Te encantaba cuando leyendo una novela, de pronto tropezabas con algún lugar dónde habías estado. De pronto, te sentías deslizarte por el sumidero de la memoria hasta zambullirte de cabeza en un mar de imágenes del tiempo que viviste en aquel lugar, ya fueran días u horas, qué más daba, volvías a nadar entre aquellas aguas de un lugar remoto, un tiempo pasado, un viaje que de nuevo te hacía sonreír.
Hacía poco tiempo que te había ocurrido con "El mal de Corcira" de Lorenzo Silva, y la isla de Formentera, sobre todo con su Faro. De pronto al leer aquella descripción te viste allí, y era como si otra vez vivieras lo que viviste entonces, los acantilados y una rata, el faro, el autostop y un perro que, contra todo pronóstico, te quería. Sentías de nuevo lo que habías sentido aquella vez. Era mágico. El poder de la literatura, la evocación de los recuerdos, la magia de los viajes y aquel revuelto maravilloso que consistía en sentirlo todo a la vez. Otra vez. Siempre.
Todo permanece intacto en la memoria, solo hay que saber cómo traerlo de nuevo al presente.
Esta vez ha ocurrido con el libro "El paseo de los canadienses" de Amelia Noguera. De pronto hablaba de los refugios de la guerra de Almería. Y te viste allí. Y habían pasado cinco años, fue en el verano de 2015, pero era ahora, porque estaba ocurriendo otra vez. Otra vez la oscuridad y aquellos pasillos angostos, de nuevo la humedad y la piel de gallina de pensar cuántos horrores se debieron vivir allí y todavía impregnaban las paredes. Era Almería, era verano, pero sentías frío.
La literatura y los viajes, la mejor combinación posible. Viviendo en ti. Siempre.
"Fernanda siguió las indicaciones de una enfermera del Socorro Rojo que servía comida a los refugiados bajo otra carpa enfrente del Ayuntamiento y no tardó en encontrar la entrada al refugio que conducía al quirófano del que nos había hablado el guardia. (...) Pero la verdad es que no le faltaba razón: aterraba caminar por esos pasillos tan húmedos y fríos, estrechos, sin ventanas, que, a menudo, olían a orines y, sobre todo, contaban historias de terror. No olvidaré nunca las inscripciones de las paredes, los mensajes, los ruegos... El intenso miedo que los que utilizaban aquel lugar para ponerse a salvo de los bombardeos dejaban plasmado en el yeso. Ese miedo, además, se nos contagió a medida que avanzábamos por los túneles e íbamos viendo las camillas con los heridos vendados, quejándose o callados, con la vista perdida, sentí ganas de correr hacia la salida.
(...)
Alguien corrió una cortina que estaba cerca de nosotros. Recurdo los pequeños azulejos azules de la sala llena de aparatos de metal blanco. Mis ojos aún no se habían acostumbrado a la poca luz, pero no me hizo falta para vislumbrar a mi madre en la sombra...
(...)
Nunca he vuelto a Almería y debo decir que apenas recuerdo cómo era entonces. Jamás he podido dejar de sentir un miedo atroz al pensar siquiera en recorrer el mismo camino que me llevó allí. Mi hija me contó que taparon las entradas de todos los refugios en los años cuarenta y que ahora el quirófano y varios túneles se pueden visitar, es la red de refugios abiertos al público más larga de toda Europa. La entrada a aquel quirófano donde encontré a mi madre y supe que mi hermano había muerto está taponada ahora por un kiosco donde se vende la prensa, chicles y palomitas, diseñado por Guillermo Langle, el mismo arquitecto que ideó los cuatro kilómetros de refugios en los que los almerienses intentaban desesperadamente evitar las bombas. Sobre otros, ahora hay bares donde se vende pescaíto frito y bebidas frías. Algunos no saben lo que ocurrió allí, ni tampoco les importa."
El paseo de los Canadienses
Amelia Noguera
http://rociodiazgomez.blogspot.com/2015/07/el-refugio-de-la-guerra-civil-espanola.html
Os dejo el enlace a mi blog, de la entrada que escribí sobre Almería y sus refugios en julio de 2015.
Y el de esta etiqueta de "Literatura y viajes" de Lorenzo Silva y su último libro "El mal de Corcira":
https://rociodiazgomez.blogspot.com/2020/06/el-mal-de-corcira-de-lorenzo-silva.html
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