Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

sábado, 25 de junio de 2011

"El dibujo de una luna menguante" un relato de Rocío Díaz Gómez



El Centro Cultural Blas de Otero de San Sebastián de los Reyes (Madrid) ha publicado el fallo de su XIV Certamen de Poesía y XII Certamen de Relato Breve.


El Jurado compuesto por D. Joaquín Benito de Lucas, D. Manuel López Azorín y Dña. Carmina Casala, y como Secretario del Jurado D. Luis Pérez Lara, ha llegado al siguiente fallo en Madrid, a 25 de Mayo de 2011:


POESIA:


- PRIMER PREMIO.- “Usándonos la carne”, de Alfonso Ponce Gómez (Albacete)


- ACCESIT.- “Mañana empieza hoy”, de Javier Aguirre Ortiz (Chile)


- SELECCIONADO 1.- “Los pensamientos de la ausencia”, de Abilio Díez Martínez (Madrid)


- SELECCIONADO 2.- “Como esas flores que se pudren en las sepulturas”, de José Luis Tudela Camacho (Murcia)


- SELECCIONADO 3.- “Libra”, de Sergio García García (Madrid)




RELATO BREVE:


- PRIMER PREMIO.- “El color de las flores”, de Carlos Fernández Salinas (Gijón)


- ACCESIT.- “La mejor ayuda”, de Antonio Murga Charro (Madrid)


-  SELECCIONADO 1.- “Cartas de SOS”, de Yanais Samón Acosta (Cuba)


- SELECCIONADO 2.- “El dibujo de una luna menguante” de Rocío Díaz Gómez (Madrid)


- SELECCIONADO 3.- “Espejismos de la razón”, de Fernando Ugeda Calabuig (Alicante)


El acto de entrega de premios se realizará el próximo 25 de Junio a las 12.30 h.


Os dejo con mi relato por si os apetece leerlo. Espero que os guste...




El dibujo de una luna menguante 
Rocío Díaz Gómez


Cada noche allí estaba yo, y mi miedo a que no viniera nadie. Allí los dos. Allí en vela, con el alma estrujada esperando a una musa invisible y dulce, una musa generosa en historias que nos salvara el bolsillo, el estómago y el orgullo para seguir un día más queriendo vivir de la literatura.

Cada noche allí estaba yo y mi miedo a que ningún personaje asomara la nariz por una esquina de aquel papel que me miraba impaciente y desafiante. Allí estaba yo y mi miedo a que no se me ocurriera nada, un  miedo que me robaba el sueño y jugaba con él al escondite. Cada maldita noche.

Y no conseguía escribir ni una sola línea hasta que no me echaba una cazadora por los hombros y tras vestir con una bufanda a mi miedo, le cogía de la mano para echarnos a la calle, para ir a tranquilizarnos, dando un paseo por un vulgar barrio iluminado de frío y sombras, acompañado de solitarias farolas. Así durante horas esperando tropezar con la despampanante musa de turno para que nos guiñara un ojo desde cualquier oscuro rincón y se quisiera venir con nosotros dos a casa, a formar una familia feliz.

Era aquel tiempo de vecindarios donde todos se conocían, donde gritaban a voces desde el balcón al butanero que les subiera una al cuarto. Aquel tiempo cuyas noches no parecían ser tan peligrosas, solo te podía asustar el ruido del camión de la basura, o los maullidos de los gatos en celo.

Y era al volver mi miedo y yo, cada una de esas noches, casi amaneciendo ya, cuando la señora Felisa estaba en el portal. Madrugadora, incansable, de pocas y escogidas palabras, no era la portera pero hacía las funciones de tal. Para que o quizás por eso, no sé muy bien qué fue primero si ella o nosotros, a final de mes todos los vecinos le diéramos una propina que engordara un poco su escuálida pensión de viuda eterna de un marido lejano que nunca conocimos.

Ella era redonda y muy bajita, era el punto y seguido que te encontrabas cada vez que entrabas y salías de casa, hilando una tarea con otra por el vecindario, como si de enlazar frases domésticas se tratara. Se movía con pequeños y rápidos pasos por todo el edificio. Seguidora de la moda “lo que me entra me vale” era fácil encontrarte con esa espalda familiar y casi rectangular, esa espalda compartimentada en rodetes de carne que apretados bajo un jersey a punto de estallar, barría tu rellano, repartía las cartas en los buzones, o cuidaba las macetas del portal. Sí. Siempre estaba por allí, haciendo muchas cosas. Todas minúsculas y sin importancia aparente. Pero ahora sé que necesarias.

Todas esas noches yo me encontraba con esa espalda regordeta y le decía algo, cualquier frase a modo de saludo: “Hoy no barre usted la acera Felisa...” Y ella entonces me contestaba con ese particular lenguaje suyo de escuetas, rotundas y definitivas frases: “Demasiado aire. La experiencia me ha enseñado que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía...”. Otro día le decía: “Vengo helado Felisa, mire que he dudado si llevarme chaqueta o no, al final no la he cogido y me equivoqué porque vaya frío...” “Las indecisiones salen carísimas...” ¿Pero de donde se saca usted esas frases Felisa? Decía yo mientras el eco de alguna de ellas resonaba dentro de mí, ya casi a punto de entrar en mi casa. Y ella  en la lejanía contestaba: “Cosas de mi difunto marido...”. No era dicharachera, ni simpática, era correcta sin más. Ni le sobraban cumplidos, ni le faltaba educación, era escueta, sobria, diligente pero sin florituras ni adornos ninguno. Jamás pedía un favor ni le sobraban gracias, las justas dejaba escapar. No se hacía querer, pero sin que nos diéramos cuenta se hizo tan necesaria como las cosas que hacía.

Ella no sabía leer ni escribir, pero conocía los números. En un pequeño cuaderno de anillas que nunca le vimos, tenía apuntados todos nuestros números de teléfono por si tenía que avisarnos si estábamos de vacaciones, si ocurría alguna avería o surgía algo urgente, porque ella nunca salía de nuestro bloque. Para cada uno tenía una forma segura de identificarnos. La del segundo, era el dibujo de una maceta, porque tenía muchas plantas que ella religiosamente se cuidaba de regar en cuánto la vecina no estaba. El del primero era el dibujo de un sobre, porque era cartero. Los del tercero eran el dibujo de un pájaro, porque tenían uno al que ella daba de comer si salían de viaje. Los del quinto eran el dibujo de un muñeco, porque sus niños no se cansaban nunca de tirar los juguetes al patio de luces, juguetes que ella rescataba y devolvía cada semana de cada año de cada infancia de cada uno de los hijos de aquella familia tan numerosa. No sé cómo no se cansó nunca. Yo era el del cuarto. Una luna menguante era mi dibujo. No hizo falta que nadie me explicara por qué.

Todas las madrugadas durante años encontré a Felisa cuando volvía. “Es muy temprano para que ande usted trabajando Felisa, que tenemos aquí ya el invierno…” “Prefiero el frío al ruido…” Y yo sin darme cuenta, movía la cabeza rumiando sus contestaciones… Otra mañana llegué y andaba la mujer separando unos enormes maceteros de la entrada del portal… “Pero ¡Felisa! Deje, deje mujer pero no ve que se va a hacer daño… Sabiendo que estoy al venir, se pone usted con otras cosas y yo se los muevo ahora…” “Quién puede lo más, puede lo menos…” solo contestó ella.

Un día no se por qué después de una de esas contestaciones suyas me atreví a preguntarle: “¿Pero su difunto marido qué era, que le dejó en herencia esas frases…?” “¡Ay…! Cuántas veces preguntamos cosas que no deberíamos preguntar…” fue su contestación tras unos segundos callada y sin ni siquiera levantar la cabeza. Algo sorprendido, me encogí de hombros, le desee un buen día y me metí en casa. Nunca más volví a preguntar por él.

Una mañana a la vuelta de mi paseo nocturno, Felisa no estaba. Era una madrugada de esas en las que se te congelan hasta los pensamientos, y yo volvía quizás algo más pronto a casa, así que no dudé al buscar una explicación a su ausencia, o era demasiado temprano o con tanto frío había hecho un poco de pereza. Y no me preocupé. Fue por la tarde cuando me enteré de que ya nunca más la volvería a encontrar al doblar la esquina de cada mañana. Siempre había estado ahí y de pronto me dicen que ha muerto, sin hacer ruido, sin  molestar, sin hablar apenas, como hacía siempre. La sorpresa me impactó como una ráfaga de viento frío que de pronto se levanta. Y una mano pareció oprimirme el corazón. Sí. Me descolocó la noticia, me trastornó mucho más de lo que podía acertar a explicarme. Qué difícil aceptar sin más que no volvería a toparme con aquella espalda de rodetes apretados… Una tibia pena se apoderó de mí, y humedeció las imágenes de tantas mañanas saludándola. Una grieta de ausencia se abrió en mi vida cotidiana. Una grieta que palparía cada vez que regresara a casa tras mi paseo nocturno.

Al cabo de una semana una nota en el portal me avisó de una reunión de vecinos, “Felisa”, esa única palabra decía el orden del día. Las reuniones de vecinos eran a media tarde y en el portal. No me explicaba de qué querrían hablar. Algo perplejo, anoté la hora y procuré hacer tiempo entre mis ocupaciones para no faltar. Cuando llegué a la reunión estaban todos ya. Alguien dijo que había que esperar a que llegara el sobrino de Felisa. Pensé que no sabía que tuviera parientes, pero pronto caí en la cuenta de que en realidad poco sabía de su familia ni de casi nada de ella. Al cabo de cinco minutos un desconocido llegó al portal y se presentó ante nosotros como un sobrino nieto de la difunta Felisa. Era todo muy extraño. Pero después lo fue aún más.

El sobrino de la señora Felisa nos había reunido porque al recoger las cosas de la casa de su tía había encontrado algo que había supuesto que nos pertenecía. “¿A nosotros?” Preguntamos todos con nuestros ojos, con nuestros gestos, con esa pregunta. Y fue entonces cuando sacó aquel cuadernito de anillas que nunca le habíamos visto donde al lado de un dibujo estaban nuestros teléfonos. “Mi tía no sabía leer ni escribir…” “¿Y entonces quién anotó los números?” Fue la instantánea pregunta. “Los copiaría de algún sitio…” fue la escueta respuesta. De tal palo, tal astilla, pensé. Y recordé en ese momento que la señora Felisa me lo había pedido escrito en un papel… “Es que así lo copio después despacio en la agenda…” me había dicho. Y era curioso, porque así lo había hecho. Por las manos de todos pasó su cuaderno. Y todos reconocieron en su propio número su forma particular de escribir el cuatro, o el siete, o el número que fuera. Una persona que sabe escribir siempre hace los números de la misma forma. Ella no, ella los había copiado según cada uno se lo había dado escrito.

¡Vaya con Felisa! Pensé sin poder evitar una sonrisa… ¡Qué mujer…!

“Pero no era solo para hablarles de este cuaderno para lo que les he reunido aquí…” continuó el sobrino de la señora Felisa, “como ya les he dicho también encontré algo más que creo que les pertenece puesto que lleva anotados su nombre, bueno mejor dicho, el nombre con que le había bautizado mi tía…” Y mientras hablaba vimos como se sacaba de un bolsillo un montón de sobres abultados… “Bueno ustedes sabrán quiénes son…” Mi sobre era el que llevaba el dibujo de una luna menguante.

 Cada vez más sorprendidos, cada uno recogió el sobre que le pertenecía. El del primero recogió el sobre que tenía dibujado una carta, la del segundo el que tenía una maceta, el del tercero un pájaro… así todos y cada uno de nosotros. “Bueno ahora ya lo que contenga cada sobre es asunto particular de cada uno de ustedes, dijo entonces el sobrino de la señora Felisa, yo aquí ya me despido”. Y así de esa forma tan extraña como había llegado, se volvió a ir. Y nos dejó allí en el portal a todos, cada uno cargando con un sobre  abultado y un cerro de preguntas que nadie nos iba a responder.

Hay escritores que no saben quién es su musa. Yo en cambio, conozco a la mía perfectamente. No tengo más que abrir un viejo sobre manoseado para que acuda ante mí y me haga un guiño. La mía se llama señora Felisa, y es una musa de formas generosas, de esas que van vestidas a la moda “de lo que me entra, me vale”, así que no puedo pensar en ella sin reparar en sus michelines apretados bajo un jersey adherido a su oronda figura y una frase rotunda y definitiva colgando de sus labios.

Tantas noches de insomnio, tantas noches cogiendo de la mano a mi miedo para salir a dar una vuelta por un barrio desierto esperando encontrarme con una musa despampanante que con un guiño me inspirara, y resulta que la inspiración me la daba la frase con que ella me obsequiaba a la vuelta. Ahora lo sé. Ahora que no tengo más que sumergirme en una de sus frases antes de ponerme a escribir.

Ella supo antes que yo cuánto me gustaban. No sé si sabía que luego yo casi sin darme cuenta las utilizaba en mis novelas… No sé eso, como no sé casi nada de su vida. Solo sé que tengo un sobre abultado con una luna menguante dibujada donde hay muchas de esas frases escritas. Algunas que cuando las releo puedo hasta recordar el día que me las dijo. Incluso está incluida aquella que me dijo el día que le pregunté a qué se dedicaba su marido: “¡Ay! Cuántas veces preguntamos cosas que no deberíamos preguntar…”

¿A quién se las dictó para que ella luego las guardara para mí? ¿Cómo las aprendió? ¿Qué encerraban los demás sobres? Ninguno de nosotros se lo contó a los demás. Supongo que todos pensamos que sería como traicionar un poco a la señora Felisa. Nunca sabré la contestación a todos esos interrogantes. Pero soy escritor, y nadie mejor que un escritor sabe que solamente en las novelas todas las preguntas tienen contestación.

En la vida la mayoría de las veces, algunas quedan sin contestar.

 Rocío Díaz Gómez

jueves, 23 de junio de 2011

Sala Alcalá 31 en PhotoEspaña 2011: "1000 caras/ 0 caras/1 rostro"



Como todos los años he comenzado ya el camino de PhotoEspaña. Hasta el 24 de julio podemos disfrutar de este festival de la fotografía en Madrid. Ya sabéis por otros años que a mí me gusta mucho y procuro no perderme varias de sus exposiciones.

Este año comencé por la de Henry Lartigue en CaixaForum de la que ya os hablé. Muy, muy recomendable.

Y la segunda ha sido la de la Sala Alcalá 31. Normalmente están bien las exposiciones que hay siempre aquí. No te suelen decepcionar.

Esta vez ha sido la de "1000 caras/ 0 caras/1 rostro. Cindy Sherman, Thomas Ruff,  Frank Montero".

Las tres exposiciones tiene como tema en común el rostro, y su importancia como vía de comunicación. Que es el tema de todo el festival de PhtoEspaña 2011.  Pero en concreto en las que nos ofrecen en Alcalá 31 estos dos artistas contemporaneos (Sherman y Ruff) quieren ahondar en la identidad, a través del rostro.

El triple título, por supuesto, no es gratuito. 1000 caras se refiere a la exposición de Cindy Sherman. Porque la fotógrafa se elige a sí misma como la protagonista de sus fotos. A ella le interesan los personajes, le interesa la historia que se podría inventar detrás de cada uno de ellos. Entonces lo que hace es disfrazarse mil veces y ella misma colocada ya haciendo de ese personaje se fotografía con el pie.  





En esta exposición se presentan dos de sus series fotográficas: Pasajeros de autobus y los personajes que podrían protagonizar algún asesinato o la novela negra. También hay otras dos series, una de cinco retratos de la artista en los que también quiere representar distintos personajes, pero en los que solo se ve su rostro, muchas veces hasta mal encuadrado. A ésta serie pertenecen las dos fotografías de arriba. Y otra de algunos de los retratos en blanco y negro de su serie sobre las películas de cine negro o serie B.

La segunda exposición es la de Thomas Ruff o lo que es lo  mismo "0 caras". Si para Cindy Sheppard la reflexión era sobre la diversidad de personajes que puede haber a partir de un solo rostro, el suyo. En el caso de Ruff su interés está en todo lo contrario, en la despersonalización de los rostros. Así que todo su afán es hacer enormes fotografías de distintas personas en actitud seria e inexpresiva, con el fondo neutro, con un encuadre fijo e iluminación plana, de tal forma que se tienda a igualarlos. Al modo de las fotografías de las fichas policiales.





Y por último está la exposición de Fran Montero. Que sería la que correspondería a la tercera parte del título de la exposición : "1 rostro".

Es la parte más curiosa de esta triple exposición. Porque este mexicano Fran Montero (finales del siglo XIX y principios del XX)  no es ningún fotógrafo famoso. Un conjunto de fotografías fueron descubiertas en una caja y entonces el comisario de la exposición pensó que podría perfectamente adecuarse a la exposición que ya estaba en marcha de Sherman y Ruff. Porque sería como otra versión de la misma reflexión.




La obra de este artista mexicano por supuesto no se conoce para nada. Están expuestas 19 fotografías de las 23 que aparecieron en la caja, donde siempre el protagonista es él, a lo largo de su vida. Es como un álbum autobiográfico. En cada pequeña foto a letra está indicado el momento y el lugar. Pero no se puede saber si es cierto o no lo que dicen las fotografías, si fue así su vida o no, si ejerció todas esas profesiones que cuentan las fotos o son una pura invención. No se sabe si además fue él quién las hizo o solo el protagonista. Lo único que se sabe es que los comentarios que aparecen en las fotos se escribieron todos a la vez.

En fin, muy curioso, la verdad.

Las tres exposiciones están mezcladas. Entras y lo primero que ves son los grandes retratos de Ruff, pero luego se alternan en las salas con las otras dos exposiciones. Eso está bien porque se pueden así apreciar mejor los diferentes en los puntos de vista tanto en la forma como en el fondo de la parte que corresponde a cada uno de los tres artistas.

Ya sabéis que si vais a ver esta exposición los domingos por la mañana, tenéis visita guiada a las 12.00h y a las 13h. El domingo pasado que fue cuando fui yo, la guía que se llamaba Olga, se explicaba muy bien.


1000 caras / 0 caras / 1 rostro


Madrid, Centros de Arte



ALCALÁ 31

Alcalá, 31 28014

Madrid

Desde:30-05-2011
Hasta:24-07-2011

lunes, 20 de junio de 2011

Si me dais un euro para emborrocharme... La frase del día



Si me dais un euro para emborracharme
no os voy a defraudar...


Un peculiar granaíno

En una noche de junio
en que la tertulia Rascamán
visitó Granada...

A mi amigo,
que le escuchó con toda su atención.

viernes, 17 de junio de 2011

Lorca en tertulia


Mañana, día 18 de junio,
los componentes de la tertulia "Rascamán"
que habitualmente nos reunimos en el Café Ruiz de Madrid
nos trasladamos a Granada para hacer una lectura.

¡Bien!

Lectura en el Café "La Tertulia". 20.30 horas de Granada

Haremos dos rondas de lecturas los poetas y los narradores.
También aprovecharemos para mencionar y presentar la obra publicada este año por integrantes de la Tertulia:
La antología "Donde no habite el olvido"
y los poemarios de Fernando Soriano y el de Javier Díaz Gil
editados por Poeta de Cabra.

¡Bien!



Claro ya que estamos allí aprovecharemos para hacer
una ruta Lorquiana:

Casa museo de la Huerta de San Vicente

Casa natal de Federico en Fuentevaqueros

 Visita al barranco de Víznar y lectura homenaje de la Tertulia


¡Bien!




Así que ya sabéis, si estais por el Sur
acordaros de que podéis ir a escucharnos:

20:30 Lectura de la Tertulia Rascamán
en el café "La Tertulia" de Granada
 
¡Bien, bien y requetebien!

jueves, 16 de junio de 2011

Aureliano Cañadas (poeta) y Luis Cañadas (pintor) unidos en una lectura conjunta

Hoy,  jueves 16 de junio, a las 19:30 h
se presentarán los libros "Contra Domene" (de Aureliano Cañadas) y
 "Cuentos de un pintor" (de Luis Cañadas),
Sede de la Fundación Progreso y Cultura.
Lugar: Sala Maldonado 
C/ Maldonado 53, de Madrid (metros Diego de León o Núñez de Balboa).
Será una buena ocasión de escuchar a la experiencia y a la ilusión unidas
en forma de palabra.
Dos hermanos.
Dos artistas excelentes,
 literario y plástico,
cuyos límites se entremezclan con frecuencia.

martes, 14 de junio de 2011

Un poema en catalán: "El col·leccionista" de Javier Díaz Gil


A Javier Díaz Gil (poeta, coordinador de nuestra tertulia en el Café Ruiz y amigo) le han publicado uno de sus poemas: "El coleccionista" (que muchos conocéis por habérselo escuchado en algunas lecturas) en la revista serieAlfa que dirige el poeta valenciano Joan Navarro.

Ha colaborado en el número 50 de la revista en la que participan 50 poetas. Dado el caracter internacional de la revista, el poema se ha publicado en cinco idiomas: castellano, catalán, inglés, francés y portugués

Os invito a entrar en la revista y leerlo en las distintas lenguas.

http://seriealfa.com/alfa/alfa50/JDiazGil.htm


Una muestra:



El col·leccionista

Vaig prendre les meues precaucions.

Conservar la peça
era més important que la captura.

Vaig desestimar les armes de foc i tota arma blanca
el tall de la qual pogués lesionar
la fragilitat de la seua carn.

Paranys, mitjans mecànics i colps
van ser també descartats.

No oferien
garantia
d’absoluta integritat.

Em vaig decidir.

El més delicat, sens dubte,
un caça papallones,
l’oïda atenta i la sensibilitat
per a distingir d'entre totes,
les peces que haurien de
formar part
de la meua col·lecció.

Traspassades amb una fina agulla,
per a no oblidar-les,
dormen en la vitrina
paraules en perill d’extinció.

Com un tresor guarde
el més estrany dels exemplars.

Un “t’estime”,

un intens t’estime,
– pàl·lides ales,
moribund i lleu –
d’escassament unes hores
– moribund –
de vida.




Javier Díaz Gil, Madrid, 1964. Resideix a Getafe (Madrid). Llicenciat en Geografia i Història i diplomat en Profesorat d’EGB. Cofundador i director fins 2006 de la revista trimestral Rascamán. Ha dirigit Tallers de Creació Literària a Madrid. Fou durant uns anys director i moderador del cicle "Escritores en la Biblioteca" celebrat en la Biblioteca María Moliner de Madrid. Ha publicat els llibres de poesia Humo, premi Humberto Tenedor, Abarán, 2000; Hallazgo de la visión, premi Nicolás del Hierro, Piedrabuena, 2000 i Vivo Extramuros y El ángel prometido, Poeta de Cabra, Madrid, 2010. El 2006 participà a Santiago de Xile en l’encontre de poesia iberoamericana Poquita Fe i el 2007 en el Festival de Tordesilhas a São Paulo (Brasil). Els seus poemes s’han publicat en antologies i revistes literèries com ara Poeta de Cabra (Madrid), Luces y sombras (Tafalla), sèrieAlfa (València) o Celuzlose (São Paulo). Des de 2006 dirigeix la tertúlia literària setmanal Rascamán en el madrileny Café Ruiz i manté un bloc literari (http://javierdiazgil.blogspot.com).

lunes, 13 de junio de 2011

De sintecho y perroflautas



Ultimamente con el movimiento de la Puerta del Sol hemos leído muchas noticias que hablan de personas que no tienen hogar o a los que habitualmente vemos por la calle: Sintecho, perroflautas... Colectivos a los que habitualmente denominamos con palabras compuestas.

¿Vosotros cómo escribiríais esta frase?

"No todos los que protestan son perro flautas ni sin techo". 

"No todos los que protestan son perrosflautas ni sintechos".

"No todos los que protestan son perroflautas ni sintechos".

"No todos los que protestan son perrosflautas ni sintecho".

"No todos los que protestan son perroflautas ni sintecho".



Porque resulta que algunas veces esas palabras las vemos escritas juntas y otras veces separado por las dos palabras de las que consta el nuevo término. ¿Y su plural?

 La Fundeu (Fundación del Español Urgente) nos señala que:

 "Sintecho" se escribe en una sola palabra. Tal como se escriben: sinfín, sinverguenza, o sinrazón. Y su plural es igual a su singular: "Varios sintecho ocuparon la plaza".

Con "perroflauta" ocurre igual. Este término alude a un tipo de persona, habitualmente jóven, con aspecto descuidado que suele llevar un perro y tocar la flauta. También se escribe en una sola palabra  y su plural se hace añadiendo una "s" al final de la nueva palabra, no a cada una de las palabras de las que se compone. Se diría "perroflautas" no "perrosflautas".

Así que lo conveniente sería escribir:

"No todos los que protestan son perroflautas ni sintecho".