Yo sé que Madrid tiene mucha gente y muchas filas, tiene muchos coches y muchas escaleras, tiene las calles estrechas y a menudo sucias, tiene líneas de metros a las que solo le faltan los "empujadores" como en Japón, y tiene distancias tan largas que una siente que nos está sisando tiempo de vida todos los días. No lo voy a saber...
Sin embargo, aún a sabiendas de todo ello, entono un mea culpa y pido perdón, porque a mí me gusta mucho mi Madrid. Y lo camino y lo visito siempre que puedo porque es interminable. Supongo que sí, que algo de masoquismo debo de tener. O síndrome de Estocolmadrid. O qué sé yo.
El otro día me lo atravesé para descubrir un barrio que me pilla a años luz del mío, pero que tenía ganas de patear.
Carabanchel.
Fue gracias a una de esas visitas que organiza la Comunidad de Madrid, por las que tienes que pelear un día concreto y a una hora fijada para pillar plaza para tres meses después, armándote de paciencia. Pero que si lo consigues, a mí me suelen gustar, porque como las de Arganzuela, las guías vienen de un colectivo que se llama La Liminal que lo enseña muy bien porque te hace mirar al pasado y al presente de los lugares y te ofrecen una explicación en la que también los visitantes nos volvemos protagonistas. Nos hacen preguntarnos un sinfín de cuestiones relacionadas con los movimientos sociales y después vecinales, la geografía, la economía, la historia, y vas encajándolo todo, y al final te llevas a casa una visión del lugar bastante completa.
Sería muy largo contaros toda la visita, pero así a grandes rasgos deciros que en esta visita, comenzamos recordando a los dos Carabancheles que se anexionaron a Madrid en los años 40. Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo eran dos municipios pegados a la capital que se anexionaron en 1948. De ahí viene este distrito que tiene varios barrios y una extensión considerable más allá del Manzanares, atravesando el Puente de Toledo, el Puente de Segovia hacia Toledo y Extremadura.
Lo primero que visitamos fue la Finca de Vista Alegre, ese lugar histórico fundado como Casa de Baños en 1824, muy visitado por la regente María Cristina, y que llegó a ser un sitio de recreo de las clases altas a donde escapaban para ocio y evasión. Lleva abierto ahora como tres años, tras las movilizaciones vecinales del 2018 y 2021 en las que lograron el reconocimiento patrimonial de sus jardines y el uso público. Se ha rehabilitado bastante la Quinta con su Palacio Viejo y su Palacio Nuevo, y donde aún se conservan ruinas de la antigua fábrica de jabón. Merece mucho la pena.
Y de ahí fuimos paseando por el barrio para conocer un poco el antiguo Carabanchel Bajo, con su Plaza rebosante de vida un sábado por la mañana, y de ahí a la plaza donde estaba la antigua Plaza de Toros de Vista Alegre, lugar de encuentro y ocio. Ahora está ahí el famoso Arena donde hay tantos conciertos.
Fue una visita muy instructiva, muy amena, en la que pudimos ver de primera mano como Carabanchel había crecido desde los Palacios hasta las fábricas, como dice el título de la visita.
Y no os voy a engañar, si luego una lo remata tomándose en una tasca típica unas patatas revolconas con unos torreznos acompañándolo de un rico vermú, se te queda un sábado bien, bien redondito.
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