"Te dije: 
Nena, dame un beso / tú contestastes que no". El diálogo es parte de 
La fuerza del destino, canción escrita por Nacho Cano y grabada en 1989 por Mecano. Ahora, en un disco de 
homenaje
 a este grupo, Love of Lesbian e Iván Ferreiro han vuelto a grabar el 
tema cambiando ligeramente el original: lo que se ha cantado en la nueva
 versión ha sido "tú contestaste que no", quitando esa ese final que 
durante años había sido motivo de crítica lingüística.
Los
 entusiastas del grupo madrileño, admiradores de su melodías y de sus 
rimas imposibles (recordemos “No hay marcha en Nueva York / y los 
jamones son de York”), han despedido con algo de pena a ese contestastes
 que, pese a ser incorrecto en la norma lingüística del español, 
provocaba en ellos la empatía compasiva que siente un admirador hacia 
los errores de su ídolo.
Sin Mecano quererlo, esa forma contestastes era 
también un guiño lingüístico al propio título de la canción, un guiño 
que, en cambio, pocos han advertido. Sí, se trata de un error dentro de 
nuestra gramática, pero era casi una fuerza del destino que esa 
variación se diera.
Veamos: todos los tiempos verbales del español, cuando se 
conjugan en la forma tú, tienen una ese al final: los presentes 
(contestas, contestes), el futuro (contestarás) y los pasados 
(contestabas, has contestado, contestases)... todos, a excepción de un 
tiempo del pasado: el que llamamos técnicamente “pretérito indefinido” o
 “pretérito perfecto simple”.
En ese reino de eses finales, el pretérito tú contestaste 
es una rara isla sin ese final. Los hablantes tienden a ponerla. Tratan 
de crear regularidad donde no la ven.
Hay siempre una causa
No cambiamos las palabras por capricho y de manera 
anárquica. Muchas de las formas que calificamos como errores 
lingüísticos o como variantes no estándares han nacido profundamente 
motivadas; hay siempre una causa para ellas.
Igual que los personajes de animación aparecen a menudo 
divididos al tener que elegir entre los consejos de un angelito bueno y 
los de un angelito malo que conviven en su cabeza, los hablantes nos 
enfrentamos con dos fuerzas que nos atraen y ante las que tenemos que 
decidirnos. El destino de una palabra, o sea, la manera en que la vamos a
 terminar pronunciando, está determinado por esa doble fuerza.
La primera fuerza es la del origen, la de la etimología: 
esta fuerza tiene mucho peso, ya que, fundamentalmente, las palabras son
 lo que son y tienen los sonidos que tienen por su raíz, por cómo eran 
allá lejos y tiempo atrás, en época latina.
Cuando del pretérito perfecto latino tu cantavisti decimos tú cantaste
 estamos heredando la forma latina; sí, hemos evolucionado el sonido 
perdiendo algunos elementos, pero no hemos traicionado a la etimología, a
 lo que correspondía por nacimiento.
La otra fuerza que orienta la evolución de una palabra y 
que es contraria a la etimología se llama analogía. Es la tendencia por 
la que intentamos que una palabra se parezca a alguien que no es de su 
familia de nacimiento. Seguir esta fuerza implica apartarse de la 
etimología, alejarse del resultado esperable y arrimar la palabra a 
otros vocablos con los que tiene relaciones de semejanza.
Podemos querer, por ejemplo, que nuestra palabra establezca
 un parecido (una analogía) con su significado: cuando los hablantes 
convierten a la mandarina en mondarina están alejando a
 la fruta de su étimo (la referencia al origen asiático, mandarín de 
este alimento) y lo están acercando al verbo mondar. Mandarina y
 mondar no pertenecen a la misma familia etimológica, pero hay una 
indudable relación entre el hecho de pelar (mondar) y comerse este 
cítrico. La tentación era muy fuerte: mondarina es una forma incorrecta, sí, pero no es caprichosa.
Tampoco es azaroso el contestastes de Mecano: si 
ha surgido es porque los hablantes han buscado igualar a todos los 
verbos conjugados con tú bajo palabras que acaben en ese. En este caso, 
la forma etimológica (tú cantaste) es la que damos por correcta, pero 
ello no siempre ocurre. A menudo pasa lo contrario: los hablantes vemos 
en la analogía al angelito bueno y damos por correcta a la forma 
analógica.
Así ocurrió con la forma de segunda persona del plural, la de vosotros. Era en latín vos cantavistis, lo que dio etimológicamente vosotros cantastes.
 Hasta al menos 1550 nuestros antepasados decían “tú cantaste” y 
“vosotros cantastes”, sin i. Ambos eran los resultados etimológicos, 
esperables.
Pero cantastes convivía con una familia grande, 
mayor a la de su étimo: la de los pretéritos conjugados en la forma 
vosotros, todos ellos acabados en diptongo con i: cantáis, cantabais, 
cantaríais, habíais cantado. Cantastes, sin i, era una 
excepción en ese clan y los hablantes metieron ahí una vocal dando lugar
 a una forma mejor integrada en su grupo.
O sea, y para resumir: de fábrica, por etimología, teníamos tú contestaste y vosotros contestastes y por analogía hemos creado tú contestastes (a la que consideramos vulgar) y vosotros contestasteis (a la que consideramos correcta).
La conjugación analógica con vocal, contestasteis, se extendió en todo el mundo hispánico salvo en América, donde no se usa el pronombre vosotros sino ustedes. Y en las zonas americanas donde se siguió usando el pronombre vos, se continuó diciendo vos contestastes, con sentido de familiaridad y aplicándolo al singular, aunque incluso en esas áreas se prefiere hoy vos contestaste.
Particularmente en los verbos los hablantes abrazamos con 
denuedo a la analogía. Nos gusta darle la espalda a los étimos de los 
verbos y empujarlos a que se parezcan a gente que no es de su familia; 
al menos en las lenguas hijas del latín somos un poco obsesivos con eso,
 seguramente porque las conjugaciones son muy cerradas, funcionan como 
modelos (los lingüistas los llamamos paradigmas) y queremos ordenarlas y
 regularlas internamente.
No ha habido piedad, pues, para el viejo 
contestastes de Mecano. Los nostálgicos de esa ese pueden, con todo, lanzarse a escuchar las sevillanas 
Cántame interpretadas por María del Monte: “Yo iba de peregrina  y me 
*cogistes de la mano / me 
*preguntastes el nombre, me 
*subistes a caballo”. Mecano frente María del Monte representa, sin duda, otra doble fuerza del destino musical español.