Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

jueves, 26 de diciembre de 2013

"La boda de Kate" de Marta Rivera de la Cruz




He vuelto a Ribanova. He vuelto a encontrarme con algunos de sus habitantes como Juan Sebastián Arroyo y lo que es mejor, he pasado unos días plácidos y agradables con las historias que ocurren en ese lugar húmedo de ninguna parte...

Sí supongo que algunos de los que me estáis leyendo sabréis a qué lugar me estoy refiriendo... Otros quizás no hayáis estado nunca. Pues os aconsejo que os perdáis unos días por allí, os sentiréis bien.
Por supuesto me estoy refiriendo al último libro de Marta Rivera de la Cruz. Y también el último que yo he leído. “La boda de Kate”. 

No me gusta el título, tengo que admitirlo. Y menos aún me gusta la carátula que han elegido para la portada. Creo que puede llevar a engaño. Muchos lectores pueden pensar que se trata de una historia rosa, almibarada. Porque sí, de amor es, pero de almibarada no se crean... No lo es en absoluto.

Me he leído muchos libros de esta autora. Me gusta su estilo sencillo, directo, pero al mismo tiempo profundo a la hora de abordar el interior de sus personajes. Me gusta cómo hace los retratos psicológicos de éstos. Me gusta mucho. 

Bueno el argumento de ésta última novela es el siguiente que copio de la página web del libro: “Después de que el inesperado éxito de las novelas de su fallecido tío Albert la hiciese heredar una pequeña fortuna, la reposada y sensata Kate Salomon vive una existencia plácida en la pequeña ciudad de Ribanova. Comparte con dos amigas una preciosa casa con jardín y tiene una pequeña librería donde recibe la ayuda de Ahmed, un muchacho pakistaní que vende rosas por las noches. Viuda desde hace tiempo, Kate está convencida de que la vida no puede reservarle demasiadas sorpresas. Pero el día de su 71 cumpleaños sucede algo totalmente inesperado: Forster Smith, el hombre al que rechazó tres veces y del que lleva enamorada toda la vida, se presenta ante su puerta con un ramos de rosas amarillas y una propuesta de matrimonio. 

A partir de entonces el día a día de Kate sufre un delicioso vuelco: hay que preparar una boda, escoger un vestido, un pastel… y organizar una fiesta, ayudada por sus dos amigas, Anna Livia y Shirley. Por supuesto, la boda de Kate despertará sentimientos encontrados entre el entusiasmo de Forster y su hijo David  y la codiciosa familia de Kate, que no ven con simpatía este matrimonio. Por si esto fuera poco, el editor de Albert Salomon, el adorable Jeffrey Ruskin, aparece en Ribanova con una noticias sensacional que puede dar un vuelco a muchas cosas.”

Cómo veis la historia no es lineal, sino que va saltando en el tiempo. Pues aunque se desarrolla en la actualidad, la autora vuelve hacia atrás en el tiempo para contar cómo hemos llegado hasta éste punto. Y esta forma de romper el tiempo añade más agilidad a la historia. Y por otra parte también salta de lugar geográfico donde ocurre la trama. Pues cómo os decía se desarrolla casi todo el tiempo en Ribanova, ese lugar inventado del norte, inspirado en Lugo, pero que no existe aunque se repite en varias de las novelas de esta autora. Pero, además de Ribanova, pasaremos por Brighton, Londres o Estados Unidos. Esto también ayuda a enriquecer la historia favoreciendo el ritmo. La autora rompe el espacio y el tiempo de forma acertada a la hora de narrar. Domina en la gestión de los tiempos de la trama.

Los personajes están muy bien perfilados. Gracias a las descripciones que nos hace la autora podemos incluso verlos caminar o moverse, atendiendo a los detalles, a los gestos. Y siempre hay alguno que se te hace entrañable.

Y el tema de la novela, para mí, es el triunfo del amor, con esa relación tardía que protagoniza Kate, y la importancia de las relaciones humanas. Es una novela muy positiva, deja un buen sabor de boca. Ah y por supuesto hay una especie de homenaje a las librerías de siempre, a los libreros, encarnados en esa librería de la novela que guarda una planta de abajo llena de libros únicos.

La verdad es que desde que hace años me leí “En tiempo de prodigios” sigo a esta autora. Me encantó en su día esa novela y ninguna de las que he leído después me han defraudado. Ésta última incluso me ha gustado más que la anterior. Que para mí la acción tardaba en entrar en la parte mejor de la novela.

Sin embargo en este caso me ha parecido una novela entretenida desde el principio. Sus personajes te atrapan y te embaucan para que quieras volver a ellos a pasar un buen rato con sus avatares. Es una historia agradable, entretenida y con un punto de misterio que te la hace más atractiva.

La aconsejo para pasar un buen rato.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Hoy es Navidad. Exposiciones de belenes


Hoy es Navidad.

Así que se me ha ocurrido que una de las mejores formas de felicitaros la Navidad es hablaros de una exposición que estuve viendo el otro día. Porque qué mejor día podía elegir para hablaros de belenes que un 25 de diciembre ¿No? El 25 de diciembre de 2013.


Pues sí. La exposición de la que vengo a hablaros es de la que hay en el Museo Africano Mundo Negro. 

Es el séptimo año que se puede visitar y cada vez reunen más pesebres en ella. Son Nacimientos llegados de América, África, Asia y Europa. Nacimientos que nos muestran los rasgos físicos de los habitantes, los animales, las características de lugares tan lejanos y diferentes como Uganda, Kencia, Ecuador, Chile, Grecia, Rusía... por poneros un ejemplo. En fín de muchos lugares de esos continentes que ya os he señalado. Y aunque tienen un mismo tema, el nacimiento del niño Jesús, como imaginaréis cada uno es completamente distinto del anterior. 





De ahí la riqueza de esta exposición. Creo que tienen 280 Nacimientos ¡280! casi nada ¿verdad?



Os la recomiendo. Es gratuita y no hay mucha gente, lo cual ahora es todo un lujo.



Fechas de la exposición
  • Del 7 de diciembre 2013 al 7 de enero 2014
  • CERRADO: 25 de diciembre y 1 de enero

¡¡Feliz Navidad!! a todos.



lunes, 23 de diciembre de 2013

De las frases del día de la Lotería de Navidad



Ayer fue el día de la lotería de Navidad, el 22 de diciembre.
Y hoy, que ya ha pasado la efervescencia de los números y la mayoría de nosotros seguimos como estábamos el día 21 de diciembre, he pensado que podríamos detenernos un momento a reparar en esas frases que tanto hemos oído desde pequeños en un día como este.
¿Quién no ha escuchado aquello de “A ver si nos toca un pellizquito. Hemos crecido atentos a ese “pellizquito” con muchos ceros. ¿Verdad?  O ¿Quién no ha oído la consabida frase de “... nos vendrá muy bien para tapar agujeros? Ésta es la frase estrella de éste día.
“Tapar agujeros” qué frase hecha tan típica, tan manoseada. Y lo rápido que nos sale y lo bien que nos entiende el otro. Es el comodín de las frases hechas.
Y cuando ya ha pasado el 22 pensamos que no era el día de la lotería, así que era “el día de la salud”. Otra frasecita… El que no se consuela es porque no quiere.
 
Aunque a mí la que más me sigue gustando es la que tantas veces le escuché a mi abuelo:
“No hay mejor lotería que el trabajo y la economía”.
 
No es la primera vez que hablamos de estas frases hechas propias de las navidades. Por si queréis repasar  las de otras veces aquí os dejo el enlace:

sábado, 21 de diciembre de 2013

Hoy hemos entrado en el invierno. De la mano de Gloria Fuertes



Invierno

Con montones de nieve hice el contorno de tus letras
edifiqué tu nombre en la altura;
luego salió el sol
y deshizo tu nombre conviertiéndolo en agua.
Acabo de beber tu nombre en el único charco.
Tu nombre me persigue
inquilino en mi sombra;
desapareceré
y él estará a mi lado.


Gloria Fuertes

martes, 17 de diciembre de 2013

Placas de escritores: Rubén Darío y Ramón Campoamor


El envidiado Cánovas del Castillo  
Ramón de Campoamor recibió en cierta ocasión una invitación para acudir a comer a casa de, el entonces presidente del Gobierno español, Antonio Cánovas del Castillo.
El poeta no podía asistir y para excusarse le envió una nota de disculpa al anfitrión que finalizaba de la siguiente manera:
«Recuerdos a don Antonio, a quienes unos envidian el talento, otros la casa y todos la mujer»





Hoy os traigo otro grupito de placas de escritores que he ido encontrando a mi paso por Madrid.  Hoy le dedicamos a la entrada a los poetas.

En la calle Serrano casi llegando a la plaza de Colón encontramos una placa que nos cuenta donde vivió el poeta Rubén Dario. 

Viajó a Madrid en el año 1892, para el 400 aniversario del descubrimiento de América, como delegado del gobierno de Nicaragua.En 1898 regresa otra vez como corresponsal del diario La Nación. Por entonces alternaría su residencia entre París y Madrid, y aquí, en 1900 conoce a Francisca Sánchez, una mujer campesina, con la que tuvo un hijo y con quién vivió hasta el final de sus días.



Caminando todavía por esa zona de Madrid de aledaños a la calle Serrano. Encontramos otra placa, la de Ramón Campoamor.

El poeta había nacido en Navia en 1817. En el año 1854 se traslada a Madrid con su mujer. Durante toda su vida fue alternando su vocación por la poesía con la política, tenía mucho fervor por Isabel II, y la monarquía. En 1861 es designado como miembro de la Real Academia de la Lengua Española, ocupando el sillón E.

En otra entrada, en la que hice del cementerio de San Justo de Madrid por la festividad de Todos los Santos, os dejé con una foto de su tumba. Murió en Madrid en 1901.

http://rociodiazgomez.blogspot.com.es/2013/11/puente-de-todos-los-santos-panteon-de.html





lunes, 16 de diciembre de 2013

Escritores maniáticos.- Artículo de Victor Montoya



Hoy os dejo con otro de esos artículos sobre las manías de los escritores...

Escritores maniáticos

•  Por: Víctor Montoya - Escritor



Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Anthony Burgess y Marcel Proust


Los escritores tienen manías que arrastran a lo largo de la vida, desde el instante en que son una suerte de náufragos que viven recluidos en una isla a lo Robinson Crusoe. El mismo acto de la escritura es, por antonomasia, una manía de solitarios, en cuyo trance nadie puede echarles una mano ni soplarles al oído lo que deben o tienen que escribir.

Las manías de los escritores son tan diversas como las de todos los mortales. He aquí algunos ejemplos: los escritores como Vargas Llosa se parecen a los peones que, una vez aseados y encerrados en el escritorio, se entregan a merced de su imaginación desde las primeras horas de la mañana, sin permitir que nada ni nadie los interrumpa en el instante de la inspiración; ese misterioso soplo que a uno lo toca en el proceso de la creación.

Otros no soportan cambiar de bolígrafo o color de tinta, como José Miguel Ullán y Tom Sharpe, quienes, además de usar estilográficas baratas, escriben primero a pulso y luego a máquina. Cortázar casi siempre leía los libros sorbiendo mate del poro y con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas, subrayando algunos párrafos hasta la extenuación o, simplemente, corrigiendo las erratas que en algunas ediciones se esconden como alimañas entre renglón y renglón. Faulkner escribía siempre sobre papel azul, Goethe lo hacía sentado en un caballito de madera, Dostoievski caminando por la habitación, Günter Grass con una estilográfica Montblanc y en un rincón de su estudio de pintura.

Si Ernest Hemingway escribía de pie, Graham Greene escribía con lápiz, en tanto Anthony Burgess escribía aproximadamente 300 palabras diarias y, como la mayoría de los escritores contemporáneos, usaba un miniordenador para producir y reproducir sus textos, aunque estaba convencido de que el ordenador sólo servía para escribir cartas a los amigos y no para crear textos literarios.

Algunos tienen la misma manía que García Márquez, quien, antes de que en su oficio irrumpiera el ordenador, utilizaba una máquina eléctrica de la misma marca y con el mismo tipo de letra; un papel blanco, de 36 gramos y tamaño carta. Alguna vez confesó también que no escribía mientras no tenía en el cuarto una temperatura de 30 grados y un ramillete de rosas amarillas en el florero, por esa vieja superstición de que las flores amarillas le traían suerte en el instante de describir a personajes encerrados en sí mismos, conversando con su propia soledad y creciendo como las raíces del chinchayote, a la manera de Rulfo, Pessoa y Onetti.

No se deben olvidar las manías de los autores que escriben en medio de un desorden organizado, a cualquier hora del día y en cualquier lugar; en el bar, la calle, el comedor y hasta en el baño, y no necesariamente en un cuadernillo sino sobre una tira de papel higiénico, la factura del restaurante, una cajetilla de cigarrillos o, simple y llanamente, en el borde de un periódico o revista.

Así, pues, las manías de los escritores, como todo lo demás en la vida, son tan variadas como las obras literarias y las manías de los mismos lectores.

Entre la variada gama de escritores que ostentan diversas manías, yo me identifico con quienes tienen la manía de escribir en la cama, pues es el único espacio, de dos metros por dos, que el individuo habita por completo y donde saca a traslucir su estado más natural, aparte de que es un mueble indispensable donde comienza y termina el ciclo de la vida. No en vano Vicente Aleixandre, Marcel Proust y Juan Carlos Onetti cerraron el ciclo de su creación literaria en la cama. Tampoco se puede negar que Don Quijote -como su creador- pergeñó sus aventuras en la cama, que Miguel de Unamuno y Valle-Inclán recibían a sus amigos en la cama, o que Oscar Wilde escribió sus mejores obras en posición horizontal, al igual que Marcel Proust, quien reposaba hasta pasado el mediodía, escribiendo y corrigiendo sus manuscritos. Por eso la cama de Proust, en la cual pasó las tres cuartas partes de su vida, estaba siempre distendida, salpicada de folios y hojas sueltas que delataban su caligrafía menuda. Pasaba más tiempo en la cama que en el escritorio, ordenando sus asuntos y peleando con la máquina para terminar una crónica sin firma, en medio de un silencio que le era necesario para escribir lejos del ruido mundano y a espaldas del tiempo.

Las camas y recámaras, en todas las épocas, han tenido su debida importancia. En 1620, la marquesa de Rambouillet convirtió su recámara en un salón literario, donde reunía a sus amigos en célebres tertulias. En México, Frida Kahlo pintó algunos de sus autorretratos más célebres postrada en la cama, mirándose en el espejo empotrado en el techo de su recámara. Por cuanto la cama no sólo sirve para retozar y dormir, sino también para nacer, crear, amar y morir, tal cual reza el proverbio: "En la cama duerme el Rey y duerme el Papa, porque de dormir nadie se escapa".

Por lo que a mí respecta, y sin el menor rubor en la cara, debo confesar que durante mucho tiempo tuve la manía de escribir en la cama. A veces, entre el sueño y la creación literaria, me asaltaba la extraña sensación de parecerme a un sultán, aunque no estaba rodeado de mujeres adornadas con joyas ni velos, sino apenas de almohadas que relajaban la tensión de mi cuerpo. Por las mañanas, al incorporarme en la cama, pegaba un salto hacia la silla del escritorio, y lo primero que hacía era coger mi pipa, llenarla con tabaco, llevármela a la boca y encenderla para que la fragancia del humo revoloteara entre las paredes del escritorio, que a la vez hacía de dormitorio. A un lado de la cama estaba el estante rojo empotrado en la pared, con los libros al alcance de la mano; y, al otro, el escritorio negro sobre el cual tenía el Pequeño Larousse y el Diccionario de la Real Academia Española, un papel a medio escribir metido en el rodillo de la máquina y un ordenador en cuya pantalla se reflejaban los movimientos más ridículos que ejecutaba en la cama.

De modo que escribir en la cama es también una manía que forma parte de la conducta personal de algunos escritores, quizás un vicio secreto sobre el cual todos prefieren callar, por temor a perder el pudor y la amistad, o quedarse definitivamente anclados en el aislamiento y la soledad que, al fin y al cabo, es la única y mejor compañera de quienes tienen la manía de escribir.

Oscar Wilde es uno de los que tenía la manía de escribir en su cama

Frida Kahlo tenía la manía de pintar en su cama

Existen numerosos escritores con distintas manías

Se dice que la manía de Hemingway era escribir de pie