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martes, 8 de agosto de 2023

"Piscinas vacías" de Laura Ferrero. Reseña Literaria

 



El 25 de octubre de 2021 yo os contaba que tenía ya otro libro de Laura Ferrero en casa para devorarlo. Lo contaba en la reseña que había escrito de otro libro de relatos "La gente no existe". Lo contaba porque me había encantado. 

Con aquel libro descubrí a esta autora, y me declaré incondicional. Como se le había contado de pasada a uno de mis hermanos, Alberto, charlando de las lecturas con que andábamos entonces, él se ocupó en mi cumpleaños de regalarme otro libro de Laura Ferrero "Piscinas vacías", otro de relatos. Y me gustó mucho, claro. Y lo dejé en la mesilla, preparado para ponerme con él en cuánto terminara el que estaba leyendo por entonces.

Pero mi mesilla me hace la competencia, ahora lo sé, a ese mueblecito aparentemente anodino le gusta leer tanto o más que a mí, y juro que no sé cómo lo hace, pero consigue quedarse con libros que estoy deseando atacar, consigue atrasar el que yo me abalance sobre ellos para devorarlos. Y va formando, la muy ladina, en silencio, torres donde se van posando libros en perfecta verticalidad que me apetecen mucho, y a veces hasta es tan alta la torre que me va sustrayendo que ya ni recuerdo cuales son los que están más abajo. 

Eso me había pasado con "Piscinas vacías" de Laura Ferrero. 

Termino este primer libro de la autora con la misma sensación con la que terminé los dos que ya me había leído de su autoría y que son posteriores. El que os comentaba también de relatos "La gente no existe" y la novela que os reseñé hace poco "Los astronautas". Esa sensación de sentir que me atrapa su forma de narrar. 

Es un libro que he leído volando, apenas tiene unas 200 páginas. En esa ocasión se trata de una colección de 26 relatos variados, siempre de relaciones interpersonales, entre parejas, entre familias, entre compañeros de trabajo... Unas veces son más felices que otras, pero siempre tienen ese aire de cotidianeidad y cierta nostalgia que a mí tanto me gusta. Son conmovedores por profundos, por cercanos. Los protagonistas podrían ser los que van a tu lado en el metro, los compañeros de trabajo, tus vecinos, incluso tú. 

No suelo yo leer libros de relatos, y eso que los escribo, pero disfruto mucho de los de esta autora. Son sentimentales, pero desde luego no son cursis ni facilones, están llenos de sutilezas y matices. Muy, muy sutiles. Por supuesto, entre tantos, unos me gustan más que otros, pero de todos puedo extraer algo positivo y aprendo con ellos cómo contar. Quizá se le pueda poner la pega de que son tantos que pueden algunos resultar parecidos, de hecho hasta he pensado que si quitáramos tres o cuatro de la parte central del libro, que también son los que menos me han llenado, no pasaría nada. No lo sé, aunque no es que no me hayan gustado, sino que algunos del principio o del final me han gustado bastante más como por ejemplo los de Sofía, Prostitución, Puentes, El Serengueti, Ecuaciones o el que da nombre al libro, el de Piscinas vacías. Y al final tenemos esa manía de comparar... 

En cualquier caso, va variando el narrador, la persona que los cuenta, unos están escritos en primera persona, otros en tercera e incluso en segunda. Eso le da variedad a la hora de ir leyendo uno detrás de otro. Son además cortos, también eso agiliza y crea fluidez en la lectura. 

Unos compañeros de trabajo, ambos casados, que se enamoran. Una carta de amor a una niña que no va a conocer. Un hombre y una mujer que se despiden en una esquina. Un hombre casado que rememora una historia de amor que dejó pasar. Una niña que tira los juguetes a una piscina vacía, uno de los relatos más tristes. El zumbido de una televisión de madrugada, una tarta de cumpleaños, la lluvia, una tostadora, la excusa perfecta en forma de objeto, de sonido, de lo que sea para apoyarse sobre ella y montar entero el cuento. El virtuosismo en la forma de estructurar una narración corta. 

En fin... Que tengo que seguir leyendo a Laura Ferrero. 


sábado, 14 de enero de 2012

"La sirena en la red" un relato de Carmen Marina Rodríguez Santana



Como es fin de semana y todos tenemos más tiempo para leer, hoy os quería dejar un relato.

Se titula "La sirena en la red" y su autora es Carmen Marina Rodríguez Santana. Ella y yo hemos coincidido como finalistas hace un par de meses en un certamen de relatos "I Premio de Relatos LGTB Corralejo". A partir de ahí y gracias a un comentario suyo muy amable que me dejó en este blog seguimos en contacto. 

Carmen Marina Rodríguez vive en Tenerife, aunque tuvo una niñez viajera durante la cual, aunque nunca lo supimos, coincidimos en el espacio y en el tiempo en Madrid. Otra coincidencia. También escribe relatos y ha recibido varios premios con ellos en los últimos años en diversos certámenes. 

Bueno pues aquí os dejo con sus palabras. A mí me gustó mucho su relato, me pareció fresco,original, tierno... Espero que a vosotros también os guste.

La sirena en la red

Carmen Marina Rodríguez Santana (Tenerife)
Finalista del I Premio de Relatos LGTB "Corralejo"


Una tarde mi hermana Juani llegó a casa con una bolsa tamaño contenedor bien repleta con la que casi no podía y la dejó caer en el rellano de la entrada.

- Corre, dile a Mamá que venga. He recogido todas mis sonrisas y carcajadas en esta bolsa y quiero que ella las guarde en el trastero o las tire a la basura. Yo ya no las quiero.

Yo salí corriendo a buscar a Mamá que estaba en la azotea tendiendo con una pinza en la mano y otra en la boca.

- ¡Mami, ven! Juani ha llegado del Instituto, ha traído una bolsa con todas sus sonrisas y carcajadas, las ha tirado al suelo y dice que ya no las quiere.

- ¿Qué habrá pasado ahora? ¡Qué rara está esta niña! – Mascullaba Mamá mientras cerraba con llave la puerta de la azotea.

Al entrar en el piso observamos que un reguero de bocas con dientes unas, sin dientes y con lenguas otras, con carcajadas escandalosas las de más allá, con sonrisas silenciosas las de más acá, algunas hasta con ataques de hipo y todas rezumando saliva habían invadido la entrada dejando un reguero que llegaba hasta la puerta del ascensor y caía, en un goteo acompasado, sobre el pasamanos del piso de abajo y los tiestos de portería.

 - ¡Juaniiiiiiiiiii! ¡Ven aquí ahora mismo! – Gritó Mamá montando en cólera.

Muy pronto tocaron al timbre todas las Juanis habidas en dos kilómetros a la redonda. Todas, excepto mi hermana. Y a cada una mi madre les daba puerta con un:

- No, a ti no es – o un - No, tú no eres...
 ...


 Os apetece seguir leyendo ¿Verdad? Pues como es un poco largo para una entrada del blog, aquí os dejo con el vínculo donde está entero, esperandoos... Merece la pena desde luego.

http://globedia.com/la-sirena-en-la-red

sábado, 31 de julio de 2010

Sergi Pamies.- "Sangre de nuestra sangre"




Sergi Pámies.

Sí. Es él. El escritor que ha escrito este relato que os dejo, y que forma parte, entre otros relatos, del libro "Si te comes un limón sin hacer muecas" de la editorial Anagrama.

A mí cuando lo leí por primera vez me produjo hasta un escalofrío. Además de impotencia, rabia, ganas de coger a estos padres de las solapas y decirles ¿Pero qué hacéis? y a la hija ya ni os cuenta ganas de que... Pero no quiero deciros más. Por favor, si tenéis tiempo, leerlo. 

Sobre todo si sois padres... Y si no también.


SANGRE DE NUESTRA SANGRE

Después de muchos años sin fumar, el padre enciende un cigarrillo. Lo dejó cuando nació su hija y, desde entonces, ha estado demasiado ocupado para echarlo de menos. El humo le abrasa los pulmones con una niebla áspera que, en lugar de combatir, él reactiva con caladas compulsivas. Hace un rato, su hija le ha explicado las razones de tanto tiempo de silencio, mal humor, problemas, insomnio y discusiones: no soporta ser la única chica del instituto con padres no separados y les ha pedido, por favor, que se separen. "Quiero ser normal" les ha dicho poco antes de salir de la habitación con lágrimas en los ojos.

El padre y la madre no dan crédito a lo que acaba de ocurrir. Sentados en el sofá, y pese a que ya ha transcurrido un cuardo de hora desde que su hija se ha marchado, siguen sin reaccionar. Sus pensamientos respectivos se han unido a través de un silencio que contiene los recuerdos que la memoria común les permite compartir. Ninguno de los dos quiso delegar en el otro la misión de educarla y le hicieron frente con una firmeza y un entusiasmo del que todavía se sienten orgullos. De la infancia de la niña sólo recuerdan cosas buenas. Una hija única y con salud en una familia emocionalmente estable y económicamente situada era la combinación perfecta para no fracasar.

Tanto el padre como la madre pertenecen a la generación que aprendió a proyectar este tipo de cosas, con una previsión que tuvo en cuenta los días fértiles y una fecha de nacimiento adecuada para, una vez agotado el permiso por maternidad, empalmar con las vacaciones. Nada interrumpió un crecimiento convencional, con las incidencias previstas por los pediatras y ningún episodio de alarma o accidente. Previsores como eran, no se dejaron sorprender por el anunciado distanciamiento posparto de la pareja. Fueron capaces de reservar el tiempo necesario para no aburrirse y no renunciaron al sexo ni a las aficiones, ni a las salidas con los amigos.

La niña lo vivía con una colección de sonrisas inmortalizadas en veintitrés cints de vídeos y diecisiete álbumes de fotografías. Ni la guardería ni los primeros años de escuela fueron conflictivos. Aunque no lo decían en voz alta, compadecían a los padres con hijos psicológicamente problemáticos o con retrasos académicos. Precisamente por eso, estuvieron muy atentos a la hora de evitar los excesos de protección y lo resolvieron con frecuentes visitas a casa de los primos y un trato continuado con los vecinos y compañeros de escuela. Con semejantes precedentes, nada hacía presagiar los dos últimos años que les ha tocado vivir.

La pilosidad en las axilas y en el pubis, cuando la niña tenía diez años, les hizo temer una precocidad aguda. De entrada, incluso llegaron a considerarlo una virtud. Ahora, en cambio, si pudieran articular palabra, tendrían que admitir que, ante la evidencia de una adolescencia prematura, reaccionaron como debían. Consultaron con el médico, que, como siempre, les dijo: "Tranquilos". Igual que otras veces, observaron el fenómero sin obsesionarse, como el síntoma de otras transformaciones inminentes. Las hubo, y muchas: la niña empezó a oler de otra forma, le salieron granos en la cara y, en poco tiempo, cambió de amigos y de vestuario.

Ninguno de los dos sabría decir en qué momento dejó de ser la niña y les provocó el dilema de si debían continuar llamándola así o por la versión abreviada de su nombre. Delante de ella, resultaba imposible llamarla niña, porque eso agravaba sus cambios de humor, cada vez más frencuentes. El padre no se conformó con lo que la madre repetía como una oración: paciencia, atención y amor. Él era paciente, le dedicaba toda la atención del mundo y la quería como nunca había querido a nadie, pero no soportaba no entender nada de la actitud de su hija. Habló con tutores, con profesores, con el director del instituto, que lo remitió a un especialista. La conversación, que tuvo lugar en un consultorio tétrico, resultó enriquecedora. La mutación de la niña, afirmó el especialista, era pefectamente lógica y estaba documentada por una experiencia ancestral y toda clase de diagnósticos y estudios científicos. Así pues ningun motivo para preocuparse.

El padre no se quedó tranquilo. En casa, la niña era cada vez más insolente, de una rebeldía arbitraria, a menudo estúpida, y cualquier intento de castigo o de diálogo resultaba simétricamente estéril. A través de un sociao de su empresa, contactó con un reputado neurólogo que le dio una conferencia sobre los últimos avances en materia de evolución mental de los adolescentes. Mientras el especialista hablaba, el padre tenía la impresión de que cada palabra, cada precisión avalada por la investigación, le alejaba más de su hija. El neurólogo le habló de saturación hormonal, de vulnerabilidad, de efervescencia, de evolución de los lóbrulos y de un combate entre dopamina y melatonina, estrógenos y testosterona.

"Es la pubertad", decían otros padres, y se encogían de hombros, como si, con un grado de inmadurez que los sacaba de quicio, dieran la batalla por perdida. Ellos, en cambio, perseveraron. Cuando convenía dar un paso atrás lo daban. Cuando convenía marcarla más de cerca, la marcaban. Al padre le dolía tener que admitir que había fracasado en una primera fase. Mejor dicho: estaba dispuesto a admitir la posibilidad del fracaso siempre y cuando tuviera una explicación. Ni la tensión de los peores momentos les desunió. Juntos como en el momento de concebirla y traerla al mundo, abortaron todas las tentaciones propias de esta fase de la existencia: el gusto por el riesgo, las malas compañías, la espiral de la droga, la anorexia, la bulimia, la huida sectaria.

En este largo proceso también tuvieron que ceder en algunas cosas, pero se trataba de cesiones irrelevantes: la decoración de su cuarto, un curso de ingles en Irlanda o un piercing, largamente negociado hasta lograr que no fuera ni en la boca ni en el ombligo. No podían prever que, después de tantos esfuerzos, el problema fuera que nunca habían pensado en separarse. Ahora tienen la mirada fija en la nube de humo que, procedente de los pulmones y de los cigarrillos del padre, ocupa la habitación. Sin decírselo, son conscientes de que ya no les quedan fuerzas. Se quieren. Tanto que ya no les hace falta decírselo. Por eso, cuand el padre termina el último cigarrillo del paquete, se levanta y se abrazan, todavía sin decir nada. "Hoy empezaré a buscar un piso para mí y hablaré con el abogado para inicie los trámites", dice él finalmente. Y ella, conmovida, le dice "Voy a llamar a la niña para darle la noticia. Se va a poner muy contenta".

Sergi Pamies