En agosto no había que irse muy lejos
para viajar,
para descubrir rincones nuevos,
para disfrutar.
Madrid domingueaba en sus fachadas,
y como una peli de estreno,
se volvía historia, personaje y pasión.
Madrid era nuestra e infinita siempre,
pero en agosto se adecuaba a nuestro paso,
se hacía de nuestra medida,
se nos ofrecía
más transitable,
más luminosa,
más de los que nos quedábamos
haciéndole compañía.
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