Hoy termina la tanda de tertulias literarias Rascaman de este verano. La verdad es que cuando nos despedimos a principios de julio, dijimos que nos veríamos algún miércoles de agosto porque estar sin vernos hasta octubre era demasiado tiempo... Y así hicimos, nos juntamos el segundo miércoles, el 11 de agosto, como siempre en el Café Ruiz. Pero después del segundo miércoles, vino el tercero y el cuarto... total que nos hemos seguido reuniendo todos hasta hoy, 8 de septiembre, segundo miércoles de este mes, y ya definitivamente último del verano.Cinco miércoles al final y eso que pensábamos solo en uno.
Ya os he hablado otras veces de nuestra tertulia, muchas veces. Nos juntamos y leemos poemas y relatos nuestros y de otros. Y pensareis: "Que rollo ¿no?". Pues no, claro que no es un rollo, sobre todo porque disfrutamos muchísimo de todo eso, que si mejor porque no escribir esto así, o asá, o qué qué bien como me ha gustado... Pero además también conversamos sobre otros libros o películas, o exposiciones o en general cualquier acto cultural. Aprendemos mucho los unos de los otros. Y después plasmamos esos miércoles en lo que llamamos "cuaderno de bitácora" de la tertulia, un blog donde cada vez uno contamos cómo fue el miércoles anterior, para que los que no pudieron ir sepan de que se habló, y para dejar constancia de las recomendaciones literarias o culturales que hicimos ese día. Y bueno... porque qué van a hacer unos locos por las palabras que gustan de escribir y contar, pues eso empezar por contar, lo que han vivido juntos.
Hoy, me da un poco de pena que ya se acaben los miércoles de tertulia hasta octubre. Después siempre los echo de menos... Pero claro ¿habrá que irse de vacaciones no? Como dice un amigo mío habrá que empaparse de experiencias para luego poder contarlas.
Bueno pues aquí os la copio, se titula "Bitácora de un miércoles enladrillado de principios de septiembre" y dice así:
Al niño Javier nunca le operaron de anginas, y eso que todos los inviernos padecía lo suyo de la garganta. La niña Rocío, en cambio, aún se acuerda de aquella lejana masacre infantil, de cómo les decían “vamos a jugar a los vaqueros y a los indios”, de cómo a su hermano y a ella los ataron a aquellas sillas con promesas de helados y zumos de naranja que luego dolió tanto tragar. El niño David aún se acuerda de ir corriendo y espantado a decirle a su fumadora madre cómo había oído que los que fumaban se morían, aún escucha cómo su madre contestó: “Si morirnos nos vamos a morir todos…”
Hubo un momento que llegó a aquellas tres vidas el dolor y la muerte, la verdad y la realidad. “Cuando cuentas cuentos nunca cuentas cuantos cuentos cuentas…” ¿Qué tenían aquellos filetes de hígado que comían día sí, día también? ¿Qué componente extraño además de calcio guardaban aquellas enormes botellas blancas para que años después, muchos años después pudieran disfrutar tanto de la literatura y las conversaciones juntos? ¿Que quedaba de aquellos tres niños, que aún palpitaban, esa tarde gris de primeros de septiembre que los reunió? Tres tristes tigres comen trigo en un trigal.
“Javierito” nos clavó un clavito y nos dejó balanceando de un largo poema titulado El coleccionista:
Tomé mis precauciones.
Conservar la pieza
era más importante que la captura.
Desestimé las armas de fuego y toda arma blanca
cuyo filo pudiera lastimar
la fragilidad de su carne.
¿Al niño Javier siempre le gustó la poesía? A todos les gustó siempre leer, pero escribir ¿Desde cuando? Ahora devoran libros de y sobre Ángel González, de Lorenzo Silva y Kirmen Uribe, de Luis García Montero y Rosa Huertas. Mientras comentan errores ortográficos en un libro sobre Miguel Hernández y su centenario. Mientras inventan una novela estación tras estación, o improvisan relatos que anudan al tiempo y a las contrariedades.
El cielo está enladrillado ¿Quién lo desenladrillará? Esa tarde un cielo gris comienza a deshacerse sobre Madrid y sus conversaciones. ¿A quién le importa? Al resguardo del Ruiz los niños se hacen preguntan de mayores: ¿Cuánto influyen nuestras decisiones en los demás? ¿Cuánto influye el azar? ¿Necesitamos estar en algún momento solos? ¿Somos egoístas por ello? “La vida siempre va por delante de mí y yo siempre tengo la impresión de ir detrás”. “¡Qué triste estás, Tristán, con tan tétrica trama teatral!”
Una cerveza, otra cerveza, y faltaba un pedazo de bizcocho en una tarde que ya era dulce de por sí: “Hasta la semana que viene no nos traen…”. “Tras tres tragos y otros tres, y otros tres tras los tres tragos, trago y trago son estragos, travesuras de entremés”. “Julio por favor nos traes dos cervezas más y unos vasos de agua… gracias” “Tenéis que ir a ver la película de Woody Allen porque claro a mi me apetecería que comentáramos muchas cosas…” “Yo una vez leí que para escribir sus películas Woody Allen cada vez que tenía una idea la apuntaba en un papelito y la tiraba a una cesta, y entonces cuando ya llegaba el momento de ponerse a hacer el guión volcaba la cesta y la construía con todos esos papelitos…” “¿Y por qué no comentamos la de “Madres e hijas” que la hemos visto los tres?” “Por cierto ¿A vosotros no os parece que los personajes de esa película son demasiado buenos?” “Y esa escena, la de… ¿no os parece que…?” “Hombreeee, a mí también me dejó muy sorprendida…” “A mí el que me gusta un montón es el personaje de la chica ciega, me parece un acierto…” “¿Y habéis visto “9 vidas”? es también de Rodrigo García, y también es así, varias historias que se cruzan…”
Una tarde de miércoles muchos años después se cruzarían las vidas de tres niños, la de aquel a quién nunca operaron de anginas pese a estar todos los inviernos quejoso de ellas, la de aquella niña que aún recuerda aquellos helados de premio que ya nunca le gustaron, y la de aquel niño moreno que un día supo que “morir, morir nos íbamos a morir todos…”. Un miércoles 1 de septiembre aquellos niños entrecruzaron sus recuerdos y su presente, e inventaron una tertulia que sobrevoló al margen de cuánto habían escrito y leído hasta aquel día, tomando tierra finalmente al abrigo de esta bitácora.
©Rocío Díaz Gómez