Quería contaros que hoy me están dando un premio en Lérida, un premio por una carta de amor "El acantilado de tu ausencia". No he podido asistir, qué pena... lo he sentido un montón porque han sido bien majos conmigo los organizadores. Ya os dejaré este relato aquí cualquier día.
Peeero hoy os voy a dejar otro. Se trata de otra carta de amor, que no tiene nada que ver con la anterior, pero con la que me dieron el mes pasado el tercer premio en el XIII Certamen de Declaraciones de amor "Díme que me quieres" de Málaga.
Aquí os la dejo. A ver qué os parece:
Tengo
que hablarte de las leyes de Newton…
Rocío Díaz Gómez
Tengo que hablarte de las leyes de la
dinámica. Tengo que hablarte de Newton. De por qué giran los planetas alrededor
del sol. Tengo que hablarte de los principios matemáticos de la filosofía
natural. De ti y de mí. De nuestra historia.
Pero ya ves que no sé ni cómo empezar…
Porque si yo fuera alguno de esos
tíos de clase que babean tras tu paso, que tienen el cerebro entre las
piernas... ¿Neuronas? ¿Qué es eso? Esos bichos aún no deben estar en su
cuerpo... Si yo fuera uno de ellos, los que sí tendría, y muy revolucionados
serían otros bichitos, muy distintos... Si yo fuera uno de esos tíos, no me
andaría con explicaciones, ni te hablaría de Newton ni de nada parecido, sino
que me haría pajas, eso es lo que haría... mientras pienso en ti. Que fuerte
¿verdad? Y te va a sonar ridículo, o más ridículo “si cabe” como diría la pija
de Lengua, pero les pondría hasta tu nombre. Por supuesto, a las pajas. Ya
sabes de esta fijación que tengo yo con las palabras. “Carolinas”. ¿Suena bien?
¿Qué no? Sí, sí, ríete. Porque seguro que ya estás riéndote. Siempre con esa
alegría contagiosa que termina por hacerme reír a mí. Pero es cierto que me
haría unas cuántas “Carolinas”, cientos, miles... que sé yo, sería incansable.
¿Qué quieres? Puestos a ser uno de ellos, sería tan básica como lo son ellos.
No tendría más que imaginarte para, entre las sabanas, comenzar el ritual. Se
lo he visto hacer más de mil veces a mi hermano. Te imaginaría en los
vestuarios, después de gimnasia, cuando antes de ducharnos te quitas la cinta
que llevas en el pelo, y se desparrama en un segundo tu melena sobre tus
hombros… Imaginarte quitándote la camiseta, cuando te quedas en sujetador y tu
piel húmeda brilla de sudor y sin querer y sin remedio llega hasta mí a oleadas
tu perfume, tu olor… Si fuera uno de esos tíos de clase me bastaría solo eso
para empezar a salivar como el perro de Pavlov, el del libro de filosofía…
¡Déjate de campanitas! Verte sudando, moviéndote, sonriendo, medio desnuda, eso
sí que sería un buen reflejo condicionado… El mejor.
Pero yo no soy uno de esos tíos de clase,
hartos de hacerse “Carolinas” a tu salud. No hay más que ver cómo te miran, y
como se dan codazos cuando pasas corriendo. Para que veas, si son básicos. No
soy uno de ellos, ni tampoco quiero hablar de filosofía, ni de Pavlov, ni de
reflejos condicionados. No los necesito. Y porque no lo soy, yo de lo que tengo
que hablarte es de Newton y sus leyes fundamentales de la dinámica. Esas, que
entraron ayer en el examen y que yo, sin haberlas estudiado, he entendido tan
bien, gracias a ti.
Déjame anda, déjame que te hable de la primera ley de
Newton porque así empezó todo, así comenzó nuestra historia. Un objeto en
reposo permanece en reposo y un objeto en movimiento, continuará en movimiento
con una velocidad constante (constante en línea recta) a menos que experimente
una fuerza externa neta. Esta es la ley
de la inercia.
No es tan difícil de entender ¿verdad? Porque si tú no
hubieras llegado nueva a nuestro Instituto. Tan cortada. A primera vista tan
frágil. Si tú no hubieras entrado en clase aquella mañana. Sonriendo. Si mi
apellido no empezara por la letra “z” y la tutora de este año no tuviera esa
manía tan absurda de colocarnos por orden alfabético. Si a mi lado no hubiera
quedado un hueco vacío en el último banco, que casualidad, tú no te habrías
sentado cerca de mí. No hubiéramos empezado a hablar. Si los primeros exámenes
no hubieran estado a la vuelta de la esquina y a ti no te hubieran entrado los
agobios por tener los apuntes atrasados. Si no fueras tan buena estudiante. Si
yo no hubiera ganado en la competición, entre los que te rodeaban, a tener la
letra más clara. Si el camino a tu casa, no hubiera sido pasando por la mía, no
habríamos empezado a marcharnos a la vez. A encontrarnos de camino. Si… si… si.
Si todas esas fuerzas extrañas no
hubieran actuado sobre mí. Si no hubieran existido cada una de esas premisas
que hizo que tu y yo coincidiéramos y nos empezáramos a tratar más, a hacernos
casi inseparables, a pesar de la “z” de mi primer apellido y la “d” del tuyo,
si la ley de la inercia no se cumpliera.
Entonces mi cuerpo permanecería en
reposo, o moviéndose a una velocidad constante siempre en línea paralela a ti.
Sin juntarnos nunca. Porque se supone que además, así debe de ser. Porque ¿No
has pensado alguna vez que quizá sea eso la amistad? Dos rectas, contenidas en
un plano, que van en la misma dirección, dos rectas que no se cortan y cuyas
parejas de puntos más próximos de ellas siempre guardan la misma distancia. Yo
sí lo he pensado. No hago más que pensarlo últimamente. La amistad. Dos líneas
paralelas. Eso tiene que ser. Piénsalo… te estoy hablando de rectas, y de
parejas de puntos, y de distancias. ¿No es eso la amistad? ¿No somos así?
Pero estoy mezclando la matemática con la
mecánica, empiezo a parecerme cada vez más a mi abuela que para contarte algo
se remonta al origen del hombre… Pero créeme si te digo que aunque te dé esa
sensación leyéndome, y empieces a pensar que el verano y los exámenes me están
reblandeciendo el cerebro, todo tiene una explicación. Hasta que hable ahora de
mi abuela, fíjate, por mucho que te extrañe…
Porque créeme, si es que a estas alturas
no piensas ya que me ha dado algo a la cabeza, o que me he dado un homenaje fin
de curso a base de pirulas de colores... No. Te juro que no lo he hecho. Créeme
si te cuento que nuestra historia comenzó por eso, porque la ley de la inercia
nunca falla. Porque yo ya no tengo reposo, ni sigo un movimiento constante en
línea recta, que yo lo que tengo es una agitación interna superior a la que se
debe sentir en el océano minutos antes de producirse un maremoto. Porque he
experimentado muchas fuerzas, muchas casualidades que te han traído hasta mí.
Pero sobre todo porque he experimentado una fuerza distinta a todas, mejor que
todas, la tuya.
Por eso nuestra historia ha evolucionado
cómo ha evolucionado. Y por eso también, ahora tengo que hablarte de la segunda
ley de Newton, o ley de la interacción y
la fuerza. Decía el amigo Isaac, porque a estas alturas de la vida, seguro
que no le importará que le tuteemos allá donde esté, puesto que le hemos
convertido en improvisado narrador de esta historia, que “el cambio de
movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa y ocurre según la línea
recta a lo largo de la cual aquella fuerza se imprime”.
¿No te das cuenta? Esta es la ley que
cuenta nuestra interacción y tu fuerza.
Este curso voy a sacar las mejores notas
de mi vida. Ya lo sabes. Lo sabe toda la humanidad, bien que me he encargado yo
de que lo sepan, solo me ha faltado decirlo por la megafonía del instituto, no
lo vas a saber tú… Y cuando te digo esto te ríes, pero es la verdad más
absoluta que existe. No me lo creo ni yo. Pero así es. Aunque también sé que el
mérito no es solo mío.
Ha sido muy fácil estudiar contigo.
Compartir las clases, los apuntes, la vida en el instituto. Los madrugones y
los agobios. Cualquier cosa te hace reír, y con tus risas aplastas mi
pesimismo. Siempre ahí. Gracias a ti intento ver las cosas desde el otro lado,
el lado en el que siempre salen bien. Sobre mi cabeza siempre amenaza tormenta,
mientras sobre la tuya brilla un sol enorme que me calienta. Y eso hace que me
sienta capaz, que me lo crea, que no solo voy a aprobar sino además lo haré con
nota. Déjate de palabras mágicas como “mierda”. Somos mujeres ¿no? así que con
un par de ovarios. Como hemos dicho tantas veces antes de entrar al examen. Y
lo mejor de todo, es que luego me salía que te cagas de bien, de lujo. Qué
pasada.
Ha sido muy fácil estudiar contigo. Ha
sido muy fácil subrayar, hacer los resúmenes, intentar comprender, y hasta
memorizar. Ha sido muy fácil aprender compartiendo el sueño y las coca colas.
Los bostezos se mezclaban con tus bromas, y esa forma extraña que tienes de
buscar asociaciones donde no las hay para hacer que en el examen nos
acordáramos… ¿No te das cuenta? Este curso voy a sacar las mejores notas de mi
vida. Tu fuerza ha hecho posible este milagro, como ya predijo Newton hace
muchísimos años. Que no sé que hacía este hombre mirando manzanas si hubiera
ganado un pastón prediciendo el futuro...
Es cierto, aunque disimule, se ve que me
estoy poniendo moña, hoy no hago más que decirte moñadas. Y si se las oyéramos
a otra, inmediatamente las dos nos meteríamos los dedos en la boca y doblado el
cuerpo y entre risas, simularíamos que esto es de vomitar de bien ridículo que
parece todo lo que estoy diciendo. Lo sé. Claro que lo sé. Nunca había dicho
tanto, hoy tengo incontinencia verbal. Y he dormido poco. Y sí, tengo muy
frescos todos los temas del último examen, el de física. Física ¿No lo ves?
Todo coincide... Y es cierto también, viene el verano, y nos iremos de
vacaciones cada una por su lado, y te echaré de menos. Sí, todo eso es cierto,
tan cierto como cada uno de los principios matemáticos de la filosofía natural.
Y como más cierto aún es, que ellos cuentan nuestra historia. Esta historia que
ya no sé si es de amistad o de qué es.
Y déjame que te
hable ahora de la tercera ley de Newton, también
conocida como Principio de acción y reacción. Si un cuerpo A ejerce
una acción sobre otro cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual y de
sentido contrario.
Tú me has empujado a estudiar, a aprender,
a sentirme mejor conmigo misma. Con tu compañía, con nuestra amistad. Pero
nadie me advirtió lo que iba a pasar también. Lo pronto que me iba a
acostumbrar a tí y a tus risas. Lo mucho que iba a disfrutar con ellas. Tanto,
que no puedo evitar pensar desde donde me llegan. Desde tu piel, desde tu boca.
¿No ves lo que intento explicarte desde
hace ya rato? Esta noche, la primera que después de muchos meses estudiando
juntas, no estas aquí, te echo mucho de menos. Me faltan tus risas, claro. Pero
también, y lo que es peor, me falta tu olor, el roce de tu piel pegada a la mía
mientras me corregías los problemas de física, tu calor, tu boca cerca de mí.
¿No entiendes aún lo que trato de decirte?
Me duele que no estés aquí. Pero me duele físicamente. Me duele dentro de la
nariz, en las yemas de los dedos, en la superficie de toda mi piel. Me dueles
en los labios y en la lengua, en la boca del estómago y entre las piernas. Y no
lo soporto, no aguanto que se hayan acabado ya los exámenes y las clases y que
tú no estés. Que cada vez vayamos a estar menos tiempo juntas.
Porque si yo fuera alguno de esos tíos de
clase que babean tras tu paso, tras tu dulce y alegre paso... mientras pienso
en ti, me haría “Carolinas”. Una, dos, tres, cientos, miles... No tendría más
que imaginarte para, entre las sabanas, comenzar el ritual. Imaginarte sin
camiseta, en sujetador, tu piel húmeda brillando de sudor, y sentir como, sin
querer y sin remedio, llega hasta mí a oleadas tu perfume… Imaginarte a mi
lado, al lado de tu amiga, estudiando. Tú alegre. Tú confiada. Y yo salivando
como el perro de Pavlov.
¿Qué me ha pasado Carolina? ¿Qué me está
pasando? ¿Qué mierda es ésta que siento? Que no entiendo, que me aturde, que
palpita dentro de mí, que hierve. Y no sé cómo dominar.
Tantas veces hemos hablado de tíos. De
cuánto nos gustaban. De lo que sentíamos. De hasta dónde llegábamos con ellos.
Hasta donde querríamos llegar. Y me doy cuenta que ya no podría hacerlo. No
podría escucharte tan tranquila, mientras me hablas del cachas de gimnasia o
del gilipollas del Dani, el de cuarto de bachiller. No quiero oírte más. No
podría hacerlo.
Tampoco puedo contarle esto a nadie. No sé
que hacer con esto que siento que me puede, pero no puede ser. Tía que mi
abuela diría que soy “libiana”... Ya te he dicho antes que te hablaría de
ella... Este curso voy a sacar las mejores notas de mi vida, este curso que mi
vida se ha vuelto un caos y un asco.
Y por eso, por todo eso, déjame que vuelva
a la tercera ley de Newton. Principio de acción y reacción. Déjame que
te cuente cuánto tenemos nosotras que ver con ella. Si un cuerpo A ejerce una acción sobre otro cuerpo B, éste realiza sobre
A otra acción igual y de sentido contrario.
Cuando queremos dar un salto hacia arriba,
empujamos el suelo para impulsarnos. Cuando estamos en una piscina y empujamos
a alguien, nosotros también nos movemos en sentido contrario, aunque esa
persona no nos empuje a nosotros. Cuando tu cuerpo A ejerce esa acción que he
intentado explicarte sobre mi indefenso cuerpo B, mi frágil cuerpo B ejerce
sobre el tuyo otra acción igual pero de sentido contrario. Tu cuerpo reacciona
sobre el mío, y yo tengo que separarme de ti. Distanciarme. Y no lo digo yo. Lo
dice la tercera ley de la dinámica de Newton.
Creo que por ahora es lo mejor. Y no solo
lo creo, sino que sé que es lo peor. Porque quizás no te estés dando cuenta,
pero además de ofrecerte mi confianza, te estoy ofreciendo mi miedo. Y eso es
lo peor. Mi miedo. Que me puede y no sé qué hacer con él. Porque ya no seré
capaz de ser tu amiga. Porque ya no es como debe ser una amistad: Dos rectas,
contenidas en un plano, que van en la misma dirección, dos rectas que no se
cortan y cuyas parejas de puntos más próximos de ellas siempre guardan la misma
distancia. Yo ya no soy ni recta, ni contenida, ni estoy segura de poder
guardar las distancias. ¿No lo ves? Creo que por mi parte esto ya no es solo
una amistad.
Carolina. Mi Carolina. Mi alegre amiga.
Por eso yo tenía que hablarte de la leyes de la dinámica. Tenía que hablarte de
Newton. Y de por qué giran los planetas alrededor del sol. Porque el objeto más
liviano está en órbita alrededor del más pesado, y el sol es el más pesado. Soy
yo quién está girando a tu alrededor, soy yo la “libiana” y tú el sol, Carolina,
aunque no lo sepas.
©Rocío Díaz Gómez