Cien años ya, quién lo diría…
Pero no te preocupes que no se te notan, si acaso solo en las esquinas de tus ojos de neón, arrugados y brillantes de tantas noches de marcha y sobre todo en la experiencia, en ese don de gentes, de millones de gentes que tienes. En la experiencia sí, ahí sí se te notan los años, pero como decía mi abuelo, con una de esas tantas frases que a fuerza de repetirnos siempre, ya a salvo del tiempo, nos legó a sus nietos: "la experiencia es un grado".
Hace tanto ya, que no recuerdo ni cuando nos conocimos. Entonces, vivías tan lejos y mi mundo era tan pequeño, que solo nos podíamos citar los sábados y a veces ni eso. Para llegar hasta ti, solo había un camino: desde Esperanza. Ahora que lo pienso, qué mejor lugar desde el que comenzar a moverme por el mundo, que desde la esperanza. Pues sí, por aquel entonces la línea 4 comenzaba allí, en Esperanza, mi estación, y qué suerte porque siempre había asiento en el metro. Después había que hacer un transbordo en Goya, coger la línea 2, la roja, e ir hasta Sol, que nos daba siempre la bienvenida con ese olor a bollo recién hecho que desprendía la Mallorquina en toda época del año. Para terminar subiendo la calle Preciados hasta Callao. Fin del trayecto. Toda una excursión con ese sabor lúdico que tienen todas las excursiones que se precien. De Esperanza a Callao. Porque entonces tú, y para mí, solo eras eso, Callao. Pero tenías Rodilla que ponía ante nuestro paladar el riquísimo sándwich de queso con nuez, porque aunque ahora Rodilla tenga muchas más variedades, quita, quita, donde esté el de queso con nuez de toda la vida… Tenías también las zapaterías Díez y Tacones, donde estaban mucho más baratos los zapatos que en el barrio y había más donde elegir. Y qué suerte, tenías el sanatorio de muñecos aquel que siempre me hacía guiños desde su alto escaparate. Tenías tantas cosas buenas. Tenías Sepu, y Galerías Preciados, y los cines…
Porque sobre todo atesorabas todos los cines. Creo que fue contigo donde vi Grease. Imagínate si hará tiempo. Fue, creo la primera vez que pude ir con las amigas hasta el centro y porque íbamos acompañadas por el hermano mayor de una de ellas, uno que por cierto era bien guapo y bien serio además de mayor, no veas cuánto interés tenía... Aquello de ir a ver Grease, debió de ser una aventura, porque aún nos recuerdo con ilusión haciendo cola. Sí, entonces tenías muchos cines, algunos de los cuales ya ni existen, como el cine Azul donde vi años más tarde “9 semanas y media” o el cine Avenida, qué pena, pensé estas navidades cuando entré haciendo de Reina Maga, qué pena que un lugar tan bonito como éste haya acabado siendo una tienda de ropa más… Supongo que estos pensamientos me los trae la edad, la edad y el peso frágil y nostálgico de aquel tiempo que compartimos juntas.
Después, cuando terminamos el instituto, y fuimos a la Facultad el mundo cedió un poco más y ensanchó tus costuras, porque también llegué hasta ti para ir a la calle Libreros, en busca de aquellos aburridos, la mayoría, libros que nos mandaban estudiar los primeros cursos de Psicología. O para ir al Calentito, que ya tampoco existe, pero donde celebré que ya era licenciada y del que volví con el estómago retorcido y hecho un guiñapo, tanto, que si miro las fotos aún siento que me duele.
Poco a poco hemos ido atesorando años tú y yo. Y el tiempo nos ha cambiado sin remedio. Yo he descubierto que para llegar hasta ti, como para llegar a tantos sitios, ya no solo hay un camino, sino muchos a descubrir. No solo podía llegar desde Callao, sino también desde Plaza de España donde estaban los cines de versión subtitulada, y también desde Alcalá, donde está el Círculo de Bellas Artes y ahora el Instituto Cervantes, un cruce de calles que siempre me ha parecido muy elegante.
Con el tiempo también me mostraste el gusto por interesantes exposiciones, siempre recuerdo la de Chema Madoz en Telefónica. Y cómo no, también me descubriste el gusto por los musicales: El Hombre de la Mancha, Cats, Hoy no me puedo levantar… Sí con los años has perdido los cines, como quien va perdiendo los dientes, pero en cambio has ganado en adornos y glamour, con los musicales, más espectaculares, más vistosos, más cosmopolitas. Has ganado en cultura con tus exposiciones y tus musicales, pero también, es cierto, a determinadas horas te volviste más consumista con tus tiendas de ropa. Era inevitable. No hay nada perfecto.
Yo descubrí que hay muchos caminos para llegar hasta ti, y tú, aprendiste a desdoblarte en tres tramos, el primero más elegante, el segundo más comercial, el tercero más lúdico, a la medida del gusto y el momento de todos cuántos no hemos dejado de ir a visitarte. Como una gran dama que sabe estar presentable a cualquier hora del día, una gran dama que nos sabe recibir a todos con una sonrisa, a todos, a muchos, a demasiados.
Yo descubrí que hay muchas ciudades hermosas en el mundo, y me entretuve recorriéndolas, conociéndolas. Pero a medida que lo hice, a medida que mi mundo se desparramó y alcanzó otras fronteras y las rebasó, a medida que crecí, me dí todavía más cuenta de que pocas tienen esa Gran Vía que tiene mi ciudad, tan atractiva de pasear despacio, tan rica, tan variada, tan viva, tan mía.
Cien años, cien años ya. Quién lo diría…
Hace tanto ya, que no recuerdo ni cuando nos conocimos. Entonces, vivías tan lejos y mi mundo era tan pequeño, que solo nos podíamos citar los sábados y a veces ni eso. Para llegar hasta ti, solo había un camino: desde Esperanza. Ahora que lo pienso, qué mejor lugar desde el que comenzar a moverme por el mundo, que desde la esperanza. Pues sí, por aquel entonces la línea 4 comenzaba allí, en Esperanza, mi estación, y qué suerte porque siempre había asiento en el metro. Después había que hacer un transbordo en Goya, coger la línea 2, la roja, e ir hasta Sol, que nos daba siempre la bienvenida con ese olor a bollo recién hecho que desprendía la Mallorquina en toda época del año. Para terminar subiendo la calle Preciados hasta Callao. Fin del trayecto. Toda una excursión con ese sabor lúdico que tienen todas las excursiones que se precien. De Esperanza a Callao. Porque entonces tú, y para mí, solo eras eso, Callao. Pero tenías Rodilla que ponía ante nuestro paladar el riquísimo sándwich de queso con nuez, porque aunque ahora Rodilla tenga muchas más variedades, quita, quita, donde esté el de queso con nuez de toda la vida… Tenías también las zapaterías Díez y Tacones, donde estaban mucho más baratos los zapatos que en el barrio y había más donde elegir. Y qué suerte, tenías el sanatorio de muñecos aquel que siempre me hacía guiños desde su alto escaparate. Tenías tantas cosas buenas. Tenías Sepu, y Galerías Preciados, y los cines…
Porque sobre todo atesorabas todos los cines. Creo que fue contigo donde vi Grease. Imagínate si hará tiempo. Fue, creo la primera vez que pude ir con las amigas hasta el centro y porque íbamos acompañadas por el hermano mayor de una de ellas, uno que por cierto era bien guapo y bien serio además de mayor, no veas cuánto interés tenía... Aquello de ir a ver Grease, debió de ser una aventura, porque aún nos recuerdo con ilusión haciendo cola. Sí, entonces tenías muchos cines, algunos de los cuales ya ni existen, como el cine Azul donde vi años más tarde “9 semanas y media” o el cine Avenida, qué pena, pensé estas navidades cuando entré haciendo de Reina Maga, qué pena que un lugar tan bonito como éste haya acabado siendo una tienda de ropa más… Supongo que estos pensamientos me los trae la edad, la edad y el peso frágil y nostálgico de aquel tiempo que compartimos juntas.
Después, cuando terminamos el instituto, y fuimos a la Facultad el mundo cedió un poco más y ensanchó tus costuras, porque también llegué hasta ti para ir a la calle Libreros, en busca de aquellos aburridos, la mayoría, libros que nos mandaban estudiar los primeros cursos de Psicología. O para ir al Calentito, que ya tampoco existe, pero donde celebré que ya era licenciada y del que volví con el estómago retorcido y hecho un guiñapo, tanto, que si miro las fotos aún siento que me duele.
Poco a poco hemos ido atesorando años tú y yo. Y el tiempo nos ha cambiado sin remedio. Yo he descubierto que para llegar hasta ti, como para llegar a tantos sitios, ya no solo hay un camino, sino muchos a descubrir. No solo podía llegar desde Callao, sino también desde Plaza de España donde estaban los cines de versión subtitulada, y también desde Alcalá, donde está el Círculo de Bellas Artes y ahora el Instituto Cervantes, un cruce de calles que siempre me ha parecido muy elegante.
Con el tiempo también me mostraste el gusto por interesantes exposiciones, siempre recuerdo la de Chema Madoz en Telefónica. Y cómo no, también me descubriste el gusto por los musicales: El Hombre de la Mancha, Cats, Hoy no me puedo levantar… Sí con los años has perdido los cines, como quien va perdiendo los dientes, pero en cambio has ganado en adornos y glamour, con los musicales, más espectaculares, más vistosos, más cosmopolitas. Has ganado en cultura con tus exposiciones y tus musicales, pero también, es cierto, a determinadas horas te volviste más consumista con tus tiendas de ropa. Era inevitable. No hay nada perfecto.
Yo descubrí que hay muchos caminos para llegar hasta ti, y tú, aprendiste a desdoblarte en tres tramos, el primero más elegante, el segundo más comercial, el tercero más lúdico, a la medida del gusto y el momento de todos cuántos no hemos dejado de ir a visitarte. Como una gran dama que sabe estar presentable a cualquier hora del día, una gran dama que nos sabe recibir a todos con una sonrisa, a todos, a muchos, a demasiados.
Yo descubrí que hay muchas ciudades hermosas en el mundo, y me entretuve recorriéndolas, conociéndolas. Pero a medida que lo hice, a medida que mi mundo se desparramó y alcanzó otras fronteras y las rebasó, a medida que crecí, me dí todavía más cuenta de que pocas tienen esa Gran Vía que tiene mi ciudad, tan atractiva de pasear despacio, tan rica, tan variada, tan viva, tan mía.
Cien años, cien años ya. Quién lo diría…
¡ Es verdad, cien años ya ...! Y encima va mi nuevo profe de inglés y dice que a él cien le parecen pocos, que él pensaba que la Gran Vía era más viejecita...
ResponderEliminarJo, me acuerdo de todas las cosas que dices y sobre todo de las 8 pesetas que costaban los sandwiches de Rodilla y de que yo siempre pedía uno de queso con nuez y otro de ensaladilla ...
Opino, como tú, que pocas ciudades de las que he tenido la suerte de compartir contigo en los viajes, tienen una calle tan especial como la Gran Vía.
Un beso,
Paloma
¡8 pesetas! qué poco... ¿Pero cuando costaban 8 pesetas? yo de eso no me acuerdo... Pero fijate que sí me acuerdo de cuando el metro valía 12 pesetas!! el billete único claro. Debía ser cuando empezaba a usarlo, pero no podría decir que año era, me gustaría poder de alguna forma averiguar el año... No sé cómo. En fin... Muchas gracias por pasarte por aquí y por tu comentario. Un beso, Rocío
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