El otro día hablábamos de las bibliotecas, el jueves pasado día 24, y hoy quería que habláramos de los lectores, o mejor dicho, mucho mejor dicho, de LAS LECTORAS.
Y para ello quería dejaros con dos cosas. Una foto, la que encabeza esta entrada, que ha formado parte de la exposición Worl Press Photo 2013 que ha estado en octubre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Preciosa ¿verdad?
Y con este artículo de Elvira Lindo que os copio debajo. Está bien, ya veréis (si es que no lo habéis leído ya):
Ellas nos mantienen vivos
Las novelas, ya lo ha dicho Ian McEwan, sobreviven gracias a la pasión femenina por la psicología humana
Por razones de corte estrictamente familiar, me he visto esta semana
inmersa en la celebración de los Premios Príncipe de Asturias. Además de
disfrutar de paseíllos plácidos por las calles que albergaron la pasión
de Ana Ozores y de dar cuenta de su extensa y excelsa gastronomía, he
asistido a algún que otro acto cultural, para que no se dijera. En uno
de esos eventos, el público llenó un auditorio del actualmente polémico
arquitecto Calatrava. Llenar un auditorio de Calatrava tiene un mérito
enorme porque ya se sabe que los arquitectos estrella tienden a diseñar
palacios de congresos en los que cabe más gente que habitantes tiene la
propia ciudad en la que se construyen.
Este en cuestión tiene una estructura que a alguien no avisado como
yo le provocó un escalofrío. Por suerte, una paisana me sacó de la
estupefacción diciéndome que es que para percibir que el edificio tiene
forma de cangrejo hay que subirse al Naranco y entonces ya. Ah. Para
llenar un auditorio de Calatrava, digo, hace falta mucho personal, pero
para llenarlo de lectores se necesita un milagro. El milagro se hizo.
Mil lectores, perdón, lectoras, de los clubes de lectura de Asturias
consiguieron humanizar lo que sin público es como una nave espacial que
de un momento a otro emprenderá el regreso a su planeta. Mil lectoras,
porque más de un 80% eran mujeres, acudieron a preguntarle curiosidades y
dudas al novelista, después de haber leído sus libros y haber formado
parte de intensas puestas en común sobre sus personajes.
¿Dónde estaban los hombres? ¿Dónde los compañeros, maridos o padres
de todo ese batallón de aficionadas a la literatura? Las novelas, ya lo
ha dicho Ian McEwan, sobreviven gracias a la pasión femenina por la
psicología humana. De este puesto del mercado ellas son las principales
clientas. No creo que haya que responderles con halagos, más bien con
respeto intelectual, que debería comenzar por los propios novelistas
que, en ocasiones, se avergüenzan, he dicho bien, se avergüenzan, de
cultivar un público casi exclusivamente femenino. Me enternecieron
algunas ancianas de más de noventa años, que sin pereza y con aquel
espíritu del viejo de Goya del “todavía aprendo” acuden puntuales a sus
citas con el club de lectura, y estaban allí esa tarde, en tan
calatravesco lugar, para hacer ver que en el tercer acto de la vida la
lectura puede provocar emociones que el tiempo dejó atrás.
Por razones de corte estrictamente familiar, mi suegra ha pasado un mes en casa. Me gusta más el término mother-in-law
que utilizan los anglosajones, suena más neutro y parece que tiene
menos connotaciones referidas al sainete familiar; aunque tal vez mother-in-law
también suena a suegra para un angloparlante. El caso es que esta
anciana a la que la guerra expulsó de la escuela regresó a los libros
después de haberlo hecho casi todo en la vida: trabajar sin descanso (en
la casa, en el campo, en las preciosas labores de ganchillo y bordado),
parir hijos y no pensar en sí misma.
Para llenar un auditorio de Calatrava hace falta mucha gente. Y para llenarlo de lectores, un milagro
El cuerpo pasa factura y las mujeres que lo dieron todo padecen hoy
dolores que, aun denominados por la medicina como artritis reumatoide o
artrosis, habría que completar en su ficha médica con la narración de
esas vidas: cuidar la casa, lavar a mano en aguas frías, cocinar,
atender a los animales, recoger aceituna, parir hijos, hacer preciosas
labores de ganchillo o bordado en los ratos libres. Nunca estar sin
hacer nada. Cuidarse poco. Hoy, los huesos, las venas de esas madres han
dicho hasta aquí hemos llegado. Pero sus mentes se resisten a la
jubilación.
Todas las tardes, después de la “novela” televisiva, ella se ha
sentado a la mesa del comedor, con un aire algo escolar, como queriendo
regresar a la escuela que le fue arrebatada, y ha tomado un libro
apoyando los codos sobre la mesa, en la posición de quien quiere cumplir
con sus deberes. Por sus manos han caído: Cinco horas con Mario, de Delibes; Patrimonio, de Philip Roth; Recuerdos de una mujer de la generación del 98, de Carmen Baroja y Nessi, y Juan Belmonte: matador de toros,
de Chaves Nogales. Tras las dos o tres horas de entrega a un libro en
las que se podía escuchar el tenue sonido seseante que surgía de su boca
leyendo en voz baja para ayudarse en la comprensión lectora,
iniciábamos nuestro íntimo club literario a la hora de la cena. Cómo
conseguía que la vida de los personajes o de los autores tuviera algún
grado de identificación con la suya propia es un ejemplo del poder
simbólico de la narración: la mujer que queda viuda y monologa sobre el
muerto; el hombre que se entrega al cuidado del padre (si Philip Roth
escuchara la descripción que hace mi suegra de él no se reconocería); la
necesidad de ser escuchada de la hermana de don Pío o el mundo de ayer
del torero Belmonte. Todas esas experiencias amoldadas a la lectura de
una mujer que goza hoy en la vejez de lo que hubiera deseado disfrutar
de joven: tiempo para el esparcimiento, conversación y, sobre todo,
personas que dan valor a lo que dice y a lo que hace.
Una vez escuché a un escritor, al que no he de nombrar para no
avergonzarlo, que quería tener lectores a su altura. Qué pena ser
escritor y no saber nada de la vida; ni estar agradecido a quien de
verdad te mantiene.
Y está en su blog:
ESCRITORA, PERIODISTA Y GUIONISTA
Elvira Lindo (Cádiz, 1962) comenzó su carrera como locutora en RNE.
Su personaje Manolito Gafotas la popularizó entre el público infantil
para el que ha escrito varias obras. Es, también, autora de novelas para
adultos, como Algo más inesperado que la muerte, o Lo que me queda por
vivir, y guionista de Manolito Gafotas y Plenilunio. Reside en Nueva
York desde 2004.
Información sobre la foto, que me encanta:
Información sobre la foto, que me encanta:
Una mujer sentada en unas bolsas de basura. Para ella, leer -aunque
sea un catálogo de maquinaria- es un respiro en su tarea de buscar en
la basura. Este es el vertedero más grande de África. Las personas que
viven en sus alrededores presentan elevados niveles de plomo en
sangre, por lo que son frecuentes los casos de problemas renales y
cáncer, así como los problemas respiratorios debido a las altas
concentraciones de gases de descomposición. Abierto en 1975, las
autoridades medioambientales internacionales ordenaron su cierre hace
15 años, pero sigue en uso, a pesar de que en 2001 llegó al máximo de
su capacidad/ Título: Mujer leyendo en el vertedero municipal de
Dandora, Nairobi, Kenya/ Fotografía: Micah Albert