Sabía que no existía la felicidad, quizá por ello disfrutaba intensamente de esos pequeños placeres sisados a la rutina diaria: leer, pasear por su ciudad, estar al aire libre, y alguno que otro más o menos confesable. Cuando dos o más de estos placeres coincidían sentía como si ese día le hubiera tocado el pedazo más grande de la tarta.
Aquella tarde de domingo ocurrió. Y de vuelta a casa sintió como si hubiera rebañado hasta la última migaja del dulce. Había podido conjugar la literatura con su ciudad preferida, sus ganas de aprender con que te cuenten historias paseando.
Porque esa tarde de último domingo de mayo de 2018 había caminado por un Madrid con su calle Alcalá cortada al tráfico, quién vive en la capital sabe que solo eso ya es un enorme placer. No importaba que unos metros más abajo los apasionados del futbol esperaran estruendosamente en las Cibeles a su gran equipo, si ellos estaban atravesando por cualquier lugar que les apeteciera aquella calle inusualmente vacía, mientras les contaban de aquellas mujeres de la Generación del 27 que el tiempo y la historia no había salvado del olvido.
La casa de las siete chimeneas, hoy Ministerio de Cultura y ayer sede del Lyceum Club Femenino (1926-1939) referente del protagonismo de las mujeres españolas en los años 20 y cuya presidenta era María de Maeztu, una de las presidentas Victoria Kent y su secretaria Zenobia Camprubí. El Instituto Cervantes donde dio clase la filósofa María Zambrano y coincidió con el poeta Antonio Machado, con el que dolorosamente coincidiría cerca de los Pirineos por donde escapaban de una España sangrante. El Palacio de Congresos para recordar a Victoria Kent y a Clara Campoamor y la lucha por el voto de las mujeres. La academia de Bellas Artes de San Fernando donde estudiaron Maruja Mallo y Margarita Manso, aquellas artistas que desafiaron a la época y a la sociedad, lanzándose a atravesar la Puerta del Sol sin sombrero, del brazo de sus amigos Lorca y Dalí, ganándose el abucheo y las pedradas. También aquí, en la Academia de Bellas Artes, estudiaría la genial escultora Marga Gil Roesset que quiso desaparecer de la tierra y hasta su tumba llegó un último rayo que la ayudó a conseguirlo. Y finalmente casi en la Puerta del Sol la parada para recordar a una ilustre maestra y esposa de Julian Besteiro, Presidente de las Cortes durante la II República, llamada Dolores Cebrián, a quién pocos recuerdan a pesar de su exitosa carrera en la Educación no solo española sino también fuera de nuestro país. De ella decía Miguel de Unamuno que tenía "cabeza de hombre".
Un paseo por Madrid deteniéndose en algunos edificios relacionados con unas pocas de aquellas mujeres, las mujeres de la Generación del 27, aquellas que se agrupaban bajo el sobrenombre de Las Sinsombrero.
Porque no habían hablado de todas las que eran, pero sí que habían recordado a algunas de las más importantes: María de Maeztu y María Zambrano; Zenobia Camprubí (la ilustrada esposa de Juan Ramón Jiménez a quién enamoró con su risa; Victoria Kent y Clara Campoamor; Maruja Mallo y Margarita Manso; Marga Gil, la genial escultora casi olvidada, y una aún más olvidada Dolores Cebrián.
Faltaban otras tan importantes como ellas: Teresa León, Concha Méndez, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin, Rosa Chacel... Claro que faltaban y alguna que otra más.
Pero dos horas de paseo solo daban para unas pinceladas apenas de aquellas enormes mujeres que aún estando al lado de los hombres de la Generación del 27, yendo por la vida de su brazo, brillando intelectualmente tanto como ellos, apenas hoy son recordadas.
Visitas guiadas por Madrid como ésta de Experimenta Madrid eran, para ella, la coincidencia de varios pequeños placeres. Era pasear aprendiendo, era conocer de otra forma Madrid, era recordar literatura y profundizarla, era desde luego una tarde saboreando el pedazo más grande de la tarta.
Plaza del Rey de Madrid. La casa de las siete chimeneas. Antiguo Lyceum Club Femenino |
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