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lunes, 15 de marzo de 2010

Romper una canción de Benjamín Prado



“Fuimos a Praga a romper nuestra amistad. Estábamos tan seguros de que aquel viaje era un error que el día antes de salir, los dos tuvimos el teléfono en la mano para llamar al otro y decirle: “Mira, mejor lo dejamos ¿Vale? No es el momento adecuado, no va a funcionar y voy a decepcionarte”. Pero en esa ocasión hicimos más caso de mi epitafio que del suyo, y nos subimos a aquel avión que iba a la República Checa y quién sabe a qué más. Lo de los epitafios viene de lejos, como casi todo entre dos personas que se conocen desde hace casi treinta años y han hecho juntas cosas tan divertidas que la mitad de ellas no se pueden contar. El caso es que un anoche, cuando todo el mundo se había ido y nosotros nos habíamos quedado tomando la última copa solos, como tantas otras veces, discutíamos, vayan ustedes a saber por qué, cuál sería…”

Así comienza el libro “Romper una canción” de Benjamín Prado. Desde febrero tenía pendiente con vosotros un comentario un poco más extenso de este libro. Estoy viendo que me termino el que estoy leyendo ahora mismo y no lo he hecho.

Así que de hoy no pasa. ¿Cuántas veces tenemos que decirnos esto para arrancar con las cosas pendientes…?

“Romper una canción” es un libro sobre la amistad. Yo creo que ese sería el tema principal. Pero también es un cuaderno de viaje, de un viaje a Praga de 8 días. Supongo que ya todos habréis leído en mil sitios que Joaquín Sabina se encontraba en un estado de “felicidad doméstica” y así no había forma de escribir nada, entonces le propone a su amigo Benjamín Prado que acaba de tener una ruptura amorosa que se fueran juntos a escribir unas canciones aprovechando su desánimo. Y eso cuenta el libro la aventura de escribir un disco. Porque después de esos ocho días, continuaron escribiéndolo en Rota y en Madrid, y así hasta llegar a terminar algunas en el mismo estudio de grabación. Siete meses en total.

Por eso mismo el libro se divide en tres partes: Praga, Rota y Madrid. Y dentro de esas partes en los títulos de algunas canciones, según las compusieran en uno u otro lugar.

El narrador es Benjamín Prado, es autobiográfico, aunque siempre lo hace dirigiéndose a los lectores, haciéndoles de esta forma cómplices inmediatos de cuánto cuenta. Y aunque comienza de forma lineal, todo el libro está salpicado de anécdotas de antes y después que hace que en la historia se rompa muchas veces la unidad de tiempo, dando lugar a un relato entretenido, interesante, curioso. Al menos en los dos libros que yo he leído de Benjamín Prado “Mala gente que camina” y éste, el autor sabe cómo contar una historia de forma ágil, amena, de forma que te atrape sin remedio.

Por supuesto este libro es para seguidores de Joaquín Sabina o de Benjamín Prado. Porque ellos disfrutarán muchísimo con todas sus curiosidades. Sabina suele levantarse tarde, de mal humor y desayuna ostras, caviar y escargots. Tiene afición por las antigüedades y algunos días se levanta con tan pocas ganas que dice que tiene que “quedarse en talleres”, y no se puede hacer carrera de él.

Pero sobre todo a mí este libro me ha gustado por lo que encierra de creación literaria. He disfrutado con esas "peleas" que cuenta Prado que tienen los dos al escribir cada verso. “Ni uno ni el otro nos pasábamos una, pero siempre desde el respeto”. Prado utilizaba los “corralitos”, un círculo con una gallina dentro donde escribía las palabras que se le ocurrían a Joaquín y que a él no le gustaban. Sabina, en cambio, usaba el “no comprar”. Pero daba saltos de alegría gritando “Comprar, comprar” si le gustaba.

“Solían observarnos desde detrás de la barra, dándose codazos, soltando risitas y manteniéndose atentos a nuestros vasos, para rellenarlos en cuanto se vaciaban, cosa comprensible si tenemos en cuenta que cobraban las copas a tal precio que estoy seguro de que si solo nos hubiéramos bebido la mitad de las que nos bebimos, con la otra mitad podríamos haber comprado el hotel y montar en el sótano nuestra propia destilería. En cuanto a los codazos y las risitas, se debían a que, desde el primer instante en que nos vieron trabajar, estuvieron completamente seguros de que éramos una pareja gay. Pues, claro, ¿y qué iban a pensar? Imagínense que son ellos y que cada noche aparecen en su local dos tipos a quienes no conocen de nada, que se sientan en una mesa, sacan unos papeles y se ponen a discutir en un idioma extraño, hablando tan alto como si uno de ellos en lugar de esta allí estuviese en Polonia. De pronto, parece que se enfadan, uno tacha lo que ha escrito el otro en esos cuadernitos que llevan siempre en la mano, vayan donde vayan, y en los que a menudo hacen extraños dibujitos; otro se levanta, le monta un gesto airado con la mano a su compañero mientras le grita que no, que no y que no, se va y a los dos minutos regresa y vuelve a sentarse. A veces, incluso, da la sensación de que lloran. Y, de repente, gritan como si su barco estuviese entrando en un puerto y eso les hiciera muy felices, se levantan, se abrazan, se besan y hacen un extraño baile, al que llaman tregua y catala, (la danza de los famas de Julio Cortazar, según explica Benjamín Prado: “Los famas bailan tregua y catala delante de los cronopios y las esperanzas, que se sienten irritadas y los atacan…” Del cuento Costumbres de los famas incluido en el libro Historias de cronopios y de famas de Julio Cortazar, Punto de lectura 2007) y que consiste primero en levantar los brazos y moverlos con los puños cerrados igual que si levantaran unas pesas invisibles y después en ponerse en jarras y menear las caderas…”
Así durante las once canciones que escribieron juntos. El disco tiene tres más, alguna con Los Pereza y otra de Joaquín Sabina solo.

Este libro cuenta sobre todo eso, cómo escribían a cuatro manos, cómo tachaban y tachaban versos, como viajaban y reían mientras componían. Como son amigos pues salen otras personas conocidas de su círculo: Ángel González, Luis García Montero, Almudena Grandes, Antonio García de Diego, Pancho Varona, Fernando León de Aranoa… y sus mujeres, por supuesto. Subrayando repetidas veces que cada canción ha tenido cinco o seis versiones antes de la definitiva. Y eso es sobre todo lo que a mí más me ha gustado del libro, todo lo que tiene de taller literario, el poder ver cuánto Sabina trabaja cada canción, y de que modo tan literario lo hace.

Quizás parezca un libro comercial, un libro para vender Prado y para vender Sabina, que yo creo que ni falta que les hace, sobre todo al segundo, pero de paso también para hacer propaganda de todos los amigos y locales que frecuentan, como Los Diablos Azules, del que según se cuenta en el libro es socia la novia de Sabina. Quizás lo parezca y quizás lo sea. No digo yo que no. Pero más allá de esto, yo lo recomiendo, por supuesto a los seguidores de ambos artistas, pero también y sobre todo a cuántos lectores sean también escritores. A todos esos, que como yo, hemos leído y releído mil veces una frase y la hemos tachado y la hemos vuelto a escribir y reescribir, dándole mil vueltas hasta que nos sonaba más o menos bien, pidiéndole siempre un poquito más a la imaginación para que se luciera. Sobre todo puestos a recomendarlo, se lo recomiendo a éstos últimos, porque se van a sentir muy identificados con lo que aquí se cuenta.

Aquí, donde se cuenta cómo se escriben versos tan redondos como éste: "Si hay que pisar cristales que sean de Bohemia".
Vinagre y Rosas

La caja de las Letras del Instituto Cervantes


El otro día pude ver la caja de las Letras. Qué curioso lugar. Me gustó mucho poder entrar hasta allí y verlo.

Cuando el Instituto Cervantes se trasladó en otoño de 2006 a su nueva sede central, en la calle de Alcalá de Madrid esquina con la calle Barquillo, su director Cesar Antonio Molina, anunció cómo se utilizaría la cámara acorazada del antiguo banco, cuya maciza puerta circular de entrada no deja lugar a dudas de que lo que allí se guardara estaría a buen recaudo. Como dijo Molina cuando se inauguró, la caja fuerte, «uno de los elementos simbólicos del banco, es a partir de ahora el lugar que irá acumulando en el tiempo el saber de nuestra cultura, de nuestros escritores y artistas. Será una capilla, no del dinero, sino de la cultura».

La nueva sede del Instituto Cervantes ocupa el edificio originalmente sede del Banco Español del Río de la Plata, y más tarde del Banco Central. Es propiedad del Patrimonio del Estado y ofrece una fachada clásica flanqueada por cuatro cariátides que le han otorgado su nombre popular de Edificio de las Cariátides.

De este modo al acabar siendo sede del Instituto Cervantes, la peculiar caja de seguridad del banco, se convirtió en la Caja de las Letras, donde se custodian las 1800 cajas de seguridad donde se deposita el legado que deseen algunas figuras relevantes de la cultura hispánica. Se ha convertido así en un espacio en el que se custodia la cultura de España e Hispanoamérica. Cada autor decide qué guarda en su caja, y el tiempo que estará custodiado el legado en dicho lugar.

Francisco Ayala un mes antes de cumplir los 101 años (febrero de 2007), inauguró esa iniciativa del Instituto Cervantes, depositando bajo llave en la caja núm. 1.000 varios libros, ediciones facsímiles, textos dedicados y una carta manuscrita. Hay que esperar hasta el año 2057 para conocer ese legado.

Ana María Matute fue la primera escritora que participó en esta iniciativa en marzo de 2009. Ella depositó un ejemplar de la primera edición de “Olvidado Rey Gudú” (1996), una de sus más conocidas novelas y lo hizo en la caja núm. 1.526. Allí permanecerá custodiado hasta el 26 de julio de 2029. “¿Qué puedo dejar si no es un libro? La literatura es mi vida” dijo entonces la autora.

Otros autores habían depositado con anterioridad diversos escritos y documentos después de Ayala y antes de Ana María Matute: Los escritores Carlos Edmundo de Ory, Antonio Gamoneda, Juan Gelman; el pintor Antoni Tápies, la científica Margarita Salas, la bailarina Alicia Alonso, el director de cine Luis García Berlanga, los promotores del proyecto de promoción de la lectura Farenheit 451…
Si vosotros tuvierais que depositar algo en una de esas cajas de seguridad...
¿Qué dejaríais?
¿Qué legaríais a la cultura?

viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes


Hoy ha muerto Miguel Delibes (Valladolid, 17 de octubre de 1920 – Valladolid 12 de marzo de 2010).

Es necesario, obligatorio, dedicarle una entrada. Hoy Madrid es más gris sabiendo su pérdida.

Aunque Delibes ya era inmortal.

No voy a contaros aquí nada que podáis leer en un millón de artículos de periódicos o en Internet.

Solo deciros que nada más saberlo, he recordado el primer trabajo que yo hice en mi vida sobre un libro. “Las ratas”. Sí. De Miguel Delibes. Recuerdo todavía la portada de ese libro, de la editorial Destino, la sombra de unas piernas desde la rodilla y un perro. Por un momento me he visto de nuevo en el comedor de casa, sentada en la mesa grande, delante de un montón de folios blancos rayados de líneas en lápiz, para no torcerme al escribir. Por un momento me he visto de nuevo escribiendo poco a poco el argumento, el tema… Hasta la crítica personal del libro, lo que peor se me ha dado siempre. Creo que estaba en Octavo de Básica. Hace muuuucho tiempo.

Y después inevitablemente he recordado a Lola Herrera en el teatro, haciendo “Cinco horas con Mario”. Qué buena Lola Herrera, qué bien, qué bien lo hace, y qué buena la obra, ese largo y jugoso monólogo. Siempre me ha gustado mucho. Esto ya ha sido mucho después en el tiempo, claro. ¿Hará cuánto tiempo? 5 o 6 años, creo, iba al teatro con los compañero del taller de creación literaria.
Ambas escenas están colgadas de dos alfileres invisibles a mi memoria. Forman parte de mi vida, de lo que he sido, de lo que soy.

Ha muerto Miguel Delibes. La vida...
Sí, definitivamente, hoy Madrid es más gris.

jueves, 11 de marzo de 2010

Aquel 11 de marzo de 2004...



Todas las mañanas cuando me levanto lo primero que hago es “encenderme a” la radio. Por supuesto hoy, en la hora aproximadamente que yo paso escuchándola, varias veces han recordado aquel 11 de marzo de 2004, “el peor atentado de nuestra historia” ha dicho Juan Ramón Lucas.

Como ocurre con tantas fechas que se te quedan en la memoria por buenas o malas razones, hoy mientras venía a trabajar, en el metro, yo podía recordar aquella mañana como si hubiera sido ayer mismo.

Los avisos constantes y cortantes de la megafonía del metro, los de la RENFE, la intranquilidad en los ojos de los demás viajeros que me rodeaban, las caras interrogantes, el silencio, el presagio de que algo malo debía estar pasando porque tanto aviso no era ni medio normal. Madrid es tan grande… pero sin embargo muchos a esas horas estamos bajo tierra, conectados de forma invisible por vagones y avisos de megafonía.

Hoy cuando venía a trabajar, yo no leía como hago siempre. He preferido detenerme a mirar a mis compañeros de vagón, he preferido recrearme en la certeza de que podía reconocerles: la chica de pelo largo y rizado que siempre lee un libro muy gordo, la delgadita de la trenca blanca y carpeta, el hombre que siempre espera haciendo crucigramas en un banco… Los mismos de todos los días. Siempre las mismas personas, las mismas y conocidas caras, los mismos gestos, mis compañeros de viaje de cada día, mis iguales cada mes, año tras año. Frágiles y anónimos.

Aquel marzo de 2004 yo escribí algo, supongo que como una forma de despegarme de dentro esa sensación horrible de estar debajo de Madrid cuando todo estaba ocurriendo, de estar en otra estación, otro vagón. Para echar fuera la rabia, la impotencia, la incomprensión. Una compañera después me lo pidió y se llevó mi escrito para dejarlo colgado con tantos otros en una de las estaciones de RENFE más afectadas, la de Santa Eugenia. No sé que fue de aquel escrito mío.
Pero hoy, perdonadme que quiera dejároslo aquí. No lo he retocado, es como fue, un desahogo hecho palabras.



Cuando matar no es por supervivencia

Rocío Díaz Gómez


Próximo tren procedente de Guadalajara con destino Atocha.
Hace paradas en todas las estaciones de su recorrido.

Porque te lo debemos.
Porque quizás hasta corriste para coger ese tren.
Porque fuiste una de las caras que alguien miró, mientras disimuladamente firmaba con tu nombre bajo el asiento.
Porque aún así, aún así, lo hizo.
Porque tu corazón estalló en millones de lágrimas que mojaron Madrid de impotencia. De rabia. De pena.


Suspendido el servicio en línea 1, entre Atocha y Pacífico
Suspendido el servicio en línea 1, entre Atocha y Pacífico


Porque alguien te está buscando de hospital en hospital.
Porque no te va a encontrar. No.


¿Quién irá a buscar a tu hijo a la guardería?
¿Quién recordará a tu madre que tiene que tomarse las pastillas?
¿Quién ahogará un “buenas noches” en tu lado de la almohada?


Porque solo tienen derecho a matar los animales. Y lo hacen cuerpo a cuerpo. Y lo hacen por supervivencia.
Porque todos lloramos por dentro. Todos. Lloramos.
Porque te lo debemos.
Porque vamos a tu lado, de pie y cogidos a la barra. A tu lado, apretados y aún con sueño.
Porque te lo debemos. Te lo debemos.


Atención viajeros: El servicio Cercanías RENFE está suspendido
Atención viajeros: El servicio Cercanías RENFE está suspendido

©Rocío Díaz Gómez
Marzo 2004

martes, 9 de marzo de 2010

"El sur de las palabras" Relato de Rocío Díaz


Quería dejaros hoy también, como acompañamiento a la entrada anterior donde comentaba como transcurrió el acto literario "Letras en común", con uno de los relatos que leí ayer.


Se titula "El sur de las palabras" y fue premiado el año pasado en Laviana (Asturias) con motivo del 8 de marzo. Obtuvo el primer premio en el X Concurso de Relatos para Mujeres organizado por el Ayuntamiento de esa localidad. En pocas entregas de premios me han tratado mejor que en ésta, donde unos y otros se deshicieron en atenciones para conmigo y mi acompañante. Nos invitaron a cenar, al alojamiento, a un paseo por los alrededores, a una comida al día siguiente... además del premio económico que ya tenía. Fue muy, muy agradable y guardo un recuerdo muy bueno de mi visita a tierras asturianas de la mano de este relato.

Pero mejor os dejo con él:


El sur de las palabras


Rocío Díaz Gómez



Se llamaba Soledad Crespo Barea y abandonó mi vida dejándola patas arriba. Más de sesenta años después tuve el pálpito de que volvería a saber de ella. Y así no quería saber. Abriendo una fosa no. Prefería seguir viviendo en la duda.

Se llamaba Soledad Crespo Barea. Era resultona, morena y muy bajita, pero no lo parecía, hablaba tanto, tan deprisa y tan requetebién, que parecía crecer un par de palmos en cuánto abría la boca y sacaba las palabras a pasear. Pizpireta, llenaba el espacio con sus gestos y sus risas, con su charla interminable y alegre. Porque ¡hay que ver lo que hablaba esa mujer! Pero aquello de que quién habla mucho, hablará demasiado, con ella no se cumplía. Ella era la excepción a la regla, la excepción a todas las reglas conocidas. Y aunque vivíamos en el norte, en un pueblecito recogido entre las montañas donde apenas sentíamos el sol, coincidimos por primera vez en el Sur. En un lugar tibio, luminoso, entrañable al que yo conseguí llegar de su mano. El Sur de las Palabras. Un lugar que compartimos. Un lugar donde nos hicimos amigas. El lugar donde la vi con infinita pena escapar, casi con lo puesto, una fría madrugada que aún hace tiritar a mi memoria y avergonzarse a mi alma.

- Al sur de las palabras, están los cuentos que os gustaba escuchar de crías cuando ya estabais en la cama y le pedíais a vuestra madre que os contara uno... Porque ¿era vuestra madre, verdad? ¿Me equivoco? ¿A cuántas os los contaba vuestro padre? Ni una mano... me lo temía. Pero bueno quizás eso no sea lo peor, lo peor es que os hayan dado gato por liebre... Porque… ¿A cuántas os han sisado un buen cuento con una oración al Ángel de la guarda, a las cuatro esquinitas de la cama o algo parecido? Me lo temía también. Pero bueno, por partes, de eso ya hablaremos más adelante, cuando lleguemos al norte de las palabras, al reino apasionante pero salvaje y peligroso de las ideas.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y cuando la veías llegar armada con su pizarra, parecía que la pizarra la llevaba a ella y no al revés. En cualquier caso, una y otra eran inseparables. Y allí en esa pizarra, fue donde aquella primera vez, dibujó aquel mapa coloreado, extraño y maravilloso que he sido incapaz de olvidar. En el centro cerros de palabras, montañas de palabras que yo no entendía, que ninguna entendíamos de puro analfabetas que éramos. Pero cada palabra la escribió de un color diferente con esa gran variedad de tizas que iba sacando de los bolsillos de un mandilón largo que llevaba. Al norte de esas palabras unos dibujos, una cruz, un hombre, una iglesia, una sartén... muchos dibujos. Y al sur de las palabras otros dibujos distintos pero más suaves, más dulces, más nuestros: un lobo con los dientes afilados, un arco iris, un príncipe al que todas las jovencitas silbamos cuando pintó de azul...

- Al sur de las palabras hace más calorcito –decía señalando el final del mapa y gesticulando como si estuviera al borde del soponcio- Porque aquí, están esos cuentos que más os arropaban cuando de niñas bostezabais de sueño, aquí las historias con las que gustáis de meceros en invierno al calor de la chimenea mientras coséis. ¿A quién no le gusta escuchar una bonita historia, un entretenido relato, disfrutar de un viaje gratis que os permita volar a otros lugares, a otros mundos? -Seguía diciendo saltando de un lado a otro de la pizarra- Pues todos esos cuentos, esas historias están ahí al sur de las palabras. –Y nos señalaba entusiasmada las palabras y los dibujos, ese curioso mapa que había hecho para nosotras- Solo tenéis que estirar la mano y hacerlas vuestras. Las palabras son cometas, aprendedlas, dejadlas volar y volareis con ellas. Sí, sí, no me miréis así. Porque… ¿Vais a estar esperando toda la vida a que alguien venga y os cuente? ¿No queréis vosotras mismas leerlos cuándo os plazca? No me digas que no. No tener que necesitar de nadie para volar alto y lejos... muy lejos… -Y decía esto subiendo aún más la voz, levantando bien alto los brazos, moviendo las manos en el aire, corriendo detrás de ellas como si volara cometas con los bajos de su mandilón flotando alegres en torno a ella.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y llegó empeñada en enseñarnos a leer. Nos reuníamos en la Casa del Pueblo, éramos mujeres de todas las edades, algunas muy jovencitas, casi sin estrenar la vida, como yo, y otras ya arrugadas como papas viejas. La Casa del Pueblo era el lugar de encuentro. Solteras, casadas y viudas, después de haber aviado la cocina, antes de enredarnos con la cena, nos reuníamos allí. Las solteras nos sentábamos a pasar la tarde haciéndonos el ajuar, aprendiendo recetas y lo que no eran recetas. Las viudas y las casadas llegaban con un crío colgando de cada brazo. Si aún eran pequeños jugaban a nuestros pies, si eran crecidos hacían las tareas de la escuela en otra mesa cercana, mientras todas de cháchara cosíamos, remendábamos lo cosido y volvíamos a coser.

Allí se presentó una tarde Soledad, a quién el nombre no le hacía justicia, pues trajo más compañía con su enorme pizarra y en su cuerpo diminuto que si hubiera llegado todo el ejército de Franco. Nadie la había mentado jamás, nadie la conocía, nadie había oído hablar de ella, ni oiría después, mal que nos pesara. Llegó una tarde y nos pidió prestado un rato. ¡Un rato! Échale. Así era de humilde. Para enseñarnos a leer iba a necesitar mucho más de un rato. Pero estaba dispuesta a eso y a todo lo que fuera con tal de hacernos leer.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y no solo nos alborotó la Casa del Pueblo sino el alma entera. Llegó y pintó su mapa salpicado de letras y dibujos. Nos mostró el Sur de las Palabras y sobre todo nos demostró cuántas ganas teníamos de aprender a leer. Nos demostró como un rato prestado te puede cambiar la vida. Sobre todo la mía. Enseguida congeniamos, tampoco era mucho mayor que yo, aunque oyéndola hablar y moverse así lo parecía. Aparte de con su pizarra y sus palabras llegó con lo puesto. Aparte de con su pizarra y sus palabras llegó con lo puesto. Nos preguntó que dónde podría dormir. El pueblo era minúsculo, allí no se estilaba eso de las fondas o las casas de huéspedes. ¿Qué huéspedes? Si allí se acababa la carreterita, si no estábamos de paso a ningún sitio, si allí no llegaba jamás ningún forastero. Los que venían siempre eran parientes o amigos y tenían ya su sitio. Nos miramos todas y fue la señora Reme la que tímidamente pero con prisas levantó su mano y le ofreció su casa a cambio de compañía. No era un mal trato. Las dos no tuvieron más que mirarse para estar de acuerdo y a partir de esa misma noche allí se quedó a vivir.

La guerra había alterado la vida de muchas personas. Y aunque nosotros estábamos lejos, muy lejos de todo, la sentimos principalmente en que nos había dejado sin maestro. Yo no sé si cuando ella llegó, esto ya lo sabía. Pero la verdad es que se presentó en nuestro pueblo cuándo más lo necesitábamos. A quien no le hizo tanta gracia su llegada, fue precisamente a mi novio, a mi Marcial, que iba para guardia civil y era un muchacho muy avispado. A él desde crío le gustaba mucho leer, y cómo devoraba libros pues sabía un cerro de cosas sabias con las que me engatusaba. Y yo, mimosa, me dejaba engatusar. Estaba muy orgullosa de mi Marcial, estaba muy contenta de que un chico tan listo me hubiera pretendido a mí, que la verdad no era nada del otro jueves. A mi Marcial la llegada de Soledad no le gustó mucho, sobre todo porque enseguida todas las madres le propusieron que se hiciera cargo de la escuela, aunque fuera temporalmente, solo mientras llegara el maestro que nos tenían que mandar desde la capital. Todos sabíamos que para eso se tardaría un poco, porque gracias al conflicto, aunque esté mal usar las gracias para hablar de eso, escaseaban los maestros y para los pocos que quedaban, nuestro pequeño pueblo, remoto y frío, no resultaba un lugar demasiado apetecible. Por eso y mientras tanto, Marcial se había ofrecido para enseñar a los críos, y todos en el pueblo le habían aplaudido su interés y su gesto. Bien orgullosa estaba yo cuando cada mañana le veía pasar por delante de casa camino de las Escuelas: Ahí va mi Marcial pensaba como una gallina clueca, mientras le veía alejarse tan estirado él con los libros bajo el brazo.

Se llamaba Soledad Crespo Barea, y sin querer y sin remedio, vino a quitarle a mi Marcial su protagonismo. Eso pensó él aunque yo aún no lo supiera. Y la verdad es que se lo quitó. Porque las madres del pueblo le liberaron muy agradecidas de su gesto en cuánto que vieron en ella la maestra perfecta, pues aunque casi nunca contaba mucho de sí misma, pronto nos confesó que lo era. Era joven, era alegre, era mujer, era cercana, era tan difícil que no supiera de algo y tan fácil cómo se hacía entender… Se ganó a las madres y ellas pronto le confiaron a sus hijos. Y los críos resultó que estaban encantados con ella, y en cuánto llegaban por la tarde venían contando esto o lo otro que ella había hecho o dicho en la jornada. Era bonito cómo Soledad les incitaba a pensar, a imaginar, a volar… Sólo el hecho de que les llamara caballeros a sus escasos cinco, siete, diez años, ya les hacía sentirse importantes y apreciados.

- “¡A ver caballeros! ¿Quién quiere empezar hoy?” Y Juan, el pequeño de los ultramarinos, levantaba como una flecha el dedo, moviendo sin parar el culo en el asiento, nerviosito, deseando hablar, loco por empezar. “Juan deje usted el baile de San Vito que no va a empezar hoy, que eso ya sé que se le da como hongos, no, no, pero estése bien atento que le tocará la ultima frase...” Y así Soledad se aseguraba que Juan, el pequeño de los ultramarinos, prestara atención durante toda la clase, una hazaña para él mayor que cualquiera de las del Cid Campeador. “Rodrigo, a ver caballero, una frase con “musarañas”, que nos va a dar usted el principio de una historia...” Y Rodrigo, el mayor de los del cementerio, tenía que bajar a toda prisa de su mundo para comenzar la historia que daría pie a la siguiente lección... Esa historia que uno a uno, pupitre a pupitre irían inventando...“¡Germán! ¿Cómo es nuestro protagonista? dénos a sus compañeros y a mí 5 cualidades”, “¡Cincoooo!, protestaba Germán, el del cartero, abriendo los ojos de par en par y elevando el tono de voz como si le hubieran pedido que recitara todos los misterios del Rosario... “Pues tiene usted razón, Germán, todita la razón, contestaba Soledad espabilando hasta a las arañas que trabajaban en los altísimos rincones de aquella vieja escuela, cinco van a ser pocas, dénos mejor diez”. Y Germán parsimoniosamente, sin gana ninguna comenzaba la retahíla: “Serio, holgazán, despistado...” “¡Pero bueno, un momento, un momento, gritaba Soledad ¿Qué hemos aprendido en todo este tiempo...?! A ver Felipe, aproveche ese arte que tiene usted para hacer payasadas, y vaya haciendo gestos a las características que le vaya diciendo Germán”. Y Felipe, el gracioso de la clase, iba haciendo mímica y ahora tenía la cara de palo, ahora bostezaba, ahora tropezaba...

Se llamaba Soledad Crespo Barea aquella maestra que hacía estallar en carcajadas a todos los críos a la primera ocasión, mientras les enseñaba a revolver en el trastero imposible de sus cabezas. Entre bromas y medio jugando, les iba regalando conocimientos, les hacía inventar, desplegaba el mundo ante ellos y se lo enseñaba paso a paso. Mientras, corría de un pupitre a otro, de una esquina a otra de la vieja clase, señalando, nombrando, espabilando, riendo, aplaudiendo, soñando con y para ellos. Y después, aún le quedaban ganas para venir a enseñarnos a nosotras el Sur de las Palabras, enseñarnos a leer y a lo que no era leer. Pronto Soledad y yo nos hicimos buenas amigas y volvíamos a casa juntas paseando y charlando desde la Casa del Pueblo. Pronto empezó a animarme a que siguiera estudiando.

- Tú eres lista, -me decía- y muy joven, puedes hacerte maestra y ganar tu sueldo, ahora por lo menos ganarías 3.000 pesetas al año.
- ¡3.000 pesetas menudo dineral! -contestaba entre carcajadas- ¿Yo? ¡Cómo voy yo a hacerme maestra…! Si acabo de aprender a leer…
- Pues por eso. Ya has hecho lo peor -me decía- ya tienes recorrido el trozo del camino más difícil. Ahora ya te has subido por fin al tobogán, que parecía tan alto… O ¿Pensaste alguna vez que leerías…? -Y yo decía no con la cabeza una y otra vez, con cara de extrañeza y una enorme sonrisa- Pues ahora es dejarte caer por el tobogán, ya verás, una cosa viene detrás de otra. Te gusta mucho aprender, y tienes mucha facilidad, hazme caso…
- Pero Soledad si ya para primavera me caso con Marcial, y luego vendrán los críos…
- Pues que te ayude Marcial con ellos… Entre dos todo es más sencillo… Él guardia civil y tú maestra, y tus hijos como reyes…
- ¡Que cosas tienes Soledad!

Yo me reía y la miraba como si estuviera loca. Qué ocurrencias que me ayudara Marcial… ¡Con la de cosas que él tenía que hacer y que estudiar…! Lo suyo era que yo me ocupara de esos quehaceres, no Marcial… Pero me reía con ella y me gustaba que me dijera y me intentara convencer, porque era muy agradable sentir que alguien creía que yo podría conseguir eso. Alguien como Soledad tan lista, tan rápida de palabra, tan independiente, tan alegre, tan cercana a mí. Lo malo es que yo todo eso se lo contaba a Marcial. Sin darme cuenta ni tan siquiera de lo que estaba haciendo. Se lo contaba como quién habla de su mejor amiga. Se lo contaba con la confianza de que era mi novio. Se lo contaba para que disfrutara conmigo de todo lo que yo estaba aprendiendo. Pero me equivocaba.

No me di cuenta de eso hasta que una noche se presentó Marcial con un papel, que no dudó en enseñarme con aspecto triunfal.


Anexo I

COMISIÓN DEPURADORA DEL MAGISTERIO PROVINCIAL

-HUESCA-

HOJA INFORMATIVA
CON CARÁCTER ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL Y SECRETO


Maestra Nacional Doña Soledad Crespo Barea
Localidad en la que ejerce su profesión: Los Pinares del Ebro
Escuela que regentaba: Escuela Pública de Los Pinares del Ebro
Categoría y núm. del escalafón.

Persona que suscribe el documento: Sr. D. Remigio Rodríguez Pizarro de 36 años de edad, estado civil casado, profesión Guardia civil con el cargo de Comandante del Puesto en Los Pinares del Ebro.


Sr. Presidente de la Comisión Depuradora del Magisterio Provincial de Huesca

Muy señor mío en contestación a su atento oficio de fecha 8 del actual, y en cumplimiento de lo que ordena el Decreto núm. 66 del Gobierno del Estado Español (Boletín Oficial del Estado de 11 de noviembre) para la depuración del personal del Magisterio nacional, tengo el honor de elevar a VI el presente informe, que garantiza su veracidad con mi solemne juramento y firma.
Dios guarde a VI muchos años

LOS PINARES DEL EBRO a 20 de Agosto de 1938
III año triunfal


¡VIVA ESPAÑA!


Yo no tenía ni idea de que era eso. Pero mi Marcial me lo explicó muy requetebién, me lo explicó a su manera, sobrado de conocimientos, cargado de razones, pudiendo demostrarme al fin con pelos y señales quién era esa tal Soledad Crespo Barea de la que yo me estaba haciendo tan amiga y me estaba llenando la cabeza de pájaros, “de pajarracos, mejor dicho”, apostilló. Nunca había visto hablar así a mi Marcial. Nunca. Y no entendía nada, pero a medida que me iba dando sus explicaciones empezaba a ver lo equivocada que había estado contándole todas las cosas que Soledad me decía. Me sentí confundida, dividida entre mis sentimientos hacia él y mi cercanía a Soledad y me sentí culpable, muy culpable, porque algo me decía en mi interior que aquello no iba bien, no iba nada bien. Y no iba descaminada. Hacía semanas que una pequeña revolución se iba gestando bajo cuerda en nuestro pueblo aunque yo no me había dado cuenta. Marcial con resquemor, había estado malmetiendo entre los principales del Pueblo en contra de Soledad. Pronto encontró quién estaba de acuerdo con él, el Párroco, que no veía muy acertados algunos comentarios de Soledad “en su magisterio” decía con palabras rimbombantes. Y también otros amigos, que no veían con buenos ojos las ideas que en sus novias o sus mujeres estaba empezando a sembrar Soledad con su particular forma de ver el mundo.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y aquella noche me aclaró que eran las Comisiones de Depuración. Por qué su nombre aparecía en una de esas hojas informativas con la que hábilmente se había hecho mi Marcial y que tan triunfalmente había puesto ante mis ojos, aunque se suponía que era confidencial. Hasta ese momento mi vida había sido apacible, como la de cualquier muchacha de mi edad, el pueblo era un lugar tranquilo donde nos conocíamos todos o yo así lo había pensado siempre, pero no fue hasta que conocí a Soledad que no me di cuenta de que vivía en tiempos oscuros, tiempos de secretos, de purgas sin sentido. Las comisiones de depuración debían recoger información sobre los maestros de la provincia. La hoja informativa era un cuestionario con preguntas sobre las creencias religiosas del maestro, sus ideas políticas, su forma de enseñar, las revistas a las que estaba suscrito, los grupos que frecuentaba… La hoja informativa se enviaba al Alcalde, al cura párroco, a un padre de algún niño, y al comandante del puesto de la Guardia Civil de cada lugar. Las respuestas eran casi siempre difusas, vagas, con matices casi de condena. La suerte de los maestros afectados por la depuración podía ir desde la destitución, la separación temporal o definitiva de su profesión, el traslado forzoso, una especie de destierro, o ser fusilado sin más ni más.

- ¡Ay Jesús, María, y José! -Dije yo al oírla santiguándome mientras la piel se me ponía de gallina.
- No, ninguno de los tres tiene nada que ver con esto –contestó en voz muy baja y muy despacio Soledad- Existan o no, ya sabes que yo tengo mis dudas, solo a los hombres les podemos responsabilizar. Aunque para llegar a esto se les llene la boca con esos planteamientos y esas razones divinas. Solo son ellos los responsables.

Cuando Soledad me hablaba así, de esa forma tan rebuscada, tan seria y profunda, me costaba entenderla. Yo estaba acostumbrada al lenguaje sencillo, al pan, pan y al vino, vino. Pero fueran las palabras que fueran, yo casi podía tocar su pena, su impotencia, su rabia. En cambio los días siguientes, qué contraste, noté que casi podía palpar la alegría en mi Marcial. Parecía una planta que de pronto riegas y empieza a espabilar, a estirarse, cambiando de color rápidamente. Bien sabe Dios que yo quería a mi Marcial, y que me gustaba verle alegre, y a menudo me dejaba contagiar de esa alegría, y lo pasábamos muy requetebién. Pero esa vez dentro de mí algo me decía que no, que algo no iba a bien, que esa alegría no era sana, no, así no. Y no fue hasta que una tarde nos encontramos con el Párroco cuando me tuve que convencer: “¿Y cómo va lo nuestro Marcial? Hay que dar gracias a Dios de que haya muchachos como tú, serios, formales, con decisión.” dijo el Párroco señalando hacia las Escuelas. Y mi Marcial se estiró ufano y le aseguró con medias frases y gestos “…que aquello ya estaba casi resuelto, que era cuestión de horas…”. No escuché más, pero me debí quedar blanca, se me había helado la sangre.

Aquella tarde en la Casa del Pueblo le conté lo que pude a Soledad. Porque tampoco es que yo hubiera escuchado nada, solo eran medias palabras y un puñado de gestos, solo era una sensación, un pálpito, un mal presentimiento. Pero en el Sur de las Palabras hacía más frío, mucho frío.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y aquel atardecer terminamos antes la reunión para despistar horarios y rutinas, para no ver cumplidos malos presentimientos, para que ella escapara. Yo no podía creer que aquello estuviera pasando, que allí en mi pueblo yo tuviera que vivir eso, que la guerra al fin hubiera llegado a ese lugar remoto y recogido donde vivíamos y nos hubiera empapado con sus rencores y sus separaciones.

Soledad quiso regalarme su pizarra. Y yo que sabía cuánto quería a ese trasto que acarreaba de un lado a otro, se lo agradecí tanto cómo si me la fuera a quedar. Pero la convencí de que a ella le iba a hacer mucha más falta que a mí. Y así la vi marcharse, con lo puesto, con todas sus palabras recogidas, y casi colgando de aquella pizarra que la llevaba a ella y no al revés. Así, con infinita pena la vi escapar una fría madrugada que aún hace tiritar a mi memoria y avergonzarse a mi alma.

A la tarde siguiente, con una sensación triste y creciente de soledad en mi interior, volví como siempre a la Casa del Pueblo. Pensaba que me haría bien la cháchara con las mujeres, los chascarrillos, estar entretenida en las labores, en mi ajuar. Echaría mucho de menos a Soledad, pero como ella me había dicho, tenía que estar contenta pues ya sabía leer. Ya no necesitaría que nadie me contara nada, podía leerlo yo misma cuando quisiera. Y allí estaba, con las demás mujeres, cuando de pronto se abrió la puerta y asomó la cabeza mi Marcial. Yo me iba a casar con él, yo le había querido siempre. Y me alegró verle así de pronto, necesitaba calor, y le sonreí. Pero entonces él que no había pasado el quicio de la puerta, abrió bien ésta, se dio media vuelta, y entró acarreando un bulto demasiado familiar.

- ¿Dónde os dejo esto? -Me dijo con una sonrisa.
- ¡Pero si es la pizarra de Soledad! -Exclamó la señora Reme enseguida muy sorprendida. Y miró a mi Marcial, y me miró a mí.
- Pues ya ve señora Reme, por ahí tirada que la encontré. Tanto que la quería… Si cuando decía yo que no era de fiar… -contestó mi Marcial.

Yo miraba a la señora Reme, miraba a mi Marcial y miraba la pizarra sin poder articular ni una sola palabra. La sonrisa se me había helado en los labios.

Han pasado más de sesenta años desde entonces. Y aunque hay un dicho que dice mala hierba nunca muere, va ya para dos lustros que enterré a mi Marcial. No hay un solo despertar desde entonces que no le dé gracias a Dios porque al fin se lo llevara de mi lado. Ahora leo en las noticias, porque a pesar de esta nube que tengo en los ojos no sé ni cuántos periódicos soy capaz aún de devorar, que van empezar a picar el suelo por aquí, por no sé qué gaitas esas de la memoria histórica. Y por segunda vez en mi vida yo tengo un pálpito, un mal presentimiento.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y me quiso bien. ¿Qué más necesito saber? Yo ya tengo mi memoria.

©Rocío Díaz Gómez


"Letras en común" Decíamos ayer...


Ayer tuvimos el acto literario artístico en Villaverde Alto, en la Biblioteca Municipal María Moliner, que teníamos programado para el 8 de Marzo y del que ya os había hablado “Letras en común”.

Azucena Pintor inauguró la exposición “El mito tejido”. Una serie de 9 esculturas cerámicas inspiradas en la naturaleza. Su idea, nos contó en el acto, era haberlas hecho a un tamaño muchísimo mayor, pero claro las limitaciones económicas le obligaron a reducirlo. No por eso, a la vista del resultado, son menos llamativas ni interesantes. Están instaladas en el hall de la Biblioteca desde ayer hasta el día 31 de marzo.



Decorando la mesa en la que estábamos sentados estaba colocado un collage de los que hace Piluca Martínez de Velasco (http://pilupiruletadefresa.blogspot.com/). Que nos lo prestó desinteresadamente para el acto y le agradezco desde aquí. Era un collage donde se reflejaba muy bien el día que estábamos celebrando.

Como podéis ver, ayer todo eran expresiones artísticas.

Después comenzó el acto.



Azucena preparó todo con su delicadeza, su elegancia y su buen hacer habitual. En primer lugar presentó a Helena Aikin, que nos hizo una pequeña disertación sobre los mitos de la creación en diversos momentos y culturas. Helena ha hecho una investigación con los indios, y su disertación fue instructiva y curiosa.


Después presentó a Javier Díaz (http://javierdiazgil.blogspot.com/), como poeta, coordinador del taller de creación literario del C.C. Ágata durante más de trece años, y coordinador del ciclo de Poetas en Vivo realizado al menos en dos ocasiones durante varios meses en la Biblioteca. Javier recito una selección de sus poemas, escogidos todos entre sus diversos libros en función de la celebración. Algunos eran de amor, otros sobre mujeres, pero todos muy visuales, muy llenos de imágenes. Eran poemas que casi se podían palpar y sentir.


Cuando terminó Javier de recitar, Azucena me presentó a mí. Y lo hizo de una forma tan especial que si ya estaba nerviosa me acabó de encoger definitivamente el ánimo. Pero bueno al final conseguí, a medida que iba leyendo, olvidarme de todas esas caras que atentas seguían mi lectura, y como siempre disfruté mucho leyendo.

Para esta ocasión escogí dos relatos:

"El sur de las palabras", que es un relato que me premiaron el año pasado, el 2009, en Laviana (Asturias) con motivo del 8 de marzo. Obtuvo el primer premio en el X Concurso de Relatos para Mujeres organizado por el Ayuntamiento de Laviana.

Y el titulado “Enésimo certamen de relatos para mujeres ‘Tienes que’” que fue premiado en el año 2005 con el primer premio en el IX Certamen de Relatos Breves “Día 8 de marzo”. Convocado por el Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata (Cáceres).



Y por último cerró el acto Azucena, recitándonos varios poemitas muy breves o haikus de un libro suyo que versa sobre la melena. Se trata de haikus inspirados en diferentes y conocidas mujeres.

Yo creo que al final fue un acto interesante y completo, al ir alternando los distintos tipos de lectura, la primera de Helena más instructiva, más de ensayo, con la lírica de Javier, después la narrativa de mis relatos y por último otra vez algunas pinceladas de poesía con los haikus con que cerró Azucena. En esta ocasión desde luego Azucena ha sabido hacer un acto, para conmemorar el día de la mujer trabajadora, donde se han combinado y ensamblado de forma cuidadosa y fluída las distintas artes, la escultura con la literatura a través de la investigación, sobre los mitos, de Helena.
Desde aquí quería otra vez agradecerle a Azucena todo el interés que ha puesto en la preparación y puesta en escena de este acto. Agradecerle que contara conmigo. También agradecer a todas aquellas personas que estuvieron con nosotros su presencia y su cariño. Agradecerles que nos prestaran durante una hora y media sus atentos oídos. Leer en voz alta con ese auditorio silencioso, respetuoso, atento es todo un placer que no se puede explicar.

lunes, 8 de marzo de 2010

Recordatorio: Hoy- Exposición y Acto literario-artístico


Exposición esculturas cerámicas Azucena Pintor
Acto Literario: Helena Aikin, Javier Díaz, Azucena Pintor y yo, Rocío Díaz.
Biblioteca Municipal María Moliner. Villaverde Alto. Renfe Puente Alcocer. Bus: 22, 76, 86, 130, 131
De 19 h a las 20.15 h.