El último día todas las nubes del mundo vinieron a despedirse.
El sol comenzaba a calentar la ciudad y ya no dejaría de hacerlo cada día un poco más, otro poco, aún más, a sabiendas de cuánto necesitaría su compañía, su luz, su alegría.
En silencio, entre caja y caja, me fui despidiendo de cada azotea, cada fachada y cada lejana montaña que descubrí nevada en los últimos inviernos.
Incluso acerté a contar, otra vez, cada ventana donde imaginé una historia.
Y aunque, ya estaba añorando esa ciudad de las alturas, ese horizonte limpio, ese cielo infinito, dejaba lo que nunca fue mío.
Tomé en brazos la caja de cartón donde había metido mis flores y eché a andar, sin volver la vista atrás.
Pero, justo antes de entrar en el ascensor, musité un enorme "gracias".
Mayo 2024
Qué bonito escribes y qué bien cuentas lo que no está pasando. Cómo nos vamos de un edificio que siempre sentimos como nuestro y eterno pero qué nunca lo fue. Qué tristeza.
ResponderEliminarMuchas gracias Sonia. Un besazo grande
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