Ellos me ven pasar de perfil, ven de reojo que me paro, que les he visto y posan para mí.
Son los seres que viven en los murales, que disfrutan de otra vida paralela a la nuestra, que se ríen de nuestras prisas y nuestros agobios.
Ni tienen reloj, ni se despeinan. Viven en la deliciosa eternidad del instante en que los descubrimos.
En esa feliz coincidencia se vuelven tangibles, casi corpóreos, viven.
Y después, mucho después, aún siguen existiendo en nosotros, aunque ya no les contemplemos.
Asoman la nariz entre retazos de conversaciones y el google maps, sobre el sonido de las pisadas y el olor del mar, apretujados entre destinos cumplidos y el sabor de aquel arroz de la casa, que contra todo pronostico, qué rico supo.
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Me gustan los murales, un precioso recorrido.
ResponderEliminarEs cierto que siempre están ahí y poca gente se fija en ellos, una vez han sido novedad y pasan los días. Incluso sufren abandono, deterioro, me gusta recorrer las ciudades y buscarlos, te obligan a callejear, a disfrutar de la mirada.
Precioso post, un saludo.
A mí también me gustan mucho, y los trampantojos más. Pero es verdad que muchas veces ya te los encuentras muy estropeados, con pintadas, y maltrechos, una pena. Con lo chulos que son. En fin... así somos. Muchas gracias por tu comentario. Seguiremos atentos a las fachadas del mundo!!
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