«En este Día Internacional del Migrante, comprometámonos a dar respuestas coherentes, amplias y basadas en los derechos humanos, guiándonos por la legislación y las normas internacionales y un empeño compartido en no dejar a nadie atrás.»
Mensaje del Secretario General, Ban Ki-moon en el Día Internacional del Migrante
18 de diciembre de 2015
Hoy 18 de diciembre de 2015 es el Día Internacional del Migrante.
Para unirnos a los actos que hoy se celebran, he pensado dejaros con uno de mis relatos sobre este tema. Sobre la determinación individual de superar la adversidad, la determinación de buscar una vida mejor.
Mi relato se titula "Ni una pizca de sal" y fue primer premio en el Concurso de Cuentos Interculturales "Cuéntame de tu diversidad" de la EMSI en el año 2002.
Aunque ya tiene un cuantos años creo que es un buen día para recordarlo. Espero que os guste.
Ni una pizca de sal
Rocío Díaz
Nadie
desea formar parte de una ficción
y menos
aún si esa ficción es real.
Paul
Auster
Los
sueños de hoy serán las realidades de mañana.
José
Martí.
Néstor. Enero 2001
Cuando mi Clarita salió con aquello de la barriga, supe que
no podía demorar más la marcha. Lo supe. Mi Clarita, sabor a isla, sabor
dulzón.
Cuántas
veces habíamos planeado la huida.
Cuántas. Muchas. Y durante muchas tardes. Y durante mucho tiempo. Pero cuando
no ocurría un contratiempo, ocurría otro y el viaje se iba demorando y
demorando. “Y es que no es fácil, caballero... no es fácil dejar la isla”.
Clarita. Mayo 2001
Allí, en la capital rusa, nos esperaba la persona que tenía que recibir
las cajas de puros, sin embargo el contacto, aquel que nos tenía que traer los
papeles para que pudiéramos continuar el viaje hasta España, continuar y
quedarnos, no llegaba. Yo partida de hambre y de cansancio le decía a Néstor: “Óyeme
mi amor, se demora, que no llega, no
llega”, y no llegó.
Aquel tipo no llegó nunca.
Una sensación tan fría como aquel país lejano, se fue apoderando poco a
poco de mi ánimo... La persona a quién habíamos llevado las cajas de puros de
encargo, después de pasar mucho rato rogándole se apiadó de nosotros ¡Óyeme
tu tienes que llevarnos a algún sitio, no puedes dejarnos aquí con este frío
del polo, tiesos, sin entender nada...!. Aunque nuestra causa no le tocaba
para nada conseguimos que al final nos acompañara hasta un hotel con un olor
asqueroso de las afueras de Moscú, un hotel de prostitutas.
Néstor.
Enero 2001.
La
madre de Clarita empezaba a mirarme de reojo... Pobrecita la vieja que le decía
a su hija que tuviera cuidado conmigo y mis cuentos de abandonar el país: “¡Ay
niña bájate de esa nube y ven aquí a la realidad! No te creas sus bobadas... no
te embullas...!” “Na viejita que esos son chismes, ya sabes como les gustan
aquí a todos los chismes, pa que voy a
yo embarcarme en esas historias...” y Clarita viraba la cara y seguía para lo
suyo. Pero los dos sabíamos que a la viejita le daba tremenda tristeza pensar
que Clarita cualquier día se le iba como ya se le había ido su otro hijo. A esa
mujer tranquilita se le trastornaba la vida na más que de pensarlo...
Pero mi Clarita se había quedado embarazada y esos nueves meses eran la
última posibilidad, el plazo final, no podía dejar que nuestro bebito naciera
allí. Si eso llegara a ocurrir ya no podrían salir ni ella ni nuestro niño, de
nuestra amada tierra donde tanta, tanta necesidad estábamos pasando.
Clarita. Mayo 2001.
Dos días estuvimos metidos en aquella habitación que “ni muerta chica”
hubiera elegido, sin pegar ojo, sin
comer... Néstor me secreteaba en la oreja “No seas boba... no pasará
nada, celebraremos una fiestona cuando lleguemos... mañana lo arreglaremos...”
él intentaba endulzarme el rato pero le veía tan desmoronado como yo, tirado en
aquella cama, mirando pal techo... Dos días sin comer, dos días sin hacer
nada...
Dejé a Néstor en la habitación y me fui por ahí a
dar una vuelta sola, a ver si por lo
menos me entretenía por ahí, caminando y se me olvidaba todo... Me dio por
caminar y caminar... Hasta que llamamos a España para avisar a los parientes
que nos esperaban, les contamos que no había papeles ni pasaportes ni más
nada... Masticándonos el trauma tras los primeros momentos de incertidumbre y
pesar resolvimos vender las cajas de puros que logramos pasar entre los
equipajes. Resolvemos, conjugando el segundo verbo de la supervivencia en
nuestra isla: inventar, resolver, escapar...
Néstor. Febrero 2001.
Hacía meses que no había sal, una isla rodeada de mar y mi Clarita no
tenía ni una pizca de sal para echar al caldo. Hacía tiempo que no veíamos el
aceite, y los alimentos que veíamos, “¡Ay m´hija que poco los veíamos!”
Con la cartilla de racionamiento mensualmente teníamos derecho a cinco
libras de arroz, tres libras de azúcar parda, dieciséis onzas de granos
(chicharos o lentejas), cuatro onzas de café, media libra de pescado cada dos
meses... “¿leche? no mi amor aquí el café se toma muy negro y poco, muy
poco; el culito de la taza no más. Pero
el poco que hay humeando en la cafetera se endulza con dos o tres cucharaditas
de azúcar y deja escapar su olor por las ventanas siempre abiertas, llamando a grito pelado con el aroma a los
demás, llenándose rápidamente la casa de
vecinos y parientes, de voces y risas, de chismes compartidos... ”
El sistema gubernamental de distribución de los alimentos solo atendía a
la mitad de nuestras necesidades. A partir de ahí todos inventamos comida,
inventamos negocios. Con esos negocios semiilegales se gana más que con los
trabajos estatales. Estuvimos un poco tiempo criando guarros, otros criaban
pollos en los balcones de los edificios de la Habana. Nosotros engordamos
puercos en el jardín de la casita. Aquella casita que teníamos malamente
pintada, de piso de tierra prensada y techo frágil, que había que cuidar tanto
pa que cuando se acercara el ciclón no lo arrancara y se lo llevara volando como otros, como otras veces.
Clarita. Mayo 2001.
“Tremenda cosa aquellos días en Moscú” recordaría y repetiría a
unos y otros Néstor meses después... “¿Te
acuerdas Clarita que solo comíamos pollo porque era lo único que nos parecía
conocido...? Pero a mí no me gusta recordarlo, se me pone la carne de
gallina cuando le escucho... Entonces... entonces, aspiro hondo, viro de conversación y se esfuman los deseos de llorar.
Quince largos días estuvimos malviviendo, malcomiendo en aquel hotel de
las afueras. Yo recién embarazada apenas comía de los nervios y la preocupación
que sufría. Néstor todos de cada uno de los días salía a vender puros para
reunir el dinero suficiente que sumado al que aún nos quedaba, alcanzaría a
duras penas para dos billetes de avión a Madrid. Mejor dicho, tuvimos que
comprar dos billetes de avión Moscú-La Habana, que hiciera escala en Madrid,
porque no podíamos quedarnos en España...
Néstor. Marzo 2001.
Al tiempo que criábamos los
guarros íbamos poquito a poco ahorrando
con otros trabajos, yo me dedicaba a cortar el pelo a los vecinos y Clarita
montó un rudimentario salón de belleza en la casa. Siempre hubo algún vecino o
conocido, o conocido de conocido, que
había viajado con la carta de invitación hasta España y le pudo traer pintauñas
de mil colores y tremendo montón de potingues con que ampliar el surtido de su
salón.
Por allá todo el mundo inventaba. Algunos inventaron cuartos adicionales
para los turistas dividiendo aún más el espacio de la casita con sobras de la
construcción. Otros vendían pizzas caseras, otros ropa usada, otros hacían
improvisados motores para balsas gracias a un ventilador... todo el mundo
inventaba porque “los cupones de racionamiento no dan para nada mi
amor... para nada. Si no, ya sabes solo te queda agenciar en bolsa
negra lo que te falte, si aun te quedan
pesos...”
En la isla conjugábamos los verbos de la supervivencia: inventar,
resolver, escapar...
Clarita. Finales de mayo 2001.
Quince eternos días después de llegar a Moscú,
logré montar en el avión en el que se suponía que volvía a mi país. Néstor se
quedó en Rusia hasta reunir un poco dinero más para su billete.
Habíamos quedado que en Madrid, un pariente mío que
trabajaba en el aeropuerto intentaría sacarme de la sala de tránsito antes de
que tuviera que enseñar el pasaporte...
Néstor. Marzo 2001.
Mi Clarita con su piel morena y sus labios gruesos y su pelo negro
ondeado... imagínensela bajo aquella luna redonda con unos aretes dorados en
sus orejas chiquitas, tanto como sus ojos... Mi Clarita... que aquella noche
que lo supo, mientras duró el apagón diario de electricidad me contó lo del
bebito.
Decidí que no podíamos esperar más, no iba a permitir que nuestro niño
creciera como un comemierda, como un comemierda
más...
Teníamos que intentar salir como fuera de allí, aunque nuestro corazón
cubano se dividiera con la marcha y se quedara la mitad para siempre
diciéndonos adiós desde el malecón, en la isla... o en la casa. Aquella que
habíamos ido acondicionando poco a poco para los frecuentes cortes con otros
inventos añadidos... Aquella que juntos habíamos ido apañando mientras Clarita
soñaba con una cocina nueva y un teléfono como aquel de las telenovelas, uno
que sonara en su casa para no tener que ir corriendo hasta la del vecino...
mientras soñaba con apagar la luz cuando ella quisiera, con dar en la ducha al
grifo de agua caliente sin cargar agua todas las noches... una ducha con tu
pastilla de jabón a un ladito... en la cartilla de racionamiento teníamos
derecho a media tableta de jabón de baño cada tres meses, y otra media tableta
de jabón de lavar, también cada tres
meses...
Clarita había soñado durante mucho tiempo con escapar para reunir una
buena cantidad de dólares que gastar... una buena cantidad para poder también
enviar a los parientes que se quedaran, y además, porque soñar es gratis, tener
unos ahorros y manejarlos “...óyeme
mi amor, ¿tú sabes lo grande que sería tener alguna que otra tarjeta de crédito...?
me susurraba con su acento dulzón de
bolero caribeño.
Decidí que no podíamos esperar más, teníamos que intentar salir de allí
como fuera para que Clarita tuviera todo aquello con lo que había soñado.
Clarita. Finales de mayo 2001.
Todo el viaje me lo pasé rezando a la Virgen del
Cobre, patrona de la isla, diosa yoruba del sentimiento. No recuerdo cuánto se
demoró el avión hasta que llegó a Barajas, pero fue mucho, muchísimo tiempo.
Una vez allí no recuerdo como llegué hasta la sala de tránsito... debí ser la
viva estampa del miedo de recién llegada a aquella sala, aquella donde en un
santiamén me sentí atrapada y arrastrada por la persona que me esperaba. No
recuerdo cómo recorrimos pasillos y salas y puertas del aeropuerto, ella
volando entre ellos y yo amarrada a su brazo. Recorrimos y recorrimos hasta
alcanzar la salida de nacionales de donde salí rodeada por los turistas que
procedían de un vuelo de Canarias... como uno más... como uno más de ellos
entrando, entrando ligera a Madrid.
No lo recuerdo. Pero estaba en Madrid. Bendita
suerte. Al fin.
.....
Néstor. Abril 2001.
Delante de un plato de arroz con frijoles, sin vegetales, sin carne,
conjugamos el verbo escapar... El sueño del paraíso americano era demasiado
peligroso, habíamos conocido a muchos vecinos construyendo balsas en las
terrazas. Balsas frágiles hechas de madera, llantas y plásticos en las que
jugarse la vida persiguiendo el sueño. Balsas como cáscaras de nuez meciéndose
con fragilidad de héroes, luchando, defendiéndose apenas de un Mar Caribe de
enormes olas. Supimos de muchos vecinos embarcados al fin, en un viaje muy
peligroso donde desistieron hasta de comer mareados por las corrientes. Solo
algunos balseros muy afortunados llegaron a tierra, muchos naufragaron... si tuvieron
suerte les rescató algún guardacostas, si no la tuvieron... terminaron ahogados o devorados por los
tiburones.
“No, de balseros mi vida no...” me decía Clarita acariciándose la
barriga, “de balseros, no...” me decía bajito, bajito...
Los días siguientes fueron jornadas enteras dedicadas a resolver, atar
todos los cabos para poder escapar. ¿Óyeme quieres que te haga el cuento de
todos los sobornos, de toda la jodedera de aquellos días...?
Finalmente logramos tener un contacto en Moscú, una persona a quién le
pagamos buena parte de lo ahorrado para que cuando llegáramos nos tuviera
preparados unos pasaportes para poder viajar más tarde hasta Madrid. Teníamos
unos deseos locos, tremendas ganas de vernos ya en el avión...
Hasta el último día no habíamos dicho nada a parientes ni vecinos, para
que nadie fuera con el chisme y se estropeara todo... Esa mañana recién
levantados fuimos anunciándoselo mientras nos despedíamos de ellos... Resultó
cómico ir viendo las caras de unos y otros cuando Clarita les iba con el cuento
de que nos íbamos... Después cuando ya nos creyeron, todos nos fueron haciendo mandados, millones
de notitas que atesoraban importantes encargos, grandes necesidades apretujadas
en pequeños papelitos arrugados que Clarita guardaba cuidadosamente entre sus
cosas: el dibujo de la plantilla de un pie infantil, el apunte de las dioptrías
para unos espejuelos nuevos...
Clarita. Junio 2001.
“Y qué malo es eso de ser emigrante, que malo... “
Néstor. Mayo 2001.
Moscú.
Nerviosos y tristes, después de despedirnos entre lágrimas de la familia,
los vecinos, los amigos, conseguimos tomar el avión que nos llevaría hasta
Moscú.
Entre el equipaje habíamos escondido varias cajas de puros, algunas que
nos habían pedido el favor de hacérselas llegar a un familiar que vivía en
Rusia, las demás por si necesitábamos venderlas para conseguir más dinero,
“Porque óyeme mi amor, nunca se sabe...”
Clarita. Junio 2001.
Néstor. Enero 2002.
Ahora ya hace tiempo que mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón, paseó su tripa con cubana dejadez, demorando
el vaivén por el centro de Madrid, de mi mano, siempre de mi mano. Ya hace
tiempo que visitamos al fin, la puerta de Alcalá y la Plaza Mayor y todos
aquellos lugares que soñamos visitar un día desde allá, desde nuestra tierra...
Ahora ya hace tiempo que Clarita disfruta de los probadores de las
tiendas, poniéndose y quitándose trajes... mientras nuestro bebito la mira
embobado... Hace tiempo que disfruta del tacto helado de la nieve deshaciéndose
en las manos... ¡Ay m´hija y qué blanca y que fría...!... tiempo que
juega a tirarse por ella y dar vueltas y vueltas y vueltas...
Ahora ya hace tiempo que va filmando y fotografiando cada lugar, cada
momento, cada segundo de la sonrisa de nuestro bebito que un día, bendita
suerte, será español. Muchas fotos para reunirlas y regalarlas en correos y
cartas con destino allá, para los parientes, para su mami que volará a Madrid
en cuánto pueda... Muchas fotos regalando sus días en España “... donde hay
de todo caballero... donde se encienden más luces por las calles en
Navidad que las que necesitan treinta pueblos como el nuestro para
alumbrarse...”
Ahora ya se ha mecido apacible el tiempo, y ha llegado un mes y luego
otro y después otro como olas de nuestro Caribe... y han pasado muchas desde
aquella primera vez que mi Clarita se quedó sin su habla caribeña durante
varios minutos, muda de la sorpresa... “Todos aquellos estantes mi amor,
repletos de alimentos... todos esos pasillos llenos, llenos de comida y jabón y
millones, millones de cosas al alcance de la mano...”
Aquella misma vez que Clarita, sabor a isla, sabor
dulzón de plátano maduro frito, compró tremenda garrafa de aceite de cinco
litros, porque si, porque su alma cubana se lo pidió, porque necesitaba ir de
vez en cuando a la cocina y mirarla...
¡óyeme mi amor,
solo mirarla...!
Rocío
Díaz Gómez
Ahora da mucha pena pensar cómo estará...
Hola, Rocío. Tenía pendiente leer tu relato desde hace días, y lo acabo de hacer. A medida que leía temía que tuviera un final triste, de una tristeza contenida y humilde como la de sus protagonistas. Pero no ha sido así. A mí me gustan los finales felices, o al menos esperanzadores.
ResponderEliminarSiempre describes con mucho acierto este tipo de situaciones, con unos diálogos muy creíbles y naturales.
Merecido premio, Rocío.