Toronto. 2016. |
El caso es que al final, de pronto, una compañera, Amelia Serraller, con el coordinador, Javier Díaz, hablaron de darnos una sorpresa. Consistía en que algunos de los textos se leerían en otros idiomas para que viéramos como sonaban en esas lenguas. Amelia es traductora de varios idiomas y profesora. Yo pensé, la verdad, que escogerían solo poemas, vamos, estaba convencida. Y escuchamos ruso, italiano... Y resulta que sale una chica, Nicole Katarzyna Hanas, y dice que ha escogido uno de mis textos y lo ha traducido al portugués.
Qué sorpresa... Qué ¡obrigada! me sentí.
Y cómo hace tanto que no dejo aquí uno de mis relatos, pues he pensado que comparto con vosotros éste que he publicado en nuestro libro. Son tres historias cortitas que están relacionadas.
Imaginaos por un momento un bloque de vecinos. En el primer piso está ocurriendo una historia, al mismo tiempo y, en el segundo piso, está ocurriendo otra... Y varios minutos después de ambas, ya en el portal surge la tercera.
Aquí os las dejo.
Celebración
Rocío Díaz
1. Celebración de la resta
En el primer piso de un edificio de vecinos, un
niño de seis años y su joven niñera se disponen a darse un festín. Delante del bol
rebosante de gusanitos, nubes y otras chuches al crío le brillan los ojos,
mientras la niñera no consigue retener una lágrima al fotografiarle radiante
abrazando su trofeo. Felicidad y tristeza ya siempre se darán la mano en
aquella foto.
2. Celebración
de la suma
En el segundo piso del mismo edificio, un atractivo
veinteañero, recién duchado y oliendo de maravilla, va silbando por la casa
mientras cambia sabanas, airea habitaciones, y coloca flores aquí o allá. Necesita
que todo esté perfecto, porque es una celebración: suman un año juntos.
3. Celebración
de la aritmética
En el portal de ese edificio de vecinos,
naufragan una noche una triste cuidadora y un veinteañero despechado. Con la
mirada húmeda y el alma espachurrada, abrochándose los abrigos, topan, frente a
los buzones, entonando a dúo el mismo desgarrado y profundo suspiro.
—Anda toma -dice ella ofreciéndole un pañuelo
de su paquete.
—Gracias. Algo se me metió en el ojo -Contesta
él sin apenas mirarla.
—A mí se me metió un hombre de 6 años -replica
ella valiente- y me ha partido el corazón.
—Vaya… Sí que vienen pisando fuerte las
nuevas generaciones -responde él sin pensar, ni delatar su pena. Sin embargo, al
ver que ella solo asiente, decide ser sincero: A mí me pisoteó el corazón una
de casi cuarenta. Números cantan. Salgo ganando…
—Viéndonos aquí más parece que los dos
salimos perdiendo. -Replica ella, sentándose en el primer escalón.
Él se sienta a su lado, sin ganas de nada y sus
miradas tristes se encuentran, se calibran. Durante unos minutos, siguen
compartiendo pena y pañuelos en silencio hasta que ella, palpándose un par de
chuches del bolsillo, saca una y pregunta:
—¿Quieres?
Y él, a modo de respuesta, piensa en voz alta:
—Mojadas en unos benjamines que tengo arriba podrían
estar buenas. Eran para una celebración ¿sabes? pero…”. Quiere explicarle.
Sin embargo, masticando ya una de las
chuches, ella no le deja continuar:
—Pues, venga. ¿A qué esperamos? ¿No eran para
una celebración? Y tomándole de la mano le anima a levantarse: ¿Dónde tienes
esos benjamines?