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viernes, 22 de enero de 2016

Visitando la Real Academia Española 2



La semana pasada estuve visitando la Real Academia Española con mis compañeros de tertulia literaria. Pedimos cita y estuvo fenomenal. Nos gustó mucho.

La guía que nos acompañaba nos lo contó con muchísimo detalle, y atendió todas nuestras preguntas con amabilidad y concreción, no dejó ni una de ellas sin contestar, todo lo contrario.

Lo primero que nos enseñaron fue un vídeo para entrar en situación. En él te explican sus orígenes, fue creada al servicio de la lengua en el siglo XVIII, para después contarte a lo largo de la historia cómo ha ido evolucionando la Institución.


Desde allí entramos a la Academia y lo primero que vimos fue el famoso perchero y paraguero con el nombre de cada académico. En la entrada anterior ya os dejé un artículo del académico Pérez Reverte sobre este objeto. Desde el día que leí este artículo tenía muchas ganas de verlo.






El edificio de la Real Academia es elegante, con unas vidrieras de colores alegres y nada más entrar una escalera donde nos fotografían a todos los grupos que visitamos la RAE. Al final de la entrada os dejo con nuestra foto.


Qué sensación estar en el Salón de Plenos, único lugar de la visita donde no dejar fotografiar. Nos dijeron que se reunen los jueves por la tarde. Y allí estuvimos viendo las sillas con sus letras mayúsculas y minúsculas. Y en el asiento del Presidente la oración en latín que dicen antes de empezar.


La RAE ofrece la posibilidad de visitar su sede los lunes y martes, en horario de mañana, a grupos formados por un máximo de 30 personas, siempre que se reserve la cita con antelación. Esta iniciativa comenzó en 2014 y forma parte de las celebraciones del tricentenario de la RAE. Las visitas se reanudarán en septiembre de 2015.
Los visitantes, guiados por miembros del Departamento de Comunicación de la RAE, han podido conocer mejor el funcionamiento de la Academia y recorrer las distintas dependencias de la corporación, como el salón de plenos, la sala de directores, las bibliotecas y el salón de actos.
- See more at: http://www.rae.es/noticias/casi-2500-personas-han-visitado-la-rae-en-el-primer-semestre-de-2015#sthash.psMgZz3X.dpuf
En un pasillo estaba este mueble fichero con los cajoncitos de las palabras. A lo largo de 300 años se ha ido escribiendo la historia de las palabras. Que chulo ¿verdad?





Por supuesto también visitamos la sala de los Directores, y las bibliotecas con las colecciones privadas de Antonio Rodríguez Moñino y de Dámaso Alonso. 




En la foto superior tenemos la sala donde está reunido el legado que hizo Rodríguez-Moñino y su mujer María Brey a la RAE, y que inauguraron los Reyes en 1995. Rodríguez-Moñino fue un bibliógrafo y filólogo español que ocupó la silla X de la Academia en el año 1966, por motivos políticos no la había ocupado antes. Había sido previamente bibliotecario en la RAE, bibliotecario del Museo Lázaro Galdiano y Director de la Editorial Castalia.

Manuscrito de Juan Valera del legado de Rodríguez-Moñino
 
Su legado tiene muchos tesoros: Más de diecisiete mil volúmenes, cerca de quinientos impresos de los siglos XVI y XVII. Libros raros, primeras ediciones de cancioneros y romanceros, y “pliegos de cordel”. Muchos autógrafos de importantes personajes políticos y literarios españoles de dos o tres siglos atrás, entre ellos el de “Una casa en la arena” de Neruda. También sobresale el manuscrito del Buscón de Quevedo. Una importante colección de cartas, de material gráfico como láminas, de estampas…





La biblioteca de Dámaso Alonso reúne un total aproximado de cuarenta mil volúmenes. Es muy rica en lingüística y literatura españolas, con valiosas ediciones de autores clásicos. De los fondos de literatura española del siglo xx sobresale todo lo relacionado con la generación del 27, con manuscritos autógrafos del propio Dámaso Alonso y primeras ediciones de Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y otros miembros del citado grupo poético, la mayor parte de ellas con dedicatorias personales.  - See more at: http://www.rae.es/biblioteca-y-archivo/biblioteca/legado-damaso-alonso#sthash.rMKfo3uF.dpuf
La biblioteca de Dámaso Alonso reúne un total aproximado de cuarenta mil volúmenes. Es muy rica en lingüística y literatura españolas, con valiosas ediciones de autores clásicos. De los fondos de literatura española del siglo xx sobresale todo lo relacionado con la generación del 27, con manuscritos autógrafos del propio Dámaso Alonso y primeras ediciones de Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y otros miembros del citado grupo poético, la mayor parte de ellas con dedicatorias personales.  - See more at: http://www.rae.es/biblioteca-y-archivo/biblioteca/legado-damaso-alonso#sthash.rMKfo3uF.dpuf


Se visita la sala donde se contiene el legado que hizo el poeta Dámaso Alonso a la Institución. 

Recordamos que este profesor y poeta dirigió la RAE desde 1968 hasta 1982. El poeta murió en 1990 y por disposición testamentaria cedió su biblioteca particular y archivo en 1998. Los Reyes la inauguraron ese mismo año. 

Hay objetos personales como fotos y condecoraciones, y cuarenta mil volúmenes. Por supuesto entre estos volúmenes hay muchos de lingüística y literatura española, sobre todo de autores de la Generación del 27, además de manuscritos del propio Dámaso Alonso.







La visita acaba en el Salón de Actos de la RAE. 

Allí la guía nos habló del lema "Limpia, fija y da esplendor". Que fue propuesto en los primeros estatutos de la RAE en el 1705.

El lema simboliza la limpieza de los metales con la limpieza de las palabras.  Nos decía que era un lema y un emblema acorde a la época pues pretendian limpiar el español de todos los galicismos que había y querían fijar el español del Siglo de Oro.



 Hoy en día más que limpiar, pretenden la unidad del español entre sus diversas variedades: la española, la argentina, la peruana, mejicana...







Pues me gustó muchísimo la visita a la RAE, la casa de las palabras. Por lo que tiene de significado desde luego, ahí palpita nuestro idioma y a cualquier apasionado de ello nos gusta. Y luego porque es un edificio elegante, con unas estancias con aroma a libro y a historia de lo más interesante.

Me queda la sensación de que las fotografías y lo que yo os puedo contar no le hacen justicia a la visita. Es muy dificil conseguir trasmitir cuánta riqueza tiene la visita. Pero bueno espero que al menos os podáis hacer una idea. Y desde luego si podéis algún día entrar en la RAE no dejéis de hacerlo. 


La tertulia Rascamán en la RAE

miércoles, 20 de enero de 2016

Visita de la Real Academia Española - Artículo Perez Reverte sobre el perchero



Hoy os voy a dejar con un artículo que tengo en la memoria desde que lo leí hace ya unos cuántos años porque me gustó mucho.

Quería compartirlo con vosotros porque estoy preparando una entrada sobre la visita a la Real Academia Española que hice con mis compañeros de tertulia Rascamán la semana pasada. Me encantó y quería contároslo. Pero como no tengo mucho tiempo tengo que aprovechar para ponerme con ello a ratitos.

Mientras tanto y como se suele decir "para abrir boca" os dejo con el artículo sobre el perchero de la Academia de Pérez Reverte.

¡Por fin conozco el perchero!

Bueno aquí os lo dejo:



lunes, 15 de diciembre de 2003

El perchero de la Academia

Pérez Reverte 


En la Real Academia Española hay un vestíbulo con percheros y agujeritos para el bastón o el paraguas. Cada académico tiene el suyo, identificado por una tarjeta con su nombre, y ahí encuentra cada jueves el correo. Los percheros se asignan por orden de antigüedad; de manera que, según pasa el tiempo, los académicos que mueren te dejan percheros libres por delante, y los recién llegados los ocupan por detrás. Esto del perchero, me confió el primer día uno de los conserjes, críptico, tiene más importancia que el sillón con la letra correspondiente. Y por fin comprendo lo que quería decir. Durante unos meses, mi nombre estuvo en la última percha. Ahora me corresponde la penúltima, y pronto será la antepenúltima. La antigüedad en la titularidad del perchero suele ir en proporción a la edad del académico; pero no siempre es así. Nombres de ilustres veteranos siguen enrocados en los lugares más antiguos, mientras compañeros jóvenes se van quedando en las cunetas de la vida. En cualquier caso, a modo de indicador simbólico, ese lento movimiento hacia los puestos de más antigüedad equivale a un recordatorio de cómo, poco a poco, todos nos encaminamos hacia la muerte.

Ayer encontré algo espléndido en mi perchero de la RAE. Se trata de un libro editado por la Fundación Menéndez Pidal y por la Academia: Léxico hispánico primitivo (siglos VIII al XII). No es lugar éste para comentarlo a fondo. Diré, simplificando mucho, que se trata de la culminación, parcial todavía, de un glosario proyectado en 1927 por Ramón Menéndez Pidal y ejecutado en su mayor parte por su discípulo Rafael Lapesa para rastrear las primeras palabras escritas de la lengua española –llamarla castellana es una reducción estúpida, además de inexacta– desde el siglo VIII, cuando, entre el latín vulgar, aparecieron los balbuceos del español en vocablos astur-leoneses, castellanos, navarro-aragoneses, gallego-portugueses, catalanes y mozárabes.

Fue una obra complejísima y difícil. En la España medieval no había diccionarios, y las voces romances de ese mundo lejano carecen de forma única, camufladas en textos escritos con letra gótica y frecuentes arabismos. Lapesa empezó a trabajar en su glosario con diecinueve años y murió a los noventa y tres sin verlo revisado ni publicado como tal, pese al esfuerzo de toda su vida, incluida la angustia de poner a salvo la documentación durante los bombardeos de la guerra civil. Ahora dirige la edición don Manuel Seco –uno de los más perfectos académicos que conozco–, quien ya trabajó con Lapesa en el Diccionario Histórico de la Academia. El Léxico, por supuesto, interesa sobre todo a especialistas e investigadores; pero también es fascinante para el curioso que recorre sus páginas. Asistir a la afirmación, por ejemplo, de la palabra mujer tras seguir sus peripecias durante dos siglos – mulier, muliere, mulie, mullier, mullier, muler, mugier–, o comprobar como la palabra hombre se abre camino desde el año 844 a través de homo, omne, huamnne, uemne, homne, produce un estremecimiento de gratitud hacia los hombres tenaces que se quemaron los ojos cuando la informática aún no facilitaba estas cosas, y había que escudriñar con tesón y paciencia textos y más textos, fichando, ordenando, anotando. Luchando, además, contra la incomprensión y la imbecilidad de quienes, antes como ahora, tienen la obligación de apoyar estos esfuerzos, pero ven más rentable gastarse la pasta en demagogias electorales.

He dicho alguna vez que en la RAE hay dos clases de académicos. Unos son los imprescindibles, los maestros: curtidos filólogos, lingüistas, lexicógrafos. Sabios que hacen posible culminar obras como ésta. Generales honorables, en fin, que con su esfuerzo callado y su ciencia pelean en la trinchera viva del español usado por cuatrocientos millones de hispanohablantes. Otros, allí, somos los humildes batidores que hacemos almogavarías y forrajeos en el campo de batalla, regresando con nuestro botín para ayudar en lo que haga falta: escritores, científicos, historiadores, economistas. Reclutas, o casi, en contacto con la calle. La fiel infantería. Por eso, llegar un jueves y encontrar de oficio, bajo el perchero, un libro como éste, resulta un privilegio. Tenía razón el conserje: un perchero en la RAE importa más que un sillón con tu letra. En la sala de plenos todos los académicos son iguales. En las perchas centenarias late el largo camino que ha recorrido cada cual.
14 de diciembre de 2003