He pensado que ya que estamos en la semana del "orgullo", os podía dejar con uno de mis "orgullosos" relatos.
Le premiaron en un certamen de cartas de amor de Málaga.
Se titula "Tengo que hablarte de las Leyes de Newton...".
Tengo que hablarte de las Leyes de Newton…
Mi querida Carolina,
Tengo que hablarte de las leyes de la dinámica. Tengo
que hablarte de Newton. De por qué giran los planetas alrededor del sol. Tengo
que hablarte de los principios matemáticos de la filosofía natural. De ti y de
mí. De nuestra historia.
Pero ya ves que no sé ni cómo empezar…
Porque si yo fuera alguno de esos tíos de clse que babean tras tu paso, que tienen el cerebro entre las piernas... ¿Neuronas? ¿Qué es eso? Esos bichos aún no deben estar en su cuerpo... Si yo fuera uno de ellos, los que sí tendría y muy revolucionados serían otros bichitos, muy distintos... Si yo fuera uno de esos tíos, no me andaría con explicaciones, ni te hablaría de Newton, ni de nada parecido, sino que me haría pajas, eso es lo que haría... mientras pienso en ti. Qué fuerte ¿verdad? Y te va a sonar ridículo, o más ridículo "si cabe" como diría la pija de Lengua, pero les pondría hasta tu nombre. Por supuesto, a las pajas. Ya sabes de esa fijación que tengo yo con las palabras. "Carolinas" Suena bien ¿qué no? Sí, sí riéte. Porque seguro que ya estás riéndote. Siempre con esa alegría contagiosa que termina por hacerme reir a mí. Pero es cierto que me haría unas cuántas "Carolinas", cientos miles... qué sé yo, sería incansable. ¿Qué quieres? Puestos a ser uno de ellos, sería tan básica como lo son ellos. No tendría más que imaginarte para, entre las sabanas, comenzar el ritual. Te imaginaría en los vestuarios, después de gimnasia, cuando antes de ducharnos te quitas la cinta que llevas en el pelo, y se desparrama en un segundo tu melena sobre tus hombros... Imaginarte quitándote la camiseta, cuando te quedas en sujetador y tu piel húmeda brilla de sudor y sin querer y sin remedio llega hasta mí a oleadas tu perfume, tu olor. Si fuera uno de esos tíos de clase me bastaría solo eso para empezar a salivar como el perro de Pavlov, el del libro de Filosofía. ¡Déjate de campanitas! Verte dudando, moviéndote, sonriendo, medio desnuda, eso sí que sería un buen reflejo condicionado... El mejor.
Porque si yo fuera alguno de esos tíos de clse que babean tras tu paso, que tienen el cerebro entre las piernas... ¿Neuronas? ¿Qué es eso? Esos bichos aún no deben estar en su cuerpo... Si yo fuera uno de ellos, los que sí tendría y muy revolucionados serían otros bichitos, muy distintos... Si yo fuera uno de esos tíos, no me andaría con explicaciones, ni te hablaría de Newton, ni de nada parecido, sino que me haría pajas, eso es lo que haría... mientras pienso en ti. Qué fuerte ¿verdad? Y te va a sonar ridículo, o más ridículo "si cabe" como diría la pija de Lengua, pero les pondría hasta tu nombre. Por supuesto, a las pajas. Ya sabes de esa fijación que tengo yo con las palabras. "Carolinas" Suena bien ¿qué no? Sí, sí riéte. Porque seguro que ya estás riéndote. Siempre con esa alegría contagiosa que termina por hacerme reir a mí. Pero es cierto que me haría unas cuántas "Carolinas", cientos miles... qué sé yo, sería incansable. ¿Qué quieres? Puestos a ser uno de ellos, sería tan básica como lo son ellos. No tendría más que imaginarte para, entre las sabanas, comenzar el ritual. Te imaginaría en los vestuarios, después de gimnasia, cuando antes de ducharnos te quitas la cinta que llevas en el pelo, y se desparrama en un segundo tu melena sobre tus hombros... Imaginarte quitándote la camiseta, cuando te quedas en sujetador y tu piel húmeda brilla de sudor y sin querer y sin remedio llega hasta mí a oleadas tu perfume, tu olor. Si fuera uno de esos tíos de clase me bastaría solo eso para empezar a salivar como el perro de Pavlov, el del libro de Filosofía. ¡Déjate de campanitas! Verte dudando, moviéndote, sonriendo, medio desnuda, eso sí que sería un buen reflejo condicionado... El mejor.
Pero yo no soy uno de esos tíos de clase, hartos de hacerse “Carolinas” a
tu salud. No hay más que ver cómo te miran, y como se dan codazos cuando pasas
corriendo. Para que veas, si son básicos. No soy uno de ellos, ni tampoco
quiero hablar de filosofía, ni de Pavlov, ni de reflejos condicionados. No los
necesito. Y porque no lo soy, yo de lo que tengo que hablarte es de Newton y
sus leyes fundamentales de la
dinámica. Esas, que entraron ayer en el examen y que yo, sin
haberlas estudiado, he entendido tan bien, gracias a ti.
Déjame anda,
déjame que te hable de la primera ley de Newton porque así empezó todo, así
comenzó nuestra historia. Un objeto en reposo permanece en reposo y un objeto
en movimiento, continuará en movimiento con una velocidad constante (constante
en línea recta) a menos que experimente una fuerza externa neta. Esta es la ley de la inercia.
No es tan
difícil de entender ¿verdad? Porque si tú no hubieras llegado nueva a nuestro
Instituto. Tan cortada. A primera vista tan frágil. Si tú no hubieras entrado
en clase aquella mañana. Sonriendo. Si mi apellido no empezara por la letra “z”
y la tutora de este año no tuviera esa manía tan absurda de colocarnos por
orden alfabético. Si a mi lado no hubiera quedado un hueco vacío en el último
banco, que casualidad, tú no te habrías sentado cerca de mí. No hubiéramos
empezado a hablar. Si los primeros exámenes no hubieran estado a la vuelta de
la esquina y a ti no te hubieran entrado los agobios por tener los apuntes
atrasados. Si no fueras tan buena estudiante. Si yo no hubiera ganado en la
competición, entre los que te rodeaban, a tener la letra más clara. Si el
camino a tu casa, no hubiera sido pasando por la mía, no habríamos empezado a
marcharnos a la vez. A
encontrarnos de camino. Si… si… si.
Si todas esas fuerzas extrañas no hubieran actuado sobre mí. Si no
hubieran existido cada una de esas premisas que hizo que tú y yo coincidiéramos
y nos empezáramos a tratar más, a hacernos casi inseparables, a pesar de la “z”
de mi primer apellido y la “d” del tuyo, si la ley de la inercia no se
cumpliera.
Entonces mi cuerpo permanecería en reposo, o moviéndose a una velocidad
constante siempre en línea paralela a ti. Sin juntarnos nunca. Porque se supone
que además, así debe de ser. Porque ¿No has pensado alguna vez que quizá sea
eso la amistad? Dos rectas, contenidas en un plano, que van en la misma
dirección, dos rectas que no se cortan y cuyas parejas de puntos más próximos
de ellas siempre guardan la misma distancia. Yo sí lo he pensado. No hago más
que pensarlo últimamente. La
amistad. Dos líneas paralelas. Eso tiene que ser. Piénsalo…
te estoy hablando de rectas, y de parejas de puntos, y de distancias. ¿No es
eso la amistad? ¿No somos así?
Pero estoy mezclando la matemática con la mecánica, empiezo a parecerme
cada vez más a mi abuela que para contarte algo se remonta al origen del
hombre… Pero créeme si te digo que aunque te dé esa sensación leyéndome, y
empieces a pensar que el verano y los exámenes me están reblandeciendo el
cerebro, todo tiene una explicación. Hasta que hable ahora de mi abuela,
fíjate, por mucho que te extrañe…
Porque créeme, si es que a estas alturas no piensas ya que me ha dado
algo a la cabeza, o que me he dado un homenaje fin de curso a base de pirulas
de colores... No. Te juro que no lo he hecho. Créeme si te cuento que nuestra
historia comenzó por eso, porque la ley de la inercia nunca falla. Porque yo ya
no tengo reposo, ni sigo un movimiento constante en línea recta, que yo lo que
tengo es una agitación interna superior a la que se debe sentir en el océano
minutos antes de producirse un maremoto. Porque he experimentado muchas
fuerzas, muchas casualidades que te han traído hasta mí. Pero sobre todo porque
he experimentado una fuerza distinta a todas, mejor que todas, la tuya.
Por eso nuestra historia ha evolucionado cómo ha evolucionado. Y por eso también, ahora tengo que hablarte de la segunda ley de Newton, o ley de la interacción y la fuerza. Decía el amigo Isaac, porque a estas alturas de la vida, seguro que no le importará que le tuteemos allá donde esté, puesto que le hemos convertido en improvisado narrador de esta historia, que “el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa y ocurre según la línea recta a lo largo de la cual aquella fuerza se imprime”.
¿No te das cuenta? Esta es la ley que cuenta nuestra interacción y tu
fuerza.
Este curso voy a sacar las mejores notas de mi vida. Ya lo sabes. Lo
sabe toda la humanidad, bien que me he encargado yo de que lo sepan, solo me ha
faltado decirlo por la megafonía del instituto, no lo vas a saber tú… Y cuando
te digo esto te ríes, pero es la verdad más absoluta que existe. No me lo creo
ni yo. Pero así es. Aunque también sé que el mérito no es solo mío.
Ha sido muy fácil estudiar contigo. Compartir las clases, los apuntes,
la vida en el instituto. Los madrugones y los agobios. Cualquier cosa te hace
reír, y con tus risas aplastas mi pesimismo. Siempre ahí. Gracias a ti intento
ver las cosas desde el otro lado, el lado en el que siempre salen bien. Sobre
mi cabeza siempre amenaza tormenta, mientras sobre la tuya brilla un sol enorme
que me calienta. Y eso hace que me sienta capaz, que me lo crea, que no solo
voy a aprobar sino además lo haré con nota. Déjate de palabras mágicas como
“mierda”. Somos mujeres ¿no? así que con un par de ovarios. Como hemos dicho
tantas veces antes de entrar al examen. Y lo mejor de todo, es que luego me
salía que te cagas de bien, de lujo. Qué pasada.
Ha sido muy fácil estudiar contigo. Ha sido muy fácil subrayar, hacer
los resúmenes, intentar comprender, y hasta memorizar. Ha sido muy fácil
aprender compartiendo el sueño y las coca colas. Los bostezos se mezclaban con
tus bromas, y esa forma extraña que tienes de buscar asociaciones donde no las
hay para hacer que en el examen nos acordáramos… ¿No te das cuenta? Este curso
voy a sacar las mejores notas de mi vida. Tu fuerza ha hecho posible este
milagro, como ya predijo Newton hace muchísimos años. Que no sé que hacía este
hombre mirando manzanas si hubiera ganado un pastón prediciendo el futuro...
Es cierto, aunque disimule, se ve que me estoy poniendo moña, hoy no hago
más que decirte moñadas. Y si se las oyéramos a otra, inmediatamente las dos
nos meteríamos los dedos en la boca y doblado el cuerpo y entre risas,
simularíamos que esto es de vomitar de bien ridículo que parece todo lo que
estoy diciendo. Lo sé. Claro que lo sé. Nunca había dicho tanto, hoy tengo
incontinencia verbal. Y he dormido poco. Y sí, tengo muy frescos todos los
temas del último examen, el de física. Física ¿No lo ves? Todo coincide... Y es
cierto también, viene el verano, y nos iremos de vacaciones cada una por su
lado, y te echaré de menos. Sí, todo eso es cierto, tan cierto como cada uno de
los principios matemáticos de la filosofía natural. Y como más cierto aún es,
que ellos cuentan nuestra historia. Esta historia que ya no sé si es de amistad
o de qué es.
Y déjame que te hable ahora de la tercera ley de Newton, también conocida
como Principio de acción y reacción. Si un cuerpo A ejerce
una acción sobre otro cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual y de
sentido contrario.
Tú me has empujado a estudiar, a aprender, a sentirme mejor conmigo
misma. Con tu compañía, con nuestra amistad. Pero nadie me advirtió lo que iba
a pasar también. Lo pronto que me iba a acostumbrar a ti y a tus risas. Lo
mucho que iba a disfrutar con ellas. Tanto, que no puedo evitar pensar desde
donde me llegan. Desde tu piel, desde tu boca.
¿No ves lo que intento explicarte desde hace ya rato? Esta noche, la
primera que después de muchos meses estudiando juntas, no estas aquí, te echo
mucho de menos. Me faltan tus risas, claro. Pero también, y lo que es peor, me
falta tu olor, el roce de tu piel pegada a la mía mientras me corregías los
problemas de física, tu calor, tu boca cerca de mí.
¿No entiendes aún lo que trato de decirte? Me duele que no estés aquí.
Pero me duele físicamente. Me duele dentro de la nariz, en las yemas de los
dedos, en la superficie de toda mi piel. Me dueles en los labios y en la
lengua, en la boca del estómago y entre las piernas. Y no lo soporto, no
aguanto que se hayan acabado ya los exámenes y las clases y que tú no estés.
Que cada vez vayamos a estar menos tiempo juntas.
Porque si yo fuera alguno de esos tíos de clase que babean tras tu paso,
tras tu dulce y alegre paso... mientras pienso en ti, me haría “Carolinas”.
Una, dos, tres, cientos, miles... No tendría más que imaginarte para, entre las
sabanas, comenzar el ritual. Imaginarte sin camiseta, en sujetador, tu piel
húmeda brillando de sudor, y sentir como, sin querer y sin remedio, llega hasta
mí a oleadas tu perfume… Imaginarte a mi lado, al lado de tu amiga, estudiando.
Tú alegre. Tú confiada. Y yo salivando como el perro de Pavlov.
¿Qué me ha pasado Carolina? ¿Qué me está pasando? ¿Qué mierda es ésta que
siento? Que no entiendo, que me aturde, que palpita dentro de mí, que hierve. Y
no sé cómo dominar.
Tantas veces hemos hablado de tíos. De cuánto nos gustaban. De lo que
sentíamos. De hasta dónde llegábamos con ellos. Hasta donde querríamos llegar.
Y me doy cuenta que ya no podría hacerlo. No podría escucharte tan tranquila,
mientras me hablas del cachas de gimnasia o del gilipollas del Dani, el de
cuarto de bachiller. No quiero oírte más. No podría hacerlo.
Tampoco puedo contarle esto a nadie. No sé que hacer con esto que siento
que me puede, pero no puede ser. Tía que mi abuela diría que soy “libiana”...
Ya te he dicho antes que te hablaría de ella... Este curso voy a sacar las mejores
notas de mi vida, este curso que mi vida se ha vuelto un caos y un asco.
Y por eso, por todo eso, déjame que vuelva a la tercera ley de Newton. Principio
de acción y reacción. Déjame que te cuente cuánto tenemos nosotras
que ver con ella. Si un cuerpo A ejerce una acción sobre otro
cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual y de sentido contrario.
Cuando queremos dar un salto hacia arriba, empujamos el suelo para
impulsarnos. Cuando estamos en una piscina y empujamos a alguien, nosotros
también nos movemos en sentido contrario, aunque esa persona no nos empuje a
nosotros. Cuando tu cuerpo A ejerce esa acción que he intentado explicarte
sobre mi indefenso cuerpo B, mi frágil cuerpo B ejerce sobre el tuyo otra
acción igual pero de sentido contrario. Tu cuerpo reacciona sobre el mío, y yo
tengo que separarme de ti. Distanciarme. Y no lo digo yo. Lo dice la tercera
ley de la dinámica de Newton.
Creo que por ahora es lo mejor. Y no solo lo creo, sino que sé que es lo
peor. Porque quizás no te estés dando cuenta, pero además de ofrecerte mi
confianza, te estoy ofreciendo mi miedo. Y eso es lo peor. Mi miedo. Que me
puede y no sé qué hacer con él. Porque ya no seré capaz de ser tu amiga. Porque
ya no es como debe ser una amistad: Dos rectas, contenidas en un plano, que van
en la misma dirección, dos rectas que no se cortan y cuyas parejas de puntos
más próximos de ellas siempre guardan la misma distancia. Yo ya no soy ni
recta, ni contenida, ni estoy segura de poder guardar las distancias. ¿No lo
ves? Creo que por mi parte esto ya no es solo una amistad.
Carolina. Mi Carolina. Mi alegre amiga. Por eso yo tenía que hablarte de
la leyes de la
dinámica. Tenía que hablarte de Newton. Y de por qué giran
los planetas alrededor del sol. Porque el objeto más liviano está en órbita
alrededor del más pesado, y el sol es el más pesado. Soy yo quién está girando
a tu alrededor, soy yo la “libiana” y tú el sol, Carolina, aunque no lo sepas.
Mi querida Carolina, querida.
@Rocío Díaz Gómez
#Relatos Rocío Díaz
#Cartas de Amor
#orgullo
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