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jueves, 24 de noviembre de 2011

24 de noviembre. Microrrelato de Rocío Díaz



La línea que separa la niñez del resto de su vida es de color azul.  

De ese mismo tono de las prendas que nunca colorearán su armario, esas que nunca colgarán de sus hombros destiñendo su paso, ese azul glaciar que emborronó su principio y aborrece.   

Tenía ocho años y la certeza absoluta de que su vida nunca cambiaría. Si acaso se salpicaría de saltos breves y alegres, remolinos en la corriente placida de aquellos días, probarse mil vestidos de comunión o asistir emocionada desde el otro lado de la pantalla al tortazo que después de cientos de capítulos al fin le daba Laura Ingalls a Nely Olesson.  

Solo cuando en el colegio las monjas comenzaron a preguntarle por su familia comprendió que algo no iba bien, pero se acostumbró a disfrazar el escalofrío con el que la pregunta le encogía el alma con una sonrisa fugaz, dejando escapar un “bien, bien” educado y veloz que no diera lugar a más. Se iban colando sin avisar por una rendija de lo cotidiano, se iban haciendo hueco después en su pequeña vida, otros cambios que amenazaban los días, que su padre dejara de trabajar, que creciera el numero de medicamentos sobre la mesilla, que se multiplicaran las visitas de compañeros y amigos. ¿Por qué? Quería seguir viviendo en su limbo de niños felices, no quería enterarse, no quería pensar por nada del mundo en el final de esa película que no presentía feliz.  

Hasta que llegó el día que un inmenso vacío congeló el rumbo de su brújula infantil, se volvieron borrosas las coordenadas de su vida y el azul, el azul glacial, de un montón de telegramas que envió la muerte fue creciendo en un cajón de la cómoda de su madre, trazando definitivamente una gruesa línea de separación con lo que dejó de ser su niñez.

©Rocío Díaz Gómez

1 comentario:

  1. Emocionante. Creo que desde que tengo una niña pequeña hay ciertos miedos que se me enroscan por dentro de otra manera.
    Pero descuida, Rocío, ya sé que no pretendías ponerme triste...

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