mi madre, permanentemente embarazada, luchaba cada día por ganar el dinero que él iba empapando de tasca en tasca. Empapando tanto, como fueron mojando las lágrimas de mi madre la otra mitad de mi infancia; lágrimas desobedientes que luchaba por disimular mientras sus labios intentaban sonreírnos al negarnos de nuevo cualquier capricho.
Pero solo sonreían sus labios, sus ojos nunca vi sonreír.
Aquella niñez que a mi hermano le convirtió en un rebelde sin causa, a mí me volvió un niño tímido y retraído que se desdibujaba sentado en su pupitre. Y si la vida no era un paraíso en casa, tampoco lo era mucho más en la escuela.
Yo era aquel crío que lo intentaba una y otra vez, una y otra, pero no conseguía juntar con acierto las letras para que hilaran frases con algún sentido; aquellos dibujitos rebeldes y retorcidos que me miraban burlonamente desde el cuaderno, se me antojaban hormiguitas en procesión, jugaban conmigo al escondite y se ocultaban maliciosamente, en cuánto me descuidaba, amontonándose unos detrás de otros. Y las consonantes sueltas, las consonantes sin vocales no me susurraban ninguna idea que pareciera más coherente que cualquiera de los discursos etílicos de mi padre.
Tanta era mi angustia que las noches se poblaban de pesadillas en las que enormes ejércitos de letras y números armados hasta los dientes me perseguían sin descanso. Y después de tanta loca carrera literaria y nocturna, me levantaba tan agotado que a la mañana siguiente a la menor oportunidad me vencía el sueño sobre el pupitre.
Raro era el día en que mi hermano, tras una lamentable actuación más en el encerado, no tenía que pegarse con algún compañero para defenderme de sus risas e insultos.
“¿Qué pasa Richi que es mucho esfuerzo leer dos palabras seguidas, no? ¡Ah! ¿que no ha leído dos...?, ¡que ha sido una!!! ¡Una chicos, Richi ha conseguido leer una palabra, UNA PALABRA, chicos...! Que esfuerzo... Debes estar cansado ¿no?, ¿No te duele la cabeza, chaval? Te debe doler un montón... después de haber leído tanto... Richi no saaabeee leer, no saaaaabe, no saaaaabe, no tiene ni ideeeeeea.... Richi no saaaabe leeeeeer... Pero un momento chicos, cuidado, a lo mejor es que no entiende la palabra LEER, le-er, Richi ¿Tu sabes que quiere decir le-er? A ver Richi mira mis labios: le-er...le-er... Richi no saaaabe leeeeer., no sabe, no sabe, no saaaaabe....”
Ahora que lo pienso, quizás lo único dulce de mi infancia fueron los momentos que pasábamos con la nariz aplastada contra el escaparate de la pastelería de enfrente. Aquellos breves momentos en que disfrutábamos con los colores y las formas de todos esos caramelos y bombones... solo mirando y mirando, solo imaginando cual sería su sabor.
Mi madre dejó de estar embarazada cuando nació el octavo de mis hermanos, ese día mi padre se marchó a celebrar el nuevo niño... y ya no volvió más.
Mi madre lejos de echarle de menos, transcurrido el tiempo prudencial en que las autoridades pudieron formalmente darle por desaparecido, nos limpió los mocos, se arregló el pelo y con un profundo suspiro, respiró aliviada. Fue precisamente en ese momento cuando se prometió con determinación que sí se le ocurría volver, ella misma se encargaría de hacerlo desaparecer de una vez por todas, y durante un breve segundo sonrieron algo más que sus labios.
“Bueno niños decididamente vuestro padre, “Vuestro gran y cuentista padre”, ¡gracias a Dios! se ha ido. Venga Richi cariño, no pongas esa cara, si él estará bien, andará por ahí contando sus historias a cuántas orejas quieran perder el tiempo escuchándole. Ojalá que sean muchas y durante mucho tiempo... No le necesitamos ¿me habéis oído bien? No le necesitamos... ya no. Mejor dicho, lo que vamos a estar es infinitamente mejor sin él. Por fin... Lo único que siento es todos los años ingratos que no os puedo devolver... Pero nosotros estamos juntos y somos fuertes... vamos a tener que trabajar mucho, vosotros dos que sois los mayorcitos tendréis que ayudarme con vuestros hermanos... os prometo que solo son unos pocos años, enseguida ellos crecerán también... pero el dinero que tengamos nos va a lucir ¿sabéis? Nos va a lucir... Nos los vamos a comer, nos va a vestir, nos va a ayudar a seguir adelante, desde luego que vamos a salir adelante... no vamos a ir tirándolo por ahí de bar en bar... No, eso nunca más, juro solemnemente que nunca mas...”
Como consecuencia de una mágica y extraña asociación que nació en mi mente, aquel día también desaparecieron las pesadillas, cada vez que en ellas surgían aquellos ejércitos de letras y números armados hasta los dientes, las enormes y negras bolas de Satanás caían sobre ellas, aniquilándolas también de una vez por todas.
Y la nieve de todos aquellos duros inviernos fue cayendo suavemente sobre nuestros hombros.
De la escuela a casa, de la casa a la escuela, mi hermano y yo teníamos que ocuparnos de los pequeños mientras mi madre salía a trabajar. Y estábamos todos tan atareados que sin darnos cuenta a aquel niño tímido y retraído que yo era se le fueron quedando cortos pantalones tras pantalones, y un buen día descubrí al lavarme la cara que el niño tímido se había ocultado para siempre y sin despedirse en el interior del adolescente imberbe y desgarbado que terminé siendo.
El tiempo dicen que cura las heridas pero mi alma había decidido mantener su actitud sufridora a pesar de los años. Y aunque en mi infancia hubo poco de especial, hábilmente me empeñé en volver la vista atrás viendo solo los escasos momentos felices que tuvo, y esa no, esa no es la mejor manera de echar a andar.
Pero aún no lo sabía.
Como le ocurre a cualquier adolescente el otro sexo empezó a causarme problemas. Las chicas no se fijaban en mí, mi timidez dificultaba mucho las relaciones con ellas que disfrutaban infinitamente más con las risas y el descaro de mi hermano mayor. Y a pesar de que éste, mi fiel ángel de la guarda, procuraba siempre citarse con aquellas que tuvieran una amiga, una prima o una hermana menor que pudiera acompañarme, yo siempre con mis escasas habilidades sociales terminaba espantándolas.
“Pero chaval si es que te lo montas mal... Tú que te tragaste todos los sermones del viejo, cuéntales alguna de sus historias –me decía mi hermano- estoy seguro que te las sabes todas, eres el único pobrecillo que le soportaba, el único que le oía siempre. Y me refiero a escucharle, porque oírle todos disimulábamos que le oíamos... ¡joder, cualquiera no lo hacía...! Te las has tragado más de un millón de veces, cuéntaselas tío, fliparán... no seas tonto que de esto entiendo más que tú, a ellas les van esos rollos, sorpréndelas..., pero macho si es que lo sé, lo sé, haz caso a tu hermano mayor si algo tenía de bueno aquel borracho eran sus cuentos...”
Pero no, yo no le hacía caso.
Aquellas historias mágicas decoradas de tacos e insultos donde las palabras se estiraban y estiraban hasta alcanzar la justa medida con que escapaban de la boca pastosa de mi padre, eran mías y solo mías. Eran la única herencia que me habían dejado todos aquellos paseos acarreando botellas y botellas desde la bodega hasta el sillón desde donde mi padre me hablaba. Eran mi particular forma de acabar con las pesadillas, eran mi defensa ante el mundo.
Se me habían olvidado los insultos, los malos días de mi madre, la pobreza, los vómitos con que ponía mi padre el fin a cada uno de sus cuentos.
Había olvidado todo lo malo disfrazándolo de lo único bueno que tuvieron aquellos días, el sabor imaginario de los dulces que había tras aquel cristal.
Y aquello fue lo que me pareció encontrar cuando me besaron por primera vez, aquella sensación húmeda y cosquilleante de aquella lengua entrelazándose con la mía, aquella sensación de intimidad tan agradable, ese tacto tan suave en mi boca... como un dulce deshaciéndose... aquello tenía que ser el sabor que yo siempre había imaginado ante la visión de todos aquellos colores y formas que tenían los bombones y pasteles del escaparate de mi infancia.
- Hummmmm sabes a chocolate...
- ¿Si?
- Hummm si... de verdad, a chocolate negro deshaciéndose en la boca...
- Anda tonto ¡¿Qué cosas me dices?! ¿pero... lo dices de verdad?
- De verdad... anda acércate mas...
Buscando, dejándome llevar por el único recuerdo que mereció la pena de aquellos lejanos días, no acaricié el presente que se me ofrecía. Una relación es mucho más que unos cuántos besos. Y aquella persona maravillosa con quién aprendí a saborearlos no estaba dispuesta a tenerme solo para aquellos dulces momentos.
- Hummm sabes a chocolate...
- ¡Ya estás con lo del chocolate..! ¿sabes? Yo no vengo solo para esto...
- ¿No?
- No, yo quiero estar contigo...
- ¿Y no estamos?
- Si estamos, ¿pero qué hacemos? Solo esto, y tu siempre a vueltas con la tontería del chocolate... No hablamos de nada, no me cuentas nada, no se nada de ti...
- ¿Y qué quieres saber? Cualquier cosa que te cuente te va a parecer peor que esto que tenemos...
- ¿Esto? ¿Y qué es esto? Unas caricias, unos besos... ¿Y luego qué...? ¿Toda la vida hablando de chocolates...?
- Hombre... hablando, hablando... casi mejor ... ¡comiendo chocolate...!
- Bah, no te enteras de nada...
- Pero yo no te entiendo ¿de qué no me entero...?
- De nada... esta visto que de nada...
Y nos fuimos separando y separando hasta que terminé por romper lo mejor que me había pasado en la vida.
Me habían enseñado a estirar y estirar las palabras al hablar y aprendí bien a hacerlo; lo hice tan bien que creí que las historias reales eran como las contadas. Probé una y otra vez, a pesar de lo que decía ella, mi hermano, los amigos... a pesar de lo que decían todos a mi alrededor, probé a pegar los fragmentos de esa relación. No me contenté con estropearla sino que además probé una y otra vez, a estirar aquella historia a pesar de que para todos era evidente que aquel barco hacía agua mucho tiempo atrás.
¿Qué me pasaba...?
No hacía más que equivocarme, me olvidé del presente disfrazando el pasado de un brillo que nunca tuvo. Me atormenté intentando reanudar mil veces algo que ya no tenía remedio. Cuando al fin me convencía de que hay historias que tienen final, entonces me entregaba a otras nuevas en las que volvía a cometer una y otra vez los mismos errores.
Pero además, si finalmente parecía que ya “sin remedio” aquello iba a salir bien, entonces me decía a mí mismo muchas veces que seguro que saldría mal, saldría mal, saldría mal... hasta que salía mal. Y no contento con eso... si después de terminar, la interesada por alguna rara, alguna inexplicable razón, intentaba volver a verme, entonces yo dignamente contestaba:
“Ya no, ya es demasiado tarde”.
Y más de lo mismo. Siempre más de lo mismo.
¿Pero que me pasaba...?
Llegué a sentirme tan mal conmigo, que creí de veras que Satanás estaba en racha, que cada vez que Dios le retaba, él conseguía tener sus bolas en el aire, girando y girando todas a la vez, girando y girando: “Un poooooobre diaaaaablo, Un pooooobre diaaaaaablo.... eso es lo que yo era...”
Ahora que recuerdo aquellos días aún no sé muy bien por qué lo hice. Supongo que me sentía tan perdido que necesitaba encontrar una salida, y aquella en principio no estaba tan mal. Aspiraba a encontrar la tranquilidad que mi alma necesitaba, y al mismo tiempo era la posibilidad de alcanzar un modo de ganarme la vida. Los días pasaban y poco a poco mi juventud iba perdiéndome de vista.
Comuniqué mi decisión a mi madre, a mis hermanos, a mi familia, a todos los que me querían, pero la verdad es que he de reconocer que a ellos no les pareció tan buena idea como a mí.
- Que tu ¿queee?
- Que me voy a meter a sacerdote
- ¿A sa...? ¿A SACERDOTE has dicho?
- Sí eso he dicho...
- Pero tío tú estás muy mal... ¡Tú...! ¡¡un cura!!
- Pero... ¿Por qué...?¿Por qué te parece tan raro?
- ¿Que por qué...? ¿Pero cuando has demostrado tu vocación, macho? ¿Vocación..., se dice así no? ¿Cuándo has demostrado tu eso...?
- Bueno... a veces me han dicho que pasa esto, que de repente uno se da cuenta...
- ¿Qué se da cuenta de qué...?
- Pues de que este es el camino...
- ¿Pero que camino ni que pollas...?
- El de la Iglesia...
- Pero tío tu estás para que te encierren... pero vamos a ver ¿qué te pasa? ¿Tienes algún problema...? no sé... de verdad macho si yo soy tu hermano puedes contármelo... ¿Qué pasa, joder? Coño que a mí me lo puedes decir... Vamos a ver... se trata de eso ¿no?
- ¿De eso...?
- Sí joder ¡de eso...! Es eso ¿no? Pero hombre, que por una vez no pasa nada, si a todos alguna vez que otra..., joder no nos gusta admitirlo... pero a todo el mundo le ha pasado... ¿es eso? ¿es eso no?¿No se te levanta...?...
Mi hermano siempre fue un ser transparente que pensaba que si un pastel estaba detrás de un escaparate era para saborearlo, para saborearlo muy muy lentamente... Y era de tontos no hacerlo, fuera del gusto que fuera, estuviera comprometido o no. A su manera él también seguía con la nariz aplastada contra el cristal, aunque ahora los dulces llevaran faldas y la nariz, bueno la nariz estuviera unos centímetros más abajo... Mi hermano era un ser maravilloso que aunque ya rozáramos los treinta iba a seguir toda la vida sintiendo ese deber fraternal aunque ya un poco absurdo de defenderme.
Es muy, muy difícil defender a alguien de sí mismo...
Aquel mundo con olor a incienso y silencio, la oración y la abstinencia, la vida solitaria eran cualidades que se ajustaban perfectamente a las medidas de mi carácter sufridor. Solamente tuve que dejarme llevar...
Debo admitir que aquel tiempo de sotanas y cirios dejó en mi un poso mágico, dejó en mis manos la receta con la que el mundo cocina sus vidas, el ligero atisbo de cómo cada cual y a su manera intenta ser feliz.
Hasta la íntima oscuridad de mi confesionario llegaban los sonidos tenues de voces quedas que lentamente iban desgranando pecados y secretos. Murmullos huérfanos de rostros y nombres a los que yo simplemente tenía que prestar toda mi atención como un día lejano hice con las historias de mi padre.
Por que si algo yo sabía hacer era escuchar.
Aquellas voces como envoltorios de colores brillantes que guardaban en su interior almas desnudas y arrepentidas. El niño que un día se escondió dentro de mí aún podía jugar a imaginar qué misterioso interior ocultaban esos colores, esas voces sugerían sabores, y las confesiones llegaban hasta mí envueltas en aroma a vainilla y a canela, a yema o a licor.
Yo estaba al otro lado de aquel confesionario como estuve en mi infancia con la nariz aplastada contra otro escaparate. Solo escuchando y escuchando, solo imaginando cual sería el sabor. No podía pedir más.
Y los años iban escapando suavemente.
- Ave María Purísima
- Sin pecado concebida
- Buenas, buenas tardes padre
- Buenas hija. Díme...
- Mire padre yo no le voy a engañar, yo no me he confesado nunca ni pretendo hacerlo ahora. Pero necesito hablar y hablar, hablarle a alguien a quién no le importe escuchar. He acudido a mi familia, a mis amigos, a médicos y psiquiatras que han intentado ayudarme pero yo no necesito sonrisas ni compasión ni pastillas, necesito solamente descargarme de este gran peso que lleva mi interior, necesito que me escuchen...
- Ya...
- Pero si a usted no le parece bien, yo Padre me voy y ya esta...
- No, no... no te vayas yo escucho, claro que te escucho...
- Gracias... Bueno... el caso es que yo, yo me siento muy desgraciada ¿sabe? pero no sé de donde puede venir tanta tristeza como yo siento... las situaciones me quedan grandes, como enormes prendas que uno ha heredado y tiene que caminar con ellas... Sin apenas darme cuenta poco a poco las cosas, haga yo lo que haga, se van enredando, las personas se alejan... y yo solo alcanzo a sentirme triste... me siento tan impotente ante mi alrededor... es como, como si alguien allá arriba se jugara a los dados mi felicidad, mi destino... le parecerá algo absurdo...
De golpe, sobre aquella voz se superpusieron otras... todas revoloteando al mismo tiempo a mi alrededor... “...es como, si alguien allá arriba se jugara a los dados mi felicidad, mi destino...” y escuché a mi padre diciéndome: “Cada tarde Dios... coooojonudo este vinito, coooojoooonudo... Cada tarde Dios coge las bolas ....” Escuché a mi hermano: “Tu que te tragaste todos los sermones, cuéntales alguna de sus historias...cuéntaselas, fliparán...” y durante unos segundos eternos aplasté de nuevo mis siete años contra el escaparate de aquella pastelería...
- Yo también...
- ¿Cómo dice Padre?
- Que yo también...
- Usted... ¿también qué...?
- Que yo también a veces he sentido algo parecido...
- ¿Usted?
- Sí algo así como que Satanás estaba en racha...
- ¿Satanás...?
- No, no me hagas caso... me refiero a que conozco esa sensación en la que a veces uno no puede evitar preguntarse porque Dios ese día se habrá levantado con el pie izquierdo. Con el pie izquierdo... y te dices que debería cuidar ese tipo de cosas que para algo es Dios..., que debería darse cuenta de que un pequeño tropiezo suyo es un gran estrépito aquí abajo...
- Sí, supongo que algo así... aunque yo nunca lo hubiera expresado de esa forma... pero sí, supongo que algo así... pero... ¿Qué es eso de Satanás?...
- Olvida, olvida lo de Satanás... a veces los recuerdos le ponen a uno la zancadilla... olvídalo... Resulta que tu estabas triste y querías que alguien te escuchara y ahora solo hablo yo...
- No Padre me ha gustado eso que ha dicho... es como si durante un momento hasta me hubiera olvidado de mi infelicidad... sea bueno, que me ha dejado intrigada ¿Qué es lo de Satanás...?
- Bueno... no debería... pero si como dices así te olvidas durante un momento de tu tristeza... Satanás... me has dicho que te parece como si alguien allá arriba jugara a los dados... ¿sabes lo que decía mi padre? Que Dios es malabarista... bueno exactamente no lo decía así pero parecido, “Dios es malabarista y cada tarde cogiendo sus bolas blancas le grita a Satanás: “Oye tú Satanás coge las tuyas que nos echamos un duelo...” Y entonces Satanás que no pierde el tiempo si puede amargar la vida al prójimo, coge sus negras bolas donde están metidas todas las miserias de este mundo y las echa al aire... y decía mi padre que si es Dios quién las tiene en el aire nace gente buena, pero ¡ay! si es Satanás... entonces nacen pobres diablos, pobres diablos como decía que éramos nosotros...”
- Vaya... bonita historia...
- Sí... mi padre, entre otras virtudes, era un buen contador de historias...
- Pero Padre ,y usted siendo sacerdote...
- Sí eso creo, “...no debería decir estas cosas” ¿verdad?
- Pues no sé... yo no soy quién... claro, pero es raro escuchar historias así en un confesionario...
- Yo también he oído decir que a los confesionarios viene la gente a confesarse... no solo a que le escuchen...
- ¡Vaya Padre...!
- Es una broma... una broma, ahora que lo pienso hacía mucho tiempo que no bromeaba... si es que bromeé alguna vez... yo era muy reservado, muy tímido... pero tienes toda la razón... ¿Quién sabe...? Quizás ahora resulte que soy mejor contador de historias que sacerdote... No si ya me lo decía mi hermano...
- ¿Su hermano?
- ...
Aquella tarde comenzamos una conversación para la que mi oscuro confesionario quedó pequeño.
Aquella tarde me encontré pasando al otro lado del escaparate, alargando mi mano, cogiendo el pastel.
Atrás quedaron sotanas y cirios, abstinencia y silencio. Ahora me inclino por otras compañías, ahora me rodeo de unas cuántas historias y el demorado sabor del chocolate.
Tal vez Dios ha dejado de retar a Satanás a echar sus bolas al aire...
- Hummm si... de verdad, a chocolate negro deshaciéndose en la boca...
- Anda tonto ¡¿Qué cosas me dices?! ¿pero... lo dices de verdad?
- De verdad... anda acércate mas...
Buscando, dejándome llevar por el único recuerdo que mereció la pena de aquellos lejanos días, no acaricié el presente que se me ofrecía. Una relación es mucho más que unos cuántos besos. Y aquella persona maravillosa con quién aprendí a saborearlos no estaba dispuesta a tenerme solo para aquellos dulces momentos.
- Hummm sabes a chocolate...
- ¡Ya estás con lo del chocolate..! ¿sabes? Yo no vengo solo para esto...
- ¿No?
- No, yo quiero estar contigo...
- ¿Y no estamos?
- Si estamos, ¿pero qué hacemos? Solo esto, y tu siempre a vueltas con la tontería del chocolate... No hablamos de nada, no me cuentas nada, no se nada de ti...
- ¿Y qué quieres saber? Cualquier cosa que te cuente te va a parecer peor que esto que tenemos...
- ¿Esto? ¿Y qué es esto? Unas caricias, unos besos... ¿Y luego qué...? ¿Toda la vida hablando de chocolates...?
- Hombre... hablando, hablando... casi mejor ... ¡comiendo chocolate...!
- Bah, no te enteras de nada...
- Pero yo no te entiendo ¿de qué no me entero...?
- De nada... esta visto que de nada...
Y nos fuimos separando y separando hasta que terminé por romper lo mejor que me había pasado en la vida.
Me habían enseñado a estirar y estirar las palabras al hablar y aprendí bien a hacerlo; lo hice tan bien que creí que las historias reales eran como las contadas. Probé una y otra vez, a pesar de lo que decía ella, mi hermano, los amigos... a pesar de lo que decían todos a mi alrededor, probé a pegar los fragmentos de esa relación. No me contenté con estropearla sino que además probé una y otra vez, a estirar aquella historia a pesar de que para todos era evidente que aquel barco hacía agua mucho tiempo atrás.
¿Qué me pasaba...?
No hacía más que equivocarme, me olvidé del presente disfrazando el pasado de un brillo que nunca tuvo. Me atormenté intentando reanudar mil veces algo que ya no tenía remedio. Cuando al fin me convencía de que hay historias que tienen final, entonces me entregaba a otras nuevas en las que volvía a cometer una y otra vez los mismos errores.
Pero además, si finalmente parecía que ya “sin remedio” aquello iba a salir bien, entonces me decía a mí mismo muchas veces que seguro que saldría mal, saldría mal, saldría mal... hasta que salía mal. Y no contento con eso... si después de terminar, la interesada por alguna rara, alguna inexplicable razón, intentaba volver a verme, entonces yo dignamente contestaba:
“Ya no, ya es demasiado tarde”.
Y más de lo mismo. Siempre más de lo mismo.
¿Pero que me pasaba...?
Llegué a sentirme tan mal conmigo, que creí de veras que Satanás estaba en racha, que cada vez que Dios le retaba, él conseguía tener sus bolas en el aire, girando y girando todas a la vez, girando y girando: “Un poooooobre diaaaaablo, Un pooooobre diaaaaaablo.... eso es lo que yo era...”
Ahora que recuerdo aquellos días aún no sé muy bien por qué lo hice. Supongo que me sentía tan perdido que necesitaba encontrar una salida, y aquella en principio no estaba tan mal. Aspiraba a encontrar la tranquilidad que mi alma necesitaba, y al mismo tiempo era la posibilidad de alcanzar un modo de ganarme la vida. Los días pasaban y poco a poco mi juventud iba perdiéndome de vista.
Comuniqué mi decisión a mi madre, a mis hermanos, a mi familia, a todos los que me querían, pero la verdad es que he de reconocer que a ellos no les pareció tan buena idea como a mí.
- Que tu ¿queee?
- Que me voy a meter a sacerdote
- ¿A sa...? ¿A SACERDOTE has dicho?
- Sí eso he dicho...
- Pero tío tú estás muy mal... ¡Tú...! ¡¡un cura!!
- Pero... ¿Por qué...?¿Por qué te parece tan raro?
- ¿Que por qué...? ¿Pero cuando has demostrado tu vocación, macho? ¿Vocación..., se dice así no? ¿Cuándo has demostrado tu eso...?
- Bueno... a veces me han dicho que pasa esto, que de repente uno se da cuenta...
- ¿Qué se da cuenta de qué...?
- Pues de que este es el camino...
- ¿Pero que camino ni que pollas...?
- El de la Iglesia...
- Pero tío tu estás para que te encierren... pero vamos a ver ¿qué te pasa? ¿Tienes algún problema...? no sé... de verdad macho si yo soy tu hermano puedes contármelo... ¿Qué pasa, joder? Coño que a mí me lo puedes decir... Vamos a ver... se trata de eso ¿no?
- ¿De eso...?
- Sí joder ¡de eso...! Es eso ¿no? Pero hombre, que por una vez no pasa nada, si a todos alguna vez que otra..., joder no nos gusta admitirlo... pero a todo el mundo le ha pasado... ¿es eso? ¿es eso no?¿No se te levanta...?...
Mi hermano siempre fue un ser transparente que pensaba que si un pastel estaba detrás de un escaparate era para saborearlo, para saborearlo muy muy lentamente... Y era de tontos no hacerlo, fuera del gusto que fuera, estuviera comprometido o no. A su manera él también seguía con la nariz aplastada contra el cristal, aunque ahora los dulces llevaran faldas y la nariz, bueno la nariz estuviera unos centímetros más abajo... Mi hermano era un ser maravilloso que aunque ya rozáramos los treinta iba a seguir toda la vida sintiendo ese deber fraternal aunque ya un poco absurdo de defenderme.
Es muy, muy difícil defender a alguien de sí mismo...
Aquel mundo con olor a incienso y silencio, la oración y la abstinencia, la vida solitaria eran cualidades que se ajustaban perfectamente a las medidas de mi carácter sufridor. Solamente tuve que dejarme llevar...
Debo admitir que aquel tiempo de sotanas y cirios dejó en mi un poso mágico, dejó en mis manos la receta con la que el mundo cocina sus vidas, el ligero atisbo de cómo cada cual y a su manera intenta ser feliz.
Hasta la íntima oscuridad de mi confesionario llegaban los sonidos tenues de voces quedas que lentamente iban desgranando pecados y secretos. Murmullos huérfanos de rostros y nombres a los que yo simplemente tenía que prestar toda mi atención como un día lejano hice con las historias de mi padre.
Por que si algo yo sabía hacer era escuchar.
Aquellas voces como envoltorios de colores brillantes que guardaban en su interior almas desnudas y arrepentidas. El niño que un día se escondió dentro de mí aún podía jugar a imaginar qué misterioso interior ocultaban esos colores, esas voces sugerían sabores, y las confesiones llegaban hasta mí envueltas en aroma a vainilla y a canela, a yema o a licor.
Yo estaba al otro lado de aquel confesionario como estuve en mi infancia con la nariz aplastada contra otro escaparate. Solo escuchando y escuchando, solo imaginando cual sería el sabor. No podía pedir más.
Y los años iban escapando suavemente.
- Ave María Purísima
- Sin pecado concebida
- Buenas, buenas tardes padre
- Buenas hija. Díme...
- Mire padre yo no le voy a engañar, yo no me he confesado nunca ni pretendo hacerlo ahora. Pero necesito hablar y hablar, hablarle a alguien a quién no le importe escuchar. He acudido a mi familia, a mis amigos, a médicos y psiquiatras que han intentado ayudarme pero yo no necesito sonrisas ni compasión ni pastillas, necesito solamente descargarme de este gran peso que lleva mi interior, necesito que me escuchen...
- Ya...
- Pero si a usted no le parece bien, yo Padre me voy y ya esta...
- No, no... no te vayas yo escucho, claro que te escucho...
- Gracias... Bueno... el caso es que yo, yo me siento muy desgraciada ¿sabe? pero no sé de donde puede venir tanta tristeza como yo siento... las situaciones me quedan grandes, como enormes prendas que uno ha heredado y tiene que caminar con ellas... Sin apenas darme cuenta poco a poco las cosas, haga yo lo que haga, se van enredando, las personas se alejan... y yo solo alcanzo a sentirme triste... me siento tan impotente ante mi alrededor... es como, como si alguien allá arriba se jugara a los dados mi felicidad, mi destino... le parecerá algo absurdo...
De golpe, sobre aquella voz se superpusieron otras... todas revoloteando al mismo tiempo a mi alrededor... “...es como, si alguien allá arriba se jugara a los dados mi felicidad, mi destino...” y escuché a mi padre diciéndome: “Cada tarde Dios... coooojonudo este vinito, coooojoooonudo... Cada tarde Dios coge las bolas ....” Escuché a mi hermano: “Tu que te tragaste todos los sermones, cuéntales alguna de sus historias...cuéntaselas, fliparán...” y durante unos segundos eternos aplasté de nuevo mis siete años contra el escaparate de aquella pastelería...
- Yo también...
- ¿Cómo dice Padre?
- Que yo también...
- Usted... ¿también qué...?
- Que yo también a veces he sentido algo parecido...
- ¿Usted?
- Sí algo así como que Satanás estaba en racha...
- ¿Satanás...?
- No, no me hagas caso... me refiero a que conozco esa sensación en la que a veces uno no puede evitar preguntarse porque Dios ese día se habrá levantado con el pie izquierdo. Con el pie izquierdo... y te dices que debería cuidar ese tipo de cosas que para algo es Dios..., que debería darse cuenta de que un pequeño tropiezo suyo es un gran estrépito aquí abajo...
- Sí, supongo que algo así... aunque yo nunca lo hubiera expresado de esa forma... pero sí, supongo que algo así... pero... ¿Qué es eso de Satanás?...
- Olvida, olvida lo de Satanás... a veces los recuerdos le ponen a uno la zancadilla... olvídalo... Resulta que tu estabas triste y querías que alguien te escuchara y ahora solo hablo yo...
- No Padre me ha gustado eso que ha dicho... es como si durante un momento hasta me hubiera olvidado de mi infelicidad... sea bueno, que me ha dejado intrigada ¿Qué es lo de Satanás...?
- Bueno... no debería... pero si como dices así te olvidas durante un momento de tu tristeza... Satanás... me has dicho que te parece como si alguien allá arriba jugara a los dados... ¿sabes lo que decía mi padre? Que Dios es malabarista... bueno exactamente no lo decía así pero parecido, “Dios es malabarista y cada tarde cogiendo sus bolas blancas le grita a Satanás: “Oye tú Satanás coge las tuyas que nos echamos un duelo...” Y entonces Satanás que no pierde el tiempo si puede amargar la vida al prójimo, coge sus negras bolas donde están metidas todas las miserias de este mundo y las echa al aire... y decía mi padre que si es Dios quién las tiene en el aire nace gente buena, pero ¡ay! si es Satanás... entonces nacen pobres diablos, pobres diablos como decía que éramos nosotros...”
- Vaya... bonita historia...
- Sí... mi padre, entre otras virtudes, era un buen contador de historias...
- Pero Padre ,y usted siendo sacerdote...
- Sí eso creo, “...no debería decir estas cosas” ¿verdad?
- Pues no sé... yo no soy quién... claro, pero es raro escuchar historias así en un confesionario...
- Yo también he oído decir que a los confesionarios viene la gente a confesarse... no solo a que le escuchen...
- ¡Vaya Padre...!
- Es una broma... una broma, ahora que lo pienso hacía mucho tiempo que no bromeaba... si es que bromeé alguna vez... yo era muy reservado, muy tímido... pero tienes toda la razón... ¿Quién sabe...? Quizás ahora resulte que soy mejor contador de historias que sacerdote... No si ya me lo decía mi hermano...
- ¿Su hermano?
- ...
Aquella tarde comenzamos una conversación para la que mi oscuro confesionario quedó pequeño.
Aquella tarde me encontré pasando al otro lado del escaparate, alargando mi mano, cogiendo el pastel.
Atrás quedaron sotanas y cirios, abstinencia y silencio. Ahora me inclino por otras compañías, ahora me rodeo de unas cuántas historias y el demorado sabor del chocolate.
Tal vez Dios ha dejado de retar a Satanás a echar sus bolas al aire...
Primavera del 2002
©Rocío Díaz Gómez
©Rocío Díaz Gómez
"Dios no sólo juega a los dados: a veces los tira dónde no se pueden ver."
Otra tarde de domingo bien aprovechada !!!
ResponderEliminarun abrazo .
Ibèria
Muchas gracias. Me alegro de que sientas eso. Es uno de los mejores elogios, que te digan que contigo se aprovecha el tiempo. Un abrazo fuerte, Rocío
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