Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

jueves, 2 de octubre de 2014

Los amantes del Guggenheim y El oficio de contar de Isabel Allende


   "Un vigilante nocturno encontró a los amantes durmiendo en un nudo de brazos y cabellos, envueltos en la espuma de un arruinado vestido de novia, en una de las salas del Museo Guggenheim en Bilbao. Eran las cinco de la madrugada, tal como sostuvieron primero el vigilante y luego los policías..."

Este verano he vuelto a Isabel Allende con su pequeño libro "Los amantes del Guggenheim y El oficio de contar". 

Da gusto siempre volver a esta autora. Es como un paseo por el oficio de forma suave. 

Se trata de un pequeño volumen que tiene ese cuento de veintitantas páginas, "Los amantes del Guggenheim", y un texto mucho más personal sobre el oficio de la escritura. 

El cuento es un claro exponente del realismo mágico, ese género literario del siglo XX donde lo irreal se muestra como algo cotidiano o común, que tan bién maneja la autora. El argumento es el de una pareja, un hombre y una mujer, que son hallados de madrugada dentro del Museo de Bilbao. Las puertas estaban cerradas ¿Cómo han entrado? Se abren un montón de interrogantes en cuánto termina el cuento.

Por supuesto es un cuento de amor. Y cómo veis ya nada más empezar (esta entrada se inicia con las primeras frases del relato) la autora nos muestra esa particular forma de contar tan visual que tiene, tan simbólica. Me hacían gracia los nombres y los apellidos tan vascos que tienen los personajes, claro se desarrolla en Bilbao, se ve su oficio en el momento de escogerlos. Sin embargo a veces se le escapaban expresiones que sí que pensé "éste término vasco, vasco, no sé si es..." Me refiero por ejemplo a cuando utilizan los personajes la expresión "carajo", yo creo que hay expresiones más vascas, no me pegaba eso mucho:

- ¡Continúa carajo! -lo conminó el detective.

Pero salvo estos detalles la verdad es que lo he disfrutado mucho.

"Permítanme contarles cómo y por qué escribo.
El vicio de contar se manifestó muy temprano en mi vida. Tan pronto aprendí a hablar empecé a torturar a mis dos hermanos con cuentos tenebrosos que llenaban sus días de terror y sus sueños de pesadillas..."

En su segundo texto, “El oficio de contar”, la autora nos habla de sus secretos a la hora de escribir. De dónde le viene la historia, sus ritos, sus manías...

"Cada 8 de enero, cuando comienzo otro libro, llevo a cabo una breve ceremonia para llamar a los espíritus y las musas, luego pongo los dedos en las teclas y dejo que la primera frase se escriba sola, tal como ocurrió la primera vez."

Nos cuenta de su país, de su primera novela: "La casa de los espíritus", de su pasión: la escritura. La verdad es que es un texto que me encantó, está lleno de frases que fui subrayando de tanto cómo me gustaban.

Es un volumen con estos dos textos que no tienen desperdicio. El primero ficción, el segundo más personal sobre su oficio, su querencia a la escritura. Se leen en nada, y se disfrutan  mucho, si te gusta su escritura. ¿Qué más se puede pedir?

"La escritura es para mí un intento desesperado de preservar la memoria. Por los caminos quedan los recuerdos como desgarrados trozos de mi vestido. Escribo para que no me derrote el olvido. ..."

lunes, 29 de septiembre de 2014

29 de septiembre... de 2014


Tal día como hoy, 29 de septiembre, nacieron entre otros muuuuuchos:

Miguel de Cervantes
Miguel Servet
Miguel de Unamuno
Antonio Buero Vallejo
Miguel Gallardo
Boris Izaguirre

¡¡Mafalda!!


Y... una servidora.

Me gustan los cumpleaños.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Galeano y Allende - Autores de cabecera



Había una vez un viejo solitario que pasaba gran parte del día en la cama. 

Se rumoreaba que tenía un tesoro escondido en su casa y un día unos ladrones se metieron a buscarlo. Escarbaron por todos lados y por último encontraron un baúl en el sotano. Se lo llevaron y al abrirlo descubrieron que estaba lleno de cartas. 

Eran todas las cartas de amor que había recibido el anciano durante su larga vida. Los ladrones iban a quemarlas, pero lo conversarion y decidieron devolverlas a su dueño. Una por una. Una por semana. 

Desde entonces, cada lunes al mediodía, se puede ver al anciano esperando al cartero. Al verlo aparecer, corre a recibirlo, mientras el cartero, que está al tanto del asunto, agita la carta en la mano. Y entonces hasta San Pedro puede oír los latidos de ese corazón, loco de alegría al recibir el mensaje de una mujer. 

Eduardo Galeano
El libro de los Abrazos



¿No es ésta la esencia juguetona de la literatura? Un acontecimiento vulgar transformado por la verdad poética. Esos ladrones son como los escritores, toman algo común, en este caso las cartas, y mediante un truco de magia lo transforman en algo completamente fresco. 

En el cuento de Galeano las cartas existían y eran del viejo en primer lugar, pero yacían olvidadas en un sótano oscuro, estaban muertas. Mediante el simple hecho de mandarlas por correo una por una, una cada semana, los buenos ladrones resucitaron las ilusiones de aquel pobre hombre. En eso consiste a menudo la escritura, encontrar tesoros ocultos, dar brillo a los hechos gastados y revitalizar el alma desesperada mediante el soplo de la imaginación.

Isabel Allende
El oficio de contar




La imagen de esta entrada es un boceto de Gauguin sobre el cuadro que estaba pintando en ese momento su amigo Van Gogh. Éste último se lo envia en una carta a su hermano Theo.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

"Desde que llegaste" una carta de amor de Rocío Díaz Gómez


Ayer entró el otoño y hoy cuando nos hemos levantado, al menos en Madrid y para que nos diéramos buena cuenta del cambio de estación, el día amanecía gris y lluvioso.

A mí me gusta el otoño. Invita a la nostalgia, es cierto. Pero también junto a sus gotas nos suele traer buenos própósitos para encarar el "nuevo curso" y nos hace reencontrarnos con quiénes somos y con quiénes estamos la mayor parte del año. Por supuesto que seguimos siendo los mismos cuando nos vamos de vacaciones, pero yo creo que somos más "nosotros" en el día a día y en la rutina... aunque sí, es cierto, ésto que acabo de decir podría ser objeto de una larga conversación.

Hoy, que ya es otoño, os quería dejar con una de mis cartas de amor. Este verano, a primeros de agosto, me han dado en el XX Concurso Epistolar de Calamocha una "Mención especial a la originalidad" por ella. 

Espero que os guste.


Desde que llegaste


Se fue el mozo y dije: «Ojalá».
«Ojalá qué».
Me di cuenta de que había conseguido desorientarla.
«Ojalá fuéramos inseparables».
Ella entendió que era algo así como una declaración de amor.
Y era.

Puentes como liebres. Benedetti.



Mi querida compañera,

Cuando nos conocimos confieso que tenerte allí, cada mañana, tarde y noche, a mi lado, pegada a mí, me incomodaba. Te sentía tiesa y altiva. Es más, agradecía en el alma cada vez que me dejaban de espaldas a ti, porque así no tendríamos que pasar horas de frente, en este espacio tan pequeño, que hasta llegué a detestar. Qué ridículo.

Al menos, pronto caí en la cuenta de que tu llegada venía acompañada de otros cambios beneficiosos, y hasta agradables. Sobre todo, agradables. Desde que llegaste, al perro se le olvidó ladrar, salvo de alegría cuando veía como le sacaban a sus horas, sin faltarle ni una sola. El gato tenía siempre comida en el plato y dormía con ronquidos de mascota gorda y feliz el resto del tiempo. Los trastos estaban en su sitio y ordenados. La casa se veía más limpia y olía mejor. Y él… él cada noche y con ella, se iba en silencio y despacio a la cama como alma que levitando asciende hasta el paraíso, y después, cada mañana, se levantaba tarareando o incluso cantando a voz en grito un repertorio que nunca le conocí. Daba gusto verle. Es cierto, tengo que admitirlo. Y sobre todo, y lo que es mejor, tengo que admitir que desde que llegaste con ella, a mí nunca me faltó mi dentífrico. Y es muy de agradecer. Eso y que mi vaso brillara de puro limpio, se lavara y enjuagara cada vez que se utilizara y mi tubo de pasta no se acabara jamás, porque antes de hacerlo ya tenía repuesto esperando a su lado. Sí. Era una novedad importante. Este cuarto de baño, ayer, tan triste, tan caótico y desordenado, parecía otro. Es otro. Porque al principio fueron todos aquellos cambios a nuestro alrededor, pero después llegaron las palabras.

Una mañana, cuando terminó de arreglarse, él, que se levanta primero, le dejó escrito a ella, en el espejo del baño y con la espuma de afeitar, unas palabras de un tal Ángel González: “Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti”. Nosotros, tú y yo, desde nuestra posición privilegiada, desde nuestro vaso, vimos extrañados como iba escribiéndolo. Yo, que nunca le había visto hacer nada semejante, solo acerté a sorprenderme y a calibrar cuánto ella se enfadaría. Tú, en cambio, sentiste piel de gallina en tu corazón de plástico, se te erizaron todos tus pelitos, y si hubieras podido hablar habrías dicho muy bajito: “Jo, quién fuera ella...”. A la mañana siguiente él, cuando terminó su aseo, volvió a escribirle a ella, otras palabras, de nuevo con la espuma de afeitar y esta vez de un tal García Montero: “Yo te estaba esperando, más allá del invierno, en el cincuenta y ocho, de la letra sin pulso y el verano de mi primera carta...”. Nosotros, de nuevo desde nuestro palco de cristal, fuimos espectadores de excepción. Yo, que nunca le había visto tan entregado a nadie, empecé a verle con otros agujeritos. Tú, de color rojo, además de ver erizados todos tus pelitos, parecías aún más encarnada de puro bochorno, como si aquellos versos de amor fueran para ti. A la mañana siguiente, él se despertó muy temprano, y volvió a escribir, está vez firmando como un tal Galeano pero siempre con la espuma de afeitar: “No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”. Yo, aún sorprendido de que tuviera tantos amigos que le pudieran chivatear esas palabras tan bonitas para decírselas a ella, sentí en mi pecho de plástico un cierto orgullo de ser su cepillo. Tú, dejando escapar una especie de suspiro por entre tus pelitos, sobrecogida, emocionada, casi te abrazaste a la pasta de dientes de tanto como te juntaste a ella. Y ahora creo que fue ahí, justo ahí, cuando sin darme cuenta, deseé con toda mi alma dental ser ese tubo de pasta, cuando casi muero de celos y de ganas por sentirte tan cerca de mí. Yo, que no te quería a mi lado…

Mi querida compañera, yo sé que solo soy un viejo cepillo de dientes, al que pronto desecharán porque ese solterón ahora cantarín, nunca me trató muy bien. No hace falta más que ver mi mango desgastado y el poco lustre que tienen mis escasos, desordenados y ásperos pelitos. Antes era de color blanco, ahora solo parezco canoso. Tú en cambio, luces espléndida con ese rojo brillante, aún conservas todos tus pelitos y casi brillan de puro nuevos. Sí, solo soy un viejo cepillo, pero si tú supieras lo que yo daría por ser la boca de ella y sentirte pasear despacito por entre mis dientes, mis encías, deslizarte sobre mi lengua. Si tú supieras lo que yo daría ahora por estar siempre de frente a ti, por poder tocarte teniéndote aquí tan cerca, lo feliz que me siento de poder compartir mi humilde vaso contigo. De verdad, si lo supieras... Es tan triste estar aquí tan cerca de sus palabras y no poder decírtelas… Porque mi amor, si  yo tuviera esa maravillosa capacidad de poder decirte las cosas, y de hacerlo cómo lo dicen estos humanos, te diría lo que le ha escrito hoy: “Ojalá...” Y si tú pudieras contestarme entonces me preguntarías: “¿Ojalá qué...?” y entonces yo me armaría de valor y casi acariciando las palabras, casi susurrándotelas por entre estos pelillos ralos, te respondería con las palabras de ese tal Benedetti tan sabio: “...ojalá fuéramos inseparables...”. 

Tuyo siempre, el otro cepillo de tu vaso.


©Rocío Díaz Gómez