El
lenguaje humano tiene algo de mágico. Permite que los conceptos que
están activados en este momento en mi cerebro se expresen en un código
formado por sonidos, que mis interlocutores reciben por el oído y que,
luego, el cerebro de cada uno de ellos decodifica dándoles a conocer mi
pensamiento. Como se trata de algo cotidiano, nos parece trivial, pero
esa magia constituye de uno de los fenómenos más complejos del
universo.
¿De dónde nos viene ese superpoder que ningún otro animal posee? ¿De dónde nos vienen las palabras?
No
lo sabemos a ciencia cierta. Las investigaciones de la lingüística, de
la neurociencia y de las ciencias cognitivas han desarrollado diversas
teorías a lo largo de las últimas décadas.
Las
investigaciones más recientes se basan en una hipótesis según la cual
un antropoide que apareció en el planeta hace unos cinco millones de
años, habría experimentado en cierto momento una serie de cambios
evolutivos, tales como una laringe con la que podía modular los sonidos
emitidos por la boca, y un cerebro con determinadas características. Con
estas mutaciones, nuestro abuelo antropoide pudo evocar objetos que
no estuvieran presentes, una facultad que compartimos con los primates
superiores. En determinado momento, la combinación de estas
características dio lugar al surgimiento del lenguaje, una facultad que,
una vez puesta en funcionamiento, se desarrolló muy rápidamente en
términos históricos, tal vez algunos siglos o en todo caso, no más de un
milenio.
La
facultad del lenguaje nos permitió desarrollar el pensamiento
abstracto, nos dio la capacidad de prever, de planificar, de apropiarnos
del mundo y de transformarlo en nuestro provecho.
Una aventura en el tiempo
Para
situarnos hoy en la historia de las palabras, les propongo una
aventura. Adoptemos la hipótesis de que aquel primate prehumano empezó a
hablar hace 170.000 años y condensemos ese tiempo en un solo día de
veinticuatro horas. En esta jornada imaginaria, el hombre empieza a
hablar a la hora cero, y ahora, en este momento son las veinticuatro
horas.
A
las seis de mañana habrían transcurrido 42.500 años. ¿Qué sabemos sobre
las palabras de ese tiempo? Nada, absolutamente nada. Vamos a
saltearnos el mediodía y llegamos a las seis de la tarde, hace 42.500
años. Seguimos sin saber nada. Sabemos que unos catorce minutos después
de las veintitrés horas aparecen las primeras formas de lo que podemos
llamar escritura tal como la entendemos hoy, aunque ignoramos a qué
lengua corresponden.
Cuando
faltaban veintidós minutos para la medianoche se dejan de hablar las
lenguas indoeuropeas, para dar lugar a variedades que perduran hasta
hoy.
A
las doce menos veinte, Platón escribió toda su obra, y Aristóteles lo
siguió pocos segundos más tarde. A las 23:50 h, caía el imperio romano,
con lo que el latín vulgar empezó a desarrollarse de maneras diferentes
en las distintas provincias, dando lugar a centenares, quizá miles de
variedades desde la Dacia (actual Rumania) hasta la Península Ibérica.
Esas variedades darían lugar a las lenguas romances de hoy: español,
portugués, catalán, francés, occitano, italiano, rumano, entre muchas
otras.
Cuando
faltaban ocho minutos para la medianoche, en el norte de la península
ibérica, a las orillas del mar Cantábrico, en lo que más tarde sería el
condado de Castilla, nacía una de esas variedades. Un minuto y medio
después, ese dialecto, el castellano, alcanzaba el estatus de lengua,
cuando el rey Alfonso X lo eligió como idioma oficial de los documentos
del reino.
Cuando
faltaban cuatro minutos para la medianoche, Antonio de Nebrija le
presenta a Isabel la Católica la primera gramática castellana, un décimo
de segundo antes de que Colón descubriera América.
Para
el lingüista estadounidense Noam Chomsky, la facultad del lenguaje está
lista en el cerebro cuando nacemos; con lo que bastaría con poner al
niño en contacto con cualquier lengua para que la adquiera de inmediato.
Fue un hallazgo brillante, aun con algunos cuestionamientos que se le
interponen, que situó la lingüística en el ámbito de las ciencias
naturales.
Con
esta “aventura” del reloj, nos proponíamos mostrar en perspectiva lo
poco que en realidad sabemos sobre el origen y la historia del lenguaje
humano. Se trata de un misterio rodeado de teorías que pretenden
descifrar su origen y su historia, pero de esta solo conocemos los
últimos renglones del capítulo final.