- Subamos a la Mola. Y de paso os enseño el faro.
De nuevo, el trayecto duró tan solo unos pocos minutos. La subida era agradable, entre la densa vegetación que tapizaba la falda de aquella elevación de poco menos de doscientos metros que marcaba la cota superior de la isla. Sobre el altiplano que la coronaba había un pueblo, Pilar de la Mola, que se veía vacío y apacible bajo la poderosa luz del mediodía. Había que hacer un esfuerzo para recordar que estábamos en noviembre: la temperatura no bajaba mucho de los veinte grados y aquel sol y aquel aire transparente hacían pensar en un eterno verano. Al bajar del coche, junto al faro que se alzaba en el extremo oriental de aquella pequeña meseta y de la isla, el viento nos recordó en seguida la estación, aunque tampoco suponía una excesiva molestia.
El faro era hermoso, como todos los faros, aunque hacía tiempo que no lo encalban. Junto a él había una pequeña casa, la residencia del farero en tiempos, supuse, y me pregunté si aún la ocuparía algún funcionario de aquel cuerpo que según me dijo uno de los pocos que quedaban, y al que conocí durante una investigación en Almería, se había declarado ya a extinguir...
(...)
- ¿Y ese monolito?
- Está dedicado a Julio Verne -dijo-. Sacó la isla de una novela.
-Es cierto -recordé de pronto-Hector Servadac.
Eva me miró con asombro.
-Increible, mi subteniente. es usted la primera persona con la que me tropiezo que no es de Formentera y se sabe el título del libro.
-Bueno es que lo he leído.
(...)
El mal de Corcira
Lorenzo Silva
Y qué agradable es cuando de un placer sacas otro, como un conejo de una chistera, como si abrieras una hilera de matriuskas a cual mas preciosa.
Y estás leyendo un libro que te tiene atrapada, el último de Lorenzo Silva, sí el último de Bevilacquaa, y de pronto te habla del Faro de La Mola en Formentera. Aquel lugar que recuerdas con una sonrisa.
Donde había un faro, y un acantilado, y un monolito que recordaba a Julio Verne y hasta hicisteis autostop.
Donde estaba aquel perro que decidió que en ningún sitio estaría más cómodo que encima de mis piernas.Todo el camino en aquel coche que nos recogió...
El placer de la lectura, el de los viajes, el de las aventuras, el del caminar bajo el sol sin prisas ni horarios.
Qué suerte aún me queda medio libro de Lorenzo Silva, lo estoy disfrutando mucho.
Ya os lo contaré mejor.
Y más suerte aún de que este año iremos a cazar faros.
También ya os los presentaré.
La vida está salpicada de pequeños placeres,
solo hay que estirar el brazo,
abrir la mano,
tocarlos,
sentirlos.
Y disfrutar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios me enriquecen, anímate y déjame uno