Viajábamos juntos.
Compartíamos un elegante itinerario, un atento y jovial guía y un buen autobús donde hemos estado muchas horas, rodando de ciudad en ciudad.
Compartíamos días de calorazo y días de lluvias, costosos madrugones y horarios ajustados.
Y no lo sé a ciencia cierta, porque aunque fuéramos adultos, como decía El Principito, no queríamos conversar de cifras ni números, pero intuyo que de todos eran quienes más calendarios han visto terminarse.
Siempre sonrientes, siempre amables.
Ella, de vez en cuando, se echaba un cigarrito a hurtadillas. Él no la veía, o quizá no quería hacerlo. "Me los tiene escondidos, pero yo cuando no se da cuenta... Por favor no se lo digas".
Ha sido un buen viaje, pero ellos van a ser inolvidables.
Sentados juntos, cada uno agarraba el asiento de delante con una de sus manos, mientras las otras permanecían entralazadas. Siempre entrelazadas.
Conocer el mundo a su lado, viajar juntos, era una lección constante.
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