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viernes, 18 de diciembre de 2015

Día Internacional del MIgrante. 18 de Diciembre. "Ni una pizca de sal" relato de Rocío Díaz




«En este Día Internacional del Migrante, comprometámonos a dar respuestas coherentes, amplias y basadas en los derechos humanos, guiándonos por la legislación y las normas internacionales y un empeño compartido en no dejar a nadie atrás.»

Mensaje del Secretario General, Ban Ki-moon en el Día Internacional del Migrante
18 de diciembre de 2015

Hoy 18 de diciembre de 2015 es el Día Internacional del Migrante.

Para unirnos a los actos que hoy se celebran, he pensado dejaros con uno de mis relatos sobre este tema. Sobre la determinación individual de superar la adversidad, la determinación de buscar una vida mejor.

Mi relato se titula "Ni una pizca de sal" y fue primer premio en el Concurso de Cuentos Interculturales "Cuéntame de tu diversidad" de la EMSI en el año 2002.

Aunque ya tiene un cuantos años creo que es un buen día para recordarlo. Espero que os guste.


Ni una pizca de sal
Rocío Díaz








Nadie desea formar parte de una ficción
y menos aún si esa ficción es real.
Paul Auster

Los sueños de hoy serán las realidades de mañana.
José Martí.



Néstor. Enero 2001

Cuando mi Clarita salió con aquello de la barriga, supe que no podía demorar más la marcha. Lo supe. Mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón.

Cuántas veces habíamos  planeado la huida. Cuántas. Muchas. Y durante muchas tardes. Y durante mucho tiempo. Pero cuando no ocurría un contratiempo, ocurría otro y el viaje se iba demorando y demorando. “Y es que no es fácil, caballero... no es fácil dejar la isla”.



Clarita. Mayo 2001


Allí, en la capital rusa, nos esperaba la persona que tenía que recibir las cajas de puros, sin embargo el contacto, aquel que nos tenía que traer los papeles para que pudiéramos continuar el viaje hasta España, continuar y quedarnos, no llegaba. Yo partida de hambre y de cansancio le decía a Néstor: “Óyeme mi amor, se demora,  que no llega, no llega”, y no llegó.

Aquel tipo no llegó nunca.

Una sensación tan fría como aquel país lejano, se fue apoderando poco a poco de mi ánimo... La persona a quién habíamos llevado las cajas de puros de encargo, después de pasar mucho rato rogándole se apiadó de nosotros ¡Óyeme tu tienes que llevarnos a algún sitio, no puedes dejarnos aquí con este frío del polo, tiesos, sin entender nada...!. Aunque nuestra causa no le tocaba para nada conseguimos que al final nos acompañara hasta un hotel con un olor asqueroso de las afueras de  Moscú,  un hotel de prostitutas. 



Néstor. Enero 2001.

La madre de Clarita empezaba a mirarme de reojo... Pobrecita la vieja que le decía a su hija que tuviera cuidado conmigo y mis cuentos de abandonar el país: “¡Ay niña bájate de esa nube y ven aquí a la realidad! No te creas sus bobadas... no te embullas...!” “Na viejita que esos son chismes, ya sabes como les gustan aquí a todos los chismes,  pa que voy a yo embarcarme en esas historias...” y Clarita viraba la cara y seguía para lo suyo. Pero los dos sabíamos que a la viejita le daba tremenda tristeza pensar que Clarita cualquier día se le iba como ya se le había ido su otro hijo. A esa mujer tranquilita se le trastornaba la vida na más que de pensarlo...

Pero mi Clarita se había quedado embarazada y esos nueves meses eran la última posibilidad, el plazo final, no podía dejar que nuestro bebito naciera allí. Si eso llegara a ocurrir ya no podrían salir ni ella ni nuestro niño, de nuestra amada tierra donde tanta, tanta necesidad estábamos pasando.



Clarita. Mayo 2001.

Dos días estuvimos metidos en aquella habitación que “ni muerta chica” hubiera elegido, sin pegar ojo,  sin comer...  Néstor me secreteaba  en la oreja “No seas boba... no pasará nada, celebraremos una fiestona cuando lleguemos... mañana lo arreglaremos...” él intentaba endulzarme el rato pero le veía tan desmoronado como yo, tirado en aquella cama, mirando pal techo... Dos días sin comer, dos días sin hacer nada...

Dejé a Néstor en la habitación y me fui por ahí a dar una vuelta sola, a ver si  por lo menos me entretenía por ahí, caminando y se me olvidaba todo... Me dio por caminar y caminar... Hasta que llamamos a España para avisar a los parientes que nos esperaban, les contamos que no había papeles ni pasaportes ni más nada... Masticándonos el trauma tras los primeros momentos de incertidumbre y pesar resolvimos vender las cajas de puros que logramos pasar entre los equipajes. Resolvemos, conjugando el segundo verbo de la supervivencia en nuestra isla: inventar, resolver, escapar...



Néstor. Febrero 2001.

Hacía meses que no había sal, una isla rodeada de mar y mi Clarita no tenía ni una pizca de sal para echar al caldo. Hacía tiempo que no veíamos el aceite, y los alimentos que veíamos, “¡Ay m´hija que poco los veíamos!”

Con la cartilla de racionamiento mensualmente teníamos derecho a cinco libras de arroz, tres libras de azúcar parda, dieciséis onzas de granos (chicharos o lentejas), cuatro onzas de café, media libra de pescado cada dos meses... “¿leche? no mi amor aquí el café se toma muy negro y poco, muy poco; el culito de la taza no más.  Pero el poco que hay humeando en la cafetera se endulza con dos o tres cucharaditas de azúcar y deja escapar su olor por las ventanas siempre abiertas,  llamando a grito pelado con el aroma a los demás,  llenándose rápidamente la casa de vecinos y parientes, de voces y risas, de chismes compartidos... ”

El sistema gubernamental de distribución de los alimentos solo atendía a la mitad de nuestras necesidades. A partir de ahí todos inventamos comida, inventamos negocios. Con esos negocios semiilegales se gana más que con los trabajos estatales. Estuvimos un poco tiempo criando guarros, otros criaban pollos en los balcones de los edificios de la Habana. Nosotros engordamos puercos en el jardín de la casita. Aquella casita que teníamos malamente pintada, de piso de tierra prensada y techo frágil, que había que cuidar tanto pa que cuando se acercara el ciclón no lo arrancara y se lo llevara  volando como otros, como otras veces.




Clarita. Mayo 2001.

“Tremenda cosa aquellos días en Moscú” recordaría y repetiría a unos y otros Néstor meses después...  “¿Te acuerdas Clarita que solo comíamos pollo porque era lo único que nos parecía conocido...? Pero a mí no me gusta recordarlo, se me pone la carne de gallina cuando le escucho... Entonces... entonces,  aspiro hondo, viro de conversación  y se esfuman los deseos de llorar.

Quince largos días estuvimos malviviendo, malcomiendo en aquel hotel de las afueras. Yo recién embarazada apenas comía de los nervios y la preocupación que sufría. Néstor todos de cada uno de los días salía a vender puros para reunir el dinero suficiente que sumado al que aún nos quedaba, alcanzaría a duras penas para dos billetes de avión a Madrid. Mejor dicho, tuvimos que comprar dos billetes de avión Moscú-La Habana, que hiciera escala en Madrid, porque no podíamos quedarnos en España...


Néstor. Marzo 2001.

Al  tiempo que criábamos los guarros íbamos  poquito a poco ahorrando con otros trabajos, yo me dedicaba a cortar el pelo a los vecinos y Clarita montó un rudimentario salón de belleza en la casa. Siempre hubo algún vecino o conocido, o  conocido de conocido, que había viajado con la carta de invitación hasta España y le pudo traer pintauñas de mil colores y tremendo montón de potingues con que ampliar el surtido de su salón.

Por allá todo el mundo inventaba. Algunos inventaron cuartos adicionales para los turistas dividiendo aún más el espacio de la casita con sobras de la construcción. Otros vendían pizzas caseras, otros ropa usada, otros hacían improvisados motores para balsas gracias a un ventilador... todo el mundo inventaba porque “los cupones de racionamiento no dan para nada mi amor...  para nada. Si no,  ya sabes solo te queda agenciar en bolsa negra lo que te falte,  si aun te quedan pesos...”

En la isla conjugábamos los verbos de la supervivencia: inventar, resolver, escapar...



Clarita. Finales de mayo 2001.

Quince eternos días después de llegar a Moscú, logré montar en el avión en el que se suponía que volvía a mi país. Néstor se quedó en Rusia hasta reunir un poco dinero más para su billete.

Habíamos quedado que en Madrid, un pariente mío que trabajaba en el aeropuerto intentaría sacarme de la sala de tránsito antes de que tuviera que enseñar el pasaporte...
 




Néstor. Marzo 2001.

Mi Clarita con su piel morena y sus labios gruesos y su pelo negro ondeado... imagínensela bajo aquella luna redonda con unos aretes dorados en sus orejas chiquitas, tanto como sus ojos... Mi Clarita... que aquella noche que lo supo, mientras duró el apagón diario de electricidad me contó lo del bebito.

Decidí que no podíamos esperar más, no iba a permitir que nuestro niño creciera como un comemierda, como un comemierda  más...

Teníamos que intentar salir como fuera de allí, aunque nuestro corazón cubano se dividiera con la marcha y se quedara la mitad para siempre diciéndonos adiós desde el malecón, en la isla... o en la casa. Aquella que habíamos ido acondicionando poco a poco para los frecuentes cortes con otros inventos añadidos... Aquella que juntos habíamos ido apañando mientras Clarita soñaba con una cocina nueva y un teléfono como aquel de las telenovelas, uno que sonara en su casa para no tener que ir corriendo hasta la del vecino... mientras soñaba con apagar la luz cuando ella quisiera, con dar en la ducha al grifo de agua caliente sin cargar agua todas las noches... una ducha con tu pastilla de jabón a un ladito... en la cartilla de racionamiento teníamos derecho a media tableta de jabón de baño cada tres meses, y otra media tableta de jabón de lavar,  también cada tres meses...

Clarita había soñado durante mucho tiempo con escapar para reunir una buena cantidad de dólares que gastar... una buena cantidad para poder también enviar a los parientes que se quedaran, y además, porque soñar es gratis, tener unos ahorros y manejarlos  “...óyeme mi amor, ¿tú sabes lo grande que sería tener alguna que otra tarjeta de crédito...? me susurraba  con su acento dulzón de bolero caribeño.

Decidí que no podíamos esperar más, teníamos que intentar salir de allí como fuera para que Clarita tuviera todo aquello con lo que había soñado.



Clarita. Finales de mayo 2001.

Todo el viaje me lo pasé rezando a la Virgen del Cobre, patrona de la isla, diosa yoruba del sentimiento. No recuerdo cuánto se demoró el avión hasta que llegó a Barajas, pero fue mucho, muchísimo tiempo. Una vez allí no recuerdo como llegué hasta la sala de tránsito... debí ser la viva estampa del miedo de recién llegada a aquella sala, aquella donde en un santiamén me sentí atrapada y arrastrada por la persona que me esperaba. No recuerdo cómo recorrimos pasillos y salas y puertas del aeropuerto, ella volando entre ellos y yo amarrada a su brazo. Recorrimos y recorrimos hasta alcanzar la salida de nacionales de donde salí rodeada por los turistas que procedían de un vuelo de Canarias... como uno más... como uno más de ellos entrando, entrando ligera a Madrid.

No lo recuerdo. Pero estaba en Madrid. Bendita suerte. Al fin.

.....
Néstor. Abril 2001.

Delante de un plato de arroz con frijoles, sin vegetales, sin carne, conjugamos el verbo escapar... El sueño del paraíso americano era demasiado peligroso, habíamos conocido a muchos vecinos construyendo balsas en las terrazas. Balsas frágiles hechas de madera, llantas y plásticos en las que jugarse la vida persiguiendo el sueño. Balsas como cáscaras de nuez meciéndose con fragilidad de héroes, luchando, defendiéndose apenas de un Mar Caribe de enormes olas. Supimos de muchos vecinos embarcados al fin, en un viaje muy peligroso donde desistieron hasta de comer mareados por las corrientes. Solo algunos balseros muy afortunados llegaron a tierra, muchos naufragaron... si tuvieron suerte les rescató algún guardacostas, si no la tuvieron...  terminaron ahogados o devorados por los tiburones.

“No, de balseros mi vida no...” me decía Clarita acariciándose la barriga, “de balseros, no...” me decía bajito, bajito...

Los días siguientes fueron jornadas enteras dedicadas a resolver, atar todos los cabos para poder escapar. ¿Óyeme quieres que te haga el cuento de todos los sobornos, de toda la jodedera de aquellos días...?

Finalmente logramos tener un contacto en Moscú, una persona a quién le pagamos buena parte de lo ahorrado para que cuando llegáramos nos tuviera preparados unos pasaportes para poder viajar más tarde hasta Madrid. Teníamos unos deseos locos, tremendas ganas de vernos ya en el avión...

Hasta el último día no habíamos dicho nada a parientes ni vecinos, para que nadie fuera con el chisme y se estropeara todo... Esa mañana recién levantados fuimos anunciándoselo mientras nos despedíamos de ellos... Resultó cómico ir viendo las caras de unos y otros cuando Clarita les iba con el cuento de que nos íbamos... Después cuando ya nos creyeron,  todos nos fueron haciendo mandados, millones de notitas que atesoraban importantes encargos, grandes necesidades apretujadas en pequeños papelitos arrugados que Clarita guardaba cuidadosamente entre sus cosas: el dibujo de la plantilla de un pie infantil, el apunte de las dioptrías para unos espejuelos nuevos...



Clarita. Junio 2001.

Mi Néstor aún tardó varios días más en poder tomar otro avión hasta España.  También él subió al avión Moscú-La Habana, cómo había hecho yo semanas antes, Moscú – La Habana, escala en Madrid.

Con él no se podían volver a arriesgar tanto nuestros parientes, así que una vez transcurrido el vuelo, una vez en España pidió asilo político.

Y qué malo es eso de ser emigrante, que malo...




Néstor. Mayo 2001.

Moscú.

Nerviosos y tristes, después de despedirnos entre lágrimas de la familia, los vecinos, los amigos, conseguimos tomar el avión que nos llevaría hasta Moscú.

Entre el equipaje habíamos escondido varias cajas de puros, algunas que nos habían pedido el favor de hacérselas llegar a un familiar que vivía en Rusia, las demás por si necesitábamos venderlas para conseguir más dinero, “Porque óyeme mi amor,  nunca se sabe...”





Clarita. Junio 2001.

Todo el tiempo que estuve sin Néstor, estuve sin mí.  Todo me daba igual, me paseaban de un lado a otro por Madrid pero la vida me parecía dificilísima sin él, vivía con una nostalgia que pa qué... me paseaban pero no me fijaba en nada, recostada en un estado constante de idiotez, amarrada a mi pena... como un balsero a su cáscara de nuez.

Hasta que él llamó a mi hermano que fueran a buscarle a Barajas que al fin salía del aeropuerto. A mí nada me dijeron, fueron a por él y cuando estuvo ya en la casa, cuando se paró bajo la ventana,  silbó. Hasta que mi Néstor silbó y yo acerté a oírle... no respiré. Mi corazón al escucharle viró alegre como un mambo burlón y revivió de su letargo triste.

Imagínense... Yo a grito pelado y él esperándome en la puerta. Y los dos ya en Madrid y los dos escandalizando, escandalizando y pegando saltos como niños majaderos...



Néstor. Enero 2002.

Ahora ya hace tiempo que mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón,  paseó su tripa con cubana dejadez, demorando el vaivén por el centro de Madrid, de mi mano, siempre de mi mano. Ya hace tiempo que visitamos al fin, la puerta de Alcalá y la Plaza Mayor y todos aquellos lugares que soñamos visitar un día desde allá, desde nuestra tierra...

Ahora ya hace tiempo que Clarita disfruta de los probadores de las tiendas, poniéndose y quitándose trajes... mientras nuestro bebito la mira embobado... Hace tiempo que disfruta del tacto helado de la nieve deshaciéndose en las manos... ¡Ay m´hija y qué blanca y que fría...!... tiempo que juega a tirarse por ella y dar vueltas y vueltas y vueltas...

Ahora ya hace tiempo que va filmando y fotografiando cada lugar, cada momento, cada segundo de la sonrisa de nuestro bebito que un día, bendita suerte, será español. Muchas fotos para reunirlas y regalarlas en correos y cartas con destino allá, para los parientes, para su mami que volará a Madrid en cuánto pueda... Muchas fotos regalando sus días en España “... donde hay de todo caballero... donde se encienden más luces por las calles en Navidad que las que necesitan treinta pueblos como el nuestro para alumbrarse...”

Ahora ya se ha mecido apacible el tiempo, y ha llegado un mes y luego otro y después otro como olas de nuestro Caribe... y han pasado muchas desde aquella primera vez que mi Clarita se quedó sin su habla caribeña durante varios minutos, muda de la sorpresa... “Todos aquellos estantes mi amor, repletos de alimentos... todos esos pasillos llenos, llenos de comida y jabón y millones, millones de cosas al alcance de la mano...”

Aquella misma vez que Clarita, sabor a isla, sabor dulzón de plátano maduro frito, compró tremenda garrafa de aceite de cinco litros, porque si, porque su alma cubana se lo pidió, porque necesitaba ir de vez en cuando a la cocina y mirarla...

     ¡óyeme mi amor, solo mirarla...!



Rocío Díaz Gómez



Aunque el relato está ambientado en Cuba. La foto que encabeza esta entrada la hice yo en el año 2010 en Siria, más concretamente en Palmira, un lugar precioso.

Ahora da mucha pena pensar cómo estará... 

jueves, 1 de octubre de 2015

Dia Internacional de las Personas de Edad y uno de mis relatos



Este año y en este día, 1 de octubre de 2015, se conmemora el 25° aniversario del Día Internacional de las Personas de Edad. 

En la actualidad, casi 700 millones de personas son mayores de 60 años.

He pensado que con motivo de este día, para empezar bien el mes, ya que en este blog nos gustan las historias, os voy a dejar con uno de mis relatos. Es antiguo y creo que ya os lo copié en otra entrada, pero hace tiempo ya, y yo le tengo mucho cariño.

Fue premiado con el primer premio en el Certamen Nacional de Literatura de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real). Modalidad de Prosa. 2006. Y publicado en una revista del Ayuntamiento.

Bueno, pues aquí os lo dejo. Espero que os guste.



Aviones de papel en el cementerio

 
...Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha sido premeditao, ni somos unos pervertidos de esos que salen en las noticias. Mayores sí... pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien... Yo era por animarle a hacer una locura. Pero entiéndame locura y animarle en el mejor de los sentidos.

Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban a estar con esas tontunas... de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué necesidad había... Pues menuda diversión... No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies. ¿Qué necesidad hay...? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros viejos no: mayores. ¿Y además por qué no? le decía ¿Por qué no...? ¿Quién nos lo quita...? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía, y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros bien pocas y todavía ésta me funciona... la cabeza la tengo sobre los hombros y bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí podíamos llegar, al cabo de tantos lustros... Y tampoco por divertirnos, pues claro que no, que no es eso... Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la vista está ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más agustito que brincando por un cementerio...? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no Genaro? Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre... Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo. Pero ya ve mudo del susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar, y mudo que sigue dos horas y pico después.

Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender, no me quería entender... Y yo tenía mis razones.

Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando algo quieres... Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún antojo. Tu no estás bien. ¿A qué no estás bien...?. Yo Genaro estoy mejor que nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca. “Mira no quiero escuchar más paparruchadas me voy a la partida...” Y con esas cada tarde daba por terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había acabado y  por la noche erre que erre, erre que erre con el tema. ¿Pero cómo vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel...? ¿Avioncitos de papel a los setenta y tantos...? ¿Pero tú te escuchas lo que estás diciendo...? ¿Tú te escuchas Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado o se te ha roto, de fijo, fijo que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que sé... Porque si no yo Trini no me lo explico... ¿Pero que te cuesta Genaro, que te cuesta? ¿Pero tú no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tú no ves que cualquiera que nos vea... Eso si no acabamos en la residencia. Se enteran los chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle buen aire a los cuartos...? Que les estoy temiendo... ¿Pero no digas tonterías? le contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a ir hasta allí con el cuento... ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada a los hijos...? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando por semejante chiquillada... Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi Genaro le quita el sueño... Y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando empiezas con ese tema...” ¡Echale...! ahora el temoso soy yo... gritaba él ¡Lo que me quedaba por oír...!... Y yo volvía a la carga.

Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante...? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo... Y para acabar de rematar bien, bien la costura,  le dije con una mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de hacer las cosas bien, como Dios manda...”¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza...?! ¿Tú lo crees...? ¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con tus historias...?

 Pero no me llevó mas la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de primeras y casi de últimas... “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie...

Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna pero me dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado... Y que yo la verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta... Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar. Qué jodío mi Paco, pero que jodío... Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien lo que me digo, no lo voy a saber... Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi segundo marido. Parece que bosteza usté ¿no le hemos dejado dormir esta noche verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora... Mi Genaro el primero... que ahí le tiene: derrotaíto.

Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco. Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto, mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío... Porque allá por entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al mundo... pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo... porque él ya ni lo sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos escribíamos de cartas... Virgen santa... Un cerro bien grande de cartas que nos escribimos en aquellos tiempos... Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo guardadas hasta esta noche... Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos hemos reído... no se vaya usté a pensar... Que feliz mi Genaro de verme tan contenta... porque lo he pasado mal no se crea... que disgusto más grande.

Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta, corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me la leyera... La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que se ponía también, se alegraba de verdad, por mí... Y me la leía con una cosa, con un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas... Y yo la estaba tan agradecida... Porque a ver, yo sin saber leer... ella era como mis ojos.

El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza... Que dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea. Que dolor... tan joven como era yo, y lo enamorada que estaba de él. La maldita guerra... Allí en la plaza que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a llorar como dos magdalenas. Que no había quién nos despegara a la una de la otra. Que desgraciaíta que era yo entonces... que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.

Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba tanto de mi Paco... Pero vi que era un buen hombre y que me quería... Y bueno la verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde nos ve... Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos tan pegaditos como el primer día. No ha sido nunca muy hablador la verdad y ya lo ve, hay veces que hasta mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro...? Pobre aún le dura el disgusto...

Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez viruelas... Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores. Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”, échele, unos adultos un pelín arrugaos ya todos. Quién dice un pelín... como uvas pasas. Pero en fin que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos la verdad porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra como la que más, pero lista... Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a regañadientes no se vaya usté a pensar,  porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello y ya tiene una bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos. Pero oiga que me gustó, me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando quisiera, porque mi Genaro es muy bueno pero esas cosas tan dulces y requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás me las había dicho... Con una ilusión que yo aprendí para releerlas... y bien de rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando...

Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, qué ilusión, era como verle otra vez delante de mí con esa planta que tenía...

Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después, allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que garbanzos cocidos. Lloré tantas aquella noche que hubiera tenido garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces... No le digo más lo que pude llorar... si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese... Porque esas cartas no eran para mí... ¿Puede usted creerlo? ¡No eran para mí...! solo eran para mí las dos o tres primeras... Las demás, todas las demás eran para la señorita Nieves. Que penita más grande... Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por aquello del que dirán pero ya está, no había nada más para mí en todas aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer... bien sabía él a quién se lo pediría. Se le cierran los ojos. No se apure que ya termino...

Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena conmigo siempre... Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... pero la verdad como ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí, y de mi pena, no me pude negar. Y total yo tampoco sabía leer. ¿Quién me iba a decir a mí que con el tiempo lo haría...? Siempre recordé a esa mujer con tanto cariño...

Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y bueno... muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas... y era una tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado de pronto sin esa puerta que abrir. Y qué vacío señor guardia, que vacío tenía yo aquí dentro...

Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí anda dando cabezadas. Qué hombre... No sé ni como se le ocurrió semejante idea. Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe... como si me le hubieran dado la vuelta como a un  calcetín, qué cosas, pero así es. La primera carta es que yo no me lo podía creer, me quedé tan extrañada que allá que me planté en jarras delante de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad asombrá mitad enfadá ¿Y ésto...? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor... Échele... Era la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco, la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita, heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero las cartas no me dejan de llegar no se crea usté... Que son ya cuatro las cajas llenitas de cartas que tengo... y cada vez se le da mejor al jodío... que ya podía haber empezado treinta años antes... Mírele si es un pedazo de pan.

Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí...? Pero no romperlas y quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí eso no me valía... Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba... Que ni es sacrilegio ni ná porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió... Que vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo... que ahora que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa... Yo a mi Paco le conocí de críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso... Una tontuna como decía mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión bárbara... Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final siempre se deja embarcar... el pobre.

Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí echando a volar todas esas cartas que no eran para mí. Y que risas que parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas y bueno pues qué le voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos... por decir algo, y de los saltos a los abrazos... y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo. Pero vamos solo un poco no se vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva... Y a lo mejor yo sí que me estaba dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que nos hemos dejado llevar un poco, y si hay que confesar pues una se confiesa, pero solo un poco, a ver que se va usté a creer... ¿Pero oiga...? ¿Oiga...? ¿No me digas que está roncando...? Anda la leche...


Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has traspuesto un poco... Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura... Venga despierta hombre de Dios que ya no tienes edad de está ahí hecho un cuatro... Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades... así que andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde... Mañana ya hablaremos más con estos señores... aunque no sé que más van a querer saber... Y tú tranquilo, que yo me ocupo, tú tranquilo... que a los hijos no les van a decir nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre...

 Rocío Díaz