La piel de la consulta de mi dermatólogo también está tatuada.
A modo de lunares, está salpicada de letreros llegados de mil y un lugares, mensajes que son un misterio, que te arrancan una sonrisa, que despiertan tu imaginación, que invitan a inventar.
Olvido adrede el libro, guardo el móvil y, con pasmosa calma, me dedico a contemplar las paredes.
Siempre que voy, termino lamentando que salga mi médico y me nombre.
¿Ya?
Yo quiero seguir sentada fuera, investigar el origen de tanto letrero, leer esas paredes de arriba abajo, anudarme al cuello una de esas frases y llevármela puesta. ¡Cuánto luce una buena frase!
Quiero pasear la vista por cada pared, cada esquina, cada rincón tomado por ellas.
Quiero leerlas y releerlas.
Releerlas y volverlas a leer.
Hasta que me canse.
Si hubiera sabido que mis nietos eran tan divertidos, hubiera empezado por ellos. No beba mientras conduce, se le puede derramar el trago. La puntualidad constituye la primera condición del empleado concienzudo. Lo importante no es ganar, sino hacer perder al otro. Sector vigilado delincuente apresado será ajusticiado. Prohibido poner las velas en el piso, por favor colocar en los espermeros. Se alquilan mecánicos. Se ruega no escupir en el suelo por razones de higiene.
Quitarse el sombrero al ingresar al biógrafo.
Oh ¿Dónde están los biégrafos?
Releerlas y volverlas a leer.
Hasta que me canse.
Y ya después...
si no hay más remedio...
que me llamen para entrar en la consulta.
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