Os dejo con un artículo que me gusta mucho.
Me parece que todo lo dice muy bien, con mucha precisión y sabiendo bien de lo que habla. Habla de oficio de escribir, de otros escritores, del poso que han dejado...
En fin... que está muy bien. Claro, es mi opinión.
Pero a ver si os gusta.
Carta a un joven escritor (II)
Hablábamos el otro día de maestros: autores y obras  que ningún  joven que pretenda escribir novelas tiene excusa para ignorar. Ten  presente, si es tu caso, un par de cosas fundamentales. Una, que en la  antigüedad clásica casi todo estaba escrito ya. Echa un vistazo y  comprobarás que los asuntos que iban a nutrir la literatura universal  durante veintiocho siglos aparecen ya en la Ilíada y la Odisea  -relato, éste, de una modernidad asombrosa- y en la tragedia, la  comedia y la poesía griegas. De ese modo, quizá te sorprenda averiguar  que el primer relato policíaco, con un investigador -el astuto Ulises-  buscando huellas en la arena, figura en el primer acto de la tragedia Ayax  de Sófocles.
Un detalle importante: escribes en español. Quienes lo  hacen en otras lenguas son muy respetables, por supuesto; pero cada cual  tendrá en la suya, supongo, quien le escriba cartas como ésta. Yo me  refiero a ti y a nuestro común idioma castellano. Que tiene, por cierto,  la ventaja de contar hoy, entre España y América, con 450 millones de  lectores potenciales; gente que puede acceder a tus libros sin necesidad  de traducción previa. Pero atención. Esa lengua castellana o española, y  los conceptos que expresa, forman parte de un complejo entramado que,  en términos generales y con la puesta al día pertinente, podríamos  seguir llamando cultura occidental: un mundo que el mestizaje global de  hoy no anula, sino que transforma y enriquece. Tú procedes de él, y la  mayor parte de tus lectores primarios o inmediatos, también. Es el  territorio común, y eso te exige manejar con soltura la parte  profesional del oficio: las herramientas específicas, forjadas por el  tiempo y el uso, para moverte en ese territorio. Aunque algunos tontos y  fatuos lo digan, nadie crea desde la orfandad cultural. Desde la nada. Algunas de esas herramientas son ideas, o cosas así. Para dominarlas  debes poseer las bases de una cultura, la tuya, que nace de Grecia y  Roma, la latinidad medieval y el contacto con el Islam, el Renacimiento,  la Ilustración, los derechos del hombre y las grandes revoluciones.  Todo eso hay que leerlo, o conocerlo, al menos. En los clásicos griegos y  latinos, en la Biblia y el Corán, comprenderás los fundamentos y los  límites del mundo que te hizo. Familiarízate con Homero, Virgilio, los  autores teatrales, poetas e historiadores antiguos. También con La  Divina Comedia de Dante, los Ensayos de Montaigne y el  teatro completo de Shakespeare. Te sorprenderá la cantidad de  asuntos literarios y recursos expresivos que inspiran sus textos. Lo  útiles que pueden llegar a ser.
La principal herramienta es el lenguaje. Olvida la funesta  palabra estilo, burladero de vacíos charlatanes, y céntrate en que tu  lenguaje sea limpio y eficaz. No hay mejor estilo que ése. Y, como  herramienta que es, sácale filo en piedras de amolar adecuadas. Si te  propones escribir en español, tu osadía sería desmesurada si no te  ejercitaras en los clásicos fundamentales de los siglos XVI y XVII:  Quevedo, el teatro de Lope y Calderón, la poesía, la novela picaresca,  llenarán tus bolsillos de palabras adecuadas y recursos expresivos,  enriquecerán tu vocabulario y te darán confianza, atrevimiento. Y una  recomendación: cuando leas El Quijote no busques una simple  narración. Estúdialo despacio, fijándote bien, comparándolo con lo que  en ese momento se escribía en el mundo. Busca al autor detrás de cada  frase, siente los codazos risueños y cómplices que te da, y comprenderás  por qué un texto escrito a principios del siglo XVII sigue siendo tan  moderno y universalmente admirado todavía. Termina de filtrar ese lenguaje con la limpieza de Moratín, el arrebato  de Espronceda, la melancólica sobriedad de Machado, el coraje de Miguel  Hernández, la perfección de Pablo Neruda. Pero recuerda que una novela  es, sobre todo, una historia que contar. Una trama y una estructura  donde proyectar una mirada sobre uno mismo y sobre el mundo. Y eso no se  improvisa. Para controlar este aspecto debes conocer a los grandes  novelistas del siglo XIX y principios del XX, allí donde cuajó el arte.  Lee a Stendhal, Balzac, Flaubert, Dostoievski, Tolstoi, Dickens, Dumas,  Hugo, Conrad y Mann, por lo menos. Como escritor en español que eres,  añade sin complejos La regenta de Clarín, las novelas de  Galdós,  Baroja y Valle Inclán. De ahí en adelante lee lo que quieras según  gustos y afinidades, maneja diccionarios y patea librerías. Sitúate en  tu tiempo y tu propia obra. Y no dejes que te engañen: Agatha Christie  escribió una obra maestra, El asesinato de Rogelio Ackroyd, tan   digna en su género como Crimen y castigo en el suyo. Un novelista sólo  es bueno si cuenta bien una buena historia. Escribe eso en la  dedicatoria cuando me firmes un libro tú a mí.


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