La mañana del 20 de octubre llegó un mar de nubes enredándose entre mis rizos.
Después llegó el viento: ¿Juegas? le preguntó a mi paraguas nuevo.
Y terminé bailando claqué sobre las aceras tatuadas de hojas de todos los colores.
El otoño, por fin, obedecía al calendario.
Ahora sí que comienza el curso, me dije.
Y me treparon desde los pies, imparables y traviesas, esas ganas inevitables de contar la vida.