Nochebuena.
Os dejo con uno de mis relatos de navidad. Este relato fue seleccionado como primer finalista en el 47 Concurso Radiofónico de Cuentos Navideños Gloria Fuertes, en la Navidad 2011.
Préstame tus ocho
años
Recoger
el belén es recoger la ilusión. Envolverla a pedazos en ese papel de bolitas
transparentes que días atrás nos hemos aguantado las ganas de explotar una a
una viendo cualquier película, y después guardar todos esos pedazos de ilusión
en una caja de cartón durante todo un año.
Por eso
cada vez que llega mediados de diciembre espero con impaciencia la cita que
tengo contigo. No puedo faltar. Te lo debo. Escojo una tarde tranquila, en la
que no haya llamadas urgentes ni salidas inaplazables. Una, en la que tampoco
haya que planchar o salir a comprar yogures, ya sabes, tardes aburridas de
adultos.
Pero la nuestra, no, la nuestra no es una de esas. En la tarde que yo
elijo para estar contigo sacando el belén, no hay tareas urgentes, ni tan
siquiera rutinarias o cotidianas, sino que nos bajamos del mundo casi en marcha
y con el pelo alborotado por la emoción, nos quedamos viviendo un tiempo sin
hora. Eso sí, dejamos dicho que no cuenten con nosotras, que tenemos mucho que
conversar. Imagínate, hay que contarse todo, todo lo que ocurrió en un año.
Lo
primero es escoger un lugar donde colocar el belén. Cada año que pasa hay que
pelear más por hacerle un hueco entre la montaña de libros que ha crecido, los
recuerdos que nos trajimos del viaje de ese verano y los demás cachivaches que
nos regalaron. Nos gusta poner un suelo de hojas secas bajo el nacimiento, uno
de esos que te gustaba tanto pisar con las botas de goma, un suelo de hojas
marrones y crujientes que al sonar destile nostalgia pero que puedan pisar a
gusto todas las figuras del belén. Y mientras las vamos sacando del papel de
bolitas transparentes, yo te voy contando que ha sido de nosotras en estos 365
días.
Saco el
niño Jesús y te cuento que nació el hijo de este hermano o este amigo, te
cuento que ya ha salido de cuentas la mujer de aquel primo que ni tan siquiera
conoces. Le buscamos su lugar mientras te hablo de todos los críos de la
familia, más o menos cercanos, más o menos cariñosos, simpáticos o mal
estudiantes. Sacamos a la Virgen y voy poniéndote al día sobre todas las
mujeres de la familia. Mamá a la que ya se le van notando los años, aunque lo
disimule detrás de ese buen ánimo que tuvo siempre. La tía que ya apenas anda,
o esta cuñada que fíjate, quién lo hubiera dicho, cómo de bien o de mal, esto
entre tú y yo, se está portando. Después sacamos a San José y te hablo de
hombres. Cuando se trata de hablar de los allegados no mido las palabras, hay
confianza. Pero también aquí aprovecho para hablarte de los que encontré en la
calle, de los que me besan o me abrazan. Aunque, aquí no te lo voy a negar, sí
que escatimo detalles, nunca hablé demasiado de mi vida íntima con nadie, y tú,
por mucha complicidad que haya, siempre serás una niña pequeña a la que en
algún momento tengo que tapar las orejas para que no oiga comentarios que la
pondrían colorada.
Cuando
sacamos a la mula y el buey, te hablo de los animales reales o figurados con
los que me he cruzado ese año. De las mascotas de verdad de los hermanos y
amigos. De los peces que este año han pasado a formar parte de la familia. Pero
también ¿por qué no? de las bestias pardas que nos quitaron el aparcamiento,
que se colaron descaradas en aquella fila, que nos miraron, nos hablaron mal o
nos hicieron daño de alguna manera. Animales disfrazados, no más. Aunque tú no
lo sepas, la vida de los adultos muchas veces es un zoológico donde ciertos
animales andan sueltos.
Y
cuando vamos colocando a los Reyes Magos te cuento cuánto hubo de magia. Lo que
me hizo sonreír, lo que me hizo llorar de emoción y enternecerme hasta sentir
que me deshacía por dentro. Siempre estoy deseando que llegue el momento de
colocar a los magos, porque no quiero que se me olvide contarte esta parte. Contarte,
contarme de nuevo todo lo mágico, porque no, no quiero que se me olvide.
Y
después de colocar el belén te quedas a vivir conmigo durante todas las
navidades. Me gusta que estés cerca. Me gusta sentirte dentro cuando ando
escogiendo regalos, cuando espero esas colas interminables para pagar, cuando
no encuentro la talla adecuada y tengo que cambiar de idea, cuando me duele ya
la cabeza de pensar qué le haría ilusión a éste o al otro, cuando me duelen los
hombros y la espalda de cargar con las bolsas, cuando ya no puedo más, malditas
navidades, me gusta que estés cerca, que estés aquí, como si pudiera apretarme la
mano.
Lo
pasamos bien ¿verdad? Procuramos ver con esos ojos tuyos lo que nos rodea. Y
todo parece nuevo, recién estrenado, como si fuera una aventura que nunca
hubiéramos vivido.
Por
último, casi el último día, escribimos juntas los buenos propósitos para el
nuevo año en un papel que doblamos bien dobladito y que dejamos en una esquina
del belén, bajo una de aquellas crujientes hojas, hasta el día que haya que
recogerlo.
Recoger
el belén es recoger la ilusión. Envolverla a pedazos en ese papel de bolitas
transparentes que reservamos para las cosas frágiles, y después guardar todos
esos jirones deshilachados de ilusión en una caja de cartón durante todo un
año.
Me
cuesta separarme de ti. Me cuesta mucho. Pero aunque no me guste, y se me de
fatal conducir el carrito por esos pasillos atiborrados de gente y más carros,
va haciendo falta pan bimbo y leche, algo de fruta y un montón de alimentos más
que están reclamando su sitio en mi nevera y poco a poco en mi estómago.
También hace falta que vaya a mi trabajo a fichar con rutina un día más en mi
vida. Aunque no me guste, hace falta que me empape de vida cotidiana y salga a
la calle a vivir, entre bestias pardas y animales de verdad. Porque de vez en
cuando hasta nos sorprende un momento de magia, consiguiendo que despeguemos
los pies del suelo, que levitemos de veras. Porque sí, los cuento con los dedos
de una mano también es cierto, pero los hay, y si no los viviera ¿Cómo te los
iba a contar en la siguiente navidad?
Venga
date prisa, ponte otra vez ese gorro tapándote las orejas que no te gusta nada,
abróchate hasta arriba el abrigo que hace frío y no te olvides las botas de
agua para pisar charcos y hojas. Venga, espabila, no mires atrás y vuelve
rápido otra vez a las páginas de este viejo álbum que te guarda y te devuelve a
mí.
Y anda,
dame un beso y hasta un abrazo si quieres, no te preocupes por mí, que la
rutina no muerde. Te echaré de menos. Venga date prisa. Y pórtate bien ¿vale? Sé buena...
Termino diciendo a la niña que fui un día lejano, la que me espera en las viejas fotos, la que despierto cada año cuando llega la navidad para que las viva conmigo. En estos días necesito ver todo con sus ojos, con los ojos que yo tenía cuando aún no había cumplido ocho años y todavía me gustaba la navidad.
Termino diciendo a la niña que fui un día lejano, la que me espera en las viejas fotos, la que despierto cada año cuando llega la navidad para que las viva conmigo. En estos días necesito ver todo con sus ojos, con los ojos que yo tenía cuando aún no había cumplido ocho años y todavía me gustaba la navidad.
©Rocío
Díaz Gómez
Rocío, es un relato bellísimo. Me ha parecido ser yo misma la protagonista. Nos llevas a los lectores muy bien encauzados pensando que la niña a la que la protagonista habla es, quizás, una hermana pequeña. Pero qué bien logrado ese final en el que destapas la verdad que es aún más bella. Felicidades, Rocío, por tan bello relato y muchísimas gracias por compartirlo.
ResponderEliminarFELIZ NAVIDAD. Besos canarios.
Carmen Marina.
Muchas gracias Carmen Marina. Muchas gracias por leerlo y por tu comentario. Que pases una buena noche, feliz navidad. Un beso grande, Rocío
ResponderEliminarPrecioso Rocio. Un abrazo amoiga!!! El de León
ResponderEliminarHalaaaa!!!! El de León me ha dejado un comentario... Muerta me has dejado. Mil gracias amigo. Qué sorpresa más buena para empezar la semana. Y en el blog, no en el facebook, además. Que sé que cuesta más. Qué bien, qué bien. Un abrazo fuerte, Rocío
ResponderEliminarRocío, ante todo, ¡qué guapa en la foto de niña!
ResponderEliminarY el relato es precioso y tan certero, porque solo el niño que llevamos dentro entiende de verdaderas Navidades, nosotros andamos perdidos por lo innecesario.
Mucha magia para tí y los tuyos.
Mucha magia también para ti Ana, para Javier y para todos los vuestros. Ojalá que el nuevo año nos traiga eso, salud y magia, ya sería muy bueno entonces. Mil gracias por leerme y comentarme. La foto es de la comunión, claro. Cuando tenía ocho años. Y aunque el relato es inventado, no sé, me gustó poner esa foto, para eso es Navidad. Un abrazo fuerte, Rocío
ResponderEliminarOye Rocío, guapa, deja de hacerme llorar por las mañanas, anda. Que luego entran los compis y me pillan con los ojos rojos y el moquillo suelto y se creen que me pasa algo malo...
ResponderEliminarSi he sido capaz de cambiar mi foto de perfil (cosa que dudo), debería aparecer en el comentario un niño que estará encantado de compartir recuerdos navideños contigo y todos los lectores de tu blog (por cierto, Carmen Marina está igual).
Besitos
Qué gracioso Iñaki!!! que piernecitas tan regordetas, qué gracia. Con lo que me gustan a mí las fotos, y más las antiguas... Muy bien, muy bien, me ha gustado mucho reconocerte en blanco y negro. Muchísimas gracias. No sé si debería sonar de fondo un villancico o la canción de Presuntos "Cómo hemos cambiado...". Aunque se ve, se ve que somos nosotros, y es cierto Carmen Marina es que es inconfundible. Parece mentira que ella esté en Tenerife, tú en Bilbao y yo aquí, en Madrid. Parece que estais aquí bien cerca. Será porque lo estais. Un abrazo, Rocío
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