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lunes, 17 de agosto de 2020

De las veletas y Madrid

Chipiona (Cádiz)


En Madrid no hay veletas.

O quizá debería decir que en Madrid apenas hay veletas.

Porque gente inconstante y voluble la hay en todas partes.

Pero veletas, VELETAS con mayúscula, veletas a cual más vistosa, que uno divisa entre las cigueñas y en lo más alto, esas a las que mueve el viento y nos señala para donde sopla, invitándonos a ir hacia allí con los ojos cerrados... De esas, me temo que apenas vemos. 

Aquí en los altos, hay palomas que nos ensucian las calles, y de un tiempo a esta parte, también urracas. Gorriones, cada vez menos. Pero sobre todo, hay antenas, eso sí. Tenemos las azoteas crucificadas de antenas plateadas. 

Y si hablamos de quién nos invita a ir a hacia algún lado, aquí solo hay semáforos que nos permiten o no, pasar. Lo de invitar... no se lo diría yo así de suave, más bien te obligan. Y pobre de ti, si te atreves a obedecerles con los ojos cerrados. No se lo aconsejo. Que aquí tenemos impaciencia y prisas, tenemos horarios y poco tiempo. Eso sin contar con que normalmente miramos al frente o al suelo, pero a lo alto... a lo alto no mucho, la verdad.

No señor, no, aquí en Madrid no hay veletas.

Ya nos gustaría.




Jerez (Cádiz)

Jerez (Cádiz)

Jerez (Cádiz)

El Puerto de Santa María (Cádiz)

#veleta
#Cádiz
#Madrid

viernes, 14 de agosto de 2020

Faro de Chipiona. Álbumes de faros


De niños, en vez de coleccionar álbumes de cromos, coleccionaban álbumes de faros.

En aquella casa no estaba "El porqué de las cosas" de Bimbo, el "Vida y color" o cualquiera de aquellos atestados de caras sonrientes de futbolistas y titulados "Campeonatos de la liga 1970 y tantos" que se repetían en todas las casas. 
En aquella, quién sabe por qué, solo había un tesoro perfectamente ordenado. Un tesoro de álbumes artesanales hechos de cartulinas negras e ilustraciones pintadas con rotuladores de colores, marca Carioca.

El mayor se dedicaba a investigar bibliotecas y libros donde documentarse sobre cada uno de ellos. El mediano, el de mejor memoria, con solo leerlos una vez se los aprendía hasta desgranarlos en pequeñas notas que copiaba al lado de las imágenes con su letra apretada. La niña, la más cuidadosa, confeccionaba con cartulinas negras, y dibujos calcados con el papel de seda de los patrones de su madre, las ilustraciones de cada uno de ellos. Y el pequeño, el más rubio y nervioso, los repasaba por si se les había olvidado algo, pasando las páginas con su mano derecha, mientras con la izquierda sostenía el bocadillo de pan con chocolate. 

Eran un equipo perfectamente sincronizado.
Un equipo que atesoraba faros.

Aquella tarde tocaba el faro de Chipiona. 

El más alto de España. 
El que había sustituido a otro viejo faro de tiempos de los romanos.
El que se construyó para orientar a los barcos que querían ascender por la desembocadura del Guadalquivir. 
El que también, solo unos pocos privilegiados lo eran, se utilizaba para guiar a los aviones.

El faro de Chipiona, el construído con roca ostionera, el que se erguía altivo sobre las sombrillas de colores y los corrales de pesca, fue el ejemplar elegido para iluminar también, aquella tarde, en casa de los cuatro hermanos.









#Faros
#Cádiz
#Chipiona