"La vivienda en la que pasó la mayor parte de sus últimos 18 años. Hecha
de raíz para las necesidades de dos familias, la Saramago-Del Río a un
lado, al otro la Pérez-Fígares-Del Río, cómplices en el proyecto arquitectónico
y en la vida. Así, cruzado el portón de entrada, un pequeño patio da
acceso a las dos viviendas y a las zonas comunes. Enfrente está la
puerta de la casa de José Saramago."
Y esta manía de ver las casas de los escritores.
Esta necesidad de conocer y arrastrar a mis compiches a esas aventuras literarias.
Ese buen sabor que nos dejó la blanca casa de José Saramago en Tías (Lanzarote), se notaba que era una casa vivida. Vivida por un escritor con mayúsculas, y contada para los que queremos visitarla.
Nunca olvidaremos aquella foto en la que Saramago y su pareja Pilar del Río caminaban por el volcán del Cuervo, que nos inspiró aquella visita a ese volcán con nombre: colarnos dentro de su crater mientras el atardecer recortaba su perfil a trasluz. Cómo olvidar a aquel "chico" con un pañuelo en la frente, que nos hizo un dibujo en la tierra con un palito para explicarnos cómo llegar. Aquel a quién no pedimos su teléfono... ¡me cachis!
Nunca olvidaremos aquel reloj de la entrada, aquellos relojes con la misma hora, siempre las cuatro, esa hora en la que Saramago conoció a Pilar.
Nunca olvidaremos que el escritor se volvió a acostar a media mañana para descansar y ya nunca se levantó. La muerte le llegó sin dolor, sin estrépito, plácida.
No olvidaremos a aquella chica que se mudó hasta Lanzarote desde Barcelona para contárnoslo, ni a aquellos compañeros de visita.
No olvidaremos el olivo que se trajo Saramago entre las piernas diminuto y que crece fuerte a la entrada de la casa. Ni el riquísimo café portugués al que nos invitaron sentados al sol y cuyo aroma nos envolvía camino del jardín.
Qué buen sabor nos dejó la casa de José Saramago en Tías (Lanzarote).
Qué bueno.
"Algunos objetos, un reloj con la hora que el escritor decidió que
deberían registrar los relojes de la casa y que él mismo dejó marcada:
las cuatro de la tarde, la hora en que conoció a su compañera, Pilar del
Río Sánchez."
"En esta habitación, se instaló hace 18 años. Aquí se puso a escribir las primeras líneas de Ensayo sobre la ceguera, inaugurando así un periodo creativo fecundo, activo, sin huecos ni horas muertas, porque “el tiempo aprieta”, dejó dicho."
"Lo demás que contiene la habitación es la cotidianidad de una casa:
recuerdos, libros de poesía en el estante móvil que hay junto al sillón
de lectura, el de descanso (6) —en el que tantas horas pasó durante sus
últimos meses y donde tantas veces escribió su blog—,
los libros que Saramago tenía sobre la mesa cuando le llegó la muerte,
la pasión de leer nunca abandonada, de convivir con los suyos, las fotos
que son vida, imágenes captadas por cámaras ajenas, el presente, el
pasado, estar, haber estado, seguir estando."
"En este cuarto murió José Saramago el 18 de junio de 2010. Eran las once y
media de la mañana de un día que se presentaba normal. Desayunó y quiso
descansar un poco. A las diez y media tenía una cita en el médico. No
tuvo que ir. A esa hora, sin agonía, sin dolores, sin lamentos, ni
llantos, con la misma naturalidad con que había vivido, trabajado y
amado, con la sencillez con que había sido, cerró los ojos y dejó que la
vida se le fuera yendo, o él se fue yendo de la vida, rodeado, querido,
oyendo decir su nombre como el mejor elogio, la mejor declaración.
José. José. José. Está todo bien."
"En los pueblos antiguos la cocina era un lugar de encuentro y
convivencia. Así lo quiso Saramago: otra estancia de la casa abierta a
amigos, lugar de conversación, trabajo, cenas y largas sobremesas… Amigos de distintos continentes que han consumido horas de conversación y de intercambio de ideas, de risas y de solidaridad.Por
esta cocina han pasado personalidades imprescindibles de la cultura
contemporánea, desde Bernardo Bertolucci a Susan Sontag, pasando por
Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, José Luis Sampedro, Carlos Reis, Eduardo
Galeano, Marisa Paredes, Álvaro Siza Vieira, Ángeles Mastretta y Pedro
Almodóvar, entre otros. Políticos como Mário Soares, José Luis Rodríguez
Zapatero, Santiago Carrillo o Carme Chacón; jueces como Baltasar Garzón
o Martín Pallín; amigos de distintos continentes que han consumido
horas de conversación y de intercambio de ideas, de risas y de
solidaridad. Sobre esta mesa Sebastião Salgado desplegó
las fotos del trabajo en el mundo, y nada más verlas Saramago dijo que
escribiría el texto que Salgado le solicitaba, aunque, decía Saramago,
las fotos lo contaban todo...(...) y el mundo entrando por los periódicos y el mar."
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