Hoy quería compartir con vosotros una alegría literaria.
En ella se unían tres de mis pasiones, la creación literaria, los viajes y la fotografía.
Me lo han premiado en Montserrat este enero.
¿Me acompañais de paseo por esa ciudad preciosa llamada Dublín?
Dublín y tú
Cuaderno de viaje
Rocío Díaz
Sigo
en Dublín, y te escribo desde nuestro café.
Sé
que no has olvidado La Pausa en Blessington Street.
Sigo
también sin atreverme con el contundente desayuno irlandés, prefiero su capuchino
mientras una de sus caracolas recién hechas se deshace en mi boca entre pasas y
nostalgia.
Cuando
termine, bajaré Frederick Street hasta la Iglesia Presbiteriana de Abbey, cuyo
interior nunca conocimos, y tomando Parnell Square llegaré al Museo de los
Escritores. Sin estar a mi lado te escucharé protestar “¿Y por qué en Madrid no
tenemos un Museo así? Los irlandeses sí que saben demostrar orgullo por su
literatura”.
El
señor de la puerta ya me conoce, y solo me cobra la mitad mientras me entrega la
audioguía en español; pronto dejaré de necesitarla. Vuelvo a ver la primera
edición de Drácula de Stocker y el curioso teléfono de Samuel Beckett, pero
tras una vuelta rápida salgo otra vez para sentir el viento en la cara camino
de O`Connell Street.
Sin
estar a mi lado, visitas conmigo este Dublín literario.
A la
altura de su estatua, siento que Joyce levanta un poco su sombrero para
saludarme y yo me disculpo porque no nos da tiempo a visitar su Centro
Cultural.
Van
quedando atrás el elevado Spire, y el mítico Daniel O`Connell que da nombre a
esta avenida tan concurrida por personas de todos los credos y nacionalidades.
Tenemos
suerte, no llueve, pero quizás lo haga dentro de cinco minutos, aquí en Irlanda
solo hay que esperar y lucirá el tiempo que prefieras, tan variable es.
Dejamos atrás también la
librería Eason con sus cuatro plantas y atravesando el puente sobre el río
Liffey, nos abrigamos continuando a buen paso.
No
sin antes cazar al vuelo el guiño de Molly Malone, la del pescado y pecado de
la canción irlandesa.
La espectacular y antiquísima biblioteca del
Trinity nos espera.
Cuando
salgo contigo, sin que vayas conmigo, nunca dejo de visitar esa sala de 65
metros con sus infinitas estanterías llenas de libros antiguos. Su olor a
madera y papel sabe cuánto te echo de menos, mientras la camino despacio, manteniendo
casi la respiración.
No
me iré del Trinity sin verme reflejada en su esfera dentro de una esfera, y por
supuesto sin comer en Buttery entre los estudiantes y los turistas.
Después
pasearé despacio hasta la peatonal Grafton Street para escuchar a algún músico
callejero, aunque en la calle paralela, nos rendiremos ante su fachada verdosa,
y tendremos que entrar aunque solo sea un momento, a la librería más antigua de
Dublín. Hace tanto viento que no conseguiré domesticar mi flequillo para la
foto. Después, nos tomaremos un café, uno de esos irlandeses con nata y bayleys
que nos caliente el corazón, en la Biblioteca Chester, cerca del Castillo, en
una de las mesas de su luminosa entrada bajo la cristalera blanca.
Y con
su sabor todavía en la boca intentaremos llegar hasta la Marsh, tu biblioteca preferida
y la más antigua de Irlanda.
Contigo,
pero sin ti, volveré a sentarme frente a las tres jaulas donde los lectores que
pedían libros raros, tenían que hojearlos, para evitar tentaciones de
llevárselos. Sonreiré recordando aquella vez que nos disfrazamos con la peluca de
bucles blancos, esa de lord del siglo XVIII, que aún cuelga del perchero.
Y
para que sea perfecto, terminaremos en Merrion Square, tirando un beso de
despedida a Oscar Wilde que nos mirará de reojo, socarrón, desde lo alto de la
roca donde está sentado.
Pero
hay tantos lugares literarios aquí en Dublín y febrero acorta tanto los días, que
no sé si será posible hacer este paseo literario cuando, tras mi último sorbo a
este capuchino, me despida de nuestro café hasta dentro de un mes.
Todo
está igual que la última vez que estuvimos juntos aquí. Los irlandeses siguen
siendo muy amables y este lugar el café más acogedor de Dublín. La chimenea y
las sillas desemparejadas, el sillón amarillo de orejas y Oscar Wilde al fondo
y de pie, en blanco y negro, nos escucha.
Fue también
aquí donde te dije que no volvería contigo a España, que me quedaría un tiempo.
“Define tiempo” dijiste, mordiéndote el labio, como siempre hacías en los momentos
críticos. “No sé, semanas, meses, no lo sé…”. Y supe que no te quedarías
conmigo cuando adornando la pregunta con la sonrisa más triste del mundo, no me
pediste que me quedara, solo dijiste: “¿Se acostumbrará tu flequillo a este
clima?”. “Quiere intentarlo” musité yo sin poder retener una lágrima traidora.
Desde
que te fuiste, todos los meses llego a este café y desayuno contigo sin ti,
sintiendo que Oscar Wilde desde su foto sabe de mi pena por este amor que se
debate entre Dublín y tú. Todos los meses después paseo por esta literaria y
entrañable ciudad, contigo pero sin ti, sin ti pero contigo, echándote cada vez
más de menos, preguntándome cuánto más aguantará mi flequillo esta humedad que
me trepa desde los pies, y se me escapa por los ojos, se me escapa, a poco que
me descuido.
Un
beso enorme desde Dublín
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