No lo pude evitar. Vi los dibujitos de las puertas y no tuve más remedio que traérmelos a mi blog porque provocaron una sonrisa en mí nada más descubrirlos. Ocurrió en Moguer.
La vida misma.
También me hicieron gracia los dibujitos de debajo de éstos párrafos. Esta vez fue en Conil.
Unos pececitos para una villa marinera, nada más adecuado.
Seguiremos con los ojos bien abiertos.