Hoy, 24 de noviembre, le han dado el Cervantes a Ana María Matute. Qué buena elección.
Siempre recuerdo a "Olvidado Rey Gudú" como uno de esos libros que más me ha gustado leer. Por su magia, por sus personajes, por los sentimientos o la falta de sentimientos que cuenta.
Con ese personaje del Trasgo, habitante del subsuelo, borrachín y confidente de la Reina Ardid desde que ella es una niña y se conocen. Que intensa y dulce amistad durante años y años.
Os dejo aquí con un fragmento del libro:
" Así lo comprendió el Hechicero, pues hacía tiempo que había adivinado que Ardid poseía el precioso don. Aconsejó moderación al Trasgo, advirtiéndole cuán traidor era aquel vicio, pues antes de lo que creyera, habríase adueñado de él, contaminándole de la peor manera. "Toda felicidad o bien -añadió- es espada de dos filos". E igual que Ardid podía perder, al crecer, tan maravilloso don, el Trasgo podría perder su sustancia en el abuso del vino.
Desde aquel día, el Trasgo tendía la mano a Ardid desde su túnel, y ambos recorrían así los oscuros laberintos. La niña abría bien los ojos -que en la secreta oscuridad, lucían de forma que podían distinguirse las salpicaduras lunares-, y allí semejaban los dos criaturas de los ocultos ríos y los más hondos pasadizos.
-Nosotros, los habitantes del Subsuelo, hablamos el lenguaje Ningún -le contó un día el Trasgo-. Es el lenguaje tejido en el envés de las palabras. Sólo los humanos con gotas de luna en los ojos lo pueden descrifrar. Aunque nosotros, por supuesto, conocemos todas las lenguas de los humanos. ¡Son tan simples!.
De esta forma, por los ojos y por los oídos entraba en Ardid mucha sabiduría, y creía en conocimientos y en prodigiosa memoria.
Llenos de tierra y tiernas raicillas, con los cabellos enredados en la sombra de fresas aún no nacidas -hasta la próxima primavera-, regresaban tras estas correrías al Torreón. Allí les aguardaba el Hechicero, impaciente. Pese a su exiguo y desmadrado cuerpo, era demasiado corpulento para avanzar por aquellos laberintos, y aún lamentándolo, debía permanecer arriba. Luego interrogaba muy concienzudamente a la niña, para que le refieriese cuanto había visto. Y ésta se lo repetía con tal exactitud y precisión, que el anciano sentíase sumamente satisfecho, tanto de ser su Maestro como de la niña misma.
Fueron aquellos tiempos, verdaderos tiempos felices. Aunque ellos no lo supieran entonces. Sólo al cabo de años y años, los recordarían como una época muy hermosa, aunque ya imposible..."
Pág. 119 de Olvidado Rey Gudú
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