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sábado, 1 de agosto de 2020

Un balcón




Yo que había tenido un ventanal con unas vistas preciosas, me acostumbre a no tener ventana. 
Nos acostumbramos a todo, incluso a lo que imaginamos imposible.

Después, ni ventanal ni ventana, tuve un balcón.
Uno por el que entraba el aire y hacía bailar hasta a las cortinas, uno por el que entraba un sol que me daba los buenos días, acariciando con sus rayos la mesa en la que trabajaba.

No hay que acostumbrarse a nada, ni a lo que imáginábamos imposible, ni a lo que nos hace más gratos los días. 

A nada.

El ventanal, la pared rasa, el balcón, está en nuestro interior. Ahí solo.

Como todo.




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