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lunes, 27 de abril de 2020

"Aviones de papel en el cementerio" Relato de Rocío Díaz




Hoy no sé por qué, me acordé de este relato. Me lo premiaron un agosto, en Villarrubia de los Ojos hace unos años. 

¿Lo recordamos?




Aviones de papel en el cementerio
Rocío Díaz



Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha sido premeditao, ni somos unos "pervertidos" de esos que salen en las noticias. Mayores sí, pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien. Yo era por animarle a hacer una locura. Pero entiéndame locura y animarle en el mejor de los sentidos.

Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban a estar con esas tontunas. de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué necesidad había. Pues menuda diversión. No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies. ¿Qué necesidad hay? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros viejos no: mayores. ¿Y además por qué no? le decía. ¿Por qué no? ¿Quién nos lo quita? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía, y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros bien pocas y todavía ésta me funciona. La cabeza la tengo sobre los hombros y bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí podíamos llegar, al cabo de tantos lustros…Y tampoco por divertirnos, pues claro que no, que no es eso. Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la vista está. ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más agustito que brincando por un cementerio? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no Genaro? Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre. Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo. Pero ya ve mudo del susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar. y mudo que sigue dos horas y pico después.

Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender, no me quería entender. y yo tenía mis razones.

Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando algo quieres. Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún antojo. Tú no estás bien. ¿A qué no estás bien? Yo Genaro estoy mejor que nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca. “Mira no quiero escuchar más paparruchadas me voy a la partida.” Y con esas cada tarde daba por terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había acabado y por la noche erre que erre, erre que erre con el tema. ¿Pero cómo vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel? ¿Avioncitos de papel a los setenta y tantos? ¿Pero tú te escuchas lo que estás diciendo? ¿Tú te escuchas Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado. O se te ha roto. De fijo, fijo que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que sé. Porque si no, yo Trini no me lo explico. ¿Pero que te cuesta Genaro, que te cuesta? ¿Pero tú no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tú no ves que cualquiera que nos vea… Eso si no acabamos en la residencia. Se enteran los chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle buen aire a los cuartos? Que les estoy temiendo. ¿Pero no digas tonterías? le contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a ir hasta allí con el cuento. ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada a los hijos? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando por semejante chiquillada. Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi Genaro le quita el sueño. Y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando empiezas con ese tema.” ¡Échale! ahora el temoso soy yo. Gritaba él. ¡Lo que me quedaba por oír!. Y yo volvía a la carga.

Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo. Y para acabar de rematar bien, bien la costura,  le dije con una mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de hacer las cosas bien, como Dios manda.” ¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza?! ¿Tú lo crees? ¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con tus historias?

 Pero no me llevó mas la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de primeras y casi de últimas. “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie.

Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna. Pero me dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado. Y que yo la verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta. Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar. Qué jodío mi Paco, pero que jodío. Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien lo que me digo, no lo voy a saber. Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi segundo marido. Parece que bosteza usté ¿No le hemos dejado dormir esta noche verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora. Mi Genaro el primero, que ahí le tiene: derrotaíto.

Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco. Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto, mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío. Porque allá por entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al mundo. pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo. Porque él ya ni lo sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos escribíamos de cartas. Virgen santa. Un cerro bien grande de cartas que nos escribimos en aquellos tiempos. Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo guardadas hasta esta noche. Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos hemos reído. No se vaya usté a pensar. Que feliz mi Genaro de verme tan contenta. Porque lo he pasado mal no se crea. Qué disgusto más grande.

Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta, corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me la leyera. La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que se ponía también, se alegraba de verdad, por mí. Y me la leía con una cosa, con un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas. Y yo la estaba tan agradecida. Porque a ver, yo sin saber leer,  ella era como mis ojos.

El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza. Que dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea. Que dolor. Tan joven como era yo, y lo enamorada que estaba de él. La maldita guerra. Allí en la plaza que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a llorar como dos magdalenas. Que no había quién nos despegara a la una de la otra.  Que desgraciaíta que era yo entonces. Que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.

Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba tanto de mi Paco. Pero vi que era un buen hombre y que me quería. Y bueno la verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde nos ve. Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos. Tan pegaditos como el primer día. No ha sido nunca muy hablador la verdad. y ya lo ve, hay veces que hasta mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro? Pobre aún le dura el disgusto.

Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez viruelas. Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores. Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”. Échele. Unos adultos un pelín arrugaos ya todos. Quién dice un pelín… como uvas pasas. Pero en fin. Que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos la verdad. Porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra como la que más, pero lista. Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a regañadientes no se vaya usté a pensar,  porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello. Y ya tiene una bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos. Pero oiga que me gustó, me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando quisiera, porque mi Genaro es muy bueno, pero esas cosas tan dulces y requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás me las había dicho. Con una ilusión que yo aprendí para releerlas… Y bien de rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando.

Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, qué ilusión. Era como verle otra vez delante de mí. Con esa planta que tenía…

Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después, allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que garbanzos cocidos. Lloré tantas, tantas, aquella noche, que hubiera tenido garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces. No le digo más lo que pude llorar. Si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese. Porque esas cartas no eran para mí. ¿Puede usted creerlo? No eran para mí. Solo eran para mí las dos o tres primeras. Las demás, todas las demás, eran para la señorita Nieves. Qué penita más grande. Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por aquello del que dirán. pero ya está, no había nada más para mí en todas aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer. Bien sabía él a quién se lo pediría. Se le cierran los ojos. No se apure que ya termino.

Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena conmigo siempre. Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... Pero la verdad como ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí, y de mi pena, no me pude negar. Y total yo tampoco sabía leer. ¿Quién me iba a decir a mí que con el tiempo lo haría? Siempre había recordado a esa mujer con tanto cariño.

Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y bueno… Muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas, y era una tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado de pronto sin esa puerta que abrir. Y que vacío señor guardia, que vacío tenía yo aquí dentro.

Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí anda dando cabezadas. Qué hombre. No sé ni como se le ocurrió semejante idea. Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe. Como si me le hubieran dado la vuelta como a un  calcetín. Qué cosas... pero así es. La primera carta es que yo no me lo podía creer, me quedé tan extrañada, que allá que me planté en jarras delante de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad asombrá mitad enfadá ¿Y esto..? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor. Échele. Era la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco, la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita, heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero las cartas no me dejan de llegar no se crea usté. Que son ya cuatro las cajas llenitas de cartas que tengo. Y cada vez se le da mejor al jodío. Que ya podía haber empezado treinta años antes. Mírele si es un pedazo de pan.

Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí? Pero no romperlas y quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí eso no me valía. Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba. Que ni es sacrilegio ni ná porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió. Que vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo. Que ahora que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa. Yo a mi Paco le conocí de críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso. Una tontuna como decía mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión bárbara. Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final siempre se deja embarcar. El pobre…

Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí echando a volar todas esas cartas que no eran para mí. Y que risas que parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas. Y bueno pues qué le voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos… por decir algo, y de los saltos a los abrazos. Y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo. Pero vamos solo un poco no se vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva. Y a lo mejor yo sí que me estaba dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que nos hemos dejado llevar un poco. Y si hay que confesar pues una se confiesa, pero solo un poco, a ver que se va usté a creer. ¿Pero oiga? ¿Oiga? ¿¡No me digas que está roncando!? Anda la leche.


Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has traspuesto un poco. Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura. Venga despierta hombre de Dios. Que ya no tienes edad de está ahí hecho un cuatro. Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades. Así que andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde. Mañana ya hablaremos más con estos señores. Aunque no sé que más van a querer saber. Y tú tranquilo, que yo me ocupo, tú tranquilo. Que a los hijos no les van a decir nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre…


@Rocío Díaz Gómez

sábado, 18 de abril de 2020

Lectura en directo de la tertulia Rascamán



Mañana, domingo 19 de abril a las 12 horas, la tertulia literaria Rascamán va a hacer una lectura de sus poemas y relatos.

Participaremos 9 componentes de la tertulia y leeremos, en principio, en orden alfabético. 
Luego ya veremos con las cosas del directo... Pero esa es la idea.



Si os apetece y nos sois de instagram, os podeis descargar la aplicación al móvil y no tardareis nada. ¡Al móvil! Los directos no se ven en el ordenador.

Después tenéis dos opciones, o buscais el perfil de nuestro coordinador Javier Díaz, j_diazgil, y ya veis el directo suyo de las 12h. 
O bien os haceis seguidores de él ya, y mañana cuando entreis en vuestra página de inicio de instagram ya os aparecerá en la parte de arriba con un circulito y el signo de play de que está en directo. Pinchais dentro y ¡nos veis! Así de sencillo.

¡Desde el móvil no os olvidéis!

Estará después 24 horas colgado, para quién no haya podido verlo a esa hora.

 

¡¿Cuántas veces habeis dicho que no teníais tiempo de ir a estas actividades?!


Animaos, estais en casa, 
no teneis que desplazaros a ningún lado, 
más fácil imposible.

Somos nueve voces distintas
contandoos el mundo


jueves, 19 de marzo de 2020

19 de marzo. Día del Padre




Una línea azul


La línea que separa la niñez del resto de mi vida es de color azul.

Del mismo tono de las prendas que nunca colorearán mi armario, esas que nunca colgarán de mis hombros destiñendo mi paso, ese azul de glaciar que emborronó mi principio y aborrezco.

Tenía ocho años y la certeza absoluta de que mi vida nunca cambiaría. Si acaso se salpicaría de saltos breves y alegres, remolinos en la corriente placida de aquellos días, probarse mil vestidos de comunión y asistir emocionada desde el otro lado de la pantalla al tortazo que después de cientos de capítulos al fin le daba Laura Ingalls a Nely Olesson. 

Cuando en el colegio las monjas comenzaron a preguntarme, comprendí que algo no iba bien, pero me acostumbre a disfrazar el escalofrío con que me encogía la pregunta con una sonrisa fugaz, dejando escapar un “bien, bien” educado y veloz que no diera lugar a más. Se me iban colando sin yo querer, se iban haciendo hueco en mi vida cambios que amenazaron nuestros días, que mi padre dejara de trabajar, que creciera la montaña de medicinas sobre la mesilla, que se sucedieran las visitas de compañeros y amigos. No quería enterarme, no quería saber por nada del mundo el final de esa película que no presentía feliz. 

Hasta que llegó el día que un inmenso vacío congeló el rumbo de mi brújula infantil, aquel noviembre se volvieron borrosas las coordenadas de nuestra vida y el azul de un montón de telegramas que nos envió la muerte fue entrelazándose en un cajón de la cómoda de mi madre, trazando una gruesa línea de separación.  

La línea que separa la niñez del resto de mi vida es azul, azul telegrama, azul glaciar.



@Rocío Díaz Gómez 




#Microrrelatos
#DíadelPadre
 

viernes, 14 de febrero de 2020

"Dublín y tú" Cuaderno de viaje de Rocío Díaz





Hoy quería compartir con vosotros una alegría literaria. 

En ella se unían tres de mis pasiones, la creación literaria, los viajes y la fotografía. 

Me lo han premiado en Montserrat este enero. 

¿Me acompañais de paseo por esa ciudad preciosa llamada Dublín?





Dublín y tú
Cuaderno de viaje
Rocío Díaz


Sigo en Dublín, y te escribo desde nuestro café.
Sé que no has olvidado La Pausa en Blessington Street. 


Sigo también sin atreverme con el contundente desayuno irlandés, prefiero su capuchino mientras una de sus caracolas recién hechas se deshace en mi boca entre pasas y nostalgia. 





Cuando termine, bajaré Frederick Street hasta la Iglesia Presbiteriana de Abbey, cuyo interior nunca conocimos, y tomando Parnell Square llegaré al Museo de los Escritores. Sin estar a mi lado te escucharé protestar “¿Y por qué en Madrid no tenemos un Museo así? Los irlandeses sí que saben demostrar orgullo por su literatura”. 


El señor de la puerta ya me conoce, y solo me cobra la mitad mientras me entrega la audioguía en español; pronto dejaré de necesitarla. Vuelvo a ver la primera edición de Drácula de Stocker y el curioso teléfono de Samuel Beckett, pero tras una vuelta rápida salgo otra vez para sentir el viento en la cara camino de O`Connell Street.
Sin estar a mi lado, visitas conmigo este Dublín literario. 

A la altura de su estatua, siento que Joyce levanta un poco su sombrero para saludarme y yo me disculpo porque no nos da tiempo a visitar su Centro Cultural. 




Van quedando atrás el elevado Spire, y el mítico Daniel O`Connell que da nombre a esta avenida tan concurrida por personas de todos los credos y nacionalidades. 

Tenemos suerte, no llueve, pero quizás lo haga dentro de cinco minutos, aquí en Irlanda solo hay que esperar y lucirá el tiempo que prefieras, tan variable es. 



Dejamos atrás también la librería Eason con sus cuatro plantas y atravesando el puente sobre el río Liffey, nos abrigamos continuando a buen paso.

No sin antes cazar al vuelo el guiño de Molly Malone, la del pescado y pecado de la canción irlandesa. 

La  espectacular y antiquísima biblioteca del Trinity nos espera. 


Cuando salgo contigo, sin que vayas conmigo, nunca dejo de visitar esa sala de 65 metros con sus infinitas estanterías llenas de libros antiguos. Su olor a madera y papel sabe cuánto te echo de menos, mientras la camino despacio, manteniendo casi la respiración. 
No me iré del Trinity sin verme reflejada en su esfera dentro de una esfera, y por supuesto sin comer en Buttery entre los estudiantes y los turistas. 

Después pasearé despacio hasta la peatonal Grafton Street para escuchar a algún músico callejero, aunque en la calle paralela, nos rendiremos ante su fachada verdosa, y tendremos que entrar aunque solo sea un momento, a la librería más antigua de Dublín. Hace tanto viento que no conseguiré domesticar mi flequillo para la foto. Después, nos tomaremos un café, uno de esos irlandeses con nata y bayleys que nos caliente el corazón, en la Biblioteca Chester, cerca del Castillo, en una de las mesas de su luminosa entrada bajo la cristalera blanca.

Y con su sabor todavía en la boca intentaremos llegar hasta la Marsh, tu biblioteca preferida y la más antigua de Irlanda. 




Contigo, pero sin ti, volveré a sentarme frente a las tres jaulas donde los lectores que pedían libros raros, tenían que hojearlos, para evitar tentaciones de llevárselos. Sonreiré recordando aquella vez que nos disfrazamos con la peluca de bucles blancos, esa de lord del siglo XVIII, que aún cuelga del perchero. 

Y para que sea perfecto, terminaremos en Merrion Square, tirando un beso de despedida a Oscar Wilde que nos mirará de reojo, socarrón, desde lo alto de la roca donde está sentado.

Pero hay tantos lugares literarios aquí en Dublín y febrero acorta tanto los días, que no sé si será posible hacer este paseo literario cuando, tras mi último sorbo a este capuchino, me despida de nuestro café hasta dentro de un mes.



Todo está igual que la última vez que estuvimos juntos aquí. Los irlandeses siguen siendo muy amables y este lugar el café más acogedor de Dublín. La chimenea y las sillas desemparejadas, el sillón amarillo de orejas y Oscar Wilde al fondo y de pie, en blanco y negro, nos escucha.

Fue también aquí donde te dije que no volvería contigo a España, que me quedaría un tiempo. “Define tiempo” dijiste, mordiéndote el labio, como siempre hacías en los momentos críticos. “No sé, semanas, meses, no lo sé…”. Y supe que no te quedarías conmigo cuando adornando la pregunta con la sonrisa más triste del mundo, no me pediste que me quedara, solo dijiste: “¿Se acostumbrará tu flequillo a este clima?”. “Quiere intentarlo” musité yo sin poder retener una lágrima traidora. 

Desde que te fuiste, todos los meses llego a este café y desayuno contigo sin ti, sintiendo que Oscar Wilde desde su foto sabe de mi pena por este amor que se debate entre Dublín y tú. Todos los meses después paseo por esta literaria y entrañable ciudad, contigo pero sin ti, sin ti pero contigo, echándote cada vez más de menos, preguntándome cuánto más aguantará mi flequillo esta humedad que me trepa desde los pies, y se me escapa por los ojos, se me escapa, a poco que me descuido.

Un beso enorme desde Dublín