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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Visitando con mis relatos el colegio Hipatia de Rivas Vaciamadrid


Ayer, martes 17 de noviembre, estuve leyendo dos relatos míos en un colegio. 

Se trata del colegio Fuhem Hipatia de Rivas Vaciamadrid
Hace un par de años estuve en el Colegio Montserrat de Madrid, también de Fuhem.

En esta ocasión estuve leyendo un par de cuentos a tres clases de Sexto, una de ellas donde está mi sobrina. Fui porque pidieron colaboración a los padres de los alumnos para que fueran a leer cuentos o fábulas porque estaban dando la narrativa en clase de lengua. Entonces mi hermano me dijo que si quería ir yo y leerles algunos de mis propios relatos. Mandamos a la profesora de mi sobrina algunos de ellos, y ella me eligió uno para que ese al menos se lo leyera. Una vez allí en dos de las clases dió tiempo a que les leyera otro.

Os dejo con una foto y un par de vídeos pequeñitos  del momento.

Qué buena experiencia. Los niños estaban muy atentos. Y al final incluso me hicieron algunas preguntas. Además qué bien lo hacían porque por ejemplo les daba la profesora paso para que hablaran y empezaban: "Bueno lo primero decirte que me han gustado mucho tus cuentos y luego preguntarte en qué te has inspirado..." con un aplomo y una seriedad increible.

Estaba nerviosa antes de ir por si los niños se aburrían... Pero qué va estaban tan interesados. En una de las clases que les veía yo más despistados de pronto me paré y les digo como si me hubiera perdido: ¿Por dónde iba? Y enseguida varios me gritaron la última frase que había leído. Qué bien.

 Leí en primer lugar un relato más serio, y luego otro más distendido. Y la verdad es que en los dos prestaron muchísima atención y se les veía muy cómodos.  Después algunos querían los relatos para llevarlos a casa y enseñárselos a sus madres. Y las profesoras me dijeron que podía volver cuando quisiera con algún que otro relato más.

Qué gusto. Me sentí muy bien tratada, la verdad y me gustó mucho la experiencia. Fue un lujo.



 






jueves, 1 de octubre de 2015

Dia Internacional de las Personas de Edad y uno de mis relatos



Este año y en este día, 1 de octubre de 2015, se conmemora el 25° aniversario del Día Internacional de las Personas de Edad. 

En la actualidad, casi 700 millones de personas son mayores de 60 años.

He pensado que con motivo de este día, para empezar bien el mes, ya que en este blog nos gustan las historias, os voy a dejar con uno de mis relatos. Es antiguo y creo que ya os lo copié en otra entrada, pero hace tiempo ya, y yo le tengo mucho cariño.

Fue premiado con el primer premio en el Certamen Nacional de Literatura de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real). Modalidad de Prosa. 2006. Y publicado en una revista del Ayuntamiento.

Bueno, pues aquí os lo dejo. Espero que os guste.



Aviones de papel en el cementerio

 
...Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha sido premeditao, ni somos unos pervertidos de esos que salen en las noticias. Mayores sí... pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien... Yo era por animarle a hacer una locura. Pero entiéndame locura y animarle en el mejor de los sentidos.

Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban a estar con esas tontunas... de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué necesidad había... Pues menuda diversión... No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies. ¿Qué necesidad hay...? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros viejos no: mayores. ¿Y además por qué no? le decía ¿Por qué no...? ¿Quién nos lo quita...? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía, y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros bien pocas y todavía ésta me funciona... la cabeza la tengo sobre los hombros y bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí podíamos llegar, al cabo de tantos lustros... Y tampoco por divertirnos, pues claro que no, que no es eso... Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la vista está ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más agustito que brincando por un cementerio...? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no Genaro? Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre... Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo. Pero ya ve mudo del susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar, y mudo que sigue dos horas y pico después.

Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender, no me quería entender... Y yo tenía mis razones.

Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando algo quieres... Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún antojo. Tu no estás bien. ¿A qué no estás bien...?. Yo Genaro estoy mejor que nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca. “Mira no quiero escuchar más paparruchadas me voy a la partida...” Y con esas cada tarde daba por terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había acabado y  por la noche erre que erre, erre que erre con el tema. ¿Pero cómo vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel...? ¿Avioncitos de papel a los setenta y tantos...? ¿Pero tú te escuchas lo que estás diciendo...? ¿Tú te escuchas Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado o se te ha roto, de fijo, fijo que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que sé... Porque si no yo Trini no me lo explico... ¿Pero que te cuesta Genaro, que te cuesta? ¿Pero tú no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tú no ves que cualquiera que nos vea... Eso si no acabamos en la residencia. Se enteran los chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle buen aire a los cuartos...? Que les estoy temiendo... ¿Pero no digas tonterías? le contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a ir hasta allí con el cuento... ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada a los hijos...? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando por semejante chiquillada... Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi Genaro le quita el sueño... Y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando empiezas con ese tema...” ¡Echale...! ahora el temoso soy yo... gritaba él ¡Lo que me quedaba por oír...!... Y yo volvía a la carga.

Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante...? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo... Y para acabar de rematar bien, bien la costura,  le dije con una mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de hacer las cosas bien, como Dios manda...”¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza...?! ¿Tú lo crees...? ¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con tus historias...?

 Pero no me llevó mas la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de primeras y casi de últimas... “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie...

Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna pero me dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado... Y que yo la verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta... Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar. Qué jodío mi Paco, pero que jodío... Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien lo que me digo, no lo voy a saber... Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi segundo marido. Parece que bosteza usté ¿no le hemos dejado dormir esta noche verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora... Mi Genaro el primero... que ahí le tiene: derrotaíto.

Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco. Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto, mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío... Porque allá por entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al mundo... pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo... porque él ya ni lo sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos escribíamos de cartas... Virgen santa... Un cerro bien grande de cartas que nos escribimos en aquellos tiempos... Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo guardadas hasta esta noche... Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos hemos reído... no se vaya usté a pensar... Que feliz mi Genaro de verme tan contenta... porque lo he pasado mal no se crea... que disgusto más grande.

Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta, corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me la leyera... La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que se ponía también, se alegraba de verdad, por mí... Y me la leía con una cosa, con un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas... Y yo la estaba tan agradecida... Porque a ver, yo sin saber leer... ella era como mis ojos.

El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza... Que dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea. Que dolor... tan joven como era yo, y lo enamorada que estaba de él. La maldita guerra... Allí en la plaza que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a llorar como dos magdalenas. Que no había quién nos despegara a la una de la otra. Que desgraciaíta que era yo entonces... que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.

Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba tanto de mi Paco... Pero vi que era un buen hombre y que me quería... Y bueno la verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde nos ve... Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos tan pegaditos como el primer día. No ha sido nunca muy hablador la verdad y ya lo ve, hay veces que hasta mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro...? Pobre aún le dura el disgusto...

Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez viruelas... Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores. Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”, échele, unos adultos un pelín arrugaos ya todos. Quién dice un pelín... como uvas pasas. Pero en fin que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos la verdad porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra como la que más, pero lista... Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a regañadientes no se vaya usté a pensar,  porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello y ya tiene una bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos. Pero oiga que me gustó, me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando quisiera, porque mi Genaro es muy bueno pero esas cosas tan dulces y requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás me las había dicho... Con una ilusión que yo aprendí para releerlas... y bien de rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando...

Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, qué ilusión, era como verle otra vez delante de mí con esa planta que tenía...

Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después, allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que garbanzos cocidos. Lloré tantas aquella noche que hubiera tenido garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces... No le digo más lo que pude llorar... si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese... Porque esas cartas no eran para mí... ¿Puede usted creerlo? ¡No eran para mí...! solo eran para mí las dos o tres primeras... Las demás, todas las demás eran para la señorita Nieves. Que penita más grande... Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por aquello del que dirán pero ya está, no había nada más para mí en todas aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer... bien sabía él a quién se lo pediría. Se le cierran los ojos. No se apure que ya termino...

Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena conmigo siempre... Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... pero la verdad como ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí, y de mi pena, no me pude negar. Y total yo tampoco sabía leer. ¿Quién me iba a decir a mí que con el tiempo lo haría...? Siempre recordé a esa mujer con tanto cariño...

Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y bueno... muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas... y era una tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado de pronto sin esa puerta que abrir. Y qué vacío señor guardia, que vacío tenía yo aquí dentro...

Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí anda dando cabezadas. Qué hombre... No sé ni como se le ocurrió semejante idea. Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe... como si me le hubieran dado la vuelta como a un  calcetín, qué cosas, pero así es. La primera carta es que yo no me lo podía creer, me quedé tan extrañada que allá que me planté en jarras delante de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad asombrá mitad enfadá ¿Y ésto...? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor... Échele... Era la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco, la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita, heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero las cartas no me dejan de llegar no se crea usté... Que son ya cuatro las cajas llenitas de cartas que tengo... y cada vez se le da mejor al jodío... que ya podía haber empezado treinta años antes... Mírele si es un pedazo de pan.

Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí...? Pero no romperlas y quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí eso no me valía... Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba... Que ni es sacrilegio ni ná porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió... Que vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo... que ahora que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa... Yo a mi Paco le conocí de críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso... Una tontuna como decía mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión bárbara... Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final siempre se deja embarcar... el pobre.

Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí echando a volar todas esas cartas que no eran para mí. Y que risas que parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas y bueno pues qué le voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos... por decir algo, y de los saltos a los abrazos... y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo. Pero vamos solo un poco no se vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva... Y a lo mejor yo sí que me estaba dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que nos hemos dejado llevar un poco, y si hay que confesar pues una se confiesa, pero solo un poco, a ver que se va usté a creer... ¿Pero oiga...? ¿Oiga...? ¿No me digas que está roncando...? Anda la leche...


Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has traspuesto un poco... Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura... Venga despierta hombre de Dios que ya no tienes edad de está ahí hecho un cuatro... Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades... así que andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde... Mañana ya hablaremos más con estos señores... aunque no sé que más van a querer saber... Y tú tranquilo, que yo me ocupo, tú tranquilo... que a los hijos no les van a decir nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre...

 Rocío Díaz

lunes, 10 de agosto de 2015

"Una horita corta" Relato de Rocío Díaz Gómez - Semana Mundial de la Lactancia Materna



Esta semana pasada, del 1 al 7 de agosto se celebra en más de 170 países la Semana Mundial de la Lactancia Materna, destinada a fomentar la lactancia materna, o natural, y a mejorar la salud de los bebés de todo el mundo. 

Me acordé cuando lo leí de que yo tengo un relato corto que escribí a partir de un poema muy breve de Ada Salas relacionado con este tema. 

Como hace mucho tiempo que no os dejo algun relato os lo voy a copiar. Es "viejuno" os aviso... Me lo premiaron con un Accesit en el año 2003 en Salamanca, más concretamente en Lumbrales, en el  "II Certamen Literario Carmen Martín Gaite" de Villa de Lumbrales.




Una horita corta



                                                                                               Como si nunca
                                                                                               nada
                                                                                               me hubiera sucedido

                                                                                               Salvo esta boca abierta
                                                                                               
                                                                                               Ada Salas




Porque eso de la horita corta ella nunca supo lo que era, aguantaba hasta que le dejaban al crío en los brazos y después ya ni queriendo le salían las fuerzas, que ni pa hablar quedaba... Solo después de contarle los deditos y ver que había salido entero, solo con sentir su boquita pegada a la piel, solo con sentir que el muchacho hacía por vivir, ya le valía a mi Vicen para dejarse dormir una mijita y descansar... ¡Ay carajo que mujer la mía! Que toda la vida se la ha pasado luchando...


La conocí cuando no levantaba ni siete palmos del suelo, escurrida y con cuatro pelillos de hambre que nunca ha logrado domar, aquel día la sentí trajinar entre las vacas hasta que se las valió ella solita para entenderse con ellas y que se dejaran ordeñar. Qué ley ha tenido siempre por esos animales... “¿Sabe usté, me dijo aquel día, que si las vacas se acuestan todas del mismo lado es que va a llover...?” y yo la miré sonriendo porque me hizo gracia el desparpajo de la chavalilla pero no contesté. “Pues ya lo está usté sabiendo” me dijo y se dio media vuelta con un remango que pa qué las prisas en sus pocos años.

No la tocó llegar al mundo a mi Vicen para una vida fácil, vaya que no. La primera de un cerro de hermanos, desde bien chica tuvo que hacerse cargo de mucho más de lo que le hubiera tocado si Dios hubiera asomado por allí el día que nació, pero era Domingo de Ramos y Dios se conoce que andaba con la cabeza en otras cosas que festejar... No daban por ella ni una perra gorda cuando salió al mundo, consumidita y amoratada nació con el cordón enrollao al cuello y si se descuida la partera la saca ya na más que para enterrar. Pero desde cría se afanó por tomarle prestado a la vida hasta la ultima migaja de lo que olvida en la mesa. Y a trancas y barrancas se las apañó para ir saliendo adelante, que como algo se le meta entre ceja y ceja no la verá usté parar...

La madre de mi Vicen después de parirla a ella no dejó de echar críos al mundo, pero o no aguantaban dentro, o fuera no lograban los muchachos sobrevivir poco más.  Porque siempre eran muchachos, que ese era el calvario del padre ver como pasaba el tiempo y que ninguno de los críos quisiera quedarse en el mundo para ayudarle con la casa y los prados. A buenas horas iba a parar él hasta que lo consiguieran. Poca ayuda encontraba mi Vicen en aquella madre que cuando no estaba para tenerlo, estaba para dejárselo hacer, que esa tarea nunca en aquella casa se quedaba para después.  Poco barruntó el padre las consecuencias en su mujer de tanto afán, que de poco en poco iba menguando su salud como las tardes de invierno, menguando sus fuerzas poquito a poco, como para mantener ninguno dentro...

Demasiado siempre por hacer en la casa y demasiado fuera de la casa. Los pies, de puntillas encima de cualquier taburete, bajo el fregadero cuando mi Vicen aún no alcanzaba a trastear con las ollas y los platos. Y trajinar con las vacas y los conejos y las gallinas, mucho por hacer en el huerto y mucho polvo, en aquella casa de ventanas abiertas de par en par, siempre por limpiar.


Quizás fue por eso tan pronto que mi Vicen se dejó engatusar por el primero que arrimándose a ella en el baile le preguntó sí quería ser su novia. Pa chasco iba a perder ella esa oportunidad de marcharse de aquella casa donde no hacía otra cosa que trajinar. Menuda percha que tenía el sinconciencia del que se enamoró. Con una planta que pa qué las prisas y una guasa que gastaba que la traía a ella loca... pero por la calle de la amargura fue lo que luego la trajo. Siete u ocho años anduvo hablando con él, que las cosas entonces se apalabraban para largo y más largo aún, que no se me quita a mí de la cabeza, que siempre las quiso hacer él. Siete u ocho años hablando para que luego se le cruzara otra más espabilada, o desvergonzada,  con la que se casó.

En un suspiro se le fue a mi Vicen su amor. En un santiamén perdió el poco color que siempre tuvo y se le coló por los ojos una tristeza que nunca la abandonaba, una tristeza que siempre mantenía bien estiradas las arruguitas que sus ojos inventaban cuando la risa aún los sorprendía. Lo que pudo llorar en silencio. Lo que pudo echar de menos a aquel tarambana que se marchó con sus ilusiones recién inventadas, que se marchó apenas sin despedirse. Y allí quedó ella, sentada en una curva de aquellos días, viendo pasar las horas y su vida.


Diez largos años, diez, que se dice pronto, aguanté viéndola cada día como iba menguando como antes hizo su madre. Diez largos años, que si me descuido no oigo misa, esperando que llegara alguien que consiguiera dibujar unas arrugas chiquitijas en sus ojos con nuevas risas. Pero no llegaba. De cuando en cuando yo pasaba por su casa para hacerme cargo de las vacas que tenían el parto atravesao. Como médico y medio veterinario del pueblo, después de tanto tratarla de cerca, que desde bien chica y en silencio no se movía ella de los establos si algo malo pasaba con los animales, la conocía mucho más de lo que ella creía.

Un mes me costó cuando ya lo tenía más que requetepensado decidirme a hablarla, un estirado, estirado mes.  No tenía ni idea de qué la iba a decir, cuando la tuviera delante... Cuando me vi allí frente a ella, le solté lo primero que se me vino a la cabeza: “¿Sabe usté que si las vacas se acuestan todas del mismo lado es que va a llover...?” Al principio, durante unos momentos mas largos que un día sin pan, me miró sin decir nada, seria y extrañá. Me miro y me miró como trajinando con las ollas y los platos de la memoria. Pero al poco pareció que quería sonreír y me dijo : “No me diga ¿qué aún se recuerda?”. Me llevé el dedo a los labios y chisté: “No irás ahora a decirme eso de que “...Pues ya lo está usté sabiendo...” 

Porque eso de la horita corta ella nunca supo lo que era, aguantaba hasta que le dejaban el crío en los brazos y después ya ni queriendo le salían las fuerzas, que ni pa hablar quedaba... solo después de contarle los deditos y ver que había salido entero, solo con sentir su boquita pegada a la piel, solo con sentir que el muchacho hacía por vivir, ya le valía a mi Vicen para dejarse dormir una mijita y descansar... 

No gastamos nosotros un noviazgo de los de entonces apalabrados para largo. Ya no éramos mozos, sobre todo yo, y no había mucho tiempo que perder si queríamos que llegaran muchachos.  Mi Vicen desde el primer día me dijo que ella quería tener muchos, muchos críos, altos como castillos, muchos, todos los que no había podido traer al mundo su madre y aún más. Gracias a Dios aunque no han sido tantos, no ha tenido que volver a estar delante de ninguna cajita en el cementerio, que ya bastantes tuvo que ver cuando apenas tenía edad ni conocimiento para echarles de menos. 


Yo sé que compartimos un amor templadito como el tazón de leche de por las mañanas, yo sé que jamás ha sentido por mí ni un “amor primo hermano” del que sintió por el que le robó la risa. No lo ha sentido ni de largo. Pero a su manera también sé que me tiene una ley que nunca le ha tenido a nadie. A nadie. Sé que mi Vicen pelearía con más rabia que cualquiera de los animales que cuida, por mi o por los hijos.

Si usté la viera, si usté hubiera visto sus ojos mirando primero a esos críos, mirándome después a mí, cada vez que ha sentido esas boquitas pegadas a su piel...


©Rocío Díaz Gómez