Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

Mostrando entradas con la etiqueta Cartas de amor escritas por Rocío Díaz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cartas de amor escritas por Rocío Díaz. Mostrar todas las entradas

viernes, 30 de diciembre de 2016

Mi última carta de amor premiada: "Bajo la bonanza del anticiclón"



En la reseña de los grandes momentos literarios de este año, me queda dejar memoria del último premio que me han dado.

Ha sido en este mes de diciembre del año 2016. Se trata del 2º Premio de Cartas de Amor en el XXI Certamen de Covibar de Cartas de Amor de Rivas Vaciamadrid, y ha sido con una carta a la que yo tengo mucho aprecio: "Bajo la bonanza del anticiclón". Por eso tenía ilusión por compartirlo.


 
XXI Certamen de Covibar de Cartas de Amor

  • Primer premio al trabajo “Señora” de Álvaro Martín García.
  • Segundo premio al trabajo “Bajo la bonanza del anticiclón”, de Rocío Díaz Gómez.
  • Tercer premio al trabajo “En la sala 27”, de Nazaret Romero González.
 La entrega de premios fue el pasado martes 20 de diciembre y no pude asistir porque me había comprometido con la presentación del poemario de Javier Díaz Gil, así que me lo recogió mi hermano Alberto. 


Quería compartir también la carta premiada con vosotros. Y por supuesto dedicársela a las personas que quiero de la AEMET.

Aquí la tenéis.

 

Bajo la bonanza del anticiclón

La piedra de enamoramiento de mayor tamaño recogida hasta la actualidad en mi vida sentimental cayó un primero de julio de 2005 en mi localidad, en mi habitación y en las aguas cálidas de mis propias sábanas. No hay lugar más exótico que el cotidiano, ni más cercano que esta cama mía, que siento nuestra.

Aunque la velocidad con que impactan los enamoramientos en las personas dependen de su tamaño, el enamoramiento al caer se ve impulsado por fuertes corrientes de aire descendente, procedentes del olor de una piel, de su tacto y su temperatura, procedentes también de una boca y su voz, de su humedad y su tibieza, de tal forma que podemos multiplicar los grados por dos, de ahí su alta peligrosidad. Cómo decirte que en aquella ocasión sus dimensiones fueron tales en diámetro y circunferencia que aún no me he recuperado.

Nuestro tornado se formó por la rotación violenta de nuestros cuerpos descolgándose desde la nube en la que llevábamos instalados unos meses, quizás años, al calor del trato diario y las confidencias. Nuestro tornado en su parte más estrecha alcanzó el suelo, fue desplazándose y nos llevó, siempre intentando no provocar grandes destrozos a nuestro paso, hasta donde nos encontramos ahora. 

Muchas veces me he preguntado en qué lista de huracanes, de esas que elabora la Organización Meteorológica Sentimental, alternando nombres de hombre y de mujer, y por orden alfabético, estamos nosotros. De lo que no me cabe la menor duda, es de que si nos vemos envueltos en una pertinaz sequía de encuentros, en nuestros días sopla más el levante que el poniente, por mucho que digan que aproximadamente soplan el mismo tiempo. Si estamos separados, el levante es más impetuoso y alcanza rachas de muchos días llegando incluso hasta la ciclogénesis explosiva. 

No exagero, cada vez que te alejas he podido anticipar el sonido de los truenos después de ver rayos en el horizonte de nuestras palabras y nuestros gestos. Por definición una ciclogénesis puede calificarse de explosiva siempre y cuando la presión afectiva en el centro del corazón implicado disminuya drásticamente. El resultado es la formación en poco tiempo de una profunda borrasca en los sentimientos, lo que siempre lleva asociado un fuerte temporal de emociones y precipitaciones destacadas en los ojos. En los tuyos y en los míos. Porque cuando la humedad relativa de tus ojos alcanza el 100%, por simbiosis, me empapa entero a mí, cubriendo tanto mi tierra que tiemblo de frío y nada temo más que de nuestras bocas al juntarse solo salga vaho,  un gélido vaho, que no podría soportar.

En mi corazón solo cabe una certeza: He aprendido a resguardarme de todas las galernas en el cielo de tu boca.

Porque, pasen los días que pasen, si me acerco a ti sigo impregnándome de ese conocido olor a tierra mojada que solo tu piel sabe exhalar. Y nada siento que me temple más que su temperatura suave, que no es lo suficientemente baja como para darme frío ni lo suficientemente alta como para darme excesivo calor. Cuando tu piel y la mía aciertan a encontrarse en este océano complicado de los días, el aire cálido que nos envuelve, se torna más ligero y disminuye mi densidad y tiende a ascenderme de manera natural en pura flotabilidad. 

Dejemos pues querida, como aquel lejano día que en las aguas cálidas de mis propias sábanas acertó a caernos este enamoramiento, que el anticiclón nos encuentre siempre lo más cerca posible al uno del otro, que nos abrace y nos mantenga unidos impidiendo el paso de todas las borrascas. Bajo la bonanza del anticiclón alcanzaremos las temperaturas más altas. Dejemos que la humedad relativa del aire alcance el 100% de encanto, se sature de vapor de deseo y comiencen a formarse minúsculas gotitas. No me preguntes de qué, lo realmente importante es que tu olor y mi calor actuarán, no tengo la menor duda, como núcleos de condensación de la pasión. Está pasión que nos acuna a golpes de calor. Esta pasión marítima que nos salva de la monotonía y la rutina. 

En mi corazón solo cabe una certeza: He aprendido a resguardarme de todas las galernas en el cielo de tu boca. Y es ahí donde quiero seguir. 

Tu hombre del tiempo.

©Rocío Díaz Gómez

miércoles, 24 de septiembre de 2014

"Desde que llegaste" una carta de amor de Rocío Díaz Gómez


Ayer entró el otoño y hoy cuando nos hemos levantado, al menos en Madrid y para que nos diéramos buena cuenta del cambio de estación, el día amanecía gris y lluvioso.

A mí me gusta el otoño. Invita a la nostalgia, es cierto. Pero también junto a sus gotas nos suele traer buenos própósitos para encarar el "nuevo curso" y nos hace reencontrarnos con quiénes somos y con quiénes estamos la mayor parte del año. Por supuesto que seguimos siendo los mismos cuando nos vamos de vacaciones, pero yo creo que somos más "nosotros" en el día a día y en la rutina... aunque sí, es cierto, ésto que acabo de decir podría ser objeto de una larga conversación.

Hoy, que ya es otoño, os quería dejar con una de mis cartas de amor. Este verano, a primeros de agosto, me han dado en el XX Concurso Epistolar de Calamocha una "Mención especial a la originalidad" por ella. 

Espero que os guste.


Desde que llegaste


Se fue el mozo y dije: «Ojalá».
«Ojalá qué».
Me di cuenta de que había conseguido desorientarla.
«Ojalá fuéramos inseparables».
Ella entendió que era algo así como una declaración de amor.
Y era.

Puentes como liebres. Benedetti.



Mi querida compañera,

Cuando nos conocimos confieso que tenerte allí, cada mañana, tarde y noche, a mi lado, pegada a mí, me incomodaba. Te sentía tiesa y altiva. Es más, agradecía en el alma cada vez que me dejaban de espaldas a ti, porque así no tendríamos que pasar horas de frente, en este espacio tan pequeño, que hasta llegué a detestar. Qué ridículo.

Al menos, pronto caí en la cuenta de que tu llegada venía acompañada de otros cambios beneficiosos, y hasta agradables. Sobre todo, agradables. Desde que llegaste, al perro se le olvidó ladrar, salvo de alegría cuando veía como le sacaban a sus horas, sin faltarle ni una sola. El gato tenía siempre comida en el plato y dormía con ronquidos de mascota gorda y feliz el resto del tiempo. Los trastos estaban en su sitio y ordenados. La casa se veía más limpia y olía mejor. Y él… él cada noche y con ella, se iba en silencio y despacio a la cama como alma que levitando asciende hasta el paraíso, y después, cada mañana, se levantaba tarareando o incluso cantando a voz en grito un repertorio que nunca le conocí. Daba gusto verle. Es cierto, tengo que admitirlo. Y sobre todo, y lo que es mejor, tengo que admitir que desde que llegaste con ella, a mí nunca me faltó mi dentífrico. Y es muy de agradecer. Eso y que mi vaso brillara de puro limpio, se lavara y enjuagara cada vez que se utilizara y mi tubo de pasta no se acabara jamás, porque antes de hacerlo ya tenía repuesto esperando a su lado. Sí. Era una novedad importante. Este cuarto de baño, ayer, tan triste, tan caótico y desordenado, parecía otro. Es otro. Porque al principio fueron todos aquellos cambios a nuestro alrededor, pero después llegaron las palabras.

Una mañana, cuando terminó de arreglarse, él, que se levanta primero, le dejó escrito a ella, en el espejo del baño y con la espuma de afeitar, unas palabras de un tal Ángel González: “Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti”. Nosotros, tú y yo, desde nuestra posición privilegiada, desde nuestro vaso, vimos extrañados como iba escribiéndolo. Yo, que nunca le había visto hacer nada semejante, solo acerté a sorprenderme y a calibrar cuánto ella se enfadaría. Tú, en cambio, sentiste piel de gallina en tu corazón de plástico, se te erizaron todos tus pelitos, y si hubieras podido hablar habrías dicho muy bajito: “Jo, quién fuera ella...”. A la mañana siguiente él, cuando terminó su aseo, volvió a escribirle a ella, otras palabras, de nuevo con la espuma de afeitar y esta vez de un tal García Montero: “Yo te estaba esperando, más allá del invierno, en el cincuenta y ocho, de la letra sin pulso y el verano de mi primera carta...”. Nosotros, de nuevo desde nuestro palco de cristal, fuimos espectadores de excepción. Yo, que nunca le había visto tan entregado a nadie, empecé a verle con otros agujeritos. Tú, de color rojo, además de ver erizados todos tus pelitos, parecías aún más encarnada de puro bochorno, como si aquellos versos de amor fueran para ti. A la mañana siguiente, él se despertó muy temprano, y volvió a escribir, está vez firmando como un tal Galeano pero siempre con la espuma de afeitar: “No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”. Yo, aún sorprendido de que tuviera tantos amigos que le pudieran chivatear esas palabras tan bonitas para decírselas a ella, sentí en mi pecho de plástico un cierto orgullo de ser su cepillo. Tú, dejando escapar una especie de suspiro por entre tus pelitos, sobrecogida, emocionada, casi te abrazaste a la pasta de dientes de tanto como te juntaste a ella. Y ahora creo que fue ahí, justo ahí, cuando sin darme cuenta, deseé con toda mi alma dental ser ese tubo de pasta, cuando casi muero de celos y de ganas por sentirte tan cerca de mí. Yo, que no te quería a mi lado…

Mi querida compañera, yo sé que solo soy un viejo cepillo de dientes, al que pronto desecharán porque ese solterón ahora cantarín, nunca me trató muy bien. No hace falta más que ver mi mango desgastado y el poco lustre que tienen mis escasos, desordenados y ásperos pelitos. Antes era de color blanco, ahora solo parezco canoso. Tú en cambio, luces espléndida con ese rojo brillante, aún conservas todos tus pelitos y casi brillan de puro nuevos. Sí, solo soy un viejo cepillo, pero si tú supieras lo que yo daría por ser la boca de ella y sentirte pasear despacito por entre mis dientes, mis encías, deslizarte sobre mi lengua. Si tú supieras lo que yo daría ahora por estar siempre de frente a ti, por poder tocarte teniéndote aquí tan cerca, lo feliz que me siento de poder compartir mi humilde vaso contigo. De verdad, si lo supieras... Es tan triste estar aquí tan cerca de sus palabras y no poder decírtelas… Porque mi amor, si  yo tuviera esa maravillosa capacidad de poder decirte las cosas, y de hacerlo cómo lo dicen estos humanos, te diría lo que le ha escrito hoy: “Ojalá...” Y si tú pudieras contestarme entonces me preguntarías: “¿Ojalá qué...?” y entonces yo me armaría de valor y casi acariciando las palabras, casi susurrándotelas por entre estos pelillos ralos, te respondería con las palabras de ese tal Benedetti tan sabio: “...ojalá fuéramos inseparables...”. 

Tuyo siempre, el otro cepillo de tu vaso.


©Rocío Díaz Gómez