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lunes, 10 de agosto de 2009

Lectura en la radio de mi microrelato:"Boca abajo"


Esta es una entrada solo para comentaros que si queréis podeis escuchar el microrelato que me premiaron en el Ojo Crítico la semana pasada, tema: “Quemaduras Solares”, en Internet.

Cómo no sé si va funcionar lo del enlace aunque os lo copio debajo, os digo poco a poco, los pasos a seguir. Entrar en la página de Radio Televisión Española:

http://www.rtve.es/radio/

Luego más abajo pinchar en “podcasts” y luego en la “E” buscar “El Ojo Crítico”, pinchais en él,

http://www.rtve.es/podcast/radio-nacional/el-ojo-critico/

y después en el programa del 5 de agosto:

http://www.rtve.es/mediateca/audios/20090805/las-futuras-estrellas-del-flamenco-union-ojo-critico/562590.shtml


Es todo el programa de ese día, mi relato está más o menos hacia la mitad, porque lo leyeron a las siete y media más o menos. Y claro dura nada, porque es muy corto.

Espero que os guste con la musiquita de los Ángeles de Charlie y la lectura tan dramatizada que hacen.

Ya me contareis...



jueves, 6 de agosto de 2009

Microrelato de verano de Rocío Díaz Gómez


Dice mi amigo David una frase que a mí me ha gustado mucho “La vida es una especie de chistera de mago”. Y es verdad ¿No es así?


Me lo ha dicho a propósito de algo que me pasó ayer. Algo extraordinario y digo lo de extraordinario porque desde luego se salió de lo ordinario. Y lo que es más importante: me alegró el día.


Lo que pasó ayer tiene detrás una historia que lo hace aún más curioso:


Porque yo suelo escuchar "El ojo crítico", ese programa de Radio Nacional de España sobre cultura que hay de 19 a 20 h de lunes a viernes, que siempre es interesante. Pero aunque lo suelo escuchar siempre que puedo, no puedo obviamente todos los días, claro... y menos ahora en verano que uno sale más y me pilla en la piscina o de vacaciones o tomando algo... Vamos que es más raro. Pero justo el otro día, el jueves o el viernes estaba en casa y vi que aún podía escuchar algo y al encender la radio dio la curiosidad de que hablaban de un concurso de microrelatos pero la verdad es que como la noticia estaba empezada no me enteré del todo bien, pero debe ser que me quedé con la copla. Y ayer, que terminaba ayer miércoles, no sé por qué alguien en el trabajo dijo algo de las quemaduras solares y por esas asociaciones raras que uno hace sin querer, me acordé del premio y me acordé de que el concurso del Ojo Crítico tenía ese por tema, y también de que me sonaba que yo tenía un micro que más o menos hablaba de eso. Pero a ciencia cierta no sabía seguro cuando terminaba el plazo, ni las palabras máximas, ni si tenía que ser con seudónimo... Pero estaba tan agobiada con cosas del trabajo (que parece mentira que sea agosto) que me dije: "Mira voy a desconectar diez minutos y voy a hacer esto... que me he ganado un ratito... me lo merezco" Y ahí me tenéis a cien por hora buscando el micro, releyéndolo deprisa, repasándolo, ajustando a lo que más o menos pensaba que sería de longitud y muy rápido todo les mandé un correo diciéndoles que bueno que me parecía que pedían eso, pero que si no me ajustaba a las bases pues que lo entendía y que al menos así aprovechaba para darles la enhorabuena por el programa. Y después de hacer todo eso en un tiempo record, resulta que el correo en cuestión veo que se me queda en la bandeja de salida estancado porque justo el correo en ese momento en el trabajo no iba nada bien. Así que yo ya convencida de que con tanta aceleración no se pueden hacer las cosas y que de ahí no saldría nada de nada. Llegaron las tres hora de irme a casa y ahí seguía el correo en la bandeja de salida, así que me encogí de hombros y para casa.


Y cuando llego al trabajo ayer, me fijo, y veo un "entregado" de Radio Nacional de España y digo ¡anda pues sí que llegó! Y no me volví a acordar en todo el día. Cuando resulta que estoy ayer por la tarde hablando por teléfono y veo que son las siete y media y le digo a la persona del otro lado del teléfono: "Oye que ahora te llamo que es que justo está el programa éste que me gusta y voy a ver porque he mandado un micro, a ver si dicen algo más y me entero bien..." pero sin la más minima esperanza ni nada de nada, solo para saber... Y justo, justo enciendo la radio y ¡oigo mi nombre! A veces pasan cosas así, cosas increíbles, casualidades mágicas que de pronto dices: ¡¡Pero bueno que esa soy yo!! Y estoy en la radio, y me están leyendo... Jo, qué gracia. Bueno ¡que cosas! es que no me lo creía, y qué graciosa y qué bien dramatizado por parte de la lectora, con su música de fondo de los "¡Ángeles de Charlie!" y todo... De verdad que me ha dado una cosa de oír mi nombre en la radio y de ver que lo leían así tan curioso, con la de incidentes que había tenido para mandarlo, que había sido una cosa así sin prestar demasiada atención ni nada... que es increíble.


Y bueno toda esta historia es para dejaros el micro en cuestión. El tema eran Quemaduras Solares, la extensión menos de 350 palabras. Y el premio un lote de libros. Qué mejor regalo. En el blog del Ojo Crítico han dejado la noticia. Y me dijeron cuando hablé con ellos por teléfono que colgarán el audio del relato leído en la página de Radio Nacional de España, así que estaré pendiente y cuando lo hagan os lo dejaré aquí porque es muy curioso cómo lo dramatizaron.


Aquí os transcribo el micro:



BOCA ABAJO

Tenía trece años y una piel más blanca que la leche Frixia que entonces compraba mi madre.

Eran los tiempos en que todavía la mercromina y el agua de sal lo curaba todo, tiempos de estirar y estirar aburridos veranos en las playas de la Costa Brava.

Hasta que hice aquel descubrimiento dentro del puesto de Avidesa.

¡Dios! No lo podía creer. Era igual, igual que Starsky, el de Hutch. Quizás más alto, más fuerte, no tan moreno, ni su pelo tan rizado... pero ¡vamos! que prácticamente igual. No podía creerlo. Pero aún creí menos el guiño y el beso que me tiró desde dentro del puesto.

Vuelta y vuelta, vuelta y vuelta, y otra vez vuelta y vuelta en la toalla. Así una y otra vez. Una y otra. Hasta que me armé de valor y fui a por un helado.

Entonces me dijo aquello de “Nena, cuánto te pareces a Sabrina, la de los Ángeles de Charlie”. ¡Madre mía...! Como una medusa hinchada por el piropo, floté esponjosa alrededor del puesto... ¡Madre mía...! Hasta que recordé que mi hermano decía que “...de las tres, Sabrina era la más plana”.

A partir de ahí pasé todo el día tumbada boca abajo en la toalla. Siempre boca abajo, por favor que no me viera por delante, que no se fijara... Boca abajo, pero sin quitarle ojo, sonriendo tontamente.

Boca abajo.

Boca abajo.

Boca abajo.

Dorándose mi piel. Enrojeciéndose. Tostándose. Achicharrándose. Hirviendo con casi quemaduras solares de segundo grado.

Seguí boca abajo durante casi tres semanas, noche y día, día y noche.

Aquel amor duró lo que dura una insolación. Aún el olor a vinagre me devuelve aquel guiño y aquel beso que me llegó desde dentro de un puesto de Avidesa, ese vinagre que mi madre echaba sobre mi piel para curar las quemaduras. Aún el olor a vinagre termina recordándome el primer plantón de mi vida: el que me dió tres semanas después un Starsky de Casteldefells.

Aquel, que no curó el vinagre ni tampoco las lágrimas que cabrían en un enorme y salado Mar Mediterráneo.
©Rocío Díaz Gómez


domingo, 2 de agosto de 2009

Relato de verano de Rocío Díaz Gómez: "El día que la abuela hizo top less"



Para empezar agosto os voy a dejar con un relato muy veraniego: "El día que la abuela hizo top less".

Este relato lo premiaron con el primer premio en el VI Certamen de Relato Corto "Doris Lessing" de la Universidad Carlos III de Madrid, el año pasado, en su edición 2008 y en la Modalidad "Premio no Comunidad Universitaria".
Espero que os guste.



El día que la abuela hizo top less
El día que la abuela hizo top less nuestro mundo se dio la vuelta como un calcetín. ¡Abuela! Fue el grito que al unísono dimos todos. Todos los que consiguieron abrir la boca y exclamar algo coherente. Pero al que no pudo hacerlo de viva voz, el grito, inquieto, imparable, feliz, se le escapó por los ojos asombrados, las manos en jarras, o libre y entrecortado, consiguió huir a golpe de risas. Por una vez en la vida toda mi familia estuvo de acuerdo en algo: “la abuela ha perdido el norte”.

Sin embargo, nunca su brújula estuvo más acertada.


Todos los veranos de nuestra infancia yo los recordaba en aquel pueblo, en aquella playa, bajo aquel tenderete que improvisaba la abuela colgando unas gruesas lonas de tres viejas pero resistentes sombrillas, de colores vistosos, clavadas a la orilla misma del mar. La abuela llevaba años y años alquilando una casita en el mismo pueblo costero para reunir allí a toda la familia. Pero los días eran largos, apacibles, soleados y pasábamos más tiempo en la playa que en la casa. Blancos de leche solar los más pequeños, encroquetados de arena los chavales, resbaladizos de aceite bronceador los adolescentes y a la sombra los más mayores. Todos juntos haciendo campamento, como decía la abuela. A ella le encantaba la playa, la arena, nuestra compañía; le encantaban aquellos días luminosos rodeada de toda la familia cercana y revuelta.

Aquel verano acababa de empezar. A lo largo de la semana habíamos ido llegando todos. Nada parecía presagiar ningún cambio, había amanecido una mañana como cualquier otra de aquel mes caluroso. Y así discurría, sencilla y lenta. Los pequeños entraban y salían del agua, empapados y despeinados. Los más jóvenes estirábamos el aburrimiento tumbados en nuestras toallas. Mi prima Rosa delicada, preciosa, a los pies de la abuela, boca abajo. Mi hermano Raúl y yo, él más musculoso, más espontáneo, yo enclenque, tímido, atisbando el mundo siempre tras unas gruesas gafas de empollón. Pero apostados los dos, a cada lado de mi prima, muy pendientes de los cambios que aquel invierno hubiera podido operar en su bella anatomía, esperando atentos a que hiciera el menor movimiento para admirar sus incipientes curvas. Aunque aquella mañana, raro en ella, no terminaba de volverse boca arriba... En un plano algo superior no dejaba de hablar tía Catalina, altiva, apretada toda ella, dentro de su encorsetado bañador. Es increíble, decía siempre papá a mamá cuando nadie le oía, “es increíble que de tu hermana Catalina haya salido tu sobrina Rosa ¿no crees?” Mamá, la versión dulce de las hermanas Castañar, le miraba con ojos sonrientes mientras le mandaba callar con un gesto apenas visible... Algo más allá, tío Luis siempre vegetaba sentado detrás de su periódico abierto, ajeno al mundo y sobre todo a su mujer. Cerca de nosotros Mamá hacía ganchillo y charlaba con tía Catalina. Papá, como siempre en la orilla, cuidaba y jugaba con los más pequeños. El mundo está bien, el mundo discurre plácido, parecíamos decir todos con nuestros gestos. Pero a la vista de lo que ocurrió después, quizás no fuera cierto.

La abuela estaba sentada en su silla, vestida con su atuendo playero y recatado, sencillo e impecable, mirando el mar y escuchando en silencio, sin perder ni una palabra pero sin apenas participar en las conversaciones. Cualquier extraño al verla hubiera jurado que era una anciana dócil, bien cuidada, cobijada por las atenciones de los suyos. Pero mi abuela era mucho más que eso. Era las raíces profundas, el tronco firme y resistente de mi familia.

Ahora sé qué fue lo que impulsó su gesto. Pero en aquel momento, como todos, no conseguía explicarme, no lograba salir de la sorpresa en la que de cabeza nos zambullimos todos al ver lo que hizo.

De pronto, sin mediar palabra, sin avisar y poco a poco, la abuela empezó a desabrocharse uno a uno los botones de su bata de tergal floreada y fresquita. Creo que en un principio nadie estaba mirando. Sin embargo, el gesto casi imperceptible de ir liberando cada botón de su respectivo ojal no se detuvo cuándo las leyes no escritas del recato y las convenciones sociales para una persona de su edad aconsejaban, sino que se extendió en el tiempo, persistiendo tenaz en la acción. Porque lo que tenía la abuela no era un simple acaloramiento propio de las horas centrales de aquel día veraniego, sofoco que se hubiera podido resolver con dos o tres botones desabrochados. No. Lo que tenía la abuela era la firme determinación de quedarse en paños menores, como ella decía. No nos dio tiempo ni a reaccionar. El caso es que cuando nos dimos cuenta la abuela siguió desabrochándose y desabrochándose la bata, hasta llegar a la cintura. Sin decir ni media, se bajó un hombro, se bajó el otro e inmediatamente después se echó las manos a la espalda y se soltó resuelta los dos corchetes de su ancho sostén de color visón, y con un solo movimiento y en un segundo artrítico, dejó libres, al aire y ante la vista de cualquiera, aquellos dos pechos abundantes y de setenta y tantos que, en ese momento descubrí impresionado, guardaba celosamente mi abuela.

- Jo-der, explotó mi hermano con dos golpes de voz nada más verla...
- Raúl, esa boca... -dijo mi abuela inmediatamente y mirando impasible nuestros gestos boquiabiertos preguntó indolente: ¿Os pasa algo?...
- ¿A nosotros? –acerté a decir yo resistiéndome a despegar los ojos de sus pechos desnudos- No, no abuela...
- Ah creía...
- ¿Qué les va a pasar? ¿O nos tiene que pasar algo? –dijo entonces tía Catalina, pero sin decir, con esa habitual y fingida condescendencia para con las cosas que censuraba su moral y que solía traducir en preguntas sin respuesta...
- Catalina, Catalina, -contestó rápidamente la abuela- si alguien te conoce soy yo, que te parí hace ya nosecuántos años, porque aunque me acuerdo perfectamente del día y año, por ti, no lo voy a decir aquí delante de toda la playa... Pero por eso mismo, Catalina, si me quieres decir algo a mí, me lo dices y en paz, y no me hables a medias y con ese tonito que usas para el pelele de tu marido, a mi no me hables así, porque soy tu madre, tu madre Catalina... un respeto.
- Pero madre...
- Ni madre ni gaitas... -contestó la abuela dándose un giro tremendamente peligroso para sus años y sus huesos, que hizo volar durante unos segundos eternos aquellos pechos de setenta y tantos que nos tenían hipnotizados...

E impermeable a nuestro asombro, siguió mirando el mar.

- Pero madre... -insistió tía Catalina- que se le ha caído el sujetador...
- No seas absurda Catalina -contestó ella sin mirarla siquiera- que se va a caer... me lo he quitado.
- Pero madre ¡a su edad va a hacer top less!
- ¡que “tolés, tolés” estoy haciendo destape! ¿O no se dice así Fernando? -Le preguntó la abuela a mi padre que a duras penas sofocaba incrédulo la risa...
- Sí, sí, claro que sí, destape, se dice destape, es que Catalina se lo ha dicho en ingles...
- Vamos... Échale en inglés... A mí, que soy de Toledo... -contestó entonces la abuela más para sí misma que para nadie...
- Pero madre ¿qué tonterías está usté diciendo? -Insistía tercamente tía Catalina- ¿Pero no ve que se va a constipar...?

Pero la abuela ni tan siquiera se molestó en volver a mirar a tía Catalina. Impertérrita, con los abundantes y desparramados pechos al aire siguió el resto de la mañana mirando el mar. Impactados por la sorpresa, no acabábamos ninguno de encontrar una explicación a su actitud, pero visto que ella no estaba dispuesta a cambiar de opinión, ni mucho menos de postura, cada uno volvió a lo suyo, aparentando una indiferencia que estábamos muy lejos de sentir. Mi tía Catalina de vez en cuando se acercaba a su marido que seguía parapetado detrás del periódico y le decía en voz baja: “Pero Luis ¿tú has visto a mi madre?” y el tío Luis contestaba tranquilamente: “Como para no verla Catalina, como para no verla...” y de ahí la tía no le sacaba. De vez en cuando la abuela salía de su mutismo y le decía a la prima Rosa: “Rosa, tesoro ¿no te cansas de estar boca abajo?”. Pero mi prima Rosa contestaba que no, que no se cansaba y seguía en esa posición... De vez en cuando mi padre y mi madre se miraban sin comentar nada. Y tía Catalina cuando se cansaba de mirar con ojos despavoridos a su madre, cuando se cansaba de preguntar a su marido, volvía a charlar sobre cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza...

Era más que evidente que aquella mañana el mundo se había dado la vuelta como un calcetín. Mi prima Rosa, que desde siempre, y desde el primer minuto que pisaba la playa no paraba quieta, ahora se tumbaba boca arriba, ahora boca abajo, ahora se bañaba, ahora se iba a por un helado, ahora se reía, ahora hablaba por teléfono... mi prima Rosa que se moría por tatuarse cada rayo de sol en su piel medio desnuda y no paraba hasta que no lo conseguía, esa mañana no abandonaba su posición boca abajo, sin apenas hablar. Mi hermano y yo, atentos a cualquier movimiento de ella, acabamos por cansarnos y decidimos ir a bañarnos. Lo nunca visto. Eso por supuesto, sin hablar de la abuela, que de pronto y a los setenta y tantos, ahí estaba tan feliz, haciendo destape, sin mirar a nadie.

Afortunadamente llegó la hora de comer y todos nos pusimos en movimiento. Con un profundo respiro de alivio, visible no solo para nosotros sino para toda la playa, tía Catalina celebró que su madre volviera a colocarse el sostén, y a abrocharse hasta arriba la bata. La prima Rosa decidió abandonar su estática postura y enfundándose deprisa también en su camiseta, se vistió de otro humor, el suyo, el de siempre, alegre y cariñoso. Mis padres volvían a mirarse en silencio mientras vestían a los más pequeños. Tío Luis dobló en cuatro el periódico y poco a poco todos volvimos a ser quiénes éramos antes de llegar aquella mañana a la playa.

Con el egoísmo propio de los trece años, más preocupado por si nos dejarían ir esa noche al cine de verano que por cualquier otra cosa, no tardó en olvidárseme esa mañana tan rara... Durante la tarde todo fue como siempre, como siempre habían sido aquellos días de playa. Supongo que los mayores, tal y como dijo tía Catalina, resolvieron interpretar la salida de tono de la abuela, como el primer síntoma evidente de la vejez, porque yo no volví a escuchar nada, y después nos fuimos al cine. A la mañana siguiente, una tormenta de verano y la excursión al mercadillo donde habitualmente nos aprovisionábamos de fruta y verdura, nos robaron la mañana de playa. Así que hasta pasados dos días no volvimos al mar y la arena.

Temprano, como acostumbraba desde que se murió el abuelo, la abuela se había ido con mi padre a clavar las sombrillas, para guardarnos el sitio. Después, nos había traído los churros calentitos para que estuvieran preparados para cuando los nietos nos levantáramos. Y tras dejar a mi madre y a mi tía al cargo de nosotros y las cacerolas, donde ya humeaba la comida, dándose un paseo se fue tranquilamente a esperarnos a la playa. Y hacia allá nos encaminamos cuando estuvimos preparados.

La abuela nos esperaba sentada en su silla, mirando el mar. Con su bata puesta, y su habitual cariño y dedicación para cada uno de nosotros, a punto para ser desplegado. Todos fuimos ocupando nuestros invisibles lugares. La tía Catalina se quedó en bañador y se puso la palabra en la boca, hilando una conversación con otra y ésta con otra sin ánimo de callarse jamás. Mientras tanto tío Luis con el periódico bajo el brazo tomó posición en un lugar lo bastante alejado de la tía como para poder desconectarse a gusto. Papá echó protector en la piel de los pequeños y corriendo se fue al agua con ellos. Y mamá mientras con una sonrisa les veía correr hacia las olas, sacó su labor. Casi al mismo tiempo la prima Rosa se desnudó y durante tres segundos exactos nos dejó a mi hermano y a mí contemplar embelesados su bikini y de paso imaginar cuánto habría debajo de aquella tela, para inmediatamente después, al cuarto segundo volverse a tumbar boca abajo. Raúl y yo, fieles centinelas de sus curvas, estiramos nuestras toallas cada uno a un lado de ella. Estábamos ansiosos por que se tumbara boca arriba, porque la ley de la gravedad se demostrara una y otra vez bajo la tela nimia de su bikini con cada uno de sus movimientos...

Otra vez el mundo estaba bien, otra vez parecía discurrir en armonía bajo el sol, sobre la arena... Pero otra vez nos engañábamos.

No se cuánto tiempo había transcurrido desde que estábamos allí, pero quizás habrían pasado una hora o dos... No sé... aburrido de esperar a que mi prima se moviera de una santa vez me había ido a bañar, y había vuelto y hasta me había dado tiempo a dormitar un buen rato más... El caso es que llegado un punto la abuela volvió a las andadas. Raúl me hizo una seña y cuando quise mirar en su dirección ya el sostén volaba por los aires y de nuevo bajo el sol relucían de puro blancos sus pechos prohibidos de abuela.

- Pero Madre ¿otra vez? -Gritó escandalizada tía Catalina en cuánto la vio...
- ¡Ay Catalina...! que cansina te pones... -contestó mi abuela con voz aburrida sin hacer ni caso...

Estaba visto que el incidente de la otra mañana no iba a ser algo aislado, algo raro a olvidar... No. La abuela una de dos: o empezaba a tener rarezas de vieja, como decía tía Catalina, o a los setenta y tantos había decidido ponerse morena, como decía Raúl. Razón que a mí tampoco me convencía mucho... Fuera por lo que fuera, yo nunca a mi abuela le había visto hacer tal cosa y no dejaba de sorprenderme. Pero nos tuviera más o menos alucinados, parecía que la abuela tenía muy decidido que cada mañana de aquel verano nos iba a hacer el numerito del destape, como ella lo llamaba.

Y pasó una mañana de playa, y otra, y otra, y otra... Y ya fueron cuatro las mañanas que mi abuela se pasó con la bata por la cintura y el sostén colgando del brazo de su silla... De vez en cuando le preguntaba a la prima Rosa si no se cansaba de estar boca abajo... “Rosa tesoro...” “No, abuela no” le cortaba ella sin dejar que terminara la frase. Si mi abuela estaba decidida a hacer top les, mi prima estaba tan decidida o más a ponerse morena solo por la parte de detrás de su cuerpo. Cosas de chicas... ¿Quién las entiende?

Y no fue hasta la quinta mañana de playa de aquel verano cuando el mundo acabó por ponerse patas arriba. Todos estábamos en nuestros lugares invisibles, todo discurría como si aquella mañana fuera un papel de calco de las anteriores, hasta que de pronto y nada más quedarse la abuela con los pechos al aire, fue mamá la que dejando a un lado su labor se decidió a emular a su madre.

- Pero... ¡Por Dios! ¿Nos estamos volviendo todos locos? Le preguntó tía Catalina a su marido... siguiendo su línea de traducir el descontento en preguntas sin respuesta.

Pero tío Luis esa vez no contestó. Echó una fugaz mirada a su alrededor para saber de qué hablaba tía Catalina y nada más ver a mamá, como los avestruces hundió la cabeza aún más dentro del periódico, y sin atreverse a mirar más de la cuenta a su cuñada, se volvió enteramente hacia otro lado y se parapetó por completo dentro del diario... Raúl y yo nos removimos inquietos en nuestras toallas, no estábamos acostumbrados a ver a mamá desnuda o medio desnuda delante de todos, el mundo se estaba volviendo loco... muy loco. Esperando que en cualquier momento Raúl dijera algo que no pudiera callarse, miré a papá pidiendo auxilio con los ojos, y rápidamente éste solo movió la cabeza un milímetro, primero mirando a Raúl y luego a mí, en una seña muda de que estuviésemos tranquilos... Sin embargo mi prima siguió sin moverse.

Y no fue hasta el momento en que mi padre se dirigió al tío Luis con su propuesta cuando ya no me cupo ninguna duda que el sol este año nos estaba sentando muy, pero que muy mal...

- Entonces qué Luis... ¿No vamos a seguir a las chicas? ¡Ha llegado el destape...!

Y nada más oírlo, creí que la arena, de pronto movediza, se hundía vertiginosamente bajo mi peso. En un segundo me vi a mí mismo desnudo también, porque parecía que toda mi familia había perdido el norte ¿A dónde nos estaba llevando la abuela? Pensé. Porque aquello no era normal, no era ni medio normal, porque yo nunca le había visto los pechos, y ahí estaban al aire, enormes, tan blancos... y a la vista de cualquiera. Y después mamá, que aún me daba vergüenza echar una mirada para allá, porque no es porque fuera mi madre, pero había que reconocer que... y era mi madre... eso era pecado por lo menos... ¿Y ahora qué decía papá? Que el tío Luis y él se iban a bajar el bañador, porque así sin decirlo, se lo estaba diciendo, y madre mía... que esto es contagioso, que empezaban a animarse todos... Y ¿cómo acabaríamos? Porque después iríamos nosotros... que yo ya lo estaba viendo... Y claro Raúl estaba cachas el tío, y podía quedarse desnudo... ¿Pero yo? ¿Yo desnudo? Delante de todo el mundo... ¿Con este cuerpo? ¿Delante de mi prima Rosa? ¡Dios! Me moriré, me moriré seguro... y ya casi me estaba muriendo, me moría a chorros, cuando me di cuenta que Raúl se empezaba a levantar, porque mi hermano no se podía callar, y visto el panorama que se avecinaba... cuando justo también y sin decir ni media mi prima Rosa se dio media vuelta y por fin se quedó tumbada boca arriba...

Y al principio casi ni me dí cuenta, hipnotizado como estaba por el ombligo de mi prima, esa montaña rusa diminuta, no me dí casi ni cuenta, pero creo que ese día aprendí que las mujeres muchas veces, casi todas las veces, mueven el mundo. Que mira que yo se lo había oído decir a papá, pero hasta ese momento no lo entendí de veras. Porque fue mi prima darse la vuelta, cuando de pronto todos, sin decir nada, sin apenas hacer movimientos, como obedeciendo a un clic muy poderoso e invisible, volvieron a sus lugares, volvieron a ser los de siempre. Raúl inmediatamente volvió a tumbarse al lado derecho de mi prima, fiel centinela, papá volvió a sus juegos con los más pequeños, el tío Luis volvió a su periódico, mamá se subió el bañador, la abuela estiró su sostén y empezó a ponérselo y no había acabado de abotonarse la bata cuando tía Catalina ya estaba otra vez hablando de lo que nadie escuchaba... Mi prima se puso boca arriba y el mundo que estaba patas arriba se dio la vuelta despacio hasta volver a su ser.

Los trece años es una edad muy elástica, acabas de dejar la niñez, y aunque para algunas cosas sigues siendo algo infantil, empiezas a darte cuenta de otras muchas del mundo adulto en las que antes ni reparabas. En ese momento nadie quiso contarnos demasiado, pero yo empecé a darme cuenta de que por debajo de lo que se dice, de lo que se hace, de la aparente normalidad, siempre hay latiendo, mucho más, de lo que parece a simple vista.

A partir de ese día mi prima Rosa volvió a ser la de siempre, volvió a querer tatuarse en su piel, en toda su piel, ansiosa, cada rayo de sol que lucía para ella y solo para ella. Y tan pronto estaba boca arriba como boca abajo como boca arriba otra vez, demostrando todas las leyes de la gravedad, para satisfacción de nuestros entregados ojos.

Nunca quise saber qué pasó en realidad aquel verano. Ahora que ha pasado el tiempo imagino que algo le debió a pasar a mi prima, no sé muy bien el qué, pero lo que ocurriera, no sé si la cambió por fuera, no llegué nunca jamás a ese grado de intimidad con ella, y el top less, a diferencia de mi abuela, nunca estuvo entre sus aficiones... Pero lo que ahora sí sé es que no sé si la cambió por fuera, pero por dentro si la estaba cambiando... Y aunque tía Catalina no quisiera verlo, supongo que la abuela no estaba dispuesta a que llegara a un punto de difícil retorno en ese cambio. Y la pobre se debió morir del bochorno, porque no creo que fuera nada fácil para ella, con sus años y su educación, pero ahí estuvo firme frente a todos.

Todos los veranos de nuestra infancia yo los recordaba en aquel pueblo, en aquella playa, bajo aquel tenderete que improvisaba la abuela colgando unas gruesas lonas de tres viejas y resistentes sombrillas, clavadas a la orilla misma del mar. Pero aquel verano, lo recordaría siempre como un antes y un después en mi vida. Lo recordaría como el verano más raro, más familiar, el más entrañable. Al fin y al cabo, no todos los veranos a la abuela de uno, a sus setenta y tantos y muy bien llevados por cierto, le da por hacer top less... Perdón, destape.


©Rocío Díaz Gómez

miércoles, 15 de julio de 2009

"Ni una pizca de sal" Relato de Rocío Díaz





Este relato que os dejo hoy, obtuvo el primer premio en el año 2002 en el III Certamen de Cuentos Interculturales - Háblame de tu diversidad, convocado por la Escuela de Mediadores Sociales para la Inmigración de la Comunidad de Madrid.


Se titula "Ni una pizca de sal".




La imagen es un cuadro de Ángeles Calvo.
Que además de ser una artista es mi cuñada.



Aquí os lo dejo. Espero que os guste. Va por mis amigos cubanos, porque sin ellos no habría relato.




NI UNA PIZCA DE SAL



Nadie desea formar parte de una ficción
y menos aún si esa ficción es real.
Paul Auster


Los sueños de hoy serán las realidades de mañana.
José Martí.





Néstor. Enero 2001
Cuando mi Clarita salió con aquello de la barriga, supe que no podía demorar más la marcha. Lo supe. Mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón.

Cuántas veces habíamos planeado la huida. Cuántas. Muchas. Y durante muchas tardes. Y durante mucho tiempo. Pero cuando no ocurría un contratiempo, ocurría otro y el viaje se iba demorando y demorando. “Y es que no es fácil, caballero... no es fácil dejar la isla”.

.....

Clarita. Mayo 2001

Allí, en la capital rusa, nos esperaba la persona que tenía que recibir las cajas de puros, sin embargo el contacto, aquel que nos tenía que traer los papeles para que pudiéramos continuar el viaje hasta España, continuar y quedarnos, no llegaba. Yo partida de hambre y de cansancio le decía a Néstor: “Óyeme mi amor, se demora, que no llega, no llega”, y no llegó.

Aquel tipo no llegó nunca.

Una sensación tan fría como aquel país lejano, se fue apoderando poco a poco de mi ánimo... La persona a quién habíamos llevado las cajas de puros de encargo, después de pasar mucho rato rogándole se apiadó de nosotros ¡Óyeme tu tienes que llevarnos a algún sitio, no puedes dejarnos aquí con este frío del polo, tiesos, sin entender nada...!. Aunque nuestra causa no le tocaba para nada conseguimos que al final nos acompañara hasta un hotel con un olor asqueroso de las afueras de Moscú, un hotel de prostitutas.

.....


Néstor. Enero 2001.

La madre de Clarita empezaba a mirarme de reojo... Pobrecita la vieja que le decía a su hija que tuviera cuidado conmigo y mis cuentos de abandonar el país: “!Ay niña bájate de esa nube y ven aquí a la realidad! No te creas sus bobadas... no te embullas...!” “Na viejita que esos son chismes, ya sabes como les gustan aquí a todos los chismes, pa que voy a yo embarcarme en esas historias...” y Clarita viraba la cara y seguía para lo suyo. Pero los dos sabíamos que a la viejita le daba tremenda tristeza pensar que Clarita cualquier día se le iba como ya se le había ido su otro hijo. A esa mujer tranquilita se le trastornaba la vida na más que de pensarlo...

Pero mi Clarita se había quedado embarazada y esos nueves meses eran la última posibilidad, el plazo final, no podía dejar que nuestro bebito naciera allí. Si eso llegara a ocurrir ya no podrían salir ni ella ni nuestro niño, de nuestra amada tierra donde tanta, tanta necesidad estábamos pasando.

.....

Clarita. Mayo 2001.
Dos días estuvimos metidos en aquella habitación que “ni muerta chica” hubiera elegido, sin pegar ojo, sin comer... Néstor me secreteaba en la oreja “No seas boba... no pasará nada, celebraremos una fiestona cuando lleguemos... mañana lo arreglaremos...” él intentaba endulzarme el rato pero le veía tan desmoronado como yo, tirado en aquella cama, mirando pal techo... Dos días sin comer, dos días sin hacer nada...

Dejé a Néstor en la habitación y me fui por ahí a dar una vuelta sola, a ver si por lo menos me entretenía por ahí, caminando y se me olvidaba todo... Me dio por caminar y caminar... Hasta que llamamos a España para avisar a los parientes que nos esperaban, les contamos que no había papeles ni pasaportes ni más nada... Masticándonos el trauma tras los primeros momentos de incertidumbre y pesar resolvimos vender las cajas de puros que logramos pasar entre los equipajes. Resolvemos, conjugando el segundo verbo de la supervivencia en nuestra isla: inventar, resolver, escapar.

.....

Néstor. Febrero 2001.
Hacía meses que no había sal, una isla rodeada de mar y mi Clarita no tenía ni una pizca de sal para echar al caldo. Hacía tiempo que no veíamos el aceite, y los alimentos que veíamos, “¡Ay m´hija que poco los veíamos!”
Con la cartilla de racionamiento mensualmente teníamos derecho a cinco libras de arroz, tres libras de azúcar parda, dieciséis onzas de granos (chicharos o lentejas), cuatro onzas de café, media libra de pescado cada dos meses... “¿leche? no mi amor aquí el café se toma muy negro y poco, muy poco; el culito de la taza no más. Pero el poco que hay humeando en la cafetera se endulza con dos o tres cucharaditas de azúcar y deja escapar su olor por las ventanas siempre abiertas, llamando a grito pelado con el aroma a los demás, llenándose rápidamente la casa de vecinos y parientes, de voces y risas, de chismes compartidos... ”
El sistema gubernamental de distribución de los alimentos solo atendía a la mitad de nuestras necesidades. A partir de ahí todos inventamos comida, inventamos negocios. Con esos negocios semiilegales se gana más que con los trabajos estatales. Estuvimos un poco tiempo criando guarros, otros criaban pollos en los balcones de los edificios de la Habana. Nosotros engordamos puercos en el jardín de la casita. Aquella casita que teníamos malamente pintada, de piso de tierra prensada y techo frágil, que había que cuidar tanto pa que cuando se acercara el ciclón no lo arrancara y se lo llevara volando como otros, como otras veces.

.....


Clarita. Mayo 2001.
“Tremenda cosa aquellos días en Moscú” recordaría y repetiría a unos y otros Néstor meses después... “ ¿Te acuerdas Clarita que solo comíamos pollo porque era lo único que nos parecía conocido...? Pero a mí no me gusta recordarlo, se me pone la carne de gallina cuando le escucho... Entonces... entonces, aspiro hondo, viro de conversación y se esfuman los deseos de llorar...

Quince largos días estuvimos malviviendo, malcomiendo en aquel hotel de las afueras. Yo recién embarazada apenas comía de los nervios y la preocupación que sufría. Néstor todos de cada uno de los días salía a vender puros para reunir el dinero suficiente que sumado al que aún nos quedaba, alcanzaría a duras penas para dos billetes de avión a Madrid. Mejor dicho, tuvimos que comprar dos billetes de avión Moscú-La Habana, que hiciera escala en Madrid, porque no podíamos quedarnos en España...
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Néstor. Marzo 2001.
Al tiempo que criábamos los guarros íbamos poquito a poco ahorrando con otros trabajos, yo me dedicaba a cortar el pelo a los vecinos y Clarita montó un rudimentario salón de belleza en la casa. Siempre hubo algún vecino o conocido, o conocido de conocido, que había viajado con la carta de invitación hasta España y le pudo traer pintauñas de mil colores y tremendo montón de potingues con que ampliar el surtido de su salón.

Por allá todo el mundo inventaba. Algunos inventaron cuartos adicionales para los turistas dividiendo aún más el espacio de la casita con sobras de la construcción. Otros vendían pizzas caseras, otros ropa usada, otros hacían improvisados motores para balsas gracias a un ventilador... todo el mundo inventaba porque “los cupones de racionamiento no dan para nada mi amor... para nada. Si no, ya sabes solo te queda agenciar en bolsa negra lo que te falte, si aun te quedan pesos...”
En la isla conjugábamos los verbos de la supervivencia: inventar, resolver, escapar.

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Clarita. Finales de mayo 2001.
Quince eternos días después de llegar a Moscú, logré montar en el avión en el que se suponía que volvía a mi país. Néstor se quedó en Rusia hasta reunir un poco dinero más para su billete.

Habíamos quedado que en Madrid, un pariente mío que trabajaba en el aeropuerto intentaría sacarme de la sala de tránsito antes de que tuviera que enseñar el pasaporte...

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Néstor. Marzo 2001.
Mi Clarita con su piel morena y sus labios gruesos y su pelo negro ondeado... imagínensela bajo aquella luna redonda con unos aretes dorados en sus orejas chiquitas, tanto como sus ojos... Mi Clarita... que aquella noche que lo supo, mientras duró el apagón diario de electricidad me contó lo del bebito.

Decidí que no podíamos esperar más, no iba a permitir que nuestro niño creciera como un comemierda, como un comemierda más...

Teníamos que intentar salir como fuera de allí, aunque nuestro corazón cubano se dividiera con la marcha y se quedara la mitad para siempre diciéndonos adiós desde el malecón, en la isla... o en la casa. Aquella que habíamos ido acondicionando poco a poco para los frecuentes cortes con otros inventos añadidos... Aquella que juntos habíamos ido apañando mientras Clarita soñaba con una cocina nueva y un teléfono como aquel de las telenovelas, uno que sonara en su casa para no tener que ir corriendo hasta la del vecino... mientras soñaba con apagar la luz cuando ella quisiera, con dar en la ducha al grifo de agua caliente sin cargar agua todas las noches... una ducha con tu pastilla de jabón a un ladito... en la cartilla de racionamiento teníamos derecho a media tableta de jabón de baño cada tres meses, y otra media tableta de jabón de lavar, también cada tres meses.

Clarita había soñado durante mucho tiempo con escapar para reunir una buena cantidad de dólares que gastar... una buena cantidad para poder también enviar a los parientes que se quedaran, y además, porque soñar es gratis, tener unos ahorros y manejarlos “...óyeme mi amor, ¿tú sabes lo grande que sería tener alguna que otra tarjeta de crédito...?" me susurraba con su acento dulzón de bolero caribeño.

Decidí que no podíamos esperar más, teníamos que intentar salir de allí como fuera para que Clarita tuviera todo aquello con lo que había soñado.

.....

Clarita. Finales de mayo 2001.

Todo el viaje me lo pasé rezando a la Virgen del Cobre, patrona de la isla, diosa Yoruba del sentimiento. No recuerdo cuánto se demoró el avión hasta que llegó a Barajas, pero fue mucho, muchísimo tiempo. Una vez allí no recuerdo como llegué hasta la sala de tránsito... debí ser la viva estampa del miedo de recién llegada a aquella sala, aquella donde en un santiamén me sentí atrapada y arrastrada por la persona que me esperaba. No recuerdo cómo recorrimos pasillos y salas y puertas del aeropuerto, ella volando entre ellos y yo amarrada a su brazo. Recorrimos y recorrimos hasta alcanzar la salida de nacionales de donde salí rodeada por los turistas que procedían de un vuelo de Canarias... como uno más... como uno más de ellos entrando, entrando ligera a Madrid.

No lo recuerdo. Pero estaba en Madrid. Bendita suerte. Al fin.

.....

Néstor. Abril 2001.
Delante de un plato de arroz con frijoles, sin vegetales, sin carne, conjugamos el verbo escapar... El sueño del paraíso americano era demasiado peligroso, habíamos conocido a muchos vecinos construyendo balsas en las terrazas. Balsas frágiles hechas de madera, llantas y plásticos en las que jugarse la vida persiguiendo el sueño. Balsas como cáscaras de nuez meciéndose con fragilidad de héroes, luchando, defendiéndose apenas de un Mar Caribe de enormes olas. Supimos de muchos vecinos embarcados al fin, en un viaje muy peligroso donde desistieron hasta de comer mareados por las corrientes. Solo algunos balseros muy afortunados llegaron a tierra, muchos naufragaron... si tuvieron suerte les rescató algún guardacostas, si no la tuvieron... terminaron ahogados o devorados por los tiburones.

“No, de balseros mi vida no...” me decía Clarita acariciándose la barriga, “de balseros, no...” me decía bajito, bajito...

Los días siguientes fueron jornadas enteras dedicadas a resolver, atar todos los cabos para poder escapar. ¿Óyeme quieres que te haga el cuento de todos los sobornos, de toda la jodedera de aquellos días...?
Finalmente logramos tener un contacto en Moscú, una persona a quién le pagamos buena parte de lo ahorrado para que cuando llegáramos nos tuviera preparados unos pasaportes para poder viajar más tarde hasta Madrid. Teníamos unos deseos locos, tremendas ganas de vernos ya en el avión...

Hasta el último día no habíamos dicho nada a parientes ni vecinos, para que nadie fuera con el chisme y se estropeara todo... Esa mañana recién levantados fuimos anunciándoselo mientras nos despedíamos de ellos... Resultó cómico ir viendo las caras de unos y otros cuando Clarita les iba con el cuento de que nos íbamos... Después cuando ya nos creyeron, todos nos fueron haciendo mandados, millones de notitas que atesoraban importantes encargos, grandes necesidades apretujadas en pequeños papelitos arrugados que Clarita guardaba cuidadosamente entre sus cosas: el dibujo de la plantilla de un pie infantil, el apunte de las dioptrías para unos espejuelos nuevos...

.....

Clarita. Junio 2001.
Mi Néstor aún tardó varios días más en poder tomar otro avión hasta España. También él subió al avión Moscú-La Habana, cómo había hecho yo semanas antes, Moscú – La Habana, escala en Madrid.

Con él no se podían volver a arriesgar tanto nuestros parientes, así que una vez transcurrido el vuelo, una vez en España pidió asilo político.

“Y qué malo es eso de ser emigrante, que malo... “

......

Néstor. Mayo 2001.
Moscú.

Nerviosos y tristes, después de despedirnos entre lágrimas de la familia, los vecinos, los amigos, conseguimos tomar el avión que nos llevaría hasta Moscú.

Entre el equipaje habíamos escondido varias cajas de puros, algunas que nos habían pedido el favor de hacérselas llegar a un familiar que vivía en Rusia, las demás por si necesitábamos venderlas para conseguir más dinero, “Porque óyeme mi amor, nunca se sabe...”

.....

Clarita. Junio 2001.
Todo el tiempo que estuve sin Néstor, estuve sin mí. Todo me daba igual, me paseaban de un lado a otro por Madrid pero la vida me parecía dificilísima sin él, vivía con una nostalgia que pa qué... me paseaban pero no me fijaba en nada, recostada en un estado constante de idiotez, amarrada a mi pena... como un balsero a su cáscara de nuez.

Hasta que él llamó a mi hermano que fueran a buscarle a Barajas que al fin salía del aeropuerto. A mí nada me dijeron, fueron a por él y cuando estuvo ya en la casa, cuando se paró bajo la ventana, silbó. Hasta que mi Néstor silbó y yo acerté a oírle... no respiré. Mi corazón al escucharle viró alegre como un mambo burlón y revivió de su letargo triste.

Imagínense... Yo a grito pelado y él esperándome en la puerta. Y los dos ya en Madrid y los dos escandalizando, escandalizando y pegando saltos como niños majaderos...

.....

Néstor. Enero 2002.
Ahora ya hace tiempo que mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón, paseó su tripa con cubana dejadez, demorando el vaivén por el centro de Madrid, de mi mano, siempre de mi mano. Ya hace tiempo que visitamos al fin, la puerta de Alcalá y la Plaza Mayor y todos aquellos lugares que soñamos visitar un día desde allá, desde nuestra tierra...

Ahora ya hace tiempo que Clarita disfruta de los probadores de las tiendas, poniéndose y quitándose trajes... mientras nuestro bebito la mira embobado... Hace tiempo que disfruta del tacto helado de la nieve deshaciéndose en las manos... ¡Ay m´hija y qué blanca y que fría...!... tiempo que juega a tirarse por ella y dar vueltas y vueltas y vueltas...

Ahora ya hace tiempo que va filmando y fotografiando cada lugar, cada momento, cada segundo de la sonrisa de nuestro bebito que un día, bendita suerte, será español. Muchas fotos para reunirlas y regalarlas en correos y cartas con destino allá, para los parientes, para su mami que volará a Madrid en cuánto pueda... Muchas fotos regalando sus días en España “... donde hay de todo caballero... donde se encienden más luces por las calles en Navidad que las que necesitan treinta pueblos como el nuestro para alumbrarse...”
Ahora ya se ha mecido apacible el tiempo, y ha llegado un mes y luego otro y después otro como olas de nuestro Caribe... y han pasado muchas desde aquella primera vez que mi Clarita se quedó sin su habla caribeña durante varios minutos, muda de la sorpresa... “Todos aquellos estantes mi amor, repletos de alimentos... todos esos pasillos llenos, llenos de comida y jabón y millones, millones de cosas al alcance de la mano...”
Aquella misma vez que Clarita, sabor a isla, sabor dulzón de plátano maduro frito, compró tremenda garrafa de aceite de cinco litros, porque sí, porque su alma cubana se lo pidió, porque necesitaba ir de vez en cuando a la cocina y mirarla...

¡óyeme mi amor, solo mirarla...!
© Rocío Díaz Gómez

lunes, 6 de julio de 2009

"A dos pasos de cebra de ti" Relato de Rocío Díaz


Este relato es una carta de amor.


Le dieron el segundo premio en el Concurso de Declaraciones de amor 2007 organizado por el Ayuntamiento de Roquetas de Mar (Almería). Y fue publicado en un libro en el que reunieron las cartas premiadas con algunas más que se habían seleccionado.


Espero que os guste.





A dos pasos de cebra de tiRocío Díaz





¿Sabes? encargado nocturno de la gasolinera,

Hace mil y una noches que estoy aquí.

Aquí, a escasos metros de ti. Aquí mismo. A dos pasos de cebra de tu persona y doscientos mil años luz de tu atención. No soy otro semáforo que cambia solo de color, ni otro aspersor que riega intermitente, ni otra farola que se ilumina sola. Aunque también cada noche, a cada poco, me puedes ver casi quieta y callada y en el mismo sitio, también sola. Ya, ya sé que no sabes. Soy tan transparente, tan invisible ante tus ojos como cualquier semáforo, cualquier aspersor, cualquier farola con la que comparto acera. Aunque yo soy parte del mobiliario físico de este polígono industrial. Una más de mi grupo. Pero tú no sabes, te has acostumbrado tanto a nosotras, que si alguna vez me viste, o quizás me desvestiste con esos ojos miopes tuyos, ya de eso, ni tan siquiera te acuerdas.

Por eso te escribo esta carta. La primera de muchas que vendrán después, si no te importa. Aunque no sé si a esta hoja arrancada de uno de mis viejos cuadernos de apuntes, apretujada de pensamientos color “azul bic cristal”, se le puede llamar carta. No he escrito demasiadas en mi vida, no sé ni como empezarlas. Hasta ahora la más difícil y la más larga solo tuvo cinco o seis renglones. Fue la que dejé sobre mi almohada para decir que me iba. Hace solo dos cursos pero es como si hubiera vivido dos vidas más después de aquella primera. Ahora sé que no era una mala vida la que dejé, ahora, que ya no tiene remedio. Lo malo fue la decisión de irme, ahora también lo sé, ahora que ya nunca hay decisiones buenas que tomar. Pero no te preocupes que no te escribo para contarte mi vida. Esa, no tiene ya interés ni para mí.

Pero supongo que lo primero es presentarme. Me llaman Filo. De filósofa, no es que sea mi nombre. El verdadero lo dejé junto a la carta sobre aquella almohada. Me llaman Filo porque dicen mis compañeras que le doy mucho a la cabeza. Por aquí, y en eso, no se pierde mucho tiempo. Soy una ratita de esquina, la ratita de ojos azules más presumida de este lado de la acera. La que malvive a dos pasos de cebra de tu gasolinera, la que cada noche barre y barre con decisión cualquier clase de polvo que se ponga por delante. Pero aunque aún debo tener años para que me sigan contando cuentos, yo ya no me creo ninguno. Por fuera parezco demasiado joven, por dentro soy demasiado, demasiado mayor para cuentos. Quizás por eso lo que se me da bien es contarlos. Me sobra experiencia. Y creo que hasta me gusta, me gusta inventarme otras vidas, probarme otras pieles y arrebujada dentro de ellas intentar sentir... Porque se me está olvidando sentir ¿sabes? no, tampoco lo sabes, ya lo sé. Pero así es. Aunque tú no lo sepas, aunque te cueste creerlo, de no sentir se me está olvidando hasta como se hacía...

Pero todavía te estarás preguntando por qué te escribo... Pues porque hace mil y una noches que quiero decirte que, junto a las farolas, tu y yo compartimos nocturnidad y alevosía. Un murciélago tú. Una luciérnaga yo. Tú oscuro para el que para a repostar y yo fluorescente para el que también para ¿a repostar? Distintos, pero los dos invisibles. Duraremos en la memoria de nuestros clientes el rato que estén con nosotros, el rato que dure nuestro servicio, no más. Eso, unido a que se me esté olvidando sentir, me hace pensar cada vez más en las gomas. Y no sonrías, no, me refiero a las de borrar... Perdóname, la verdad es que no sé si estarás sonriendo, desde aquí solo acierto a ver que estás agachado leyéndome, leyendo esta carta que una vez terminada, me habré atrevido a dejarte bajo la puerta, camino de los lavabos de la gasolinera. Perdóname si he dado por hecho que sonreirías al leer “gomas”, no son más que gajes del oficio. Pero te confieso que así me veo algunas veces, como si algo me estuviera borrando con una goma de esas de milán de mi primera vida, borrándome poquito a poco, o con una de esas blancas de nata que olían tan bien, borrándome a conciencia, por todas y de todas partes.

Por eso hoy he cogido uno de mis viejos cuadernos y me he puesto a escribirte. A ti. Encargado nocturno de la gasolinera. A ti que, aunque no lo sepas, eres a quién tengo más cerca. Porque me sobra experiencia para inventar pero me faltan oídos. Y quizás tú, quizás, me leas hasta el final. Esa es la única cosa que creo haber hecho bien desde que escapé de casa, seguir leyendo, leer mucho. Será porque quizás no es más que otro vicio, ya sabes, somos muy viciosas... Por las tardes, cuando aún no me he transformado en la ratita más presumida de esta esquina, voy a la biblioteca y leo todo lo que cae en mis manos, todo. Sí, pensarás, la ratita presumida no es más que una gris de biblioteca disfrazada. Pues sí, aunque al verme barrer en mi esquina nadie lo creería... Pero así ha sido como en uno de esos libros he conocido a Sherezade. No sé si sabrás quién era... pero que más da. Quizás hasta fui yo, yo en otra de mis vidas.

Como Sherezade he pensado cada noche contarte un cuento. Te lo escribiré por la tarde y lo dejaré bajo la puerta de tu garita cada noche camino de los lavabos. Como otro ratón, como el ratón Pérez de mi otra vida y siempre, si no te importa. Te lo contaré a ti, para quién las noches son tan eternas como para mí. A ti, que quizás también necesitas compañía, como yo. Compañía de la buena. Te lo contaré a ti, como si fueras el gran Visir de este polígono industrial.

Y te lo contaré, si tu me dejas, para sobrevivir una noche más. Para no compartir el destino de mis compañeras en esta alcantarilla. Para que los polvos que barro se vuelvan mágicos sin tener que decir “abracadabra”. Para que las gomas de nata no acaben borrándome del todo. Te lo contaré para intentar volver a sentir.

Y después... después, encargado nocturno de la gasolinera, después de mil y una noches, ¿querrás tomar un café conmigo cuando amanezca?.



© Rocío Díaz Gómez

lunes, 29 de junio de 2009

XVI edición del Premio de Narrativa de la Asociación de Periodistas de Ávila, relato de Rocío Díaz





Este fin de semana me han dado mi último premio. El viernes último, el 26 de junio, se celebró en Ávila la entrega de premios del XVI Premio de Narrativa de la Asociación de Ávila, donde me han premiado mi relato La piel de la rutina. Es un relato que escribí en el año 2006, pero han tenido que pasar tres años para que tuviera su puesta de largo.


Como suele pasar, pasé muchísimos nervios, hay cosas a las que una, afortunadamente, no se acostumbra nunca. Pero estaba muy contenta y la verdad es que la entrega, que fue en el Palacio Los Serrano de Ávila, estuvo muy bien. Qué gusto.


Os dejo aquí con el principio de mi relato, porque si no sería muy largo, con algunas fotos y una de las noticias que ha salido en los periódicos.


La piel de la rutina
Los lunes de 9 a 10 Doña Pilar tiene “Lengua”. Por eso desde las nueve menos cinco, ni un minuto de más ni uno de menos, porque la puntualidad es principio de Reyes, norma de caballeros y costumbre de gente bien nacida, ella ya está sentada, en su cuarto de estar, con las piernitas juntas y las gafas en la nariz, al lado del teléfono.

A esa hora ella ya ha hecho su cama, se ha duchado y arreglado con esmero y de arriba abajo, con esas prendas que utiliza para estar cómoda en casa pero abrigada, sin estar de punta en blanco pero presentable, por aquello de si tiene que salir a abrir la puerta. Ya está también desayunada, ya se tomó su pieza de fruta, se hizo las tostadas con aceite de oliva, porque junto a las nueces es lo mejor para la circulación, y ya lo ha acompañado de un delicioso y humeante café, descafeinado por supuesto, que la entone para enfrentar un nuevo día.

A las nueve menos tres doña Pilar ya tiene la agenda en la mano y a las nueve en punto coge el teléfono para ir enlazando una conversación con otra y esta con otra, sin descanso pero sin cansarse, hasta las diez menos un par de minutos de la mañana. Momento en que considera que por el lunes, ya se ha puesto al día en todas sus relaciones familiares y de amistades varias, dando por finalizada la “Lengua”.

La piel de la rutina es dura, cuarteada por los años, claro, pero resistente. Eso cuenta doña Pilar. La piel de la rutina te encorseta, pero a la vez te acuna, te mece, te va guiando. Doña Pilar necesita de esa rutina, y la lleva a rajatabla. Atrás quedaron los años de su recién iniciada jubilación. Atrás quedó la euforia de los primeros meses, cuando se creía liberada de los madrugones y de los niños gritones, del bullicio del colegio y de la esclavitud de los temarios, de las épocas de exámenes y de las tediosas recuperaciones. Atrás quedaron aquellos días en que todo era recreo. Puro y bendito recreo.

Los lunes de 10 a 11 doña Pilar tiene “Matemáticas”. Por eso nada más colgar el teléfono se va hasta la mesa camilla y después de beberse un vaso de agua de la jarrita que siempre tiene a punto, se sienta dispuesta a poner orden en las cuentas de la casa. Repasa los recibos que se han ido acumulando desde el jueves a las 12.15 que dejó las matemáticas, apunta y pone al día los gastos diarios de pan y leche, periódico y demás minucias. Y va repasando, mientras puntea más despacio, la cuenta de la compra del viernes, tomando nota fiel de lo que supusieron los descuentos del 2X1, lo cara que está la vida y lo poquísimo que cunde la pensión. Sabe doña Pilar que el camino de la fortuna depende de tres palabras: trabajo, orden y economía, por eso, aunque lo suyo siempre fueron las letras, no deja esta ingrata labor hasta que puede clausurar el cierre de los cuadernos con un largo suspiro de alivio, tras cerciorarse bien de que son las 11 menos tres minutos.
©Rocío Díaz Gómez
2006






Diario de Ávila Digital
Vivir
27/06/2009
El tiempo domesticado


Rocío Díaz Gómez recibió ayer el galardón de la XVI edición del Premio de Narrativa de la Asociación de Periodistas de Ávila, al que se hizo acreedora por el relato titulado ‘La piel de la rutina’


Rocío Díaz Gómez recibe el galardón
David Castro.
David Casillas / Ávila


Rocío Díaz Gómez, ganadora del XVI Premio Nacional de Narrativa de la Asociación de Periodistas de Ávila, recibió ayer el galardón al que se hizo merecedora por el relato corto La piel de la rutina, un atinado cuento sobre la rutina de la vida que el jurado consideró el mejor de entre los más de 380 presentados a concurso y enviados desde varios países de todo el mundo.


La ganadora, madrileña, es licenciada en Psicología, funcionaria del Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino, y en su curriculum de escritora aficionada puede presumir de poseer varios primeros premios de narrativa a nivel nacional.
La obra premiada, que fue elegida como la más relevante por un jurado integrado por los escritores Óscar Esquivias, Clara Janés, Alfredo Pérez Alencart, Antonio Sorel y José María Muñoz Quiros, además de por dos miembros de la Asociación de Periodistas de Ávila (Estela Carretero, como secretaria, y Antonio Mayoral, como presidente del jurado), cuenta la historia de una maestra jubilada que trata de no caer en la desidia y el abatimiento a través de una serie de rutinas semejantes a las que establece un horario escolar.


La consecución del premio, manifestó Rocío Díaz, «ha supuesto para mí una gran alegría», fundamentalmente por lo que «significa de reconocimiento a un esfuerzo creativo previo», que en esta ocasión tomó la forma de la historia de una maestra recién jubilada que para conseguir «que el tiempo no se la coma» se aferra «a la rutina como guía para su vivir del día a día».


Este año era la segunda vez que la autora de La piel de la rutina se presentaba al Premio de Narrativa de la Asociación de Periodistas del Ávila, certamen en el que probó suerte por primera vez en 2008, cuando el ganador resultó, precisamente, «un amigo mío».


El acto de entrega del galardón tuvo como escenario el auditorio del Palacio los Serrano de Caja de Ávila, entidad patrocinadora del premio, sala en la que Rocío Díaz estuvo acompañada por Agustín González, presidente de Caja de Ávila; Antonio Mayoral, presidente de la Asociación de Periodistas de Ávila, y Javier Arenas, secretario de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España.


El primero hizo entrega a la ganadora del cheque, por valor de 3.000 euros, y el segundo hizo lo propio con la escultura del escultor abulense Nacho Martín que se otorga al vencedor del certamen, artista que también estaba presente en el auditorio.Antonio Mayoral mostró su satisfacción por el éxito de este certamen «perfectamente consolidado… éxito que lo es no sólo por que hayamos superado al número de participantes de cualquier otra edición, hasta llegar a los 384» y por el considerable número de trabajos «llegados de otros países», sino, sobre todo, porque «de año en año aumenta la calidad de los relatos presentados al concurso».


Más Noticias

jueves, 25 de junio de 2009

El muro. Microrelato de Rocío Díaz


EL MURO


Pues claro que tiene su explicación. Y una explicación bien cabal, que ahora mismo yo se la voy a dar en menos que canta un gallo. Faltaría más.

De chavales el Tomás y yo siempre andábamos juntos correteando por el pueblo. Se estilara el tiempo que se estilara no parábamos quietos ni un segundo siquiera. En diciembre enredando en la matanza, en mayo jugando entre las espigas, en septiembre saltando los racimos o en julio bajando a la carrera al río. Tenía que habernos visto por aquel entonces. Siempre pegaos el uno al otro como viejas comadres barruntando alguna trastada. Flacos y despeinaos. Juntos riendo, juntos hablando, juntos jugando. Juntos. Siempre juntos. Tanto que hasta cuando nos venían las ganas, también juntos orinábamos allá en el muro del cementerio, entre risas y aspavientos, dibujando con el chorro nuestros nombres sobre las viejas piedras. Qué tiempos aquellos... Qué hasta firma y todo le hacíamos al nombre. Echelé...

Ayer mañana me han mandao recao del pueblo de que se me ha muerto el Tomás. Hay que fastidiarse. Que no lloro Padre, estese tranquilo, que es este viento que se ha levantao. Algo que se me habrá metío en el ojo. Y como los hijos siempre andan atareaos y parecía que nadie me iba a poder acercar hasta el pueblo a despedirle, bien temprano antes de que nadie despertara me he abrigao bien y me ido despacito hasta el cementerio del barrio, que no es el del pueblo pero oiga es un camposanto lo mismo. He mirao pa un lao y luego pal otro. He mirao bien y he vuelto a remirar a los dos lados, antes de apuntar al muro y dibujar bien grande las cinco letras de “Tomás” con el chorro. Confieso que no me ha salido el nombre muy bordao porque uno ya tiene el pulso un poco temblón, que los años no perdonan, pero ahí está... Ahí está. Y no me arrepiento. Coña Padre, que el Tomás era un amigo y que yo lo he sentío mucho, pero mucho... Que era de ley que yo le despidiera como está mandao... ¡Y que no se me sale esto del ojo, leche...!

Pero para eso estoy aquí. Para confesarme. Que lo sé, que uno ya no tiene edad para estas acrobacias. Que hace falta tener poco conocimiento. Porque se había levantado un cierzo... Que ni le cuento. Para agarrarme una pulmonía. Bien que lo sé. Pero se lo debía. Se lo debía al Tomás, y se lo debía a los dos chavales flacos que fuimos. Pero usté no se preocupe que en llegando mi nieto de sus clases le mando para acá y que se lo limpie en un santiamén. Palabra de honor Padre. Palabra de honor que le deja el muro como los chorros del oro, faltaría más... Como los mismos chorros del oro.


©Rocío Díaz Gómez

viernes, 19 de junio de 2009

Un relato con siete años de historia de Rocío Díaz




Más o menos por ahora pero hace siete años me dieron mi primer premio de relato. ¡Siete años ya! En junio del 2002 fue la primera vez que me llamaron por teléfono para darme esa noticia tan buena. Y teníais que haberme visto, mientras hablaba el pobre hombre, yo ahí revisando a cien por hora en mi mente la lista de mis amigos a ver de quién era la voz del gracioso… ¡Y claro no la encontraba…! No me lo podía creer. Qué ilusión.

Han pasado siete años, pero cada vez que me llaman para decirme que tengo algún premio se me sigue encogiendo igual el corazón, me ataco entera otra vez y no sé ya que decir para agradecerlo.

Aquella vez, la primera, me dieron el primer premio en el “VII Certamen literario de Narración Corta Peña de Tomelloso”. Era el 2002 y era premio único. No tuve que irme muy lejos, la entrega fue en Madrid en pleno centro, en la calle la Palma. Estaba organizado por la Asociación Cultural Peña de Tomelloso que tiene su sede en la Casa de Castilla-La Mancha.

Releo el relato que me premiaron y ahora le cambiaría mil cosas. Es normal, nunca dejaría de corregir lo que escribo y quiero creer que en estos años he aprendido algo más en ésto de contar. Pero claro no le voy a cambiar ni una coma. Le tengo demasiado cariño.

Tal y como era aquí os lo dejo. Se titula Aquelarre y decía así,



AQUELARRE


“¿De qué está hecho el diablo cuando tiene relaciones sexuales? ¿Lo puedes ver? ¿Cuál es la fuente de su semen? ¿Prefiere algún momento para el acto sexual? ¿Escoge a mujeres especiales? ¿Era el acto sexual más o menos placentero con él?”...

Una y otra vez las mismas preguntas. Una y otra vez, una y otra. Pues la mejor prueba es la confesión. Y la mejor forma de librar a una mujer del poder del diablo y hacerla confesar es mediante tortura. El potro, la empulguera, sillas con puntas afiladas calentadas desde abajo, hierros candentes, tenazas al rojo vivo, hambre, insomnio o la estrapada: una cuerda que ata las manos del acusado a la espalda, se pasa sobre una viga y se iza para que éste cuelgue justo por encima del suelo, con los brazos alzados y los hombros, como mínimo, dislocados.

“¿De qué está hecho el diablo cuando tiene relaciones sexuales? ¿Lo puedes ver? ¿Cuál es la fuente de su semen? ¿Prefiere algún momento para el acto sexual? ¿Escoge a mujeres especiales?...”

Una y otra vez. Una y otra vez, una y otra. Y la partera no soporta más, no aguanta... Grita, diciendo que confesará y pide que la bajen. No habla suficiente. La vuelven a aplicar la tortura, pero solo consiguen dejarla inconsciente. Por el momento no se puede hacer nada más. La trasladan a prisión y vuelven a torturarla días más tarde.

“¿De qué está hecho el diablo cuando tiene relaciones sexuales? ¿Lo puedes ver? ¿Prefiere algún momento para el acto sexual?”... Vuelven a preguntar, vuelven a torturar, tras el tercer levantamiento grita que no puede aguantar... Los jueces oyen todo lo que desean de ella: Su unión con el diablo había empezado con una relación sexual en su propia casa. Montaba con él en un palo hasta el aquelarre, sexo contra natura, comidas fantásticas con pan blanco, vino blanco y manzanas, reuniones los jueves y viernes. El prometió ayudarla, ella a cambió mató niños pequeños nada más nacer, cuando el agua bendita aún no les protegía...

Ella, que había ayudado a nacer a tantos y tantos... ella, que hubiera muerto por cada uno de ellos. Ella, que hizo cuanto pudo por aquel que no consiguió nacer...

“¿De qué está hecho el diablo cuando tiene relaciones sexuales? ¿Lo puedes ver? ¿Escoge a mujeres especiales?...”

Con amenaza de nueva torturas, sella su confesión con el juramento final y se dicta sentencia.


.......

- ¡Hola cariño! Ya estoy en casa. ¿Estás por ahí..? Ah, en la cocina, ya voy... ¿Qué tal el día, querida? Pero, bueno ¿Qué te ha pasado en las manos?
- Oh, nada, poca cosa, el vendaje que es muy alarmante...
- Pero ¿Qué ha sido, qué ha pasado?
- Pues nada que estaba cocinando y me he quemado con el agua hirviendo... No veas... en un segundo.
- ¡Dios mío! Te dolerá un montón...
- Sí un poco, la verdad es que sí, pero qué le vamos a hacer... una, que es así de torpe...
- No digas eso, con lo inteligente que tú eres...
- Ya, pero está visto que la cocina no es lo mío...
- Claro mujer, es que perfecta, perfecta no encontraba ninguna...

Marga era una mujer inteligente, moderna, culta. Desempeñaba uno de los puestos de doctoras en obstetricia en uno de los mejores hospitales de la ciudad. Sin embargo las tareas domésticas no eran lo suyo, no, no eran su fuerte, a menudo tenía contratiempos con los electrodomésticos, la cocina, los grifos... aunque nunca de forma tan peligrosa como esta vez.

Horas más tarde, de madrugada sus gritos despertaron a su marido...
- Marga, Marga despierta, despierta cariño... despierta...
- ¡¿Qué pasa, qué pasa?!
- Nada, nada, tranquila. Estabas gritando dormida, debías tener una pesadilla, te retorcías y te quejabas...
- Oh sí, Ya recuerdo... ¡Qué horror! hacía muchísimo calor, había fuego, mucho fuego por todas partes y se oían gritos...
- Bueno, ya ha pasado, no te preocupes, no es más que un mal sueño, quizás tienes fiebre por las quemaduras, te traeré una aspirina y ya verás como descansas...
- Vaya día que llevo...
- Venga no te preocupes, no es nada...

Durante los días siguientes, Marga no se encontró bien, las manos le dolían muchísimo, por las noches su sueño era ligero y a menudo se despertaba sobresaltada por inquietantes pesadillas...

.......

Una gran muchedumbre se ha congregado desde primeras horas del día.

Alboroto, gritos de los niños, murmullos de conversaciones, alegres canciones de músicos, voces de vendedores de comidas, bullicio. Los balcones llenos de gente. La plaza a rebosar. Un sacerdote pide silencio y les dirige en el rezo de sucesivos padrenuestros.
.......

Al ir pasando las semanas, Marga empezó a encontrarse mejor.

Gracias a las pomadas y otros ungüentos mágicos de su dermatólogo las quemaduras empezaron a secarse y poco a poco se alivió el dolor. Afortunadamente sus noches también se sosegaron, y fue restableciéndose la normalidad.

Hasta que una mañana un incidente rompió la monotonía.

El hospital amaneció rodeado de pancartas y una gran muchedumbre se concentró en sus puertas... Los médicos y todo el personal de plantilla tuvieron que aguantar gritos e insultos cuando entraron a ocupar sus puestos. No era más que otra de las manifestaciones que últimamente cada vez eran más frecuentes en las cercanías del hospital: las listas de espera, la falta de camas y personal, la sanidad pública, que una vez más era fruto de quejas y concentraciones airadas de protesta. Sus compañeros estaban, lamentablemente, ya acostumbrados, y resignados, no le dieron mayor importancia, sin embargo Marga que otras veces se lo había tomado como ellos, esa mañana se mostraba agitada y nerviosa, no podía concentrarse oyendo el bullicio y las voces de los manifestantes. No aguantaba esa multitud de personas increpándoles, rodeándoles... Fue una jornada tensa y eterna.

Cuando llegó a casa se lo comentó a su marido:
- Hoy hemos tenido manifestación...
- ¿Otra vez...?
- Ha sido tan desagradable...
- Como siempre, ya estarás acostumbrada...
- Eso me decían todos... pero no sé hoy era diferente, no podía trabajar con esa presión fuera, esos gritos, y esa violencia contenida...
- Pero sí últimamente las tenéis cada dos por tres...
- Ya, pero me sentía fatal, y fíjate no sé por qué pero después, estaba tan nerviosa, que en vez de coger el autobús he venido paseando y al pasar por la Catedral he entrado un rato...
- ¿Tú? ¿En la Catedral...? Eso sí que es una novedad...
- Pues sí, no es un lugar que yo haya frecuentado mucho, pero parecía tan tranquila, tan acogedora, tan silenciosa... Ha sido muy reconfortante no creas...
- No, no sí te creo, es sólo que me cuesta reconocerte en esos ambientes...

.......

Se acerca una carreta de granja tirada por asnos con los convictos: tres de ellos llevan los sambenitos amarillos marcados con cruces transversales, han sido condenados a regresar a sus pueblos y a llevar el sambenito durante largos períodos de penitencia.

Una mujer lleva un sambenito de color negro adornado con demonios y llamas infernales, ha de morir en la hoguera.

.......

Pasaron las semanas y los meses, y Marga volvió a ser la eficiente y agradable doctora de siempre, a menudo recibía felicitaciones de sus agradecidas pacientes que ya con sus bebés, volvían contentas a sus casas. En el hospital, sus compañeros solían pedirle su colaboración en algunos partos especialmente difíciles o con cierto riesgo, su actitud en el ejercicio de su profesión siempre había sido impecable.

Una noche, después de bastante tiempo sin pesadillas, de nuevo se despertó sobresaltada por una de ellas. Sudando y angustiada, se incorporó. Todavía en su interior permanecían las imágenes que le habían despertado. Se trataba de un parto, un complicado parto en que la madre no paraba de gritar y retorcerse de dolor, agotada, extenuada por el sufrimiento clamaba por que le sacaran a su bebé, el cual evidentemente mal colocado no lograba salir. Cuando al fin logró nacer, después de horas y horas de sufrimiento fetal, ya había muerto. ¿Por qué? Se preguntaba Marga, ¿Por qué otra vez las pesadillas...? Creía que estaban olvidadas... ¿Pero qué me pasa...?

La mañana siguiente uno de los partos que tuvo que atender presentó complicaciones, el niño estaba encajado, a la madre después de varias horas empujando, le fallaban las fuerzas, estaba exhausta... No era un parto normal pero tampoco nada que un buen equipo no pudiera solucionar...

La doctora Marga pidió a una colega que por favor, la sustituyera.

Nunca, nunca en todo el tiempo que llevaba en ese hospital le había pasado algo semejante, ella siempre se había mostrado fría en las situaciones críticas, su paciencia era increíble, nunca se dejaba llevar por las emociones. Pero en el quirófano, aquella mañana, las imágenes de su mente se superponían con las reales, ya no sabía si la paciente era realmente la que veía o la que la había despertado en la pesadilla. ¿Cómo iba a intervenir en ese estado...? No se fiaba de ella misma... y en su profesión eso era lo peor.
.......

A la mujer le arrancan el sambenito negro a la fuerza, le despojan de todos sus vestidos bruscamente.

Completamente desnuda es arrastrada hacia un poste y allí le atan los brazos tras éste.
.......

Las semanas siguientes Marga estuvo de baja, le recomendaron que se tomara un tiempo libre, quizás simplemente estaba estresada. Unas semanas de descanso y volvería como nueva. Estuvo completamente de acuerdo. Desde aquellas quemaduras no había estado nada bien, cualquier cosa le agitaba, estaba intranquila y nerviosa, su sueño no había sido nada reparador y así no podía trabajar.

Era octubre, hacía un tiempo muy agradable, Marga salió al jardín con algunas revistas y folletos para leer tranquilamente; en el suplemento del periódico vio los anuncios de las fiestas de Halloween, aquellas fotos de calabazas y personas disfrazadas de brujas llamaron inmediatamente su atención... Pero ¿A qué viene que celebremos esta fiesta ?se preguntó, está visto que por celebrar ya no sabemos ni qué hacer... y pasando de página inmediatamente olvidó aquel detalle.

Sin embargo... en la noche de nuevo sus sueños se volvieron negros, la brujas de las fotos de Halloween volaban chillando en torno a ella, hacía calor, demasiado calor, y aquellos seres no paraban de reír, y de gritar y de bailar alrededor de un fuego... Nerviosa, sudando y agitada se despertó sobresaltada.

- Cariño... ¿Qué pasa...?
- Otra vez, otra vez las pesadillas, ¿Qué me pasa? ¿Por qué me atormentan los malos sueños, unos sueños que no entiendo, que no tienen nada que ver conmigo...? ¿Por qué...?
- Venga, duérmete no te preocupes. Cuando estés más tranquila se pasarán solos, ya verás.

Pero aquella imagen de aquel parto oscuro y malogrado, la sensación de ese asfixiante calor, aquellos seres que no paraban de chillar y reír... la incomodaban constantemente.

Aquella noche ya no durmió más.

.......


Se amontona leña y maleza alrededor de la condenada.

Insultos de la gente, gritos de júbilo, chillidos, voces, risas... Las ramas cubren la parte inferior de su cuerpo. El verdugo acerca una antorcha encendida, prendiendo fuego a la leña.

Rápidamente las llamas se elevan al cielo. Crepita el fuego.

Exclamaciones de temor, exclamaciones de alegría. Voces. Insultos. Más voces. Gritos.

Un calor espeso y pegajoso se extiende por la muchedumbre. Rugen las llamas. La condenada parece gritar. No se la oye.

Su cuerpo se retuerce por el dolor.
.......

Pasadas unas semanas desde aquella noche eterna de insomnio, en que el sueño, salpicado de imágenes oscuras de brujas, se resistió a llegar, a Marga le llamó una amiga:
- ¡Hola Marga! ¿Cómo estás?
- Bueno, un poco mejor, creo. Estoy tomando unas pastillas que me han recetado para dormir... y el descanso se nota...
- Me alegro. Pues ¡Venga anímate! Te arreglas y me acompañas a una exposición...
- ¿Una exposición?
- Sí una sobre estilos de vida, enigmas de la cultura... es de un antropólogo de prestigio...
- Parece interesante...
- Sí dicen que está bien, el por qué del tabú judío sobre la carne de cerdo, o el machismo, o el auge de los Mesías, las distintas religiones, la transmigración ...
- ¡Ay la de la transmigración y la reencarnación...! ¿Pero todavía te interesan esos temas? Pensaba que con los años, ya sabes la madurez y todo eso, te habías olvidado ya de esa obsesión...
- Marga, es que tú siempre has tenido una mente demasiado científica...
- ¡Claro! Y por eso ya no me has vuelto a hablar de ello, para qué ibas a seguir hablándome del tema ¿no? Me dejaste por imposible...
- Mas o menos... pero ¿ves? Esto es una señal, el destino nos ha dado tiempo libre... y ha colocado esa exposición en nuestro camino... y si Mahoma no va a la montaña tendrá que ir la montaña a Mahoma...
- Tú misma lo has dicho “tengo una mente científica”, esa montaña y ese Mahoma no van mucho conmigo...
- Pero mujer, además de ese habrá otros muchísimos temas interesantes, tiene que estar bien... ¡Anda anímate! Y luego nos tomamos un cafetito y charlamos...
- No sé...
- ¡Venga mujer! A las once estoy en tu casa.

Y a las once en punto salían charlando animadamente hacia la sala de exposiciones. La conversación relajada e intrascendente fue como un bálsamo para Marga, necesitaba distracción, sol, aire libre... Le hacía mucho bien estar con su amiga.

La exposición realmente parecía entretenida, a esas horas apenas había gente, así que podían disfrutar de todo el tiempo que querían para, a su ritmo, visitar cada sala; los distintos apartados aún teniendo poco que ver unos con otros eran igualmente interesantes. Y curiosamente, se sintió especialmente atraída por la transmigración, realmente estaba sorprendida, ella nunca se había interesado por ese tema, sin embargo el renacimiento de un alma en un nuevo cuerpo humano, tal y como estaba expuesto allí, con todos aquellos detalles y visiones, era una concepción apasionante.

Leyó con avidez las creencias sobre la reencarnación de los antiguos egipcios, de Pitágoras, de Platón, de la religión hindú, el budismo y el jainismo. “Suponían que el cuerpo está habitado por una sola alma o esencia vital, que se creía se separaba del cuerpo con la muerte y el sueño, saliendo por la boca o la nariz. La reencarnación se lograba por la transmigración del alma de una persona muerta al cuerpo de un niño de la misma familia, los parecidos familiares se establecerían gracias a este proceso”... llevaba escrito uno de aquellos paneles. Qué curioso, pensó, realmente curioso, no sí va a resultar que al final Maite va a tener algo de razón... Totalmente irracional pero curioso... ¡Cualquiera se lo dice!

Y así llegaron hasta la sala de la Inquisición, un escalofrío le recorrió la espalda, algo en su interior se agitó, algo inexplicable y caliente que se extendió por su interior.
- ¿Pasa algo? –le preguntó su amiga.
- No, no te preocupes... estoy bien. ¿No me habías dicho que también se trataba el tema de la Inquisición...? Estos sucesos son, fueron tan inquietantes...
- Pues no sé, pensé que no tenía por qué especificártelo... forma parte de los mismos enigmas que se tratan en toda la exposición ¿Cuál es el motivo de que los hindúes adoren las vacas, por qué surgen los movimientos mesiánicos, cuales son las razones de la caza de brujas que asoló a la Europa renacentista...?
- Ya, ya, es interesante, pero es que este tema no me atrae nada...
- Bueno no creo que a mucha gente le encante pero nunca me habías comentado que te resultara tan...
- Ya, nunca... quizás es que no lo había pensado... pero no me negarás que no es nada agradable...
- Por supuesto... nada agradable, pero afortunadamente no vivimos en aquel siglo...

Y continuaron paseando entre las vitrinas, Marga se sentía nerviosa, aunque no se explicaba por qué. La misma atracción que había experimentado por el tema de la reencarnación, aquí se traducía en verdadera repulsión. Quería acabar cuánto antes con ésta sala, no estaba disfrutando nada. No lo entiendo, se dijo, debe ser algo visceral, quizás es que aquí hace demasiado calor, y se quitó la chaqueta... En ese momento el grabado de una escena de aquellos tiempos llamó inmediatamente su atención, se aproximó lentamente...

Una muchedumbre se amontonaba en torno a una ejecución, en el centro había una hoguera, y en la hoguera una mujer... Ante la visión de la escena, Marga se estremeció, se estremeció de angustia y miedo... Algo la empujaba a aproximarse más y mas... se acercó lentamente al grabado y estudió las facciones de la mujer cuidadosamente..., la línea de la mandíbula, la forma de los labios, la mirada franca...

Millones y millones de voces comenzaron a superponerse en su cabeza, hablando todas a la vez, cada una luchando por hacerse oír sobre las demás: “Esto es una señal, el destino nos ha dado tiempo libre... ha colocado esa exposición en nuestro camino...” “...del alma de una persona muerta al cuerpo de un niño de la misma familia...” “afortunadamente no vivimos en aquel siglo...” “el bebé evidentemente mal colocado no podía salir...”

Un grito antiguo y doloroso nació en su garganta, creció amargamente, clamó por salir..., ella deseó gritar pero sólo dejó escapar un débil gemido...

Es demasiado tarde, el rostro de Marga dibujado en el grabado también parece gritar. No se la oye.

Su cuerpo se retuerce por el dolor.


©Rocío Díaz Gómez
Invierno 2002

lunes, 15 de junio de 2009

"Para que me cuente" Relato de Rocío Díaz

Y como unas cosas llevan a otras, pues aquí os dejo el relato que me premiaron cuando conocí a Juana Cortés. Se titula "Para que me cuente" y fue primer premio en el "V Certamen de Poesía y Relato Corto de la Fundación de la Mujer del Ayuntamiento de Cádiz. 2007"
Este relato llevaba una cita que decía:

Uno recuerda con aprecio a sus maestros brillantes,
pero con gratitud a aquellos que tocaron nuestros sentimientos.
Karl Gustav Jung


PARA QUE ME CUENTE


1.

A Doña Lidia comenzaron a lloverle relatos.

Una mañana abrió el buzón y encontró entre las cartas un sobre más abultado que los demás, un sobre con sus señas casi dibujadas de tan cuidadosamente habían sido escritas. No conocía la caligrafía, ni conocía el remite. No conocía de quién ni de donde llegaba aquel sobre. Extrañada lo abrió con cuidado, y aún más extrañada descubrió lo que guardaba en su interior. Tres o cuatro páginas manuscritas que comenzó a leer con curiosidad, que siguió leyendo con interés, que terminó con un suspiro. Tres o cuatro páginas de las que no levantó la vista hasta que no encontró el fin. Porque así lo llevaba claramente escrito. Porque era un relato. ¡Bendito destino! Un relato... Una historia mágica. Un regalo.

Uno de papel que terminaba con la dedicatoria:
“Para usted Doña Lidia, para que me cuente”

No sabía por qué, pero aquel sobre existía. Y había llegado a su buzón, y tenía su nombre, y tenía sus señas. Era para ella, de eso estaba bien segura. ¿Quién lo enviaría? Y mientras hilvanaba preguntas y más preguntas, mientras descosía respuestas que se torcían, todo el día lo llevó guardadito en el bolsillo. De vez en cuando lo releía y se lo volvía a guardar, a salvo y seguro. Y cuando ya casi de tanto leerlo se lo aprendió, solamente lo tocaba por encima de la tela, y lo acariciaba lento, lento, sabiéndolo allí, sabiéndolo cerca.

Pasaron dos o tres días, y una mañana al abrir el buzón de nuevo otro sobre la sorprendió. El mismo contenido abultado y la misma caligrafía manuscrita. Las mismas señas y la misma dedicatoria. Y entre ellas otro relato, otra historia, otro regalo. El mejor.

Y tampoco casi lo creyó. Y ya eran dos los cuentos que guardaban su bolsillo. Y ya eran dos los que de tanto leer acabó aprendiendo. Dos los que acariciaba por encima de la tela.

A Doña Lidia siguieron llegándole relatos. Cada poco, uno nuevo le daba los buenos días desde su buzón. Y le alegraba la mañana, y le alegraba tanto el alma que casi podía sentirla bailar de puro contento entre aquellas frases. Y el montoncito iba creciendo tanto como su corazón se encogía.

Porque nadie necesitaba ese puñado de relatos como Doña Lidia.

Nadie.




2.

A Doña Lidia se le habían ido encogiendo las letras.

Y sin apenas darse cuenta, como globos parecían habérsele ido volando, tan alto, tanto, que por más que estiraba la imaginación no conseguía alcanzarlos.

Y sin letras no había frases, sin frases no había párrafos, sin párrafos no había historias. Y Doña Lidia había escrito muchas historias, miles y miles, millones de ellas. Y escribiendo había cumplido sueños que nunca soñó cumplir. Y escribiendo había conjurado demonios, había escapado de la existencia vulgar, había idealizado un matrimonio rutinario, había sublimado una agotadora profesión de maestra, que ahora y a menudo sentía desierta y monótona.

Porque escribiendo Doña Lidia había conseguido reinventarse el mundo. Había conseguido sentirse casi feliz.

Nadie necesitaba de ese puñado de relatos como Doña Lidia que empapelaba ese vacío de millones de papelitos. Ideas, comienzos, finales, personajes y lugares sobre los que escribir. En mitad de una clase, entre el primer y el segundo plato, en plena ducha, había tenido tantas veces que detener lo que estaba haciendo solo para escribir. En un vano afán de capturarlas. Que no se escaparan, no, que algún día servirían. Millones de papelitos que año tras año había ido reuniendo y atesorando con la esperanza de que un día ayudaran a echar a andar de nuevo. Pero ese día no había llegado nunca y habían quedado olvidados en cajas y más cajas en un desván.

Doña Lidia ni tan siquiera sabía porque las letras le habían ido abandonando. Hubo quién dijo que quizás se cansaron de sentirse utilizadas, o que quizás un miedo malvado a la falta de originalidad las paralizó en un lugar remoto de la imaginación. Hubo quién afirmó que todo caudal de agua termina por agotarse, o quién sugirió que quizás la falta de riego terminó por secarlas. Hubo quién, investido de pomposos títulos, le puso nombre de enfermedad; o quién, neciamente, le aconsejó dedicar sus seniles esfuerzos a completar cualquier nueva y rara colección.

Qué mas daba. Un millón de nombres o ninguno. Un millón de intentos o ninguno en poner etiquetas. Qué más daba. El caso es que Doña Lidia dejó de contar.


Y así pasaron tiempos y más tiempos, hasta que a su buzón comenzaron a llegar relatos. Y con una gota, y con dos, y luego tres, termina por llover. Y los bolsillos de Doña Lidia desbordaban historias que iba aprendiendo, y esos regalos de papel arropaban el vacío que habían dejado en ella sus propias letras.





3.

A Doña Lidia le habían sobrado historias.

“¡A ver caballeros! ¿Quién quiere empezar hoy?” Y Juan García, 1º de bachiller del 75, levantaba rápidamente el dedo, moviendo sin parar el culo en el asiento, nerviosito, deseando hablar, loco por empezar. “Señor García deje usted el baile de San Vito que no va a empezar hoy, que eso ya sé que se le da como hongos, no, no estese bien atento que le tocará la ultima frase...” Y así doña Lidia se aseguraba que Juan García, prestara atención durante toda la clase, una hazaña para él mayor que cualquiera de las del Cid Campeador.

“Rodrigo Pérez, a ver caballero, una frase con “musarañas”, que nos va a dar usted el principio del relato...” Y Rodrigo Pérez, 1º de bachiller del 76, tenía que bajar a todas prisas de su mundo para comenzar la historia... Esa historia que uno a uno, pupitre a pupitre irían inventando...

“¡Germán Sánchez! ¿Cómo es nuestro protagonista? denos a sus compañeros y a mí 5 cualidades”, “¡Cincoooo!, protestaba Germán Sánchez, 1º de bachiller del 77, abriendo los ojos de par en par y elevando el tono de voz como si le hubieran pedido que recitara todos los misterios del Rosario... “Pues tiene usted razón, Germán, todita la razón, contestaba doña Lidia espabilando hasta a las arañas que trabajaban en los altísimos rincones de aquella clase, cinco van a ser pocas, denos mejor diez”. Y Germán Sánchez parsimoniosamente, sin gana ninguna comenzaba la retahíla: “Fumador, holgazán, despistado...” “¡Pero bueno, un momento, un momento, gritaba doña Lidia, ¿Qué hemos aprendido en todo este tiempo...? A ver Felipe Gómez, aproveche ese arte que le ha dado Dios para hacer payasadas, y vaya poniendo los gestos a las características que le vaya diciendo Germán”. Y Felipe Gómez, el gracioso de la clase, iba haciendo mímica y ahora tenía un cigarrillo en la mano, ahora bostezaba, ahora tropezaba...

Y la clase entera estallaba en sonoras carcajadas mientras poquito a poco y sin darse ni cuenta iban aprendiendo a revolver en el trastero de la imaginación. Entre bromas y medio jugando, iban poniendo orden en sus propias historias, vistiendo y desvistiendo al personaje de gestos, iban trayéndole y llevándole por la vida que ellos mismos le estaban inventando.

Y doña Lidia curso tras curso, corría de un pupitre a otro, de una esquina a otra de la vieja clase, señalando, nombrando, espabilando, riendo, aplaudiendo, soñando entre ellos, con ellos, para ellos.

Que sin apenas darse cuenta aprendían a contar.



4.

A doña Lidia comenzaron a lloverle fotos.

Una mañana abrió el buzón y encontró entre las cartas un sobre idéntico a los que ya tantas veces había recibido. Un sobre con sus señas casi dibujadas de tan cuidadosamente habían sido escritas. Y aunque no era tan abultado como los demás, de éste tampoco conocía la caligrafía, ni conocía el remite. No conocía de quién ni de donde llegaba aquel sobre. Extrañada lo abrió con cuidado, y aún más extrañada descubrió lo que guardaba en su interior. Tres o cuatro fotos color sepia, que comenzó a mirar con curiosidad, que siguió observando con interés, que dejó de ver entre lágrimas. Tres o cuatro de las que no podía levantar la vista, porque le pesaban en los ojos, en la memoria, en el alma.

Porque eran las ideas, los comienzos, los finales, los personajes y los lugares que tantas veces ella había soñado atrapar en papelitos, como quién atrapa raras mariposas y desea clavarlas con alfileres en la memoria. Porque allí estaban, en aquellas fotos. Porque allí estaban las caras imberbes aún, de sus primeras promociones de alumnos. Un puñado de chavales sentados en dos filas sonriendo a la cámara, al lado de una Doña Lidia joven, que les acompaña de pie, les acompañaba. Una Doña Lidia que les enseñó a bucear entre las ideas y a escoger el mejor comienzo. Les enseñó a elegir los finales más inesperados y a crear los personajes más especiales. Les enseñó a inventarse un mundo propio huyendo de lugares comunes.

Allí estaban. Juan García, que había salido movido, si es que no paraba quieto ni un momento, ¡ay el del baile de San Vito!. Rodrigo Pérez, mirando para otro lado, como siempre, pensando en las musarañas... Germán Sánchez, agachado, medio tumbado encima del compañero, demonio de crío, que nació cansado, tuvo su madre el parto de la burra porque no le daba la gana de nacer y siguió luego igual de holgazán... Felipe Gómez, ¡cómo no! haciendo monerías, poniéndole orejas al de delante...

Hasta doña Lidia llegaron sus gestos, sus bromas, su particular forma de crecer. 1975, 1976, 1977... Allí estaban todos. Todos aquellos a los que había enseñado a contar.

Fue dando vuelta a las viejas fotos y descubrió que detrás y a la altura de cada uno de ellos, estaban sus nombres, los que recordaba y los que ya había olvidado, y bajo esos nombres, los títulos de los relatos que había estado recibiendo.

Allí estaban. Los mismos que habían acudido a la fiesta de su jubilación, allí estaban... ¡Ay que bandidos...! Medio calvos ya y todavía a sus espaldas habían conspirado para seguir haciendo travesuras juntos... todos juntos, uno a uno... uno detrás de otro... ¡Benditas travesuras...!

Y supo que ya nunca volvería a sentir vacíos sus bolsillos. Y dos lágrimas quisieron salir de aquellos ojos con cataratas. Supo que los relatos no dejarían de llegar a su buzón, como gotas, una detrás de otra. Y otras dos lágrimas las siguieron. Porque esas eran las primeras, pero habían sido muchas, muchas las promociones que vio crecer. Y ya no podía parar tantas lágrimas. Porque hay deudas impagables. Deudas de gratitud absoluta.

“Para usted Doña Lidia. Para que me cuente”.


“Demonio de críos...”
© Rocío Díaz Gómez
2006