Me gustaba tanto aquel rincón, aquel parque llenito de flores, destilando tranquilidad. Volvía una y otra vez a aquel kiosco donde tomabas el zumo de frutas del día, contemplando la preciosa fachada del Museo, la Biblioteca, o simplemente sintiendo discurrir, plácido, el tiempo.
Era primeros de julio y Ponta Delgada callaba.
¿Por qué no te conté más de esa ciudad limpia situada en aquella isla preciosa que palpitaba en pleno océano?
Una isla llenita de hortensias y lagos.
Una ciudad que caminábamos sin prisa.
Aquel viaje extrañamente lento.
Su paz.
Desde sus fotos me reclama tiempo y mimo.
Y no le falta razón.
No pases cuidado,
dame tiempo,
Volveré.